Los universitarios sin universidad

Correa Olavarrieta, Eduardo José

Nació en Aguascalientes, Aguascalientes, el 19 de noviembre de 1874. Fueron sus padres los señores María de Jesús Olavarrieta y Salvador E. Correa.

En un colegio católico cursó la primaria, y los estudios secundarios en el Seminario Conciliar de Santa María de Guadalupe, ambos en su ciudad natal.

En 1891 llegó a Guadalajara, hospedándose en la casa de su tío Mariano Correa, padre del futuro canónigo Antonio Correa, uno de los grandes impulsores del catolicismo social de los años venideros. Se matriculó en la Escuela de Jurisprudencia y recibió su título de abogado en 1894.

Al parecer continuó residiendo en Guadalajara, y trabajó como abogado postulante. A su regreso a su ciudad natal fue secretario del Supremo Tribunal del Estado de Aguascalientes y agente del ministerio público y abogado litigante. A principios del siglo xx, junto con otros católicos, fundó la Escuela Libre Preparatoria, Comercial y Profesional, que tuvo un éxito inmediato, pero que no logró el reconocimiento del gobierno, por lo que se extinguió.

La vida del abogado Correa puede compendiarse en los siguientes aspectos: el periodista y el hombre de letras, el militante político y el abogado postulante.

Se inició en el periodismo en Guadalajara, y aún como estudiante editó las revistas El Iris y La Juventud; en 1912 editó el semanario Pluma y lápiz, luego El Regional. En Aguascalientes fundó El Horizonte con el Dr. Atl (Gerardo Murillo), considerado el primer diario de la localidad. Y con su gran amigo Ramón López Velarde editó desde 1900 El Observador, en el cual

Correa sostenía las causas apropiadas para un combativo católico de la clase media del centro del país: redactaba enérgicos editoriales contra el positivismo oficial, defendía el papel de la Iglesia como educadora y formadora de la nacionalidad, criticaba los planes escolares oficiales de estudio, difundía conciencia social católica, atacaba el vicio y el juego, polemizaba con las autoridades, ponía a juicio las disposiciones legales que consideraba incorrectas y denunciaba triquiñuelas e ineptitudes de funcionarios (el gobernador Vázquez del Mercado lo aborrecía por todo esto).1

Pero además –como lo señaló el historiador Jesús Gómez Serrano– lo hacía conjuntando “espíritu de independencia y buen gusto”.2

También en Aguascalientes en 1904 publicó la revista La Provincia; en la capital del país fundó y editó La Nación, órgano de difusión del Partido Católico Nacional, y finalmente publicó El Hogar y La Bohemia.

Ya retirado de las actividades políticas, publicó sus artículos en los periódicos Excélsior de la Ciudad de México, el Diario de Yucatán y El Porvenir de Monterrey.

Se destacó también como hombre de letras, escribió 24 libros de muy diversos géneros, miles de artículos periodísticos y dejó varios trabajos inéditos. Algunos de sus títulos fueron: Líquenes (1906); Oropeles (1907); En la paz de otoño y Miosotic (1909), los cuatro anteriores son poemarios. Luego siguen sus novelas: El precio de la dicha (1929); Las almas solas (entre 1930 y 1940); La sombra de un prestigio (1931); El dolor de ser máquina, Los modernos, La reconquista y La comunista de los ojos cafés (1933); El milagro de milagros (1935); Un viaje a las Termopilas (1936); Los impostores, Novela que tal vez pueda ser historia (1938); y Dolor dulce maestro..., publicada en 1948 por la Editorial Botas, considerada por Wolfgang Vogt como “una de las más importantes del país en los años treinta”. 3

Sus obras de tema histórico fueron: Pascual Díaz, S. J., el arzobispo mártir (1945); Monseñor Rafael Guízar y Valencia, el obispo santo 1878-1938 (1951); Biografías. Miguel M. de la Mora, obispo de Zacatecas y de San Luis 14-viii-1874/14-vii-1930. José de Jesús López, obispo de Aguascalientes 16-x-1872/11-ii-1950 (1952). Asimismo, su autobiografía, que continúa inédita, y su obra actualmente más conocida: El Partido Católico Nacional y sus directores. Explicación de su fracaso y deslinde de responsabilidades, escrita en 1914 y publicada en forma póstuma en 1991 por el Fondo de Cultura Económica y con un prólogo de Jean Meyer.

Como intelectual católico y militante político de filiación maderista, el 3 de mayo de 1911 participó en la fundación del Partido Católico Nacional, el cual tenía como lema “Dios, Patria y Libertad”. Promovió la candidatura al gobierno del estado de Jalisco de José López Portillo y Rojas, y fue electo diputado federal por el primer distrito de Aguascalientes; en la contienda electoral derrotó nada menos que al subsecretario de Instrucción Pública, Alberto J. Pani.

Ante el derrocamiento y ejecución del presidente Francisco Ignacio Madero, durante la Decena Trágica de 1913, se vio obligado a huir a Querétaro. Nuevamente en la Ciudad de México se opuso a dar la versión oficial sobre el asesinato de Madero, por lo cual fue cesado de la dirección del periódico La Nación. Sobre la situación política que se vivió durante el régimen de Victoriano Huerta, escribió:

No recuerdo haber sentido nunca la depresión moral que entonces, al contemplar que acontecimiento tan repugnante, crimen político tan horrendo, producía júbilo entre los que podía llamarse clase directora, pues por cada voz trémula de ira que lo condenaba, había cien que o lo sancionaban abiertamente, o lo aceptaban como necesidad ineludible, Parecía que en los corazones había muerto la hidalguía y la piedad, que los cerebros habían enloquecido.4

En las elecciones controladas por el régimen de Victoriano Huerta –en octubre de 1913– ganó el 6º distrito electoral con territorio en Los Altos de Jalisco; sin embargo se declaró electo en su lugar a Juan José Tablada, y en las elecciones en Aguascalientes triunfó aun con los votos en contra de la guarnición militar.

Se negó a que el Partido Católico Nacional sirviera de comparsa a Huerta, por lo que se vio obligado a

[...] rendir la protesta días después [del inicio de sesiones de la Cámara de diputados] experimentando, a pesar de que llevaba una representación popular genuina e indiscutible, una de las penas más grandes de mi vida al entrar en aquella asamblea de lacayos, como la calificó el licenciado De la Hoz. Mi repugnancia era tal, que raras ocasiones me presenté en la Cámara, no habiendo ido en el primer periodo sino a votar contra el dictamen que aprobó el uso que Huerta hizo de las facultades que se abrogó al disolver el Congreso y legitimaba el golpe de Estado, siendo mi ‘no’ el primero que se escuchó en la Asamblea [...] 5

Vigilado y acosado por el régimen de Huerta, siguió la suerte del Partido Católico. Luego presenció el triunfo de los constitucionalistas y avizoró los problemas inmediatos de los católicos, sobre lo cual escribió:

La revolución va a triunfar, el Partido [Católico] está condenado a muerte y contra la Iglesia y los creyentes se desata la persecución sin nombre. ¿No corresponderá en esta situación gran parte de responsabilidad al Partido que por apatía o torpeza no supo llenar su misión, cuando por el nombre que ostenta sabía que en su desastre arrastraría a la Iglesia Católica en Méjico, a sus ministros y a los cristianos en general?6

Siguió los sobresaltos de la violencia revolucionaria y de la Cristiada, y apartado de toda actividad política se dedicó al ejercicio de la abogacía desde 1912 en la Ciudad de México, asociado con los licenciados Aniceto Lomelí y Rafael Ceniceros y Villarreal, que al igual que él se encontraban en una situación económica muy precaria. La sociedad duró poco tiempo, pero fue la oportunidad para que trabajara con los Braniff y luego con Hervey A. Basham, hasta fundar la firma de abogados Basham-Ringe-Correa, con la cual litigó con prestigio reconocido por más de veinte años.

Toda su vida fue un ferviente católico. En su autobiografía inédita consideró como una de sus mayores satisfacciones profesionales

[...] la confianza que me dispensó don Pascual Díaz, S. J., cuando al asumir el Arzobispado de Méjico puso bajo mi cuidado los intereses de la Iglesia, sumamente comprometidos por la persecución religiosa, pues tuve la suerte de salvarlos todos mediante una organización que me fue muy censurada por todos los que antes habían tenido influencia en esos asuntos y se habían aprovechado de ella para aumentar sus fortunas o para hacerlas. Igualmente salvé los de algunas comunidades, sin que en ningún caso haya pretendido cobrar honorarios, y únicamente los miembros del Oratorio de San Felipe Neri me mostraron su agradecimiento con un obsequio que nos hicieron a mi señora y a mí. También una comunidad de religiosas nos mostró su gratitud en diversas formas.7

Falleció en la Ciudad de México el 3 de junio de 1964. En 1965 se le dio su nombre a una calle de su ciudad natal.

Juicios y testimonios

Antonio Correa: “De costumbres severas y cristianas, a la par que estudioso y gozando de una memoria feliz”.


Xorge del Campo: “Tanto su único libro de cuentos (Prosas ingenuas) como sus trece novelas se ubican en su contexto prerrevolucionario, revolucionario y posrevolucionario. Por tanto, lo mismo se ocupan del acontecer político, los problemas agrarios, la Revolución o el movimiento cristero, o bien, las lacras sociales. La mayoría de sus obras narrativas son costumbristas y, con frecuencia farragosas. Es notable en ellas su anticomunismo. Antes que como arte, deben verse como testimonios históricos y sociales de las primeras décadas del siglo xx”.


Ramón López Velarde: “El literato sancionado del lugar” [Aguascalientes].


Jean Meyer: “Fue abogado postulante toda la vida y figura de primer orden en el foro capitalino. Poeta, periodista, escritor, padre de numerosos hijos, tuvo una vida muy activa. [...] Maderista como su amigo católico Ramón López Velarde y como Silvestre Terrazas, le indignó la felonía de Huerta y con Mauricio Villalobos le dijo a Somellera, uno de los directores del pcn que celebraban la caída de Madero: ‘los muertos pesan aunque sean chiquitos’”.


Wolfgang Vogt: “Entre los intelectuales católicos mexicanos de la primera mitad de nuestro siglo [xx] destaca el escritor y periodista Eduardo J. Correa, [...] Aparte de Flor de juegos antiguos, de Agustín Yáñez, [su novela] Las almas solas es tal vez la novela más importante que se haya escrito acerca de Guadalajara”.


Referencias
  1. Guillermo Sheridan, “Los Protagonistas”, La Gaceta, México, FCE, núm. 248, agosto de 1991, p. 3. ↩︎

  2. Ibid., p. 4. ↩︎

  3. Eduardo J. Correa, Las almas solas, Estudio preliminar de Wolfgang Vogt, Guadalajara, Ed. Universidad de Guadalajara, 1998, p. 13. ↩︎

  4. Eduardo J. Correa, El Partido Católico Nacional y sus directores, México, FCE, 1991, p. 140. ↩︎

  5. Ibid., p. 175. ↩︎

  6. Ibid., p. 211. ↩︎

  7. Ibid., p. 18. ↩︎