Los primeros universitarios

Espinosa y Dávalos, Pedro

Nació en Tepic, poblado de la Intendencia de Guadalajara, el 29 de junio de 1793. Fueron sus padres los señores José Ramón Espinosa y María Teresa Dávalos. “Procedía de una familia levítica: dos de sus hermanos fueron sacerdotes y dos de sus hermanas religiosas”.1

Inició su instrucción elemental con un profesor particular, contratado por el que fuera su padrino de bautizo, Antonio de Santa María. Estudió la doctrina cristiana y el latín en el Convento de la Santa Cruz de su pueblo natal.

En 1806 ingresó al Seminario Conciliar de Guadalajara, con una beca de gracia, ya que su padre se encontraba en una difícil situación económica. Fue presidente de la Academia de Teología Escolástica, y el 28 de octubre de 1816 recibió la ordenación sacerdotal, de manos del obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas.

Con el fin de perfeccionar sus estudios, ingresó a la Real Universidad de Guadalajara, en la cual el 28 de agosto de 1819 recibió el grado mayor de licenciado en Teología, y el 12 de agosto de 1821 la borla doctoral.

Desempeñó los siguientes cargos: rector del Colegio de Niñas de San Diego y capellán del Templo anexo; promotor de la Fe y promotor fiscal; visitador de planteles educativos; profesor sustituto en el Seminario Conciliar, impartió las cátedras de Gramática, Filosofía y Teología; profesor titular de Moral y de Teología Dogmática; y rector del Seminario de 1831 a 1840.

El 22 de junio de 1832 fue nombrado canónigo de gracia y lectoral del Cabildo Eclesiástico; ascendió a tesorero, el 16 de enero de 1841; a maestrescuelas, el 9 de mayo de 1845; y finalmente a arcediano, el 16 de mayo de 1848.

En 1825 actuó como promotor fiscal en la Junta Eclesiástica, que pretendió excomulgar a Anastasio Cañedo, al haber criticado al clero desde el periódico La Estrella Polar. Tuvo que enfrentar la defensa que hicieron del acusado, los doctores Francisco Severo Maldonado y José Luis Verdía, y así “habiéndose expresado [Maldonado] en términos despreciativos del Cabildo, el doctor Dávalos, con un candor propio de aquella época y como quien ve amenazada su fe en el mismo santuario, comenzó a rezar en voz alta el credo [...]”.2

Y pasó de los rezos al periodismo militante. A finales de 1826 fundó El Defensor de la Religión, para oponerse a las ideas liberales y a las acciones de los gobiernos estatales, que le restaban sus derechos a la Iglesia. El primer número apareció el 26 de enero de 1827.

En la Universidad de Guadalajara impartió la cátedra de Teología de Melchor Cano, regenteó la de Sagrada Escritura, integró en múltiples ocasiones los Claustros de Doctores y de Consiliarios; de 1845 a 1848 fungió como cancelario.

Durante el régimen centralista fue diputado al Congreso Nacional de 1834 a 1836, fungió como su vicepresidente en 1835; y el general Antonio López de Santa Anna lo nombró consejero del Estado; y en 1852 apoyó el Plan del Hospicio.

Propuesto como obispo por los Cabildos de Puebla de los Ángeles y de Michoacán, al fallecer el obispo Diego Aranda y Carpinteiro fue electo vicario capitular en sede vacante del Obispado de Guadalajara.

El 2 de mayo de 1853, el presidente de la república, López de Santa Anna, lo propuso al papa Pío IX como obispo de Guadalajara, quien lo nombró el 12 de septiembre; y recibió la consagración episcopal el 8 de enero de 1854, en la Catedral de Guadalajara.

En el campo religioso: solemnizó la declaración del dogma de la Inmaculada Concepción de María en 1854; de Génova mandó traer el ciprés de mármol de la Catedral; reparó el Hospital de San Miguel de Belén y amplió el Hospital de San Juan de Dios; propició que se establecieran las Hermanas de la Caridad; en 1862, participó en Roma en la canonización del primer santo mexicano, fray Felipe de Jesús, entre otras acciones.

En 1854 se opuso al Plan de Ayutla, y protestó ante el gobernador de Jalisco por el discurso de Miguel Cruz Aedo del 18 de agosto de 1855, en el que se atacaba al clero. En noviembre se expidió la Ley Juárez, que prohibía a los tribunales eclesiásticos conocer de asuntos civiles, a lo que se opuso. Y actitud similar pero aún más enérgica observó ante la Ley Lerdo, que ordenaba la desamortización de los bienes eclesiásticos.

Durante la Guerra de Reforma: el 26 de marzo de 1858, recibió solemnemente en la Catedral al gobernador conservador, licenciado Urbano Tovar; en 1859 en una carta pastoral colectiva, rechazó las Leyes de Reforma expedidas por el presidente Benito Juárez en Veracruz; ante el recrudecimiento de la guerra a finales de junio de 1860, salió de Guadalajara de incógnito, pero fue apresado en la loma del Joconoxtle por las tropas liberales, al parecer se intentaba canjearlo por el general Uraga, apresado por los conservadores; y el 11 de julio inmediato, el general Santos Degollado ordenó su libertad; en reciprocidad el obispo pidió la liberación del citado Uraga ante el general Miguel Miramón, con quien se entrevistó en agosto.

En enero de 1861, el presidente Benito Juárez ordenó su destierro del país. Junto con otros obispos, fue apedreado en Veracruz, y partió a Estados Unidos, y de ahí a Europa.

En Roma, informó al papa Pío IX sobre la situación de la Iglesia en México. El papa le otorgó en aprobación de sus acciones los títulos de patricio romano, prelado doméstico y asistente al Solio Pontificio.

El 26 de enero de 1863, Pío IX elevó la sede episcopal de Guadalajara a la categoría de Arquidiócesis, y así se convirtió en el primer arzobispo de Guadalajara; fue nombrado como tal el 19 de marzo: “Era obvio que el Papa pretendía fortalecer a un prelado cuya oposición a toda medida liberal estaba fuera de cualquier duda”.3

En febrero de 1864 regresó a México. El 17 de marzo, en Lagos de Moreno, ejecutó la bula de erección de la Arquidiócesis de Guadalajara, y el 22 fue recibido solemnemente en la nueva sede metropolitana.

La Iglesia de Guadalajara solicitó al general Aquiles Bazaine la devolución de los bienes eclesiásticos, a lo que el francés se negó, y tan sólo regresó el Seminario, el Palacio Episcopal y los colegios de niñas.

El emperador Maximiliano I lo condecoró con el título de comendador de la Orden de Guadalupe. Pero al continuar vigentes las Leyes de Reforma, la relación crítica Estado-Iglesia continuó, y

los últimos meses de 1865 y los primeros de 1866, el señor Espinosa se volvió parco en sus escritos, meditador, mediador, en fin, en un obispo manso […] [Sus] últimos esfuerzos se orientaron, más bien, al ejercicio de su ministerio, que a la polémica con las autoridades imperiales.4

Al ser convocados los obispos por el emperador Maximiliano I para discutir el concordato, partió a la Ciudad de México, donde falleció el 12 de noviembre de 1866, y fue inhumado en la cripta de la Catedral Metropolitana.

El 26 de febrero de 1876 sus restos fueron trasladados a Guadalajara, para ser reinhumados en la capilla de la Purísima Concepción de la Catedral tapatía.

Su producción literaria –aparte de los artículos que publicó en El Defensor de la Religión– incluye: su Relación de Méritos (1819); un Ensayo Literario, con noticias históricas del Obispado de Guadalajara de 1852; y una gran cantidad de documentos políticos y religiosos, entre los que destacan sus cartas pastorales. El obispo Emeterio Valverde Téllez catalogó sus escritos en setenta y ocho.

Juicios y testimonios

José Beiza Patiño: “Dice un refrán popular que ‘el que anda entre miel algo se le pega’ y tiene mucha verdad pues generalmente el que se desarrolla en determinadas circunstancias termina por adaptarse a ellas, o cuando no, a compenetrarse de ellas. El caso de la personalidad que nos ocupa es uno de esos, pues a don Pedro Espinosa le tocó por suerte –yo no sé si buena o mala– vivir la época más crítica de la historia de México desde su Independencia en 1821 hasta la etapa más radical entre 1850-1867 [...] Sin embargo fue en la última de las etapas en donde los ánimos se radicalizaron y los odios entre los contendientes se llevaron a los extremos. Cada quien creía tener la razón, cada quien tenía sus argumentos y la mayoría de las veces los defendieron con las armas en la mano”.


Juan Bautista Iguíniz: “Fue un prelado de poderosa inteligencia, de grandes virtudes, de acrisolada piedad, de noble y bondadoso corazón, de incansable actividad y profundamente versado en ciencias eclesiásticas”.


José de Jesús Jiménez López: “Figura grande, que con su esplendor y actividad pastoral, llenó el siglo xix, en esta Iglesia [de Guadalajara]”.


Agustín Rivera: “En el orden intelectual y literario fue un gran teólogo, y en el orden moral fue un hombre muy piadoso y una paloma”.


Referencias
  1. José de Jesús Jiménez López, “Datos para la Historia de la Iglesia de Guadalajara”, El Informador, Guadalajara, 20 de mayo de 1984, Suplemento Cultural, p. 11. ↩︎

  2. Iguíniz, El periodismo en Guadalajara…, p. 44. ↩︎

  3. Murià et al., Historia de Jalisco…, tomo iii, p. 264. ↩︎

  4. José Beiza Patiño, “Pedro Espinosa y Dávalos: un obispo combativo”, El Informador, Guadalajara, 10 de enero de 1988, Suplemento Cultural, p. 6. ↩︎