Los primeros universitarios

Cañedo y Zamorano, Juan de Dios

Nació en la hacienda del Cabezón, del Reino de la Nueva Galicia, el 17 de enero de 1786.

Fueron sus padres los señores Manuel José Calíxto Cañedo y Jiménez Alcaráz y María Antonia Zamorano de la Vega y Valdés. Su padre había obtenido su fortuna de la explotación de minas en Sinaloa, y adquirió en la Nueva Galicia tres haciendas y una residencia en Guadalajara, constituyendo sus propiedades en mayorazgo. Así, Juan de Dios nació en el clímax del éxito económico de su familia.

Al fallecer su padre en 1793, en vez de dedicarse a la administración de su gran fortuna, ingresó al Seminario Conciliar de Guadalajara, en el cual fueron sus maestros –entre otros– los doctores José de Jesús Huerta y Francisco Severo Maldonado. Su generación se distinguió por haber dado frutos muy destacados, entre ellos dos presidentes de la república y el erudito fray Francisco Frejes, y él recibió la distinción de regente.

Ingresó a la Real Universidad de Guadalajara, donde el 9 de noviembre de 1801 obtuvo el grado de bachiller en Artes; el 14 del mismo mes se matriculó en el primer curso de Leyes, el cual probó haber ganado el 24 de julio de 1802; se matriculó al segundo curso el 18 de octubre del mismo año, el cual probó haberlo ganado el 19 de julio de 1803; pasó al tercer curso el 19 de octubre del mismo año, el cual probó haberlo ganado el 17 de julio de 1804; y finalmente se matriculó al cuarto curso el 19 de octubre del mismo año, el cual aprobó en junio de 1805.

Tras presentar sus exámenes, el 18 de octubre de 1809, la Real Audiencia de Guadalajara le confirió el título de abogado.

Por esos años escribió su Compendio de la Historia de Roma, sobre el cual Francisco Sosa comenta: “Fue recibido con grande estimación, mereciendo especiales elogios el discurso preliminar que revelaba la profundidad de los conocimientos y el claro talento del joven autor”.1

En sus primeros años como profesionista fungió como abogado de la Real Audiencia de Guadalajara, y como tal presidió la comisión que a nombre de la ciudad recibió en enero de 1811 al general Félix María Calleja, tras la derrota insurgente:

Cuenta Pérez Verdía que Cañedo empezó su alocución diciendo: ¡Excelentísimo señor, el Gobierno de Guadalajara...! siendo entonces interrumpido agriamente por Calleja, quien le respondió: ¡Ni soy excelentísimo, ni en Guadalajara hay gobierno! Con lo cual quedó confundido el novel orador.2

Apostilla Ramiro Villaseñor: “No es de extrañar la actitud de ese individuo [Calleja], que sin duda sabía ya que dos hermanos del que lo recibía, habían ayudado a la rebelión, uno con su riqueza y otro con su sangre”.3

Siguió en el ejercicio de la abogacía, y de 1812 a 1813 fue defensor de presos y depositario de las penas de cámara. Probablemente ante los enredos políticos de su familia, pasó a residir a España, y una vez restaurado el régimen constitucional de la monarquía, el 9 de julio de 1820 se decidió que dada la imposibilidad de trasladar de inmediato a los diputados propietarios a Madrid, actuarían los suplentes residentes en Madrid, por lo que actuó como legislador.

Sus intervenciones en las Cortes fueron muy apreciadas. Se distinguió en la defensa de los derechos de los reinos y provincias iberoamericanas, al oponerse a la reducción de la representación de ultramar, luchó porque ésta estuviera en igualdad de condiciones a la peninsular, sostenía la “igualdad absoluta con los peninsulares o separación eterna de la España”, en su “Manifiesto de los americanos que residen en Madrid a las naciones de Europa, y principalmente a la de España, demostrando las razones legales que tienen para no concurrir el día 28 de mayo a elegir diputados que representen los pueblos ultramarinos donde nacieron”.

Durante su estancia en Madrid tradujo el Compendio histórico del Derecho Romano de Dupin. En marzo de 1821 la Provincia de Guadalajara lo eligió diputado a las Cortes para el periodo 1822-1823, pero la independencia de México dejó sin efecto su nombramiento.

Al regresar a su patria fue un entusiasta partidario del emperador Agustín I. En la ceremonia de coronación formó parte de las tres comisiones que debían escoltar al monarca del Palacio a la Catedral Metropolitana, recibir a la emperatriz y del ofrecimiento de ofrendas. Y al abandonar el emperador el constitucionalismo, se le opuso.

Fue electo diputado por Jalisco al Congreso Constituyente de 1823-1824. Se distinguió como un orador insigne, con la ideología de un aristócrata liberal.

El 1° de septiembre de 1824 fue electo senador por Jalisco, desempeñándose como tal hasta 1826. Según Lorenzo de Zavala, trató de

conseguir una ley que proscribiese con penas graves las sociedades secretas masónicas [...] En el fondo tenía razón, y muchos de los iniciados en los clubes pensaban como él, pero temían que se abusase de la credulidad de los unos para hacer triunfar a los otros. Cañedo obraba en esto de buena fe [...]4

En 1827 fue electo diputado federal, y se opuso a la ley que expulsaba a los españoles del territorio mexicano.

El 8 de marzo de 1828 el presidente Guadalupe Victoria lo nombró secretario de Relaciones Interiores y Exteriores; como tal, afrontó la expulsión de los españoles, vigilando que los gobernadores de los estados actuaran adecuadamente; a pesar de su oposición a tal medida, el 7 de mayo envió la iniciativa de ley a la Cámara de Diputados para declarar fuera de la ley a los españoles que regresaran a México.

Tras haber apoyado la candidatura presidencial de Manuel Gómez Pedraza, y con el triunfo del Motín de la Acordada que llevó al poder a los masones de rito yorkino con Vicente Guerrero, renunció a la Secretaría de Relaciones Interiores y Exteriores.

Fue nuevamente electo diputado federal por su estado natal en 1831. Se opuso a que la Cámara le otorgara una espada de honor al general Nicolás Bravo, por haber derrotado las tropas de Vicente Guerrero. El 18 de enero de 1832 causó conmoción su discurso, en el cual cuestionó la legitimidad del gobierno de Anastasio Bustamante y defendió la validez de la elección de Gómez Pedraza, lo cual tuvo tal repercusión al grado de que Carlos María Bustamante consideró que sus discursos eran verdaderamente insufribles.

Para evitar mayores problemas el secretario de Relaciones Exteriores, Lucas Alamán, maniobró para que el 3 de junio de 1832 fuera designado ministro plenipotenciario y enviado extraordinario a las repúblicas del Perú, Chile, Argentina, Bolivia y Paraguay, y al imperio del Brasil. Al día siguiente Cañedo aceptó el cargo, se desconoce si de manera voluntaria.

Para llegar a su misión, el 25 de julio se embarcó en Veracruz, vía Estados Unidos, Panamá, Jamaica y, finalmente, arribó en abril de 1832 a Lima, y presentó sus cartas credenciales al presidente de Perú el 21 de mayo.

Para el 7 de octubre se acreditó como embajador ante el presidente de Chile, Joaquín Prieto. Luego regresó a Lima, donde suscribió un tratado de amistad, comercio y navegación entre Perú y México. También promovió la celebración de una reunión de plenipotenciarios latinoamericanos, para estudiar la problemática de sus países y los medios de soluciones regionales.

Para 1833 nuevamente estuvo en Chile, desde donde escribió el 23 de septiembre una carta a los ministros de Relaciones Exteriores de Argentina y Brasil, comunicándoles el deseo de encontrar la cooperación entre sus naciones e invitándolos a que enviaran agentes diplomáticos a Valparaíso, para discutir futuros tratados, ya que por enfermedad él no podía trasladarse a sus respectivas capitales. Su invitación no fue atendida. Si bien él argumentaba motivos de salud para no trasladarse a las otras capitales iberoamericanas, más bien era la falta de dinero que no recibía de su gobierno, dado que él sostuvo la legación mexicana por más de cuatro años, con sus propios recursos y con préstamos de empresarios de Lima.

Con la instauración del sistema centralista en México, el 27 de octubre de 1835 se decretó el retiro del ministro plenipotenciario, empero, por falta de dinero no pudo regresar a su patria y se vio obligado a permanecer en Lima durante 1836. Ante la incapacidad financiera del gobierno, el 30 de enero de 1837 lo ratificaron en sus cargos. No fue sino hacia mediados de dicho año cuando se le enviaron 5,000 pesos para su regreso, mismos que, dadas las pésimas comunicaciones de entonces, no le llegaron sino hasta enero de 1839. Finalmente el 11 de febrero arribó a Acapulco.

El 23 de abril de 1839 el presidente Antonio López de Santa Anna lo nombró secretario del Interior, ocupando el cargo hasta el 18 de mayo del mismo año. El 27 de julio de 1839 el presidente Bustamante lo designó secretario de Relaciones Exteriores, como tal trabajó en la celebración de tratados diplomáticos con Ecuador, Baviera, Bélgica y la Confederación Helvética.

Del 13 de enero al 9 de febrero, y del 4 de agosto al 14 de septiembre de 1840, suplió las vacantes del secretario del Interior, sin dejar el Ministerio de Relaciones Exteriores. Firmó una iniciativa que reducía la libertad de prensa, y enfrentó una rebelión armada contra el gobierno.

Fue designado presidente del Ayuntamiento de la Ciudad de México, y el 26 de octubre de 1844 el secretario de Relaciones Exteriores le comunicó que se le nombraba ministro plenipotenciario ante la Santa Sede, pero la destitución del presidente Santa Anna dejó sin efecto su nombramiento.

Con el fin de seguir la formación de sus hijos que estudiaban en Filadelfia, en 1845 viajó a Estados Unidos y más tarde a Francia. El 20 de octubre de 1846 el encargado del Ejecutivo, Mariano Salas, lo nombró ministro plenipotenciario y lo envió al Reino Unido e Irlanda, pero él pidió continuar en Francia, disfrutando de su pensión diplomática. El 27 de marzo de 1847 recibió el nombramiento de ministro plenipotenciario y enviado extraordinario ante la Corte de Francia.

Tras cuatro años de ausencia, regresó a México, y fue electo diputado por Jalisco en 1850, y se opuso a la candidatura presidencial del general Mariano Arista.

El 28 de marzo del citado 1850 fue asesinado en el Hotel La Gran Sociedad. Según escribe Alberto Santoscoy: “Mostrándose tan feroces los autores del crimen que le infirieron a su víctima, no menos de treinta y una puñaladas, las más de las cuales rompieron el hueso que tocaron”.5

El móvil del crimen quedó oculto, la policía dijo que fue por robarlo, pero el periódico El Universal lo atribuyó a su oposición al general Arista.

El Congreso de la Unión decretó nueve días de luto nacional. Sus restos fueron sepultados en el cementerio de San Diego en la capital del país, hasta que en 1894 fueron trasladados al cementerio de Santa Paula de Belén, en Guadalajara.

Escribió: Manifiesto a la Nación Española, sobre la representación de las Provincias de Ultramar en las próximas Cortes (1820); Papel que la Diputación Mexicana dirige al excelentísimo señor secretario de Estado y del Despacho de Guerra (1821); Acusación contra el ex ministro de Relaciones don Lucas Alamán, ante el Senado por notorias infracciones de la Constitución Federal (1825); Examen de las facultades de Gobierno sobre el destierro de los extranjeros (1826); Discurso en el Senado por el C. Cañedo en la sesión del 24 de abril, contra el proyecto de ley que presentó el C. Cevallos, para la extinción de las Juntas Secretas (1826); Memorias de Relaciones (1829); Discurso que pronunció en el solemne aniversario del glorioso Grito de Dolores (1829); Tratado de la amistad, comercio y navegación entre los Estados Unidos Mexicanos y la República de Chile (1833); y Memoria de Relaciones (1844).

Juicios y testimonios

Lorenzo Bazo, ministro de Relaciones Exteriores de Perú: “La separación del excelentísimo señor Cañedo, ha sido sensible no sólo al Gobierno, sino también al público por los talentos y la política franca que ha desplegado en el desempeño de sus altas funciones, y además por las virtudes sociales que ha mostrado en su conducta privada, mereciendo por esto la benevolencia de las administraciones que se han sucedido y el más distinguido aprecio de todas las clases de la sociedad”.


Jaime Olveda: “Cañedo ha sido identificado como un político circunspecto que no se identificó ni con los escoceses, por ser demasiado conservadores, ni con los yorkinos, por ser bastante radicales en algunos aspectos. En ocasiones dio la impresión de comulgar más bien con estos últimos, pero sin apegarse demasiado a ellos. Independientemente de su filiación, el hecho es que Cañedo fue sin lugar a dudas uno de los políticos más sobresalientes de su época y uno de los pocos que conservaron la misma línea ideológica”.


Guillermo Prieto: “Era un hombre de unos sesenta y cuatro años, lampiño y de cutis como de porcelana; era delgado y pequeño, de mirada penetrante y de cierta malicia burlona en la fisonomía [...] escribió sobre la historia de Roma, con erudición vastísima; brilló en el foro; en las Cortes españolas se señaló entre los oradores más eminentes... El foro, la tribuna, la prensa fueron los órganos admirables de sus talentos admirables; fue honra de las letras, se sirvió de la diplomacia para honra de su país y en las crisis difíciles su valor civil mantenía la entereza del gobierno [...] La fama de los chistes de Cañedo levantaron en torno a su nombre gran popularidad, robaron mucho a su reputación merecida como sabio jurisconsulto, orador eminente y escritor galano y correcto. Esta es la suerte reservada a hombres que tienen la unción de la gracia; así sucedió a [Francisco de] Quevedo en España [...]”.


Referencias
  1. Francisco Sosa, Mexicanos distinguidos, México, Porrúa, 1985, p. 122. ↩︎

  2. Ramiro Villaseñor y Villaseñor, Los primeros federalistas de Jalisco 1821-1834, Guadalajara, Unidad Editorial del Gobierno del Estado de Jalisco, 1981, p. 36. ↩︎

  3. Idem↩︎

  4. Alberto Santoscoy. D. Juan de Dios Cañedo. Insigne orador y diplomático en Obras completas, tomo II, Guadalajara, Ed. Unidad Editorial del Gobierno del Estado de Jalisco, 1986, p. 51. ↩︎

  5. Ibid., p. 56. ↩︎