Los primeros universitarios

Bustamante y Oseguera, José Anastasio

Nació en Jiquilpan, poblado del Reino de Michoacán, el 27 de junio de 1780. Fueron sus padres los señores José Ruiz de Bustamante y Francisca Oseguera, ambos criollos de modestos recursos económicos.

En Tamazula y en Zapotlán el Grande cursó sus primeras letras. A sus quince años se trasladó a Guadalajara para matricularse en el Seminario Conciliar, donde estudió Latín y el Curso de Artes, el cual concluyó en 1800.

El 14 de noviembre de 1801 ingresó a la Real Universidad de Guadalajara, inscribiéndose al primer curso de Medicina, el cual probó haber ganado el 4 de septiembre de 1802, tras haber asistido a las cátedras de Prima y de Vísperas de Medicina.

Sus estudios profesionales continuaron en la Real y Pontificia Universidad de México, terminó su carrera el 1° de octubre de 1806, y dio un examen muy brillante ante los miembros del Protomedicato de México.

En 1807, el Ayuntamiento de San Luis Potosí lo contrató para atender a los enfermos del Hospital de San Juan de Dios y de la Casa de las Recogidas, además de los reos. Su dedicación le fue reconocida al ser nombrado director del Hospital de San Juan de Dios.

En 1808 se integró al cuerpo de voluntarios de San Luis Potosí, y fue nombrado por el general Félix María Calleja, oficial del cuerpo de caballería y médico cirujano del Regimiento de San Luis. Luego participó en las batallas de Aculco, Guanajuato y de Puente de Calderón. También estuvo en el sitio de Cuautla, y recibió la comisión de perseguir al cura José María Morelos. Tras esta acción militar, se le trasladó a las fuerzas que militaban en los alrededores de la capital del Virreinato, y se le otorgó el rango de comandante del destacamento de Tlalnepantla. Y más tarde se le asignaron las regiones de Pachuca-Real del Monte y de los Llanos de Apanco.

En 1815 cubrió la retirada del realista José Barradas. En 1817, como dragón del Príncipe, combatió a los insurgentes Javier Mina y Pedro Moreno, y participó en las tomas de los fuertes del Sombrero y de los Remedios. Luego de ser herido en Comanja y en San Gregorio, fue ascendido de capitán graduado de teniente coronel al grado de coronel, y continuó en el ejército realista hasta 1821.

Se adhirió al Plan de Iguala de Agustín de Iturbide, el cual Bustamante proclamó el 18 de marzo de 1821 en la hacienda de Pantoja, del Valle de Santiago. Días más tarde logró la capitulación pacífica de la ciudad de Guanajuato, en la que entró triunfante; y de inmediato mandó retirar de la Alhóndiga de Granaditas las jaulas que contenían los cráneos de Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez.

En Acámbaro, Agustín de Iturbide lo nombró segundo jefe del movimiento independentista. Luego logró la rendición de Celaya, San Juan del Río y la muy importante de Querétaro. Enseguida participó en el asedio a la capital del Virreinato, y avanzó sobre Arroyo Zarco, donde fue atacado por las tropas realistas a las que derrotó, con lo que contribuyó muy determinantemente en la consumación de la independencia.

Nuevamente Iturbide lo designó miembro de la Junta Provisional Gubernativa, y como tal firmó el Acta de Independencia de México. También fue nombrado mariscal de campo y capitán general de las Provincias Internas de Oriente y Occidente.

Fue miembro de la comisión que instaló el Congreso Constituyente, y participó en la proclamación de Agustín de Iturbide como emperador de la América mexicana. En abril de 1822, por órdenes del emperador, sostuvo la batalla de Xichu en Milpa Alta, en la cual salió triunfante, y con lo que evitó el restablecimiento del régimen virreinal.

Luego de la abdicación del emperador Agustín I, apoyó al mariscal Luis Quintanar para que proclamara el federalismo en Jalisco, por lo cual se le confinó en Acapulco. El presidente de la república Guadalupe Victoria lo rehabilitó, y le volvió a dar el mando de las Provincias Internas, ya para entonces tenía el grado de general de división.

En diciembre de 1828, el Congreso Federal lo eligió vicepresidente de la república al lado del presidente Vicente Guerrero, contra quien se rebeló el 4 de diciembre de 1829, y finalmente logró derrocarlo.

El 1° de enero de 1830 asumió la presidencia de la república con carácter de interino, la cual ejerció hasta el 14 de agosto de 1832.

Durante su mandato presidencial saneó las finanzas públicas; expulsó del país al embajador de Estados Unidos Joel R. Poinsett; enfrentó el intento de reconquista española, que comandó el general Isidro Barradas, a quien derrotó; se fundó el Banco de Avío y se organizó el Archivo General –hoy de la Nación–, y se elevaron los territorios de Sinaloa y Sonora a la categoría de estados federales, entre otras acciones. Queda por resolverse la cuestión de si tuvo que ver, directa o indirectamente, en la muerte del general Vicente Guerrero; los historiadores, según sus tendencias ideológicas, lo absuelven o lo condenan.

Luego enfrentó la rebelión que encabezó el general Antonio López de Santa Anna, y mediante los Convenios de Zavaleta se le desterró en 1833. Al salir de México se estableció en Francia, donde se dedicó a visitar establecimientos militares y hospitalarios.

En diciembre de 1835, ante la guerra de Texas, el presidente José Justo Corro lo invitó a regresar a su país. Y el 17 de abril de 1837, el Congreso lo proclamó presidente de la república bajo el régimen centralista de la Constitución de Las Siete Leyes.

Su gestión presidencial duró hasta 1841, aunque con varias interrupciones, dado que tuvo que participar en varias campañas militares. Durante su segundo mandato presidencial acontecieron: de 1838 a 1839 la llamada Guerra de los Pasteles contra Francia; el general guatemalteco Miguel Gutiérrez invadió Chiapas; se firmaron tratados de cooperación con Baviera y Bélgica; se logró el reconocimiento de la independencia de México por la Santa Sede y España; y se restablecieron las relaciones diplomáticas con Estados Unidos.

El 22 de septiembre de 1841 entregó la presidencia de la república a Javier Echeverría, para ir a combatir a Santa Anna, y nuevamente salió desterrado a Europa, donde permaneció cerca de cinco años.

Ante la crisis militar con Estados Unidos, regresó a México a mediados de 1845. Fue electo diputado y presidente del Congreso, en cuyo carácter exhortó a todos los mexicanos a realizar la defensa del territorio nacional, ante la invasión norteamericana: “La sangre mexicana –dijo– ha comenzado a verterse en una guerra inicua de parte del que la ha provocado, y los valientes que han muerto por la patria, nos enseñan que nada vale la vida si no se sigue el ejemplo que nos han dado los varones esclarecidos de Dolores e Iguala [...]”.1

Fue nombrado general de la expedición que debería cuidar las Californias, pero ante la falta de recursos se vio obligado a retroceder a Guadalajara.

De 1847 a 1852 colaboró en la pacificación del país en Aguascalientes, Guanajuato y la Sierra Gorda.

Finalmente se retiró a residir en San Miguel Allende, donde falleció el 6 de febrero de 1853. Sus restos fueron inhumados en la cripta parroquial del lugar, y “su corazón fue trasladado, como él lo pidió en su testamento, a la capilla de San Felipe de Jesús [de la Catedral] de México, para que reposara al lado de los restos de Agustín de Iturbide, a quien tanto admiró”.2

El gobierno decretó una semana de luto nacional, y en Guadalajara una calle lleva su nombre.

Juicios y testimonios

Socorro Bonilla Rocha: “La vida de este ilustre mexicano, médico de profesión, pero militar y político por vocación, estuvo sujeto siempre a los cambios que experimentaba el país [...] Así, Bustamante cambiaba al mismo tiempo que su patria se iba definiendo; primero fue realista, luego imperialista y por último, republicano convencido. Pero por encima de todo fue un patriota que sirvió a su país en tiempos críticos y desesperados. Eso es lo que cuenta y por ello ocupa un lugar destacado en nuestra historia”.


Madame Calderón de la Barca: “Parece un buen hombre, de rostro benévolo y decente. No puede haber mayor contraste, tanto en la apariencia como en la realidad, que el que existe entre Bustamante y [López de] Santa Anna. No hay esa mirada maliciosa en él, sino que todo es abierto y franco sin reserva […] los que conocen mejor a Bustamante, aun aquellos que le reprochan más su falta de decisión y energía, están de acuerdo en un punto, y es que los verdaderos motivos de su conducta se hallan en su constante y sincero deseo de ahorrar vidas humanas”.


Lorenzo de Zavala: “Los coroneles don Anastasio Bustamante, don Miguel Barragán, don Manuel Gómez Pedraza, don Luis Cortazar, don Agustín de Iturbide... todos hijos del país y alucinados por la causa del rey, como ellos la denominaban, eran las verdaderas columnas del poder español. Su crédito mantenía a los soldados mexicanos en sus filas; peleaban bajo sus órdenes y hacían prodigios de valor contra sus hermanos y los intereses de su patria. No es creíble que estos oficiales mexicanos estuvieran ilustrados sobre los principios de su conducta; una educación puramente militar, lecciones de obediencia pasiva, ausencia de todos los conocimientos sociales, preocupaciones de religión, intereses de familia, hábitos inventados, eran vínculos que no podían romper, obstáculos insuperables. Así se puede explicar aquella obstinación ciega en pelear muchas veces contra sus hermanos, padres y deudos; aquella tenacidad en sostener los derechos de los que oprimían su patria y trataban a sus conciudadanos como esclavos [...] Luego veremos a estos mismos hombres entrar en una carrera más noble, llevando siempre consigo una gran parte de su preocupaciones y sus hábitos; pero dando una dirección opuesta, a su influencia, a su valor y a sus ideas”.


Referencias
  1. Socorro Bonilla Rocha, Anastasio Bustamante, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1987, p. 32. ↩︎

  2. Ibid., pp. 32-34. ↩︎