Los universitarios sin universidad

Díaz-Morales Álvarez-Tostado, Ignacio

Nació en Guadalajara, Jalisco, el 16 de noviembre de 1905. Fueron sus padres el abogado José Díaz Morales y la señora Trinidad Álvarez Tostado. Fue el tercero de cinco hermanos. Su familia fue de una gran cultura, su madre –la cual falleció cuando él tenía siete años de edad– era pianista y su padre se caracterizó por ser un abogado muy culto, que lo inició en el estudio de los idiomas francés y alemán.

En 1909 inició su instrucción primaria en la Escuela particular de la profesora Eusebita Torres. En 1911 la continuó en el Colegio de la Inmaculada Concepción de los maristas, y la concluyó en 1918 en la Escuela del profesor José Atilano Zavala.

En 1918 inició su preparatoria en el Colegio de la Acción Católica de la Juventud Mexicana, que continuó de 1919 a 1924 en el Instituto de Ciencias de los jesuitas.


Sobre el origen de su vocación, evocó:

Tendría yo unos dieciséis años, cuando mi padre me enseñó una revista española ‘La hormiga de oro’. Ahí vi unas catedrales impresionantes, que sentí una cosa que me hizo pensar que había algo diferente a lo que yo conocía. Antes pensaba dedicarme a la ingeniería eléctrica como se le llamaba entonces, ya que no había surgido el término electrónico. Sería por el año de 1917.1

En 1923 ingresó a la Escuela Libre de Ingenieros de Guadalajara que dirigía Ambrosio Ulloa, para cursar sus estudios profesionales de ingeniero civil y arquitecto. Fue el último año en que la citada institución abrió matrícula, ya que en 1925 fue reorganizada la educación superior en el estado de Jalisco y se reinstauró la Universidad de Guadalajara. Algunos de sus profesores fueron Luis y Francisco Ugarte, Agustín Basave y Aurelio Aceves. Fue compañero de la Generación del 24 de Luis Barragán, Rafael Urzua y Pedro Castellanos.

El 23 de octubre de 1928 y en el contexto de la Cristiada, con la tesis “Las cales y morteros”, recibió su título de ingeniero civil y arquitecto, el cual solicitó revalidar ante el Consejo General de la Universidad de Guadalajara, en la sesión del 23 de abril de 1934, y se aprobó expedirle un nuevo título.

En 1925 empezó a trabajar en el despacho de su maestro, el ingeniero Luis Ugarte, en las obras del Templo Expiatorio –iniciado en 1897, según el proyecto gótico del italiano Adamo Boari–, cuya dirección de la construcción le encomendó primero el arzobispo Francisco Orozco y Jiménez, y luego el 6 de enero de 1927 el cardenal José Garibi Rivera. Sobre la experiencia de construir una obra gótica en pleno siglo xx , expresó:

Me obligaron –porque yo no quería– terminarlo. Me dijo el señor Orozco y Jiménez, –yo me negaba a hacer gótico en ese tiempo porque era anacrónico–: no, dijo, no vamos a hacer gótico ni tú ni yo, sino que nuestros padres antiguos me dejaron esto a medias. Y efectivamente, habían terminado todos los muros con restos ya góticos, las columnas todas terminadas y la mitad de toda la fachada.

Entonces me dice: tenemos que terminar en gótico todo lo que está a medias; pues yo no sé, pero si quiere es una orden de que hace usted el favor de que lo termine… y no tuve más remedio que hacerlo […] Tuve que aprender a hacer obras góticas, porque la única condición que le puse al señor arzobispo fue que fuera a piedra cortada, y todo es a piedra cortada.2


Así emprendió su labor en una obra que estaba prácticamente en ruinas. Al recibirla

tuvo que iniciar no una opera di restauro, sino de verdadera resurrección de entre los muertos y su gótico, más francés, más Viollet le Duc, mostraba sino una genialidad imposible o una legitimidad absurda sí, al menos, un amor al oficio, un respeto por el gótico de Francia y de Paul Claudel.3

Al fallecer el cardenal José Garibi Rivera el 27 de mayo de 1972, dio por concluida su labor en el Templo Expiatorio, de la cual: “El resultado es, dentro de su especial, curiosa circunstancia, al menos discreto. Un gótico construido en el siglo veinte es irremediablemente romántico, se alza como un capricho y nostalgia de una cierta Francia”.4

En 1930 ejerció su profesión en las obras del Ferrocarril Sud-Pacífico de México. En 1934 realizó un viaje de estudios a Nueva York, y en octubre inició la construcción del Hotel Playa de Cortés en Guaymas, Sonora, la cual terminó en diciembre de 1935.

Por estos años combinaba el ejercicio de su profesión con la asistencia al círculo cultural que se reunía casi siempre los jueves, en las instalaciones de la Librería Font, y los domingos en la casa de José Arriola Adame. A esas reuniones asistían el canónigo José Ruiz Medrano, los licenciados Agustín Yáñez, Efraín González Luna y Antonio Gómez Robledo, entre otros.

En 1940 proyectó la Parroquia de Nuestra Señora de la Paz construida en 1942-1943, y concibió el Paseo del Hospicio, idea modificada por el gobierno del estado de Jalisco en los años setenta. En 1942 inició la restauración y la limpieza de las fachadas del Sagrario Metropolitano y de la Catedral Metropolitana, en cuyo friso colocó la inscripción latina: “Nisi Dominus aedificaverit domun, in vanum laborat qui aedificant eam”. Y en 1943 propuso el Plano Regulador de Guadalajara, considerado el primer documento de urbanismo local.

En 1947 inició la construcción del edificio Plaza y la realización de la Cruz de Plazas en torno de la Catedral, concebida en 1946 y terminada en 1953, lo que le dio a la ciudad un importante espacio abierto; si bien muy cuestionable por los edificios históricos que se derrumbaron, dio a la ciudad la Plaza de la Liberación o el “Dos de Copas”, considerada por Guillermo García Oropeza como una de las más bellas del continente. Además de la Plaza Guadalajara o de “Los Laureles” frente a la Catedral y la Plaza de la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres que estaba en el proyecto original, aunque la solución final fue de Vicente Mendiola.

De febrero a octubre de 1948 viajó a Europa con una beca de la Asociación de Estudios Hispánicos con el fin de madurar su idea sobre el establecimiento de una escuela de arquitectura en Guadalajara.

El 1° de noviembre de 1948 fundó la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Guadalajara, en las instalaciones del Instituto Tecnológico, cuya inauguración fue el 6 de enero de 1949, correspondiéndole pronunciar el discurso oficial al rector Luis Farah.

En 1950 viajó nuevamente al continente europeo, ahora para contratar profesores para la Escuela de Arquitectura. Aceptaron venir Bruno Cadore y Carlangelo Kovasevich de Florencia, Silvio Alberti de Milán, Mathías Goeritz de Danzig, Horst Hartung de Stuttgart, Manuel Herrero de Madrid y Erick Coufal de Viena. A los europeos unieron sus esfuerzos los mexicanos Julio de la Peña, Alejandro Rangel Hidalgo, José Arriola Adame, José Ruiz Medrano, Alberto G. Arce, José Tapia Clemens, Juan Palomar y Arias, Jaime Castiello Camarena, Salvador de Alba Martín y el mismo Díaz Morales, quien llegó a impartir hasta siete cátedras distintas, hasta el 21 de junio de 1963.

Sobre su estilo magisterial, Guillermo García Oropeza escribió:

Llegaba con artera puntualidad y después de pasar una lista plena de ausencias comenzaba su clase que era, simplemente, la más espléndida que hubiéramos oído hasta entonces. Una voz torrencial, explosiva, rica en recursos y sonoridades; el rostro pletórico amenazando explotar, los ojos dominantes y vivos, las manos fuertes, grandes, más las de un general dirigiendo combates que las de un maestro exponiendo; los gestos nerviosos, los tics conocidos, el peculiar balanceo del cuerpo sólido, magno; la buena cepa de su naturaleza, el señorío, la autoridad indiscutible, la lumbre de una inteligencia apasionada.5


A la teoría aportó su ya clásica definición de arquitectura: “Es la obra de arte que consiste en el espacio expresivo, delimitado por elementos constructivos, para compeler el acto humano perfecto”.6

En abril de 1958 dejó la dirección de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Guadalajara y continuó en la cátedra hasta 1963, cuando renunció por presiones de la politiquería estudiantil. Y sólo regresó veinticuatro años después de la fundación a recibir un homenaje de algunos miembros de la comunidad al participar en un curso de la maestría en Investigación Arquitectónica.

En 1949 fundó la Comisión Técnica para la conservación de la obra de José Clemente Orozco, la cual dirigió hasta 1976. También fundó la asociación civil Arquitectura, mejor conocida como arquitac, y también la asociación de Arquitectura Sacra.

En 1951 la República de Francia le otorgó las Palmas Académicas de la Legión de Honor. Un año después recibió la investidura pontificia como Caballero de la Orden Ecuestre del Santo Sepulcro de Jerusalén.

En 1952 restauró la fachada del Museo Regional del Estado de Jalisco, en 1960 los torreones de Palacio de Gobierno y más tarde hizo lo propio con el Teatro Degollado a partir de 1959. Él mismo describió en qué consistió la remodelación:

Había en la fachada cinco distintos ‘órdenes’, cada uno de proporciones y composición diferente... Logré establecer un orden conveniente, que me permitió dejar cuatro gradas como estilobato; más esto exigía, además, que se demolieran unas dependencias que estaban sobre una especie de galería deprimente... Obtuve la aprobación de este proyecto y pude así logar consolidar un pórtico corintio romano de proporciones casi idénticas al magnífico pórtico del Panteón [de] Agripa en Roma, añadiendo ocho columnas más [...]7

Además grabó las inscripciones “Teatro Degollado”, y en el friso la frase “Que nunca llegue el rumor de la discordia”, tomada de unos maitines del Breviario Romano. Así, si a Jacobo Gálvez se le debe el interior del Teatro, a Díaz-Morales se le acredita el exterior. También le proyectó un Teatro de Cámara en la parte subterránea, que años después se construyó.

Otras obras o proyectos son: la Rinconada de los Poetas en el antiguo Convento de San Francisco; la restauración del Templo de San Diego de Alejandría; el edificio del Seminario Conciliar Menor, en el cual sobresale la capilla; los Templos de Jesús Niño y de María Reparadora; la Capilla de las madres mercedarias del Colegio de la Veracruz; la plaza del Templo Expiatorio. También destacan las casas particulares, como las de Álvarez-Díaz Morales, Baeza-González-Luna, Font-Reaux, Palomera, Alarcón y Villa Margarita, entre otras.

En 1970 ingresó al cuerpo docente del Seminario Conciliar de Guadalajara, donde impartió las cátedras de Historia del Arte y la Cultura y Arte Sacro. A partir de 1972, invitado por el arquitecto Salvador de Alba Martín, dio por veinte años la cátedra de Teoría de la Arquitectura en el iteso, donde fue miembro del Consejo de Escuela de 1974 a 1977, y recibió el grado de profesor numerario en 1976 y de profesor emérito en 1990.

En 1979 recibió el título de socio académico emérito de la Academia Nacional de Arquitectura, y el Capítulo Guadalajara lo nombró presidente vitalicio honorario.

En 1980 intervino las plazas cívicas, fachada y anexos de la Catedral de San Marcos de Tuxtla de Gutiérrez, Chiapas.

Entre sus escritos se encuentran: La arquitectura del Hospicio Cabañas (1971); Precisiones sobre urbanismo (1975); Conceptos de arquitectura (1981); El Teatro Degollado (1984); José Clemente Orozco (1984); Breve relación sobre el Templo Expiatorio en el centenario del nacimiento del cardenal José Garibi, (1989); En el centenario del nacimiento de José Arriola Adame (1990); Horst Hartung Franz in memorian (1990); y Un crimen contra los tapatíos sobre la demolición del ciprés catedralicio (1992); entre otros. Dejó en proceso sus teorías sobre la arquitectura y la composición arquitectónica.

En 1985 compartió con Luis Barragán y José Villagrán el Premio Arquitectura del Colegio de Arquitectos de Jalisco; en 1986 recibió el Gran Premio de la Academia Nacional de Arquitectura; el 17 de junio de 1987 se le concedió el nombramiento de Honorary Fellow del American Institute of Architects, en su convención en Orlando, Florida; en 1989 se le entregó el Premio Utopía de la fundación del mismo nombre; el 19 de agosto de 1989 recibió la medalla Guillermo Álvarez Macías de la Sociedad Cooperativa Cruz Azul; el 22 de diciembre del mismo año, el presidente de la república, Carlos Salinas de Gortari, le entregó el Premio Nacional de Ciencias y Artes.

Falleció el 3 de septiembre de 1992 en Guadalajara, y fue inhumado en la Capilla de la Santa Cruz de la cripta del Templo Expiatorio.

En 1993, por acuerdo de cabildo del Ayuntamiento de Guadalajara, se le impuso su nombre a la plaza del Templo Expiatorio, donde hay dos monumentos que lo recuerdan. Y el mismo año, la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (upaep) instituyó el Premio Nacional de Arquitectura “Ignacio Díaz Morales”.

En el centenario de su nacimiento –2005– se le rindió un solemne homenaje en el Paraninfo de la Universidad, en el cual participaron los rectores de la Universidad de Guadalajara y del iteso, José Trinidad Padilla López y Héctor Acuña Nogueira, respectivamente.

El 9 de octubre de 2014 se inauguró en el Museo de las Artes de la Universidad de Guadalajara la exposición “El oficio del arquitecto. Ignacio Díaz Morales”.

Juicios y testimonios

Modesto Alejandro Aceves Ascencio: “La arquitectura era en algunas ocasiones el pretexto para hablar de filosofía, de historia, de tecnologías, religión, ética y hasta de música. En efecto, la intención era formar personas antes que profesionistas, fortalecer el lado humano del individuo. Por algo decía que: ‘El arquitecto debe ser el hombre más culto de su tiempo’.
Siempre insistió que ‘Tanto más valdrá una cultura cuanto más rinda culto a la vida y cultive la vida’. Cuánto ahínco al insistir en reiteradas ocasiones que leyéramos la ética de Max Scheller, la de Von Hildebrant, o la de José Vasconcelos. Pero nada comparado con sus expresiones al recomendar ‘Gloria, una Estética Teológica’ de Hans Urs Von Baltasar, ligada íntimamente con los tres trascendentales: lo bueno, lo verdadero y lo bello.

“El agudo sentido de observación llevó a Díaz Morales a sintetizar las características de la arquitectura mexicana y a aplicarlas en sus obras. Al preguntársele el concepto de obra de arte, Díaz Morales citaba a José Clemente Orozco diciendo que es: ‘la creación de un nuevo orden’, añadiéndole él una de sus palabras predilectas: esplendente; referida ésta al esplendor del orden según Platón y al esplendor de la verdad según san Agustín.

“Siempre nos conminó a que la arquitectura no fuera escenografía. Que nunca se tratara de aparentar lo que no es. Definía la cursilería como la elegancia fallida. Decía que la decoración es exclusivamente la dignificación. Ni más ni menos de lo indispensable.

“Sobre el acto humano perfecto solía remarcarnos uno de los que se hacen de manera cotidiana que es la convivencia y la comunicación familiar. Como actos humanos perfectos extraordinarios, no se cansaba de repetir aquellos realizados por Jesús García, el héroe de Nacozari y el de Maximiliano María Kolbe. Estos actos llenos de heroísmo, de humanidad, de belleza y de perfección quedaron marcados en la mente de sus estudiantes.

“Mucho nos habló de la autenticidad: si es auténtico el espíritu creador del hombre hará arquitectura.

“Siempre señaló que el arquitecto tiene el deber de defender a su ciudad. Nos pedía orientar las desorientaciones de los clientes. Inclusive llegó a tener diferencias con algunas autoridades importantes porque no se respetaron los ordenamientos y el Plan Regulador en el que él participó.

“Por supuesto que nos enseñaba que existen los términos de composición arquitectónica que son el somático, el económico-social, el espiritual, el urbanístico y el cuantitativo. Pero eso no era tan importante como recalcar una y otra vez una de sus exhortaciones más vehementes tomada, corregida y aumentada de una de san Agustín: ¡Sean poetas y hagan lo que quieran!

“Nos explicaba que existen los valores en la arquitectura y que son: el valor útil, lógico, estético y social, siendo este último el rector de los otros ya que lo primordial es que se promueva la convivencia humana, porque los seres humanos somos invitados a ella y el espacio creado tiene que representarlo. Pero también nos dijo que existen el valor religioso y el valor vital, este último es el que sostiene o mantiene la vida en sus cuatro vertientes: física, vegetativa, instintiva y espiritual.

“Todo lo anterior es para que pudiéramos comprender mejor las notas del valor estético que son partido, unidad, claridad, contraste, simetría, carácter, estilo y proporción, ya que como decía Cicerón: ‘Los doctos entienden la razón de las artes y el resto se queda en la voluptosidad’.

“Ignacio Díaz Morales, caballero sumamente religioso, con un gran gusto por la música y el tequila solía iniciar el curso escolar con una frase: ‘Empieza viviendo como piensas para que no termines pensando como vives’.

“Su descripción de La Gioconda es magistral: ‘La Mona Lisa de Leonardo da Vinci es tan alabada porque representa mucha serenidad, tiene un principio de sonrisa que revela mucha placidez, paz interior. Domina con los ojos a donde quiera que te muevas, la sonrisa no acaba de explotar, la posición de las manos revela serenidad en el espíritu. El cuadro tiene un colorido tranquilo, sin contrastes fuertes y el paisaje casi pasa desapercibido pero lo sientes en toda la obra’”.


Javier Díaz Reynoso: “¿De qué hablaba Díaz Morales? De Dios y la belleza al revés y al derecho; de los clásicos que por algo son; de la linterna de Diógenes, de Pigmalión y del monte parturiento; de la luz no usada de Salinas que fray Luis de León festeja; de un profeta Dante y florentino; del desnudo desprovisto y viril David; de la alegría que un sordo haría sinfonía; de la intuición de Bergson con la que elegimos lo bueno; de la conversión de Claudel y de la duda de Valery; de la Vulgata latina, de San Juan, del Principio y la palabra; de cuando Pedro de Croan hizo cantar a las canteras; […] de la Alhambra sensual en el otoño; de la razón estoica de San Lorenzo del Escorial, de Felipe Segundo; del triunfo del gótico y la girola; del Hospicio Cabañas donde Orozco pintaba con fuego el ‘fuego’ […].”


Guillermo García Oropeza: “Estudiante rebelde que alguna vez fui, me opuse a ese maestro que fue Ignacio Díaz Morales. Por entonces disentía de sus ideas y de sus ‘imposiciones’. La perspectiva de los años me ha demostrado que fue el mejor, el insuperable maestro que he tenido y que jamás tendré [...] Irrepetible y paradójico y difícil me parece encontrar la fórmula que me lo explique. Me basta el afecto y la admiración a este Pierre de Croan, a este amigo de José Clemente Orozco, a este caballero defensor de la vieja Guadalajara, a este artista austero, a este maestro, a este constructor de la morada integral del hombre, a este hombre cabal, pleno y entrañable”.


Referencias
  1. José Dorazco Valdés, Ignacio Díaz Morales o la pasión por la cultura, El Informador, Guadalajara, 16 de julio de 1989, suplemento cultural, p. 14. z ↩︎

  2. Sergio René de Dios Corona, Don Ignacio Díaz Morales, arquitecto, El Occidental, Guadalajara, 24 de diciembre de 1989, sección “Desarrollo inmobiliario”, p. 6. ↩︎

  3. Guillermo García Oropeza, “Díaz Morales: la obra”, El Occidental, Guadalajara, 4 de octubre de 1992, suplemento cultural, p. 5. ↩︎

  4. Ibid., loc. cit. ↩︎

  5. Guillermo García Oropeza, Ignacio Díaz Morales, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 1982. ↩︎

  6. Inscripción en un muro conmemorativo del campus ITESO, de Guadalajara. ↩︎

  7. José Montes de Oca y Silva, y Luis Páez Brotchie, El Teatro Degollado, Guadalajara, Gobierno del Estado de Jalisco, 1964, pp. 221-222. ↩︎