Los universitarios entre el Instituto y la Universidad

Gómez Ibarra, Manuel

Nació en Guadalajara, capital de la Intendencia del mismo nombre, el 11 de febrero de 1810. Fueron sus padres los señores Francisco Javier Gómez Mena y María Manuela Ibarra: “Era esta familia de distinguida posición en nuestra ciudad, pues don Francisco era sobrino carnal del canónigo y ex-rector de la Universidad, doctor José María Gómez y Villaseñor”. 1

Inicialmente recibió una educación esmerada, pero al fallecer su tío, el canónigo José María Gómez y Villaseñor en 1816, y su padre al año siguiente, quedó su familia en difícil situación económica, entonces recibió la protección del canónigo Diego Aranda, futuro obispo de Guadalajara.

A los diez años ingresó al Seminario Conciliar, para cursar Latín y el Curso de Artes de Filosofía. A instancias del doctor Diego Aranda cursó un año de Jurisprudencia en la Universidad Nacional de Guadalajara, la cual dejó en 1828 para matricularse en la Academia de Artes del Instituto de Ciencias del Estado de Jalisco. Fueron sus maestros Pierre Lissaute en Matemáticas –dada la ideología radical de este maestro, causaría alarma en su protector el canónigo Aranda–, José María Uriarte en Dibujo y José Gutiérrez en Arquitectura. Su preparación académica duró ocho años y al final se recibió de arquitecto.

Entre 1835 y 1836 el gobernador de la Mitra de Guadalajara, doctor Diego Aranda, le encomendó la construcción del Templo de El Sagrario anexo a la Catedral, conforme al proyecto del que fuera su maestro José Gutiérrez:

El discípulo comprendió admirablemente la idea de su maestro y modificándole en una sola de sus partes, hizo surgir de la piedra la cruz latina que forma el interior de este templo, circuida de su elegante balaustrada a que dan ornato primorosos jarrones coronada la cúpula en que todo es armonía y que hace recordar los grandes hombres de la arquitectura helénica; y precedida del pórtico de columnas dóricas, superadas por el gracioso ático en que descansan las Tres Virtudes Teologales, debidas al cincel del divino Acuña. 2

La obra fue concluida en 1843 y tras algunos temblores que la dañaron, el mismo Gómez Ibarra se encargó de la reparación, sin alterar los rasgos originales el edificio.

En 1836 el obispo Diego Aranda resolvió reanudar la construcción de la Casa de la Misericordia –u Hospicio Cabañas–, confiando nuevamente en Gómez Ibarra:

[…] Sin duda un arquitecto novel y muy joven, pero no tanto que el señor Aranda temiera ponerlo como director de los trabajos que tal empresa exigiera: sin duda también que Gómez Ibarra disfrutaba ya de sólido prestigio en Guadalajara, como constructor y como artista, que hechos posteriores demostraron que fue merecido. 3

Durante nueve años se dedicó a esta obra grandiosa, que el 14 de mayo de 1842 fue afectada por una tromba que destruyó varias columnas de la capilla. Pero Gómez Ibarra siguió adelante y pudo hacer realidad el proyecto de Manuel Tolsá. Se ha polemizado sobre el autor del diseño de la cúpula, a la que se llegó a llamar “Cúpula de Gómez”; el arquitecto Ignacio Díaz Morales expresa al respecto que su trazado

es único y no tengo noticia de otra cúpula similar, que hace de esta un ejemplar de excepcional mérito y no creo que haya sido proyectada por don Manuel Gómez Ibarra, pues las cúpulas que se sabe fueron diseñadas por él, como la del Santuario de San José y la del Sagrario Metropolitano son de trazado más bien mediocre y convencional, si se compara con el original y ático trazado de la cúpula del Hospicio. Sabemos que Gómez Ibarra la realizó, pero el refinamiento de su traza más bien parece ser de don Manuel Tolsá. 4

Para 1839 se desempeñaba como síndico del Ayuntamiento de Guadalajara. Pero sin duda su obra más célebre y cuestionada a la vez fueron las torres de la Catedral, ya que las anteriores habían sido derribadas por un terremoto en 1818. El obispo Diego Aranda le había encomendado los proyectos, pero no se decidía por alguno:

Cuentan que después de la procesión del Corpus, por 1850-1851, el prelado amortiguaba el calorón de junio con pitahayas, servidas en un platón de aquellos con figuras y paisajes, donde se veían campanarios piramidales, como los nuestros, y los dio por modelo al arquitecto, quien para aligerarlos, en vista de los temblores al uso de acá, empleó piedra pómez. Costaron del 30 de julio de 1851, al 15 de julio de 1854, 33,521 pesos, más 7,166 de honorarios al arquitecto a razón de 2,000 pesos anuales. 5

Sobre el diseño de las torres catedralicias, Enrique Benítez, citando la Historia de las iglesias de México de José Refugio Benítez, Manuel Toussaint y el Dr. Atl, señala que las torres “después fueron rematadas del modo absurdo que hoy se ven, que resta, por el exterior al edificio todo mérito e interés arquitectónico”. 6

Afirma Benítez que este juicio lo avalan todos los arquitectos e ingenieros, cuando tratan el asunto y absuelven al arquitecto Gómez Ibarra: “[…] Quien llamó la atención de su Ilustrísima sobre que tal dibujo era un disparate arquitectónico; pero su Señoría Ilustrísima no admitió objeciones y el arquitecto se encargó únicamente de construirlas con solidez y con la forma que tienen”. 7 Cuestiones de crítica aparte, las torres catedralicias a lo largo de los años han sido el símbolo mundial de la ciudad, como expresara el canónigo José Ruiz Medrano: “Torres de Guadalajara no sé si bellas o feas, pero que, imprimen carácter”. 8

El mismo obispo Aranda también le confió el diseño y la construcción del Cementerio de Santa Paula de Belén, iniciada en 1848, pero suspendiéndola en 1850. Destacan la entrada principal y el gran mausoleo, destinado a la sepultura de los canónigos, el cual se inspiró en el célebre Mausoleo de Halicarnaso. Lucía Arévalo lo describió así: 9

[…] Es una capilla funeraria coronada por una “pirámide” de cuarenta metros de alto, perteneciente al estilo “egipcio” al decir del arquitecto Gómez Ibarra, pero al observar el interior de esta “pirámide” encontramos que no es cuadrada, como las egipcias, sino octogonal y por su impresionante profundidad, se asemeja más a un chapitel gótico abovedado.

Otras de sus obras fueron: el Palacio Episcopal de Guadalajara, el pórtico del Templo de Nuestra Señora del Pilar, el Santuario de Nuestra Señora de la Soledad de la Villa de San Pedro Tlaquepaque, el altar principal del Santuario de Guadalupe, las bóvedas del Templo de San José de Analco, la reforma al edificio de la parroquia de San Juan Bautista de Mexicaltzingo, la
reparación del pórtico del Templo de Santo Tomás de Aquino de la Universidad, el Santuario de San José, la torre de la parroquia de San Pedro, la Capilla de la Preciosa Sangre en el Hospital Guadalupano, la parroquia del Señor de la Misericordia de Ocotlán, el pórtico y las torres de la Catedral de Tepic, el aljibe de un convento en Aguascalientes y también instaló el altar mayor ciprés de mármol de Génova de la Catedral de Guadalajara.

Durante la Guerra de Reforma asumió una actitud humanitaria ante conservadores y liberales. Así, en 1858 ocultó en su casa al conservador general Casanova. En 1859 dictaminó que la explosión de la pólvora en el Palacio de Gobierno no se debía a una mina puesta para atentar contra la vida del general Miguel Miramón, y así salvó a varios liberales de ser fusilados en represalia por el supuesto atentado.

En 1866 realizó un viaje a Europa, durante el cual visitó Francia, Italia y Suiza, y en el Vaticano fue recibido por el papa Pío IX. A su regreso a México intentó establecerse en la capital del país, pero esto no le fue posible.

En San Pedro Tlaquepaque fundó y dirigió un colegio politécnico con la cooperación de su hermano y en 1887 publicó su reglamento.

Al preguntarle Alberto Santoscoy cuál de sus obras consideraba la mejor, él le narró cómo logró la clausura del templo de Tepatitlán que estaba bastante deteriorado. Un día después de dar su opinión se derrumbó sin causar víctimas: “¿No te parece que ha sido la mejor de mis obras, la de haber librado de quedar aplastada a una multitud?”. 10

Ya muy anciano y casi invidente falleció en Guadalajara el 2 de junio de 1896. Fue inhumado en una de sus obras, el Panteón de Santa Paula de Belén, aunque en 1969 Ramiro Villaseñor no localizó la tumba y la lápida.

Juicios y testimonios

Enrique Benítez: “Las obras arquitectónicas que llevó a cabo el señor Gómez Ibarra comprueban que poseía una mentalidad superior muy distinguida. Era un artista que amaba el pensamiento constructor y lo empleaba con amplitud, porque tenía todas las cualidades del buen gusto, mucha delicadeza de ánimo y aptitudes notabilísimas que hicieron de él una culminación que se adelantó a su época. Fue un precursor. Por eso, aunque no exista un monumento erigido a su memoria ni una calle que lleve su nombre, ni siquiera una placa conmemorativa en la casa donde vivió y murió, su profesional grandeza sigue en espíritu, flotando sobre los intereses y bellos edificios que construyó”.

Juan José Doñán: “Tal vez no sea el mejor arquitecto que ha dado Jalisco, pero de lo que no cabe duda es de que se trata –y por mucho– del más popular”.

Eduardo Gibbons: “El nombre de este arquitecto, como el de Miguel Ángel en Roma y en Florencia se encuentra enlazado con todas las obras monumentales de esta Guadalajara”.

Alberto Santoscoy: “Era de trato afable y sencillo; sus frases no carecían de ingenio; tenía la memoria felicísima; jamás se le conoció ambición ni vana gloria; y entre esas muchas cualidades y virtudes, eran notables su carácter misericordioso y su rectitud”.


Referencias
  1. Alberto Santoscoy, “Don Manuel Gómez Ibarra”, Obras completas, tomo ii, Guadalajara, Unidad Editorial del Gobierno del Estado de Jalisco, 1986, p. 84. ↩︎

  2. Ibid., pp. 84-85. ↩︎

  3. José López Portillo Weber et al., El Hospicio Cabañas, México, Jus, 1976, p. 52 ↩︎

  4. Ignacio Díaz Morales, “La arquitectura del Hospicio Cabañas”, El Hospicio Cabañas, México, Jus, 1976, p. 120. ↩︎

  5. José Cornejo Franco, Reseña de la Catedral, Guadalajara, Arzobispado de Guadalajara, 1960, p. 84. ↩︎

  6. Enrique Benítez, “Arquitecto don Manuel Gómez Ibarra”, Eco, Guadalajara, Instituto Jalisciense de Antropología e Historia, núm. 14, 1988. ↩︎

  7. Idem ↩︎

  8. José Ruiz Medrano, “Brindis por Guadalajara”, Una voz de México, México, Jus, 1962, p. 202. ↩︎

  9. Lucía Arévalo Vargas, “Introducción. El Panteón de Belén”, Ramiro Villaseñor, Epigrafía del Panteón de Belén, Guadalajara, Unidad Editorial del Gobierno del Estado de Jalisco, 1985, p. 14. ↩︎

  10. Santoscoy, “Don Manuel Gómez Ibarra…”, p. 88. ↩︎