Los universitarios entre el Instituto y la Universidad
González, Mariano
Nació en Guadalajara, capital de la Intendencia del mismo nombre, el 15 de agosto de 1818. Tanto en las actas de su bautizo como de su confirmación se consigna que fue de padres no conocidos.
En el Seminario Conciliar de Guadalajara estudió Latín y el Curso de Artes que concluyó en 1837, bajo la conducción del doctor Pío González. Enseguida hizo estudios en Teología, el 30 de diciembre de 1840 solicitó la primera tonsura y las órdenes menores –ostiario, lectorado, acolitado y exorcistado–; y el 6 de enero de 1842 recibió el orden presbiteral de manos del obispo de Guadalajara Diego Aranda.
De 1840 a 1848 fue catedrático del Seminario Conciliar, se caracterizó por sus grandes dotes para el magisterio. Fueron sus discípulos, entre otros, Ignacio Luis Vallarta, Emeterio Robles Gil, Germán Ascensión Villalvazo, José María Vigil y Jesús González Ortega, a todos ellos les dedicó una “Oda”, con motivo de la terminación de sus estudios de Filosofía en el Seminario de Guadalajara, la cual fue publicada.
El 1° de febrero de 1846 recibió el grado de licenciado en Teología en la Universidad Nacional de Guadalajara, y el 3 de mayo del citado año se le confirió el doctorado en Teología.
En 1855 fue beneficiado con la Sacristía Mayor de Tepatitlán. También en varios periodos fue electo viceconsiliario y consiliario de la Universidad Nacional de Guadalajara.
Lamentablemente contrajo una enfermedad contagiosa, por lo que vio truncada su brillante trayectoria magisterial y eclesiástica, sin embargo sufrió con gran estoicismo sus males y tuvo que ser internado en el Hospital de San Miguel de Belén.
El doctor Agustín Rivera nos dejó sobre sus últimos días el siguiente relato:
Entré, mi antiguo y amado compañero de cátedras en el Seminario estaba sentado en su lecho, cubierto con una burda frazada, con el semblante muy feo [...] Sin embargo, estaba muy tranquilo y con el buen humor de siempre; me alargó la destrozada mano, envuelta en un sucio trapo, se la tomé y con una silla de paja me senté junto a su lecho. El comenzó a platicar y yo permanecí en silencio, embargado por el dolor [...] Los lazarinos en el último periodo despiden un gran hedor. Sin duda por mi temperamento nervioso, la vista de aquel varón venerable por sus virtudes, y venerable por la desgracia, de aquel semblante llagado y mutilado, de aquellas pupilas torcidas, de aquella cabeza entrecana, en que había desaparecido la corona sacerdotal, de aquel cuerpo encorvado bajo la adversidad, llevaron muy lejos mis sentidos interiores, y hacían que no apercibiera el mal olor recibido por el sentido exterior.
La conversación versó en su mayor parte sobre sus antiguos discípulos. De muchos se acordó con cariño y gratitud, principalmente de los señores Vallarta, Robles Gil, Vigil y González Ortega, de quien me dijo que cuando había estado sitiando a Guadalajara, lo había visitado con frecuencia en aquella celda, y lo había auxiliado con cantidades de dinero de consideración. De uno solo de sus discípulos se quejó, porque era muy pobre cuando había hecho su carrera literaria, durante la cual el doctor González lo había auxiliado con frecuencia con dinero, y a la sazón tenía una excelente posición social y no lo había socorrido “ni con [un] tlaco” a su antiguo maestro y bienhechor, ni le había hecho siquiera una visita.
Las últimas palabras que me dijo en voz muy baja fueron éstas: “Ya poco me falta para entregar la obrita”... Jamás he podido olvidar aquellas palabras, que en medio de su sencillez son muy sublimes, profundas y patéticas”. 1
El 22 de abril de 1865 falleció en Guadalajara, y fue inhumado en el Cementerio de Santa Paula de Belén.