Las gestiones para la fundación de la universidad de Guadalajara

El despotismo ilustrado de Carlos III

Al reinado de Carlos III se le ha caracterizado como un despotismo ilustrado, lo cual implicaba en la práctica

centralizar el poder político en el monarca y disminuir las facultades de cuerpos como los ayuntamientos, las cortes, los gremios y las universidades; aumentar el predominio del rey sobre la iglesia (el regalismo) por medio de un mayor control de los obispos, las órdenes religiosas y las cofradías; promover eficacia en la administración gubernamental, especialmente la financiera y, en el caso de las colonias americanas, reducir la participación de los criollos en los puestos importantes del gobierno y de la Iglesia.1

Los anteriores conceptos repercutieron muy concretamente en Guadalajara, al reducir su territorio con el establecimiento de las Intendencias, y la mencionada expulsión de los jesuitas.

Era evidente que la orden que más obstaculizaba las reformas de Carlos III era la Compañía de Jesús por su organización eficiente y aún autonómica de sus misiones y colegios; e incluso venía impulsando toda una serie de reformas académicas, que implicaban la modernización de los estudios filosóficos. Así

las universidades del Viejo Continente habían estado experimentando el impulso renovador de toda una pléyade de filósofos como Descartes, Leibnitz, Spinoza, Malebranche, Gassendi, Locke, Condillac y otros [...] A través de España recibimos el influjo europeo, pues de allá nos venían no pocas veces los maestros y aún los mismos libros de texto que acá no se imprimían. Aunque hubo posiciones de reserva e incluso de abierta oposición a las nuevas corrientes, podemos afirmar que la actitud general que se adoptó en México fue la misma que en la mayor parte de las universidades de Europa. Así, en lo que concierne a algunas cuestiones cosmológicas y psicológicas, por razón de los adelantos científicos, se rectificaron no pocas proposiciones tradicionales y se adoptó el método empírico estrictamente científico y aún se descartaron las opiniones de los antiguos filósofos naturalistas. En la misma Universidad de México los estudios filosóficos sufrieron una transformación desde mediados del siglo xviii. Pero esta transformación ya se había iniciado tiempo antes en los colegios de la Compañía de Jesús en la Nueva España, empezando por los de la Ciudad de México y siguiendo por los de otras ciudades como Guadalajara.2

Lo anterior no implicaba que Carlos III se opusiera a los adelantos científicos, dado que fue el impulsor en la capital novohispana de las ciencias naturales, y de la práctica de una medicina más científica. Sino más bien consideró altamente peligrosas las tesis de la doctrina de la legitimidad y del tiranicidio, enseñadas por los jesuitas en sus colegios.

Más aún, los jesuitas criollos habían gestado y venían cultivando todo un movimiento humanista-mexicanista:

Los jesuitas habían conquistado una posición moral y una influencia sobre la élite criolla y sobre la población de los indios y las castas, sólo comparable a la de los pioneros franciscanos en los veinte años que siguieron a la llegada de los doce [...] Los mexicanos de todas las razas habían comulgado bajo la égida de la Compañía, en una devoción unánime a la Virgen de Guadalupe.3

De aquí las protestas generalizadas ante la expulsión de la Compañía de Jesús, y la inmediata y severa represión. En México, el arzobispo Francisco Antonio de Lorenzana acusó de ser el autor de una antipastoral projesuita al doctor Lorenzo Antonio López Portillo y Galindo, novogalaico, canónigo de la Catedral y rector de la Universidad de México, quien era célebre por haberse graduado examinándose en sólo tres días en las tres Facultades de Derecho Civil, Derecho Canónico, Teología y Filosofía ante el Claustro Pleno de noventa doctores. Tan brillante universitario, salió desterrado de la Nueva España.

En Guadalajara ya se señalaba que la expulsión de la Compañía de Jesús provocó la clausura de los Colegios de San Juan Bautista y de Santo Tomás, suprimiendo la educación media y superior, e hiriendo seriamente los sentimientos regionalistas de los tapatíos, quienes

estaban orgullosos de los colegios seminarios (de Santo Tomás y de San José). Ese orgullo era muy justificado ya que ambos colegios atraían a muchos jóvenes a Guadalajara de lugares tan distantes como el Valle de San Mateo del Pilón, o del Real de Minas de Concepción de los Álamos o de San Matías, Sierra de Pinos. La importancia de los dos colegios seminarios no dependía solamente de sus vastos alcances geográficos. Los dos seminarios preparaban a quienes ocuparían los puestos públicos directivos en sus respectivas patrias y, en algunas ocasiones hasta en la capital del Virreinato.4

Acorde con los sentimientos de sus fieles, el obispo de Guadalajara, Diego Rodríguez de Rivas y Velasco, fue el único miembro del Episcopado novohispano que desaprobó la expulsión, y protestó enérgicamente en una carta pastoral. Uno de los jesuitas desterrados escribió: “Acabamos de salir de Guadalajara, cuando el obispo envió a uno de sus canónigos a saludarnos y a felicitarnos –son sus propias palabras– de que soportáramos el exilio en nombre de Jesús”.5

Estas fueron pues las circunstancias históricas entre las cuales se gestó el establecimiento de la universidad en Guadalajara.


Referencias
  1. Doroty Tanck de Estrada, “Aspectos políticos de la intervención de Carlos III en la Universidad de México”, Historia Mexicana, Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México, vol. xxxviii, octubre-diciembre de 1988, núm. 2, p. 181. ↩︎

  2. Palomera, op. cit., p. 108. ↩︎

  3. Jacques Lafaye, Quetzalcóatl y Guadalupe. La formación de la conciencia nacional en México, México, fce, 1983, pp. 158-159. ↩︎

  4. Castañeda, La educación en Guadalajara…, p. 147. ↩︎

  5. Lafaye, op. cit., pp.160 -161. ↩︎