Los primeros universitarios

Cos y Pérez, José María

Nació en la Provincia de los Zacatecas, del Reino de la Nueva Galicia, probablemente en 1774. Fueron sus padres los señores Isidro Cos y Matiana Pérez.

En el Colegio Real de San Luis Gonzaga en Zacatecas, cursó Gramática y Retórica, y por su aplicación se le becó para continuar sus estudios en el Seminario Conciliar de Guadalajara, donde hizo los cursos de Artes y de Teología, para ordenarse sacerdote.

En la Real Universidad de Guadalajara, el 10 de abril de 1793 compareció y probó tener ganados dos cursos de Filosofía y otro de Retórica; el 26 de abril, después de haber justificado tener recibido el grado menor de bachiller en Artes, se le confirió el grado de bachiller en Teología.

En 1798, tras haber cursado la carrera teológica, solicitó los grados mayores; atestiguaron sobre su limpieza de sangre los bachilleres José Francisco Maldonado, Mariano Robles e Ignacio Mestas; el 25 y el 29 de abril sustentó los actos de repetición y quodlibetos; el 5 de mayo fue examinado y aprobado nemine discrepante, al día siguiente se le confirió el grado mayor de licenciado en Sagrada Teología, y el 17
el grado de doctor.

Se distinguió como un brillante estudiante en la Universidad, y llegó a presentar hasta treinta oraciones latinas y doscientas castellanas.

Fue catedrático de Mínimos en el Seminario Conciliar, y tras haber sustituido, el 18 de octubre de 1795 tomó posesión como propietario; por esos años fue su discípulo el futuro insurgente Pedro Moreno. En 1798 fue catedrático de primero de Filosofía, y en 1800 de tercero de la misma materia, entre a quienes les dio clase estaba José María Mercado. En ese mismo curso de 1800 el rector Juan María Velázquez comunicó al obispo Cabañas que el doctor Cos era impuntual a la cátedra y aun faltaba a ella, y que también no cumplía con el turno de las misas como mandaban los estatutos; él se disculpó alegando que el doctor Mancilla también hacía lo mismo.

Nuevamente en Zacatecas, fungió como vicerrector de su antiguo Colegio Real de San Luis Gonzaga. En 1800 ganó por oposición el curato del Mineral de la Yesca, en Nayarit. De 1802 a 1810 se desempeñó como cura del Burgo de San Cosme, cercano a la ciudad de Zacatecas.

A principios de 1810 fue electo representante por Zacatecas a la Junta Central de España, pero las circunstancias le impidieron desempeñarse como tal.

Ante la inminente presencia de los insurgentes comandados por Rafael Iriarte, el Ayuntamiento de Zacatecas comisionó al escribano Sánchez de Santa Anna y al doctor Cos para entrevistarse con el jefe insurgente para aclarar “si la guerra que hacían salvaba los derechos de la religión, rey y patria, y si en el caso de ceñirse su objeto a la expulsión de los europeos admitía(n) excepciones y cuales eran estas”.1

A finales de octubre de 1810 cerca de Aguascalientes, el general Iriarte lo recibió solemnemente poniéndole en las manos un estandarte guadalupano, a lo que él se resistía. El jefe insurgente le manifestó que su misión sólo la podía satisfacer el mismo Miguel Hidalgo.

El doctor Cos decidió entrevistarse en San Luis Potosí con el general Félix Calleja, quien le aconsejó pedir audiencia al virrey Francisco Javier Venegas. En Querétaro lo detuvo el coronel Ignacio García y lo puso preso en el Convento de San Francisco. Cos escribió al virrey quien ordenó su libertad y le pidió que fuera a México a entrevistarse con él, como en efecto lo hizo. Tras escucharlo, el virrey le ordenó que durante quince días se presentara a Palacio y luego regresara a su curato, Cos objetó que los caminos estaban llenos de insurgentes, pero no tuvo más remedio que obedecer.

Tal como lo había previsto, fue aprehendido por el cura de Nopala, Manuel Correa, quien lo condujo en noviembre de 1811 ante la Junta de Zitácuaro, cuyos miembros lo tuvieron por espía. Y tras vencer la desconfianza de los insurgentes, se unió a la causa de la independencia: “La desconfianza del virrey empujó a Cos a la revolución, levantando un regimiento por encargo de la Junta, al cual llamó de la muerte”.2

En enero de 1812 el general Félix María Calleja recuperó Zitácuaro, lo que obligó a la Junta y al maltrecho ejército insurgente a huir a Tlalpacha para establecerse finalmente en el Real de Sultepec –actual Estado de México–, y ahí fue donde Cos manifestó a plenitud sus ideales independentistas.

Ya desde Zitácuaro había sido nombrado por la Junta como vicario castrense del ejército insurgente:

Procediendo de inmediato el impulsivo doctor a remover de sus parroquias o a encarcelar a varios sacerdotes enemigos de la insurgencia o sospechosos de serlo, así como a conceder dispensas matrimoniales. El Cabildo Eclesiástico de México respondió declarando nulos y atentatorios todos los actos de Cos, estableciéndose así una lucha entre el poder eclesiástico oficial y el que fue considerado clandestino.3

Con múltiples dificultades armó una imprenta de caracteres de madera, y dado que no se había podido conseguir tinta a ningún precio, la elaboró de añil. Y así pudo editar el 11 de abril de 1812 el primer número de El Ilustrador Nacional en “la imprenta de la Nación”, del cual alcanzó a editar hasta el número seis. Al iniciar la publicación escribió:

Mexicanos, guadalajarenses, zacatecanos, todos los que estáis confinados en las capitales con menos libertad que si os hallaseis cautivos en Argel, expuestos a cada instante a ser víctimas de la crueldad en espantosas reclusiones, en los presidios y cadalsos, por una palabra equívoca o por una guiñada de ojo, desahogad con nuestros hermanos por medio de este periódico vuestro oprimido corazón […]4

Su esfuerzo editorial fue muy admirado, incluso por Lucas Alamán. Fray Servando Teresa de Mier opinaba: “Me ha admirado lo que puede el ingenio urgido por la necesidad, pues la letra es muy bonita y legible aunque con tinta de añil. Ya no me admiro de que ellos [los insurgentes] se fabriquen sus cañones, fusiles y pistolas”.5

Con la ayuda de la organización secreta de Los Guadalupes, el movimiento insurgente contó con una nueva imprenta y se pudo editar El Ilustrador Americano. El 27 de mayo de 1812 salió el primer número. Cos lo dirigió hasta el número veinte, y contó con la colaboración de Andrés Quintana Roo e Ignacio López Rayón.

De sus escritos publicados en ambos periódicos destaca el “Plan de Paz y Guerra”, en el cual proponía la formación de un congreso nacional, lo que equivalía a la declaración de la independencia. Si el plan de paz no se aceptaba, continuaría la guerra ajustada al Jus Gentium, y sin mezclar los clérigos las armas de la religión con las armas políticas. José Cornejo Franco considera que su plan “en suma, proponía la pacificación o cuando menos la humanización de la guerra, desterrando de la lucha la crueldad que la caracterizó […]”.6

Otra de las cuestiones fundamentales que trató fue la necesidad de prevenir la futura intervención extranjera, por lo cual urgía finalizar la guerra, pues quien resultara vencedor

[…] no [le] quedará otra cosa que la maligna complacencia de su victoria; pero tendrá que llorar por muchos años perdidos y males irreparables, comprendiéndose acaso entre ellos, como es muy de temerse, el de que una mano extranjera de las muchas que anhelan a poseer esta porción preciosa de la monarquía española, provocada por nosotros mismos y aprovechándose de nuestra desunión nos imponga la ley cuando ya no sea tiempo de evitarlo, mientras que frenéticos con un ciego furor nos acuchillamos unos a otros, sin querer oírnos, ni examinar nuestro recíprocos derechos [...]7

Sus palabras proféticas se hicieron realidad en menos de cuatro décadas.

También colaboró en el Semanario Patriótico Americano, que fundó Andrés Quintana Roo.

En cuanto a sus acciones militares: el 18 de abril de 1812, las tropas del general Ignacio López Rayón estuvieron cerca de tomar Toluca, pero no se logró porque José María Liceaga, disgustado por el nombramiento del doctor Cos como vicario castrense, no envió las municiones; el 5 de junio, Ignacio López Rayón fue derrotado en Tenango y se evacuó Sultepec, Cos salvó precipitadamente la imprenta; y luego acompañó a López Rayón a Tlapuyahua.

Una vez superadas las diferencias con Liceaga –quien fungía como general de las Provincias del Norte–, lo nombró su lugarteniente, como comandante general.

En febrero de 1813 intentó tomar Guanajuato, pero fue rechazado. Entonces estableció su cuartel en Xichú, Querétaro. Ante la ofensiva realista se dirigió al Valle de Santiago, para unirse a su superior Liceaga; el 24 de julio los atacó y derrotó Agustín de Iturbide, despojándolos de la imprenta y de los archivos.

En su parte militar, Iturbide lo comparó al célebre obispo francés Carlos Mauricio de Talleyrand, llamándolo “El Talleyrand de Liceaga”, “lo que demuestra el reconocimiento por parte de los realistas a la inteligencia y talento diplomático que seguramente poseía el cura de San Cosme”.
En el histórico pueblo de Dolores estableció su centro de operaciones, e integró un cuerpo de infantería disciplinado.8

Dadas las derrotas militares se ahondaron más las diferencias entre los tres miembros de la Junta insurgente: López Rayón, Liceaga y Verduzco. Ante ello, el 19 de marzo de 1813 Cos les envió un proyecto de reconciliación, y la propuesta de un plan de reorganización de la Junta Suprema. Así logró la reconciliación con la intervención del cura José María Morelos, quien los convocó a integrar el Congreso del Anáhuac.

Por Zacatecas, fue electo diputado al Supremo Congreso Mexicano, que inició sus sesiones en septiembre de 1813. Pero Cos –como escribe José María Miquel i Vergés– no se pudo presentar hasta diciembre, y en consecuencia no firmó la “Declaración de la Independencia”. Y no como lo sostiene Arturo Corzo, que por discrepancias de índole política no apareció su firma en tan importante documento.

Durante enero de 1814 intensificó sus labores legislativas. Por esos días entró en una fuerte polémica con el obispo electo de Michoacán, Manuel Abad y Queipo, quien lo declaró hereje luterano por desconocer su autoridad episcopal. Cos le contestó que en efecto no lo reconocía, ya que él no había podido ser ni canónigo penitenciario ni mucho menos obispo, ya que estaba acusado de herejía formal. Además su nombramiento no emanaba de la autoridad competente, pues la Regencia española no era depositaria del Patronato Indiano. Con esta argumentación, el 20 de abril escribió al Cabildo de la Catedral de Valladolid para que invalidara la autoridad de Abad y Queipo, y reconociera su nombramiento de vicario castrense. Y luego declaró excomulgado vitando, al obispo electo.

Siguió las vicisitudes del Congreso, continuamente asediado por los realistas. El 22 de octubre, al lado de Morelos, firmó en Apatzingán el “Decreto Constitucional para la libertad de la América Mexicana”. Y participó en el Te Deum de acción de gracias, vistiendo uniforme de mariscal y al frente de su tropa del Bajío.

Al ser electo junto con Morelos y Liceaga, miembro del Poder Ejecutivo, debió –según la Constitución– dejar todo mando de tropas. Se le ordenó que permaneciera en Taretan, pero él se insubordinó, desconoció la autoridad del Congreso y se fugó aumentando el número de sus soldados. Y el 30 de agosto de 1815, desde el fuerte de San Pedro Zacapu, expidió un manifiesto en abierta rebeldía y se le empezó a considerar traidor a la causa de la independencia.

El mismo Morelos lo aprehendió y lo condujo a Uruapan, donde residía el Congreso, quien lo juzgó condenándolo a ser fusilado. Pero la pena le fue conmutada por la prisión, gracias a la intervención del cura del lugar Santiago Herrera, quien de rodillas y llorando pidió el perdón a los diputados; uno de ellos, el abogado José María Izazaga, se unió a la petición del cura –quien acudió acompañado por un gran número de sus feligreses– argumentando: “¿Iba a mancharse el movimiento con la sangre de un hombre que pese a sus errores había prestado servicios de importancia a la causa?”.9

Cumplió su condena de prisión perpetua en Atijo, y al ser disuelto el Congreso, los partidarios de López Rayón lo liberaron, incorporándose a ellos en marzo de 1816, y continuó en la guerra.

Decepcionado y cansado, perseguido tanto por los realistas como por los insurgentes, el 18 de febrero de 1817 recibió el indulto del régimen monárquico, solicitado por medio del monje agustino Pedro Ramírez. Al parecer desde marzo de 1814 ya lo había pedido, pero el monje le aconsejó que se quedara entre los insurgentes, para causarles el mayor número de problemas.

Queda por resolver la cuestión: ¿Desde 1814 Cos ya era quintacolumnista de los realistas entre los insurgentes? ¿O fue una farsa para lograr un indulto benévolo? Como en efecto lo consiguió, ya que quedó libre de responsabilidad alguna por daños a terceros, se le eximió de la obligación de presentarse a su obispo y se le restituyó al gremio y Claustro de la Universidad de Guadalajara, que lo había borrado de su catálogo.

Sus actuaciones en el movimiento insurgente aún siguen confundiendo a los historiadores, Carlos María Bustamante narra: “Presentando el indulto al general Pedro Celestino Negrete le confesó que no lo hacía de agrado”.10

En su descargo, Arturo Corzo señala que también se indultaron Gordiano Guzmán, Andrés Quintana Roo, Leona Vicario y otros muchos más.
Las condiciones que puso para indultarse fueron que jamás se le mencionara su conducta pasada, y que no se le obligase a volver a su Obispado de Guadalajara, por lo que se instaló en Pátzcuaro, Michoacán, dedicado a la dirección espiritual de monjas y al confesionario. El obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas y el Cabildo Eclesiástico de Guadalajar, le proporcionaron medios de subsistencia.

El 23 de junio de 1817 escribió una carta al Rector y al Claustro de la Real Universidad de Guadalajara, en la cual afirmó:

Que, yo he sido un insurgente, pero no un rebelde. Esto es: que sostuve la independencia en tiempo de las Cortes de España, y cuando se disputaba sobre la legitimidad, e ilegitimidad de aquel Gobierno pero siempre bajo la idea de Fernando VII procurando que se sostuviesen sus derechos en esta América.11

Así, cuando Morelos se manifestó por la independencia, él se desistió de la causa.

Ante esto, no cabe más que el comentario del citado Bustamante: “La patria debió mucho al doctor Cos; pero él destruyó con la mano izquierda la obra que había construido la derecha”.12 Lo cual lo atribuye a su dureza de carácter, a su terquedad e inflexibilidad.

El 17 de noviembre de 1819 falleció víctima de una grave infección en la garganta.

Al celebrarse el 165 aniversario de la publicación de El Ilustrador Nacional, el 12 de abril de 1987 el Gobierno del Estado de México le rindió un homenaje y estableció la presea “Doctor José María Cos”, para los periodistas que se distingan en el ejercicio de su profesión.

Juicios y testimonios

José Cornejo Franco: “Al doctor Cos se le llamó el cerebro de la insurrección; tanto por su talento como por su tenaz voluntad, es justo título [...] Durante la guerra de Independencia fue uno de los individuos de méritos indiscutibles, aún cuando después él mismo se encargara de empañarlos, según el testimonio de los contemporáneos y como consta por el expediente de su indulto”.


Arturo Corzo Gamboa: “Tampoco el doctor Cos tuvo la fortuna de igualar las hazañas militares de los primeros caudillos o de Morelos, como quizás lo deseó intensamente; pero sí alcanzó la gloria de haber manejado mejor la pluma que la espada. Su destino era ocupar un sitio al lado de los ideólogos, no de los militares”.


Alberto Santoscoy: “El talento más claro que hubo entre los insurgentes”.


Luis G. Urbina: “El doctor Cos era todo vivacidad, ardimiento y fe. Un ansia de figurar, de ser el primero, de tener mando, de llegar al dominio y a la obediencia por la razón, de poner orden, cálculo y medida en el desordenado tumulto revolucionario. Como a hombre de acción y de pasión, nunca lo abandonó el ímpetu; pero no era éste ciego no desatentado, como el de otros compañeros, sino, por el contrario, casi siempre engendrado en el raciocinio y en el cálculo. Toda su vida anterior a la revolución la abonaba [...] Su espíritu se había disciplinado en el estudio y en la cátedra. De ahí que sus proclamas tengan un acento de conciliación, un aire de convicción y de reflexión”.


Referencias
  1. José Cornejo Franco, “El doctor Cos”, Obras completas, Guadalajara, Unidad Editorial del Gobierno del Estado de Jalisco, 1985, tomo ii, p. 88. ↩︎

  2. Ibid., p. 89. ↩︎

  3. Arturo Corzo Gamboa, José María Cos, Toluca, Gobierno del Estado de México, 1987, p. 39. ↩︎

  4. Ibid., p. 30. ↩︎

  5. Ibid., p. 29. ↩︎

  6. Cornejo Franco, “El doctor Cos…”, p. 90. ↩︎

  7. Corzo, op. cit., p. 35. ↩︎

  8. Ibid., p. 42. ↩︎

  9. Armando Fuentes Aguirre, “De rodillas y llorando. La otra historia de México”, El Informador, Guadalajara, s.f. ↩︎

  10. Cornejo Franco, “El doctor Cos…”, p. 91. ↩︎

  11. Corzo, op. cit., p. 68. ↩︎

  12. Cornejo Franco, “El doctor Cos…”, loc. cit. ↩︎