Los universitarios entre el Instituto y la Universidad
Arce Rubio, Fortunato G.
En Valencia, España, nació el 14 de octubre de 1838. Fueron sus padres el español Pedro González de Arce y la mexicana Felipa Rubio. Con la expulsión de los españoles de México en 1829 –dada la nacionalidad de su padre–, la familia se vio obligada a irse a radicar a España, pero en cuanto les fue posible regresaron a México para establecerse en Guadalajara.
En el Seminario Conciliar de Guadalajara estudió Latín y el Curso de Artes de Filosofía.
En el Instituto de Ciencias del Estado de Jalisco hizo sus estudios de Medicina como consta en los siguientes registros: el 3 de noviembre de 1856 se matriculó en los cursos de Francés I y de Física, el 22 de octubre de 1857 se matriculó como primianista de Medicina y el 28 de octubre se inscribió al curso de Química.
Durante la Guerra de Reforma (1858-1860) suspendió sus estudios profesionales para alistarse en el ejército constitucionalista y estuvo bajo el mando de los generales Sóstenes Rocha y Pedro A. Galván, este último comandaba los Lanceros de Jalisco, donde Arce fue pagador y obtuvo el grado de capitán.
En cuanto le fue posible reanudó sus estudios. El 21 de octubre de 1861 se inscribió como tercianista de las cátedras de Medicina del Instituto de Ciencias del Estado; el 18 de octubre de 1862 se matriculó como cuartianista y debió nuevamente suspender la carrera por la intervención francesa, y finalmente el 13 de diciembre de 1865 obtuvo su título de doctor en Medicina y Cirugía. Ramiro Villaseñor 1 sostiene que recibió instrucción práctica del doctor Clement, quien vino con el emperador Maximiliano I y residió en Guadalajara.
Su actividad profesional se centró en dos grandes áreas: la de catedrático de la Escuela de Medicina de Guadalajara y la de médico y audaz cirujano.
Enrique González Martínez – su antiguo discípulo– escribió sobre él:
La figura más brillante e ilustre de nuestra escuela, era, sin disputa la del doctor don Fortunato G. Arce. Era lo que se llama un médico por los cuatro costados: médico por vocación, enamorado de todo lo que se refiere a la medicina y ciencias auxiliares. Frisaría entonces en los cincuenta y dos años; era bajito, rechoncho, moreno y calvo. Apenas entraba en el hospital [de Belén], dejaba el sombrero y se cubría el mondo cráneo con un birrete negro que no se quitaba hasta la salida del establecimiento. Era médico de gran clientela; curaba a todos los ricos de la ciudad, que lo explotaban miserablemente con igualas cuyo monto causaría ahora risa o indignación. A pesar de sus compromisos con las clases acomodadas, curaba en las casas de la clase media; asistía a los enfermos pobres y daba consultas gratuitas en su domicilio. Como si esto no fuera bastante, se pasaba las horas en el hospital, revelando con ello una capacidad de trabajo de que no he visto ejemplo semejante. Era, como digo, una eminencia, un sabio completo, un práctico de esos a quienes nada coge impreparados o desapercibidos. Clínico internista, su diagnóstico era de pasmosa seguridad, su terapéutica, personal y eficaz, apoyada en su larga experiencia. Sus clínicas, dadas con lenguaje sencillo, fácil y claro, nos interesaban hasta el grado de sentir pena cuando la lección terminaba. Era afable y cordial y despertaba admiración y confianza. Pero la parte culminante de sus actividades era la cirugía. No era solamente el operador para quien la técnica no tiene secretos; era el cirujano que sabe lo que debe hacer, que posee a la vez la audacia y la prudencia, la mano diestra que lo resuelve todo, lo previsto y lo inesperado [...] Cirujano de pura sangre, no había para él terreno desconocido ni rama de especialización ignorada. Lo mismo practicaba operaciones de cirugía general o de urgencia, que laparatomías, tallas perineales o hipogástricas, extracción de cataratas u operaciones obstétricas. No abundan, ni abundaban entonces, médicos de este tipo, a la vez concienzudos, sabios y enciclopédicos [...] Curioso de saber, estudioso hasta el desvelo, estaba siempre al día y mucho le debe la medicina de Guadalajara a través de sus numerosos discípulos. Aquella escuela habrá de levantarle un día un monumento. 2
En la Escuela de Medicina de Guadalajara fue catedrático de Clínica Externa, de Obstetricia y Medicina Operatoria, de Patología y Clínica de Niños y de Ginecología e integró la junta especial que presentó el plan de estudios para la cátedra de Obstetricia, la cual impartía los martes, jueves y sábados a las 8 de la mañana. En el Hospital de Belén fungió como jefe del Servicio de Cirugía.
Escribió numerosos trabajos sobre medicina y cirugía, destacándose un tratado sobre las funciones cerebrales que le publicó la Academia Nacional de Medicina de México, la cual, dadas las doctrinas novedosas que sustentó, dejaba la responsabilidad a su autor, pero años después los eminentes médicos europeos Louis y Valpain sostuvieron tesis muy similares a las suyas.
En 1822 publicó su Estudio sobre las heridas del corazón, en torno del cual Carlos Ramírez Esparza escribió:
En esta obra, don Fortunato Arce, sin tener nada: asepsia y antisepsia listeriana en los últimos años de su vida médica, sin antibióticos, sin sulfamidas, sin venoclisis, sin transfusiones, etc., sólo su hidalguía médica, su genio y sus manos, nos dejó un verdadero monumento de recursos clínicos, un apego fidelísimo a la vera de sus enfermos y un rigor científico que lo llevó a autopsiar a todos sus pacientes fallecidos, antes de que hubiera patólogos, antes que en otras áreas médicas se conociera la relación anatomoclínica, don Fortunato Arce fue un precursor en esta área [...] La forma como desarrolla su tratado es sólida; su audacia al tratar un área vedada por tradiciones negativas, la realiza sin alardes, con objetividad de hombre de ciencia. Para valorar esto, bástenos decir que en el Hospital de Belén se volvió a hablar del tema hasta fines de los años cuarenta de este siglo [xx]. 3
Las sociedades científicas y de beneficencia que integró fueron: las Lancasterianas, la Fraternal, Clases Productivas, Sociedad Médico Farmacéutica de Guadalajara; también fue miembro correspondiente de la Academia Nacional de Medicina de México, entre otras.
Su prestigio trascendió las fronteras nacionales de una forma un tanto fortuita, escribe el citado Ramiro Villaseñor:
Practicó también operaciones quirúrgicas reconocidas como notables, entre otras, una trepanación al joven Javier Corcuera, quien años más tarde, al fallecer en Berlín y al hacerle la autopsia, dejó al descubierto una placa metálica ‘incrustada en el cráneo perfectamente’ [la técnica entonces era desconocida en Europa], según opinaron los médicos alemanes, quiénes inmediatamente tomaron informes del autor de esa operación; y por este motivo y otros conexos, según se dice, fue impuesto su nombre a una calle del antiguo Berlín […] 4
En Guadalajara alcanzó celebridad la discusión que sostuvo el doctor Fortunato con el director del Hospital de Belén o cirujano mayor –como entonces se le decía– doctor Perfecto G. Bustamante, sobre la entrada en vigor de un perfeccionista reglamento, que a todo el personal médico le desagradó:
Ignoro por qué razón el señor Bustamante dio y tomó que don Fortunato era el dirigente de la oposición de su reglamento, y un día lo mandó llamar a la dirección, en donde pretendió echarle en cara aquella supuesta actitud de rebeldía, pero lo hizo con tal violencia y falta de comedimiento, que el doctor Arce a su vez se sublevó por el “atraco” de que era víctima y contestó la agresión, con lo que el despacho del cirujano mayor se convirtió en sala de maternidad en donde las señoras madres iban y venían de aquí para allá. Naturalmente que al siguiente día el doctor Arce no puso los pies en el Hospital, actitud que causó revuelo entre los médicos para quienes siempre fue un consejero y para los practicantes que veían en aquel sabio, un maestro insustituible. 5
La controversia concluyó con la diplomática intervención del gobernador del estado de Jalisco, Ramón Corona. Sin embargo, las circunstancias volvieron a enfrentar a los doctores Bustamante y Arce, ahora en ocasión del atentado a la vida del mencionado gobernador Ramón Corona, el 10 de noviembre de 1898. Al encontrar lesionado el intestino, el doctor Arce aconsejó practicar de inmediato una laparotomía:
[…] A lo que se opuso el señor Bustamante aseverando que esa intervención quirúrgica era todavía desconocida en Guadalajara y que no podía permitir se ensayara con el enfermo, una operación que sería de consecuencias fatales. –Yo ya he hecho esa intervención y con buenos resultados– repuso don Fortunato; cosa que era absolutamente cierta, pues desde mucho tiempo antes, con todo éxito, había hecho esa operación [...]. 6
Pero prevaleció la autoridad del doctor Bustamante, y el gobernador murió al día siguiente.
El 20 de julio de 1905, a la edad de 68 años “murió pobre con una fama envidiable, en medio del respeto general, tras de haber dado a la humanidad doliente su abnegación, su ciencia y su trabajo infatigable”. 7 Sus restos fueron inhumados en el Panteón de Belén, más tarde fueron exhumados para depositarlos en el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe.
Una calle de Guadalajara y otra de la capital del país llevan su nombre, y con motivo del 150 aniversario de su nacimiento, la Universidad de Guadalajara reeditó su estudio Las heridas del corazón.
Juicios y testimonios
Luis Farah Mata: “En los últimos decenios del siglo [xix], el médico más ilustre y destacado de la Escuela de Medicina fue el doctor don Fortunato G. Arce. Era un clínico consumado, desinteresado en absoluto, de cultura enciclopédica y de fácil palabra, por lo que dejó honda huella en sus numerosos discípulos”.
Enrique González Martínez: “No he conocido hombre más despreocupado, más sencillo y más desinteresado. Vestía descuidadamente; hacía sus visitas en un coche viejo y desvencijado, con maltrecha pintura negra y sin brillo como la de un pizarrón, y en ella sus hijos, que eran muchísimos, y todos inteligentes y endiablados, trazaban operaciones aritméticas, dibujaban muñecos grotescos o escribían palabras de esas que no siempre se encuentran en el diccionario, pero bien sabidas de todos. Al vehículo, sin importarle un ardite las ilustraciones, subía el doctor Arce y así llegaba al Hospital, donde no faltaba un fámulo compasivo que limpiara hasta donde era posible, aquellas inconveniencias”.
Carlos Ramírez Esparza: “Fue médico y amigo de los poderosos, de los gobernantes, de los políticos y de los ricos de su época, pero eso no le impidió preferir a los asilados del Hospital de Belén; pudiendo ser rico, quiso ser servidor público, educador, pionero de la enseñanza de la cirugía y la obstetricia y para integrar su reverberante personalidad, su pensamiento fue liberal, como lo fue su obra”.
Referencias
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Ramiro Villaseñor, Las calles históricas de Guadalajara, Guadalajara, Unidad Editorial del Gobierno del Estado de Jalisco, 1986-1988, tomo ii, p. 190. ↩︎
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Enrique González Martínez, El hombre del búho, Guadalajara, Departamento de Bellas Artes del Gobierno del Estado de Jalisco, 1973, pp. 69-70. ↩︎
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Fortunato Arce, Las heridas del corazón, Intr. de Carlos Ramírez Esparza, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 1988, s. p. ↩︎
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Villaseñor, Las calles históricas…, tomo ii, p. 190. ↩︎
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Benítez, op. cit., tomo iii, p. 194. ↩︎
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Ibid., p. 196. ↩︎
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González Martínez, op. cit., p. 70. ↩︎