Los primeros universitarios
Cano Noreña, José María
Nació en Guadalajara, capital de la Intendencia del mismo nombre, en noviembre de 1787. Sus padres fueron los señores Lorenzo Cano y Josefa Noreña.
En el Seminario Conciliar de San José estudió Latín y el Curso de Artes, al término del cual obtuvo el grado menor de bachiller.
En la Real Universidad de Guadalajara realizó sus estudios profesionales. El 7 de septiembre de 1807 probó haber ganado su primer curso de Medicina; el 28 de 1808, el segundo curso; el 3 de agosto de 1809, el tercero; y el 29 de junio de 1810, el cuarto, tras el cual solicitó los grados mayores.
En 1812, ante la epidemia que afectó a Guadalajara, fue habilitado para ejercer la medicina, aún antes de estar graduado.
El 3 de octubre de 1815, los doctores José Ignacio Otero y José Domingo Cumplido, y el maestro en Artes Juan Nepomuceno Cumplido, atestiguaron conocerlo desde hace varios años, que era español, limpio de mala raza, que ni él ni sus ascendientes eran penitenciados del Santo Oficio, que no fue traidor a la Real Corona y que tenía libros propios de Medicina. El 15 presentó acto de repetición, y tras su disertación latina contestó las réplicas del doctor José María Ilisaliturri y de los bachilleres Gutiérrez y Bustamante; el 16 el cancelario doctor José María Gómez y Villaseñor publicó un edicto, comunicando que pretendía el grado de licenciado, por si alguien con mayor antigüedad quisiera usar el derecho de preferencia; del cual pretendió usar el bachiller José María Gómez de Portugal, y se le comunicó que debería depositar inmediatamente las propinas del grado, como en efecto lo hizo; pero el bachiller Cano demostró que era el más antiguo y la confusión se debía a la ausencia de replicantes de examen y a la enfermedad del cancelario, que no le asignó el día dentro del plazo de diez días que marcan las constituciones.
El 28 de noviembre, tras la misa del Espíritu Santo, se le asignaron los puntos de examen; el 29 leyó durante una hora y cuarto su exposición y contestó las réplicas de los cuatro doctores menos antiguos, siendo aprobado nemine discrepante; al día siguiente recibió el grado mayor de licenciado en Medicina, fue su padrino el presidente de la Real Audiencia, general José de la Cruz. Y finalmente, el 24 de diciembre, tras disputar la cuestión doctoral, recibió las insignias y el grado de doctor en Medicina.
El Protomedicato de la Ciudad de México le otorgó el título de profesor en Medicina el 28 de marzo de 1817.
En 1819 restauró el fluido de la vacuna antiviruela en Guadalajara, que había sido introducida por el obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas. El procedimiento era inocular a un niño con pus encontrada en la pústula que se formaba en otro niño vacunado o en uno infectado, o en las lesiones que se formaban en las ubres de las vacas. Se cuidaba al niño inoculado y se le transportaba al lugar donde se iba a vacunar; posteriormente se inoculaba a otro y así sucesivamente, se debía conservar la vacuna siempre disponible para aplicarla. Y en 1822, el Ayuntamiento de Guadalajara,
al comisionar al regidor Figueroa como encargado de la vacunación había hecho a un lado a una de las personas más comprometidas en esta tarea: al doctor Cano. El Ayuntamiento al dirigirse a don Victoriano Guerrero, administrador del Hospital, y no al médico titular del mismo, y al encargar de la campaña al doctor Figueroa, agravió al doctor Cano. No sabemos quién le hizo grilla al connotado médico; incluso fue acusado por el Ayuntamiento de negarse a colaborar.1
En su defensa argumentó:
A fines del año de mil ochocientos diecinueve, tuve la satisfacción de a costa de muchos sacrificios restaurar la vacuna que estaba perdida en esta capital, sin otro objeto que el bien general del pueblo ¿y podré negarme a suministrar en la Universidad [centro de vacunación] como pretende esa Ilustre Corporación con ese mismo fin? [...]2
Finalmente, el Ayuntamiento de Guadalajara rectificó y le encomendó la aplicación de la vacuna.
Pero ahí no terminaron sus vicisitudes, tuvo que afrontar las campañas antivacuna que se daban por la ignorancia y los temores infundados de la gente, lo que volvió a poner en peligro el fluido de la vacuna, ya que los padres de los niños recibían a los policías “puñal en mano”, para evitar que fueran inoculados para la conservación del fluido, por lo que
[…] el doctor Cano, sugería que el dinero que se gastaba en pagar el alquiler de los coches en que se transportaba a los niños depositarios de la vacuna, a la Universidad se empleara en dar una gratificación a las madres [...] preocupado por extender los beneficios de la vacuna en los pueblos de la Provincia de Guadalajara, hacía saber a las autoridades de la necesidad de autorizar a un pasante al que se le gratificara del Fondo de Propios del Ayuntamiento, con un real por cada niño vacunado.3
Para 1821 ya había sido nombrado regidor del Ayuntamiento, y miembro de la Junta Patriótica, además ejercía como médico del Hospital de Belén.
En 1824, ante la aparición de la fiebre en San Juan de Ocotán, integró la Junta de Sanidad. Por estos años se presentó una epidemia de tuberculosis, ante la cual identificó de inmediato a la miseria como una de sus causas desencadenantes, al señalar que se dejaba ver “[…] sólo en los petates de los miserables y muy poco o nada entre la lana y la pluma de los medianos y de los poderosos [...]”.4
En l827 fue designado catedrático de Fisiología, Patología, Higiene y Medicina Legal, en el Instituto de Ciencias del Estado; en 1839 atendió la cátedra de Fisiología, Higiene y Medicina Legal, en la Universidad Nacional de Guadalajara, en calidad de propietario, y participó muy activamente en los claustros universitarios.
Afectado por una aneurosis y en peligro de perder la vista, solicitó su jubilación al Congreso del Estado de Jalisco, la cual le fue concedida el 28 de enero de 1840.
Falleció en Guadalajara el 27 de septiembre de 1848.
Juicios y testimonios
Gabriel Agraz García de Alba: “Fue el primero, en su ciudad natal de imprimir a los procedimientos quirúrgicos un matiz científico y por el año de 1831, el más destacado cirujano que realizó amputaciones, desarticulaciones, etc.”.
Raúl López Almaraz: “La memoria del doctor Cano ya goza, desde hace mucho tiempo, de un lugar destacado en la historia de la medicina jalisciense”.
Agustín Rivera y Sanromán: Lo considera junto con sus compañeros de estudios, como “Hijos del Galeno y del pseudo escolasticismo y –citando al doctor Manuel Domínguez– unos grandes ignorantes”.