Los primeros universitarios

Apodaca y Loreto, Salvador

Nació en Guadalajara, capital del Reino de la Nueva Galicia, el 25 diciembre de 1769. Fueron sus padres los señores Joaquín Eustaquio de Apodaca y Rafaela Loreto y Pérez.

Estudió Latín y realizó el Curso de Artes –el cual concluyó en 1792– bajo la conducción del doctor José Simeón de Uría, en el Seminario Conciliar de Guadalajara.

Tras recibir el grado de bachiller en Artes se matriculó en la Facultad de Teología de la Real Universidad de Guadalajara, donde recibió el grado de licenciado en Teología el 14 de febrero de 1799, y la borla doctoral el 3 de marzo inmediato.

Dado que la sede episcopal tapatía se hallaba vacante por el fallecimiento de fray Antonio Alcalde, viajó a Durango para recibir la ordenación sacerdotal el 27 de abril de 1794, de manos del obispo Lorenzo de Tristán.

Su primer destino sacerdotal fue como vicario del Curato del Real y Minas de Mazapil, Zacatecas, y luego de dos años de ministerio regresó a su ciudad natal, al ser nombrado primer maestro de ceremonias de la Catedral, al mismo tiempo que fungió de vicario en la Parroquia del Sagrario.

De 1800 a 1838 fue cura de Zapotitlán, donde estableció la primera escuela del pueblo, luego fue trasladado con el mismo oficio a Tuxcacuesco, de ahí a Mascota y finalmente el 11 de diciembre de 1818 tomó posesión de la Parroquia de Sayula, ahí reparó el templo parroquial y el de San Roque. Su labor benemérita fue sintetizada así por el Libro de gobierno de Sayula:

Reparó la cañería que conducía el agua a la población y por último cedió a la fábrica de la parroquia $14,800.00 que se le debían […] puso en práctica que los domingos los niños visitaran a los presos; hizo el bien sin ostentación de ninguna especie; vivía como el más pobre de sus feligreses, comía frugalmente y todo lo que reunía de limosnas lo entregaba a los pobres.1

Y también administró el sacramento de la confirmación por mandato pontificio, ante la ausencia del obispo en la región.

El 2 de mayo de 1838 ingresó al Cabildo Eclesiástico como prebendado, por lo que regresó a Guadalajara. En el Seminario Conciliar impartió la cátedra de Teología Moral, cuya dotación cedió a la institución, y a partir del 25 de junio de 1841, al tomar posesión de la canonjía lectoral que había ganado por oposición, dio la cátedra de Teología Expositiva, la cual era concurrente con su nueva responsabilidad.

Sobre su estilo magisterial, Agustín Rivera recuerda:

Durante más de un año traté diariamente al señor Apodaca siendo canónigo, porque todos los días se sentaba un rato a la puerta de su cátedra [...] y platicaba con estudiantes de diversas edades y cátedras, de los cuales don Cesáreo L. González lo proveía diariamente de cigarrillos, pues ni esto tenía aquel hombre tan desprendido del dinero.2

El 29 de enero de 1843, a propuesta del gobierno de la república, el papa Gregorio XVI lo designó obispo de Linares y el 24 de septiembre inmediato recibió la consagración episcopal, sobre la cual escribe el citado Agustín Rivera: “Asistí de manto y beca como acólito a la consagración del señor Apodaca, quien cuando comenzó la ceremonia empezó a llorar, y el consagrante el señor [Diego] Aranda le dijo con voz fuerte: ‘¡Valor!, ¡Valor!’”.3

Un mes después de su consagración episcopal partió hacia Linares. El largo viaje de 250 leguas lo realizó a lomo de mula y acompañado sólo de un ayudante.

El 11 de enero de 1844 llegó a su sede episcopal y fue recibido por la población con grandes muestras de entusiasmo, a la cual correspondió sirviéndola con humildad, con el lema “todo para todos”.

Pero debido a las inclemencias del clima y a la austeridad de vida que practicaba, enfermó muy pronto de gravedad y falleció el 15 de julio inmediato, y fue inhumado en la Catedral.

En su honor se le cambió el nombre de la hacienda de San Francisco por el de Apodaca.

Juicios y testimonios

Juan Suárez y Navarro: “La vida del señor Apodaca es de aquellas que debía darse a conocer en todos sus pormenores, pues como se ve por los pequeños rasgos, que por su piedad y virtud han sido considerados por la Iglesia dignos de ser venerados en los altares. Dotado el señor Apodaca de un talento poco común, y profundamente instruido en las ciencias eclesiásticas, a cuyos estudios dedicaba siempre el tiempo que le dejaban libre sus altos deberes, sus producciones y escritos deben haber sido dignos de ocupar un lugar distinguido en las bibliotecas de todos los católicos. La serie casi innumerable de sermones que predicó en su larga carrera de cura, formarían probablemente un cuerpo de doctrina propio para la lectura de las familias; más hasta ahora permanecen inéditos, como ha sucedido con la mayor parte de las producciones de nuestros sabios”.


Referencias
  1. Libro de gobierno de Sayula, núm. 4, 1838, p. 11, cit. por Federico Munguía Cárdenas, Próceres y personajes ilustres de Sayula, Zapopan, El Colegio de Jalisco, 2012, p. 50. ↩︎

  2. Agustín Rivera y Sanromán, Los hijos de Jalisco, Guadalajara, Ed. Presidencia Municipal de Guadalajara, 1970, p. 15. ↩︎

  3. Ibid., pp. 15-16. ↩︎