Biografías por órden alfabético

Larios Guzmán, Leobardo


Nació en el rancho El Cavadero, del municipio de García de la Cadena, Zacatecas, el 14 de junio de 1944. Fueron sus padres los señores María del Refugio Guzmán y José Larios, de oficio agricultor.

De 1956 a 1961 en su tierra natal cursó la primaria en la Escuela Mariano Matamoros, para enseguida trasladarse a Guadalajara, donde de 1962 a 1964 estudió la secundaria en la Escuela Estatal número 1 para Varones, y de 1964 a 1965 cursó el bachillerato en el Instituto Cultural Alfonso Reyes.

Fue profesor de instrucción primaria en la Escuela Manuel López Cotilla, de 1962 a 1964, y para seguir su vocación magisterial intentó ingresar al internado Normalista, pero no lo logró.

En 1965 inició sus estudios profesionales en la Facultad de Derecho de la Universidad de Guadalajara, donde se graduó en 1970 como miembro de la generación Enrique González Romero; se tituló como abogado con la tesis “Necesidad de legislar sobre la portación de armas de fuego”.

Profesor de las cátedras de Derecho Penal cursos I y II, nombrado en 1977; más tarde impartió a nivel de posgrado el Seminario de Derecho Penal en la Facultad de Derecho de la Universidad de Guadalajara.

Como maestro era muy puntual, se apoltronaba en la cátedra donde desarrollaba el tema cotidiano de la clase, de memoria sin consultar ninguna nota, con un buen discurso oratorio, mientras se entretenía jugando con la corbata. Por supuesto que si algún estudiante no entendía algo, o deseaba intervenir con algún comentario, él le cedía la palabra y le contestaba las dudas o los cuestionamientos, para continuar su disertación interrumpida sin elevar la voz, pero haciendo énfasis en lo que consideraba lo esencial, no recuerdo que alguna vez dejara tarea, o se hubiera molestado por algo.

Daba unos apuntes breves y concisos, elogiaba a sus autores favoritos del Derecho Penal: Luis Jiménez de Asúa y Eugenio Cuello Calón. Los exámenes eran orales, se mostraba muy exigente sin llegar a la exageración. Si daba tres o cuatro conceptos de Derecho Penal o de delito, él los preguntaba todos de memoria, y luego ponía la calificación que consideraba justa, indudablemente era uno de los maestros preferidos por los estudiantes de la Facultad.

Las preseas universitarias que recibió fueron: Ignacio L. Vallarta y Mariano Otero.

Hizo prácticamente toda su carrera profesional en la Procuraduría General del gobierno del estado de Jalisco, donde fue ascendiendo por riguroso escalafón. Así, en 1967 fue archivista, de 1968 a 1969 fue actuario del ministerio público en varias adscripciones; de 1969 a 1970 se desempeñó como secretario del ministerio público adscrito a la Subprocuraduría General de Justicia del Estado de Jalisco; de 1970 a 1973 fue asesor jurídico de la Policía Municipal de Guadalajara; de 1985 a 1988 ocupó la Dirección General de Averiguaciones Previas, nuevamente en la Procuraduría del Estado; de 1988 a 1989 fue subprocurador general de Justicia, y en agosto de 1989 fue nombrado procurador general de Justicia del Estado de Jalisco, aunque con carácter de interino; y de febrero de 1989 a febrero de 1995 fue procurador titular.

Su gestión como procurador general de Justicia de Jalisco fue muy difícil y arriesgada, pues le correspondió afrontar las siguientes situaciones: las explosiones del sector Reforma del 22 de abril de 1992; el desalojo de damnificados por las explosiones de la Plaza de Armas de Guadalajara; el asesinato del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo en el aeropuerto el 24 de mayo de 1993; la balacera de la discoteca Chrystine del Hotel Kristal de Puerto Vallarta en la cual murieron seis presuntos narcotraficantes a manos de un comando de cincuenta sicarios; la muerte sospechosa de Javier Llamas Sánchez conocido como El Pollo, autor de 18 homicidios y 60 asaltos; la instalación de los módulos de prevención y auxilio a la ciudadanía mejor conocidos como retenes, el autobomba colocado frente el hotel Camino Real de Guadalajara, que mató a dos personas e hirió a diez más en una pugna entre grupos antagónicos de narcotraficantes, entre otros acontecimientos.

Al dejar la Procuraduría remodeló la casona ubicada en las céntricas calles de Contreras Medellín y de Hospital, conocida como El Castillito, para instalar la notaría pública número 15 de Zapopan y su bufete de abogado, que compartía con sus hijos.

La mañana del 10 de mayo de 1995, empero, al salir de su casa sin ninguna escolta para trasladarse a impartir su cátedra de Derecho Penal en la Facultad de Derecho, fue asesinado a tiros en medio de la conmoción de la comunidad universitaria y de la sociedad tapatía en general.

Al día siguiente sus restos mortales fueron llevados al Auditorio Salvador Allende de la Facultad de Derecho, donde recibieron el homenaje de la comunidad universitaria, ahí su hija María Elena pronunció un sentido elogio fúnebre, luego se ofició la misa de exequias en el Templo de Nuestra Señora del Sagrario, para finalmente ser inhumado en el cementerio Recinto de la Paz.

Al cumplirse un año de su muerte, la generación de abogados de la Facultad de Derecho de la Universidad de Guadalajara, 1985-1990, develó un busto con su imagen en los jardines del edificio de la Procuraduría General del Estado de Jalisco.

Juicios y testimonios

Jorge Rafael Alarcón Álvarez: “Todos [en la Facultad de Derecho] lo estimaban y respetaban porque fue un excelente catedrático, buen amigo y una persona muy honrada”.


Rodolfo Chávez Calderón: “El Castillito, es una centenaria casona que emerge como un mausoleo a la memoria del catedrático universitario. Una elevada torre da la idea de un castillo, de ahí que se le mencione como tal, aunque en diminutivo. Con las letras manuscritas se lee en su fachada Ave María. Leobardo Larios era muy apegado a la religión católica, aseguran sus hijos, siempre decía que los principios morales de la familia se adquieren y se mantienen sobre todo por la cercanía con la Iglesia”.


Isaac Guzmán: “La Rana envió a un emisario para que tratara de convencer a Larios Guzmán de que consignara deficientemente la averiguación previa en contra de sus secuaces, a cambio de una fuerte suma de dólares.


‘Yo no me vendo’, fue la contundente respuesta del entonces procurador. Al conocer la contestación a su proposición, Humberto Rodríguez Bañuelos [lo sentenció, dijo]: ‘voy a matar a los procuradores y cada golpe que le den a mis muchachitos, se los cobraré’”.


Alberto Larios Cortés: “[Mi] padre [era] ejemplar, enérgico y afectuoso […] nos enseñó a valernos por sí mismos, a salir de nuestros problemas y a no crecer bajo la sombra del funcionario público”.