Los universitarios entre el Instituto y la Universidad

De la Rosa Serrano, Agustín

Nació en Guadalajara, Jalisco, el 30 de diciembre de 1824. Fueron sus padres los señores Dionisio de la Rosa y María de Jesús Serrano, familia de muy escasos recursos económicos.

Muy pequeño ingresó al Seminario Conciliar de Guadalajara, donde realizó su brillante carrera eclesiástica, estudió Latín y en 1839 concluyó el Curso de Artes, bajo la dirección del licenciado Jesús Ortiz. Fue ordenado sacerdote en diciembre de 1847, por el obispo de Guadalajara Diego Aranda.

En la Universidad Nacional de Guadalajara, de acuerdo con los registros universitarios disponibles, el 27 de noviembre de 1845 probó haber ganado el tercer curso de Cánones; el 2 de abril de 1846 probó haber ganado el cuarto curso de la misma cátedra

y haber sufrido el examen prevenido por el plan de estudios, en el cual fue aprobado nemine discrepante por los examinadores y obtuvo calificación suprema en cuya virtud, y de conformidad con el citado artículo se le dispensó el tiempo de seis meses que le falta para completar el espetado cuarto curso. 1

El 29 de noviembre de 1849, el doctor Mariano González le confirió el grado de bachiller; el 3 de diciembre inmediato se hicieron las informaciones testimoniales, en las cuales compareció como primer testigo el presbítero y licenciado Agustín Rivera, quien manifestó conocerlo desde hace tiempo, que le constaba que era mexicano, que no sabía que hubiera sido traidor a la patria, que sabía que tenía en propiedad libros de Sagrada Teología, que era mayor de edad, en estado eclesiástico. El segundo testigo fue el bachiller José María Gutiérrez Guevara.

El 1° de enero de 1850 se le asignó día para que sustentara acto de repetición, el cual no se pudo verificar el 11 de enero como fecha solicitada; el 16 de febrero en la Capilla de Nuestra Señora de Loreto, sustentó el acto de repetición, disertó en latín durante una hora; el 28 de febrero sustentó el acto quodlibetos; el 4 de marzo se procedió a la asignación de puntos para examen; el 6 de marzo, ante el rector y los doctores, disertó y contestó las réplicas, fue aprobado nemine discrepante y se le otorgó el grado de licenciado en Teología; el 8 de marzo solicitó el grado de doctor, el cual le fue otorgado el 19 de ese mes.

A continuación se presenta su trayectoria agrupada en los siguientes aspectos: el de eclesiástico y maestro, el de filántropo y su extraordinaria personalidad, el de sabio erudito y polemista y su obra bibliográfica.

El Seminario de Guadalajara lo tuvo como uno de sus más brillantes estudiantes, al grado que se decía en Guadalajara, refiriéndose a él y al doctor Agustín Rivera: “El Seminario vale por los dos Agustines”, expresión que hizo célebre fray Manuel de San Juan Crisóstomo Nájera, quien los tuvo a ambos como discípulos.

Durante 52 años impartió en el Seminario –entre otras– las cátedras de Filosofía, Teología, Lenguas Latina, Griega y Mexicana –Náhuatl–. Escribió libros de texto para facilitar el aprendizaje de sus discípulos, de los cuales formó varias generaciones, no sólo de clérigos, sino de todas las profesiones de la época, ya que la institución tridentina servía para todos como plantel de enseñanza media.

Así lo evoca su discípulo Enrique González Martínez:

De mi profesor de segundo curso de griego, el doctor don Agustín de la Rosa –el Padre Rositas, como se le designaba cariñosamente– habría mucho que hablar [...] Era, un gran teólogo, un latinista de primer orden, muy versado en hermenéutica, helenista y filósofo; conocía el hebreo, no tan profundamente como su hermano don Felipe; sabía inglés y francés y conocía y amaba como ninguno la lengua náhuatl. Daba gratuitamente esta asignatura, con un número de alumnos que nunca pasaron de quince; y como se desesperaba de nuestro desvío por asistir a esta clase, nos prometía, en caso de ceder a sus ruegos, mejorar nuestras notas de griego. ¡Ni por ésas! La Gramática de Lengua Mexicana, escrita por él, no alcanzó más venta que la de unos cien ejemplares. 2

Sobre su estilo magisterial, continúa González Martínez:

La clase del Padre Rositas era un verdadero desastre. Nunca llegó a conseguir un instante de silencio, un minuto de disciplina. Desde que la lección comenzaba, todo era, entre los alumnos, gritos, riñas, juegos y volteretas [...] El pobre anciano se desesperaba de sus inútiles esfuerzos, ya agotada la paciencia lanzaba un grito estridente: “¡Silencio, malcriados...!” Por un instante enmudecíamos, y luego él, con voz enternecedora y asomándole las lágrimas, nos preguntaba: “¿Cómo con su maestro fulano no hacen esto?”. El fulano era nuestro profesor de segundo de Latín, de férrea disciplina. Nuestra quietud duraba algunos minutos, conmovidos como quedábamos de aquella angustia; pero volvíamos a las andadas y entonces el pobre viejo cogía su sombrero y trataba de abandonar el salón. Seguía a este movimiento una comedia escolar; íbamos en pos de él y le rogábamos, fingiendo estar arrepentidos, que continuara la lección. Tan candoroso era, que nos creía contritos de veras, y volvía a sentarse y a terminar sus explicaciones. Y así día por día […] 3

El 24 de septiembre de 1867 fue nombrado rector del Seminario Conciliar. En sus informes rectorales de 1868 y 1869 lamentaba vehementemente la decadencia del estudio de las lenguas indígenas. Durante cinco años ejerció la rectoría: “Más abstraído por completo en el estudio y carente de dotes de gobierno, dejó a otras manos tan importante cargo”. 4

En el Cabildo Eclesiástico –según José Ignacio Dávila Garibi– fue el primer canónigo honorario; el 12 de junio de 1867 fue nombrado medio racionero; el 18 de junio de 1893 ocupó el oficio de canónigo lectoral; y en 1904 renunció a la dignidad de maestrescuelas, que le correspondía por riguroso escalafón.

En 1870 rehusó acompañar a Roma al arzobispo Pedro Loza al Concilio Vaticano I, en calidad de teólogo consultor. Sin embargo aceptó con entusiasmo colaborar con el Episcopado mexicano en los trámites para lograr de la Santa Sede un nuevo oficio litúrgico para el 12 de diciembre, para lo cual formuló un proyecto que fue tomado en consideración en la redacción final del citado oficio, e hizo la traducción del náhuatl al latín del Nican mopohua. En 1887 publicó en elegante latín la Disertación histórica-teológica de las apariciones de la Virgen de Guadalupe, por lo que David Brading no duda en calificarlo como uno de “los cinco grandes apologistas de la Aparición”. 5

En 1892 fue designado presidente honorario de la Junta Organizadora de los Festejos del primer centenario del fallecimiento de fray Antonio Alcalde, en cuyo honor pronunció una oración fúnebre el 8 de agosto del citado año, en las exequias celebradas en el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe. Y en 1896 fungió como consultor del Primer Concilio Provincial Guadalajarense.

Respecto de su faceta de filántropo y su extraordinaria personalidad, ante todo practicó la virtud de la caridad, a tal grado que se olvidaba de su persona para entregarse por completo a los niños y a los jóvenes de Guadalajara. Así, Agustín Yáñez lo describe: “A lápiz el Padre Rositas –don Agustín de la Rosa–, con fama de sabio y santo, con cauda de recogidos traviesos, ineducados, a los que la gente llama ‘perros’ y quienes siguen por todas partes al polemista y nahuatlaco […]”. 6

Mientras la sociedad tapatía los llamaba perros, él vistió ropas viejas, raídas y sucias, para alimentar con sus exiguos ingresos a una docena de niños desamparados y jóvenes estudiantes, a los que llamó cariñosamente mis fieras, los alimentó, los instruyó y

andaba tras ellos, vigilándolos en sus “pintas” y sacando, a más de alguno, de tenduchos y figones de la peor fama, adonde iban a libar aguardiente barato y de donde salían echando regüeldos alcohólicos, haciendo eses y apoyados en el brazo piadoso de su protector, que no se entregaba al necesario descanso hasta no haberles acostado y arropado y mandado preparar el menudo para el día siguiente. Con todo esto, andaba el pobre a la cuarta pregunta, acribillado de acreedores, sin más ingresos que una que otra misa y el sueldo de sus clases de Teología Dogmática y segundo curso de Lengua Griega. Como desdeñaba honores y prebendas, había rehusado entrar en el Cabildo, y éste lo había nombrado canónigo honorario sin retribución. Se decía que como se le presentara un día una letra de cambio firmada por él, para ver si era buena, contestó ingenua y tristemente: “Buena es porque mi firma es auténtica; mala, porque no tengo con que pagarla; la consideraremos mediana...” Cuando estaba ya con el agua al cuello, puso con dolor freno a su modestia y aceptó presentarse a las oposiciones para la silla magistral [de la Catedral]. 7

Sin embargo obtuvo la canonjía Lectoral, la cual ganó con gran aplauso incluso de sus opositores a la misma.

Su erudición no dejó ni tratados ni conferencias, ni discursos sobre la problemática juvenil, o un centro de readaptación que llevara su nombre, él se limitó a poner a disposición de los niños y de los jóvenes desamparados todas sus energías y sus humildes recursos. Y en su difícil siglo se prodigó como un auténtico padre y modelo de humanitarismo cristiano.

Como sabio erudito y polemista, destacó en la fundación del semanario *La Religión y la Sociedad *el 28 de enero de 1865, el cual tuvo tres épocas, a saber: de 1865 a 1866, de 1873 a 1875 y de 1886 a 1888. Desde las páginas de La Religión y la Sociedad combatió a los yanquis, a los protestantes y entabló la célebre polémica con el doctor Agustín Rivera.

Su polémica con su antiguo compañero de estudios, Agustín Rivera, se debió a que éste en su libro La Filosofía en la Nueva España, sostuvo que las ciencias filosóficas durante la época novohispana se mantuvieron en un notable atraso. A lo que él respondió con indignación, con una serie de artículos publicados en La Religión y la Sociedad, que posteriormente se reunieron en el libro La Instrucción en México durante su dependencia de España.

El duelo filosófico fue a muerte, y sólo concluyó por “una recomendación digna de ser atendida”. 8

Su exacerbado nacionalismo se remontaba indudablemente a la invasión estadounidense que sufrió el país de 1846 a 1848, cuando a los 23 años de edad, siendo estudiante universitario, presenció la mutilación y la humillación de su amada patria. Consecuentemente atacó todo lo norteamericano, incluido el liberalismo y sobre todo el protestantismo, al que consideraba como el medio de la conquista pacífica de México por Estados Unidos: “[…] Combatió el Dr. de la Rosa con constancia inquebrantable, por la integridad de su país. México debía conservarse íntegro en su fe y en sus costumbres. Todo lo que tratase de socavarlo había que impedirlo”. 9

Y cuando los estudiantes preferían las clases de inglés a las de náhuatl, los acusaba de poco patriotas. Durante la intervención francesa refutó el folleto El imperio y el clero mejicano escrito por el capellán del ejército francés, el abate Testory, quien contaba con el interés del emperador Napoleón III. De la Rosa contestó con sus Reflexiones confidenciales y Observaciones sobre las cuestiones que el abate Testory mueve en su opúsculo.

Enseguida editó La Voz de la Patria y continuó colaborando en otros periódicos locales y nacionales. Sus méritos como notable conocedor del náhuatl fueron reconocidos a nivel nacional, así el presidente de la república, general Porfirio Díaz, le ofreció la cátedra de Lengua Mexicana en la Escuela Nacional Preparatoria, la cual según su proverbial modestia no aceptó.

Su producción bibliográfica es variada y extensa, Juan Bautista Iguíniz la cataloga en 68 obras, entre algunas de las principales destacan: El hombre considerado bajo su aspecto intelectual (1851); Pasiones humanas (1852); Juramento de la Constitución (1857); Tratado de pasiones humanas (1858); Lecciones de Astronomía (1859); Elementos de Trigonometría plana y esférica con aplicaciones a la Astronomía para uso de los alumnos del Seminario de Guadalajara (1868); Lecciones de la Gramática y la Filosofía de la Lengua Mexicana (1871); Primera contestación a los protestantes que han escrito en Guadalajara (1873); La cuestión de Galileo discutida matemática y astronómicamente (s.f.); Elementos de Gramática de Lengua Griega para uso de los alumnos del Seminario de Guadalajara (1879); La instrucción en México durante su dependencia de España (1888); Estudio de la Filosofía y riqueza de la Lengua Mexicana (1889); Defensa de la Aparición de Nuestra Señora de Guadalupe y refutación de la carta en que la impugna un historiográfico de México [Joaquín García Icazbalceta] (1896); Explicación de algunos de los nombres de la Lengua Mexicana (1897); Breve instrucción para precaver a los niños contra los errores del protestantismo (1899); Lecciones de la Historia Científica de México (1902); Lecciones de Historia de México (1902), entre otras.

Con gran sentimiento general de los tapatíos, falleció en su tierra natal el 27 de agosto de 1907. Una calle de la ciudad lleva su nombre; en la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres de Jalisco tiene una estatua, en la cual se le ve acompañado de uno de sus pequeñas fieras al que parece instruir; en el pedestal se lee: “Agustín de La Rosa - Sabio y benefactor”.

Juicios y testimonios

Enrique González Martínez: “Era bajito, de tipo mestizo, más blanco que indio. Tenía una cabeza magnífica, de tamaño no común, con frente amplia y bella coronada de cabellos blancos; los ojos pequeños y vivos que parecían acariciar y que lanzaban rayos de inteligencia. No he conocido a nadie que personificara como él la humildad cristiana, el espíritu de pobreza y el amor de caridad. Vestía muy pobremente [...] se contaba que en tiempos de la intervención francesa, un capellán que había oído hablar del Padre Rositas como de hombre muy docto, quiso conocerlo [...] [Tras la entrevista] le preguntaron la impresión que le había producido el humilde sabio, contestó: ‘Es un diamante engastado en mugre’. Mugriento en verdad, se le caía la ropa a pedazos, y era preciso que las almas piadosas de sus muchos admiradores, en complicidad con una criada vieja y tuerta que le servía de cocinera y ama de llaves y que lo reñía como a un chiquillo desde el amanecer, se dieran maña para quitarle la ropa vieja y substituirla con otra nueva y limpia. Cuando despertaba, echaba de menos sus queridos harapos; pero como no había traza de ellos, pues habían sido condenados al fuego, aceptaba el martirio de vestirse y salir albeante de la casa. Claro está que, a los pocos días, ya la capa y la sotana nuevas habían sido cambiadas por otras usadas y raídas, y aplicadas las ventajas del trueque a la ‘comida de las fieras’”.

Juan Bautista Iguíniz: “Desgraciadamente, su apego a ciertas ideas anticuadas, su vida retraída y su carácter, le impidieron que su acción social e intelectual hubieran sido más efectivas y que hubiese ocupado un lugar más prominente en el campo de las letras [...] Con el espíritu de un benedictino penetró en los arcanos de la filosofía, la teología y las matemáticas; investigó el origen aún oscuro de nuestras razas aborígenes, sus lenguas y sus antigüedades; y estudió a fondo nuestros intrincados problemas sociales, religiosos y políticos”.

Joaquín Romo de Vivar y Torres: “Teníamos trece años cuando nuestro inolvidable padre entregaba su espíritu alentando con las consoladoras palabras del doctor Agustín de la Rosa, y ya estaba consagrado hacía tiempo a esta piadosa tarea de asistir a los agonizantes. En ella ha seguido hasta el día sin que hayan sido jamás un obstáculo, las múltiples ocupaciones a que ha enseñado y nunca ha dejado de ocurrir a la cabecera del enfermo solicitante de sus exhortaciones y de sus poderosos consuelos. Es el san Camilo de Guadalajara”.

Áurea Zafra: “Recogía huérfanos, asistía a moribundos, amparaba a viudas”.


Referencias
  1. “Libro tercero de Curso de Sagrados Cánones y Leyes desde el año de 1839”, aug↩︎

  2. González Martínez, op. cit., pp. 51-53. ↩︎

  3. Ibid., pp. 54-55. ↩︎

  4. Juan Bautista Iguíniz, “El doctor don Agustín de la Rosa: sabio y polígrafo”, Disquisiciones bibliográficas. Autores, libros, bibliotecas, artes gráficas, México, unam, 1987, pp. 21-22. ↩︎

  5. David A. Brading, La Virgen de Guadalupe. Imagen y tradición, México, Taurus, 2002, p. 477. ↩︎

  6. Guillermo García Oropeza, El jardín de la historia, Guadalajara, Ayuntamiento de Guadalajara, 1988, p. 196. ↩︎

  7. González Martínez, op. cit., p. 53. ↩︎

  8. Iguíniz, El periodismo en Guadalajara…, tomo i, p. 100. ↩︎

  9. Áurea Zafra Oropeza, “El Dr. Rivera y el Dr. de la Rosa. Estudio comparativo”, Estudios históricos, Guadalajara, iii época, núm. 36, junio de 1986, p. 66. ↩︎