Los primeros universitarios
Corro y Silva, José Justo
Nació en Guadalajara, capital de la Intendencia del mismo nombre, el 18 de diciembre de 1794. Joaquín Romo de Vivar asegura que sus “padres [eran] acomodados y distinguidos por su origen nobiliario”.1
En el Seminario Conciliar estudió Latín y el Curso de Artes, el cual concluyó en 1814, bajo la conducción del doctor Juan Cayetano Gómez Portugal.
En la Real Universidad de Guadalajara el 31 de marzo de 1813 obtuvo el grado de bachiller; el 18 de octubre se matriculó al primer curso de Cánones y probó haberlo ganado el 2 de junio de 1814; el 7 de noviembre de 1814 se matriculó al segundo, y el 1° de abril de 1815 probó haberlo ganado; tras haber asistido más de ocho meses a las cátedras de Jurisprudencia se matriculó al tercer curso de Cánones, y probó haberlo ganado el 20 de enero de 1816; se matriculó al cuarto curso y el 15 de noviembre probó haberlo ganado; el 6 de septiembre de 1817, probó haber ganado su primer curso de Leyes, tras haber asistido por más de ocho meses a las cátedras respectivas; en julio de 1818 probó haber ganado su segundo y último curso de Leyes; y el 31 de enero de 1821 obtuvo su título de abogado.
En 1824 fue electo diputado al Congreso Constituyente del Estado de Jalisco, del cual fue secretario, y en 1825 fue electo senador de la república.
Del 24 de septiembre de 1828 al 28 de febrero de 1829 fungió como gobernador del estado de Jalisco, con carácter de interino, y fue secretario de Gobierno en el gabinete del gobernador José Ignacio Cañedo.
De 1830 al 1835 se dedicó a ejercer su profesión, con aceptable éxito económico.
Por “su gran reputación –escribe Romo de Vivar– como incorruptible en materia de honradez, como celoso por la fiel observancia de la ley y como letrado inteligente le trajo a [la Ciudad de] México”.2 El 18 de mayo de 1835 el presidente de la república Miguel Barragán lo designó ministro de Justicia y Negocios Eclesiásticos y fue también ministro de la Suprema Corte de Justicia.
Al fallecer el general Miguel Barragán, el Congreso de la Unión lo eligió presidente de la república con carácter de interino el 27 de febrero de 1836, tomó posesión el 2 de marzo, y se desempeñó como tal hasta el 29 de abril de 1837. Su mandato presidencial se dio en el difícil momento de la separación de Texas; se cambió el sistema federal por el centralista; promulgó la Constitución de “Las Siete Leyes”; el ejército mexicano fue derrotado en San Jacinto y el general Antonio López de Santa Anna fue hecho prisionero, perdiendo Texas; redujo a la mitad de su valor las monedas de cobre para evitar las falsificaciones y sin indemnizar a los afectados por la penuria económica, lo que originó que el 30 de diciembre de 1836 se amotinara la población; se iniciaron relaciones diplomáticas con el Vaticano el 10 de noviembre de 1836, siendo el primer embajador de México ante la Santa Sede, Manuel Díaz de Bonilla; y también con España se llegó a un acuerdo para establecer los vínculos diplomáticos.
Sobre su gestión presidencial, Ricardo Heredia escribe:
El licenciado Corro era hombre de pocos alcances, con mediana inteligencia [...] Nunca tuvo iniciativa de ninguna especie y careció de amigos por su carácter hosco y poco comunicativo. Le apodaron El Santo. A la salida de la Presidencia el único que lo acompañó fue el célebre don Carlos María Bustamante que manifestó con su proverbial franqueza: “Todos saludan al sol que apareció en oriente y no hacían aprecio al que entraba en su ocaso, pero vive Dios que a éste le acompañan sus virtudes”.3
Por su parte, Joaquín Romo de Vivar lo evalúa así como presidente:
No diremos que el señor Corro fuera de un espíritu animoso, ni mucho menos, pero estudiados los acontecimientos de entonces, se pueden disculpar las torpezas de que la historia lo acusa, hasta la de haber nombrado los ministros tan ineptos que tuvo: porque en esa época en que la deslealtad era tan común –no porque ahora escasee– buscó esta virtud, más que otras en las personas de que se rodeó.4
Decepcionado de la política en la capital de la república, regresó a Guadalajara. Del 1° de noviembre al 30 de diciembre de 1837 fue gobernador interino del estado de Jalisco; en 1839 fue diputado y presidente del Congreso local; luego fue diputado suplente al Congreso Constituyente de 1842, y finalmente se retiró de las actividades políticas.
Falleció en Guadalajara el 18 de diciembre de 1864. Fue inhumado en el panteón de Santa Paula de Belén, y una calle de su ciudad natal lleva su nombre.
Referencias
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Joaquín Romo de Vivar y Torres, Guadalajara. Apuntes históricos, biográficos, estadísticos y descriptivos de la capital del Estado de Jalisco, según obra publicada por su autor en 1888, Guadalajara, Banco Industrial de Jalisco, 1964, p. 49. ↩︎
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Idem. ↩︎
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Ricardo Heredia Álvarez, Anécdotas presidenciales de México, México, Época, 1974, pp. 62-63. ↩︎
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Romo, op. cit., p. 50. ↩︎