La organización de la Real Universidad
Del grado de bachiller en Artes
Los requisitos para recibir este grado eran: probar su instrucción en Latinidad, haber ganado los mencionados cursos de Retórica y Filosofía (C.1 xcii), limpieza de sangre, no haber sido penitenciado por el Santo Oficio (C. xci), y el pago de dieciséis pesos y cuatro reales por concepto de derechos o propinas que se distribuirían de la siguiente manera: al arca universitaria cuatro pesos, al rector –si asistiera– dos pesos, al doctor que presidiera el grado tres pesos, al capellán un peso, al secretario por todo lo actuado –asistencia, despacho del título, y asiento del examen en el libro– cuatro pesos, a los bedeles un peso a cada uno, y al portero, si suplía en las enfermedades a los bedeles, cuatro reales (C. lxxxvii).
Para beneficiar a los estudiantes pobres se dispuso que por cada diez grados de bachiller conferidos con pago de derechos se otorgara uno de manera gratuita, y se prohibió que en el título se asentara que así había sido conseguido, “sino que en todo sean iguales estos grados a los demás, para que así aspiren a ellos sin rubor los pobres beneméritos” (C. lxxxviii).
El examen lo aplicarían tres catedráticos, quienes durante un cuarto de hora, cada uno harían “muchas preguntas sueltas y argumentos”2 de Lógica, Metafísica, Ética, Física y Filosofía. Luego en secreto –previo juramento de conciencia– aprobarían o reprobarían al laureando. Al final le señalarían para qué facultad lo juzgaban lo suficientemente apto (C. xciii).
Enseguida venía el acto de colación –otorgamiento– del grado, el cual presidía desde la cátedra un doctor revestido con sus insignias, ante el cual el graduando de rodillas hacía profesión de la fe católica, juraba no enseñar ni siquiera como probabilidad la doctrina del regicidio y el tiranicidio, el justo reconocimiento al Soberano como protector de la Universidad, guardar obediencia en su nombre al vicepatrono y al rector, y defender la Concepción en gracia de la Virgen María (C. xc). Una vez puesto de pie en medio del aula mayor y con los bedeles portando sus mazas a los lados, pedía el grado con una breve oración latina y el doctor que presidía se lo confería con la siguiente fórmula latina –traducida al español–:
Por la autoridad real que desempeño en esta parte, te concedo el grado de bachiller [aquí se decía la Facultad en que era el grado] y te doy licencia para que puedas subir a la cátedra y ahí leer e interpretar [aquí se explicaba la Facultad] y para que puedas usar, disfrutar y gozar de todos los privilegios y exenciones de que disfrutan todos los que están condecorados por un grado semejante en la Universidad de Salamanca, en nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, amén.3
Luego bajaba el doctor de la cátedra e invitaba al graduando a subir a ella, y exponer algún axioma por el tiempo que le pareciere al rector si estaba presente –o al que presidía–, concluyendo así el acto (C. xcvi).
Los catedráticos examinadores estaban obligados a formar memoria de los estudiantes graduandos señalando la calificación obtenida, y la mayor o menor suficiencia que mostraran para que luego el rector, según sus méritos, los premiara distinguiendo los primeros lugares.
De 1793 a 1821 obtuvieron el grado de bachiller en Artes 880 estudiantes, lo que da un promedio de treinta graduados por año. Lo cual considera Carmen Castañeda como un promedio alto, por tratarse de una institución virreinal, y por el costo que había que erogar.4