Biografías por órden alfabético

Acero Cruz, Julio


Nació en Guadalajara, Jalisco, el 22 de febrero de 1895. Fueron sus padres el abogado y periodista Julio Acero Vallarta y la señora María Cruz de la Torre.

Fue estudiante fundador del Instituto de San José de los Jesuitas en 1906, donde cursó su instrucción primaria y la preparatoria.

Inició la carrera de Derecho en la Escuela Nacional de Jurisprudencia en México, la cual concluyó en la Escuela de Jurisprudencia de Guadalajara; se tituló de abogado el 10 de mayo de 1920. De inmediato se dedicó al ejercicio de su profesión, anteriormente se había unido a las fuerzas revolucionarias del general Francisco Villa, y fungió como juez militar en Hermosillo, Sonora.

Realizó un viaje de estudios a Europa, al término del cual se estableció en la Ciudad de México y más tarde de nuevo en Guadalajara, y fungió como magistrado del Supremo Tribunal de Justicia del Estado de Jalisco.

Con gran acierto y empeño impartió la cátedra de Derecho Procesal Penal, en la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad de Guadalajara, y también impartió Procedimientos Penales y Militares.

Por “necesidades de la cátedra” escribió el libro Procedimiento Penal. Ensayo Doctrinal y comentarios sobre las leyes del ramo del Distrito Federal y del Estado de Jalisco, publicado en 1935 y reeditado varias veces, convirtiéndose en un texto clásico en las Facultades de Derecho del país, e incluso el magistrado Jaime Cedeño Coral afirmó que esta obra fue conocida a nivel internacional.

Del 26 de marzo al 11 de julio de 1935 fue director general de Estudios Superiores del Estado de Jalisco.

Nuevamente se estableció en la capital del país para desempeñarse como asesor del Departamento Agrario.

De 1954 a 1959 fue presidente del Supremo Tribunal del Estado de Jalisco. En 1955 el gobierno del estado, reconociendo su meritoria labor, lo condecoró y más tarde fue designado procurador general del estado de Jalisco.

Fue magistrado de circuito en Saltillo, Coahuila, en Veracruz y en su ciudad natal; finalmente se le dio su jubilación. No obstante, volvió a desempeñarse en el Poder Judicial, ahora como agente del ministerio público federal en la Ciudad de México.

A la par de la enseñanza y práctica jurídica, cultivó las letras y publicó los libros: Anotaciones de las principales leyes mexicanas aplicables a las cuestiones médico-legales, más frecuentes (1928); Acerinas. Prosa y verso (1929); Acerinas. Cuentos y poemas de amor y de la Revolución segunda serie (1941); Discurso, el día 5 de febrero de 1957, en la reinauguración y dedicación de la Plaza de la Reforma (1958); Y la vida prosigue (1962); El hombre que perdió su sombra (1964); Hojas al viento, entre otras.

Fue autor de los artículos “Canción de bilitis”, “Camafeo” y “La tradición cultural de vanguardia en Jalisco”, además escribió el prólogo de la obra de José Tomás Figueroa “La condena indeterminada” (1955); e hizo la traducción del inglés al español de La mujer vampiro de Rudyard Kipling.

El 10 de marzo de 1989, el Supremo Tribunal de Justicia de Jalisco acordó imponer su nombre a la segunda sala penal, inscribiéndose una de sus máximas: “El derecho representa el más seguro refugio de la humanidad”.

En 1990 durante la ceremonia de homenaje de la Facultad de Derecho a sus profesores, el director de la Facultad Jesús Villalobos Pérez pidió que la Universidad le otorgara una pensión vitalicia, tomando en consideración sus grandes méritos académicos, y dado que a sus 94 años ya se encontraba invidente.

Falleció en Guadalajara el 1° de junio de 1995.

Juicios y testimonios

Ángel de las Navas Pagan: “En toda la fecunda obra de don Julio Acero, como eminente tratadista del Derecho y como poeta y escritor, destaca en seguida al profundo humanista que lleva dentro. Un humanista que entronca con los clásicos españoles del Siglo de Oro. Su hondura de pensamiento, inspiración de ideas, galana pluma y buen estilo, extensa cultura y su mucho que contar le situó en ese plano de los escritores que han llegado a una alta pluma”.


Efraín Urzúa Macías: “Lo vemos en la cátedra, con voz pausada y segura, exponiendo las instituciones de nuestro procedimiento penal y haciendo crítica, siempre clara y directa, de sus deficiencias. Igualmente aparece criticando, con fina ironía los trabajos de sus alumnos y señala un auto de formal prisión ‘por haber actuado en legítima defensa’. No dice nombres, para no herir ni hacer burla, aunque los afectados se descubren al subirles la sangre a la cabeza o escapárseles diversas exclamaciones”.