Biografías por órden alfabético

Rodríguez Sánchez, Héctor Antonio


Nació en Guadalajara, Jalisco, el 29 de noviembre de 1933. Fueron sus padres los señores Ana María Sánchez Delgadillo y Felipe Rodríguez Dueñas, quien trabajó en puestos administrativos en varias empresas.

En el Colegio Cervantes de los hermanos maristas cursó la primaria de 1939 a 1945, la secundaria de 1946 a 1949 y la preparatoria de 1949 a 1951.

Un empresario con quien trabajó su padre, le aconsejó que enviara a su hijo a estudiar al extranjero, e incluso le ofreció su ayuda económica para que así fuera, por lo que Héctor Antonio en 1951 ingresó a la Universidad de Berkeley, California, Estados Unidos, donde cursó la licenciatura en Ingeniería Química, y se tituló en 1955.

Del citado 1955 a 1957 estudió la maestría en Ingeniería Química en la Universidad de Minnesota, Minneapolis, y se tituló con la tesis “Flujos de fluidos en dos fases”. De 1960 a 1961 realizó la especialización en Ingeniería Cerámica en la Escuela de Ingeniería Cerámica, en Höhr Grenzhausen, Alemania.

De regreso en su ciudad natal trabajó en la empresa Loza Fina de Cerámica, y luego fundó la empresa Locería Jalisciense de productos de cerámica. Además se dedicó a dar asesorías en la elaboración de la cerámica, básicamente al diseño de pastas y esmaltes y a la elaboración de los prototipos que se le encargaban.

En 1960 ingresó al cuerpo docente de la Facultad de Ciencias Químicas de la Universidad de Guadalajara, donde impartió Fisicoquímica hasta 1992, año en que recibió su jubilación, pero a título honorario continuó impartiendo su cátedra por más de diez años.

De 1964 a 1991 fue jefe del Departamento de Fisicoquímica; de 1987 a 1990 fue coordinador de Investigación en Ingeniería Química, y en múltiples ocasiones fue elegido consejero maestro del Consejo de la Facultad de Ciencias Químicas.

Por iniciativa suya, en 1994 se fundó la maestría en Ingeniería Química de la Universidad de Guadalajara. Fue el factor determinante para que anualmente se enviara becado a la Universidad de Minnesota al mejor promedio de cada generación. Entre ellos estuvieron Jorge Puig, Jaime Reyes y el que fuera el primer rector del cucei, Antonio Oropeza Chávez.

También hizo las gestiones para que de las universidades de Estados Unidos llegaran a Guadalajara profesores para impartir conferencias y cursos a estudiantes y profesores. Lo anterior posibilitó que la Facultad de Ciencias Químicas pasara únicamente de la impartición de las clases, a la investigación científica que ha llegado a ser reconocida a niveles nacionales e internacionales.

El 7 de junio de 1994 el Consejo General Universitario dictaminó que fuera nombrado maestro emérito de la Universidad de Guadalajara, en reconocimiento a su destacada labor académica y por su apoyo a la formación de cuadros de excelencia del personal docente de la Facultad de Ciencias Químicas.

En el acto académico de la entrega de su nombramiento de maestro emérito, celebrado en el Paraninfo Enrique Díaz de León, el rector de la Universidad Raúl Padilla López “destacó las experiencias transmitidas por el maestro Rodríguez a una gran cantidad de ingenieros químicos que laboran en la industria jalisciense, y sostuvo que con su invaluable trabajo la Universidad de Guadalajara ha logrado extender el intercambio académico en materia de investigación científica”.[^125]

En la Facultad de Ciencias Químicas se colocó un busto de bronce con su figura, y se dio su nombre a un auditorio. En 2011 recibió un diploma reconociéndolo como uno de los maestros más destacados de la Universidad de Guadalajara.

De 1960 a 1972 perteneció al Instituto Mexicano de Ingenieros Químicos, y de 1982 a 2007 integró la Sociedad de Cerámica Mexicana.

Juicios y testimonios

De un “Aquelarre” de la Facultad de Ciencias Químicas

“—Satanás le dijo a Rodríguez
necesito tus consejos,
porque a la Facultad has disciplinado,
hace ya muchos añejos.
Al ingeniero Rodríguez
quiso la muerte ajusticiar,
porque Operaciones y Fisicoquímica
nunca le pudo pasar”.


Jorge Emilio Puig Arévalo: “Era un cabrón –risas–. Un buen maestro, muy exigente, pero me hizo los mandados, le saqué cien en todas sus clases