Los universitarios sin universidad

González Martínez, Enrique

Nació en Guadalajara, Jalisco, el 13 de abril de 1871. Fueron sus padres el profesor José María González y la señora Feliciana Martínez.

En 1875 se matriculó en la escuela de párvulos de las profesoras Petra y Micaela Rodríguez. En 1877 inició su instrucción primaria en la escuela que dirigía su padre, y de 1878 a 1881 la continuó en la escuela del profesor Martín Souza.

En 1881 ingresó al Seminario Conciliar de Guadalajara para realizar sus estudios preparatorios. En 4º y 5º años obtuvo las calificaciones máximas, por lo que presentó actos públicos de honor, además fue secretario de la Academia Latina de San León Magno, en la cual dio a conocer una composición latina en prosa y algunos poemas en castellano.

Obtuvo en 1885 un premio en el concurso convocado por el periódico The Sun, por la traducción de un poema en inglés titulado “La plegaria de Milton en su ceguera”, y publicó sus primeros poemas en La linterna de Diógenes.

En 1886 dejó el Seminario Conciliar; al respecto escribió: “Salí del Seminario con fama de buen estudiante, constelado el pecho de medallas escolares, con gran acopio de latín y de Filosofía Escolástica y con los suficientes conocimientos científicos para que los estudios de medicina no me tomaran desprevenido [...]”. 1

Tras revalidar sus estudios en el Liceo de Varones, ingresó a la Escuela de Medicina de Guadalajara.

Alternó sus estudios profesionales con su producción poética. Al ingresar como practicante en el Hospital de Belén, confesó que experimentó una sensación de liberación: 2

Aquel recinto de dolor humano me llenaba de alegría; aquel contacto con la muerte me inyectaba plenitud vital, euforia que era para mí, a un tiempo descubrimiento inesperado y goce intenso de vivir, ya mis horas no se llevaban en mi casa con la escrupulosidad de otros tiempos [...] 3

El 7 de abril de 1893 presentó su examen profesional y recibió su título de médico y cirujano, su tesis trató sobre la “Dilatación y división del cuello uterino”. Luego instaló su consultorio en la casa paterna y fue nombrado catedrático adjunto de Fisiología, en la misma Escuela de Medicina de Guadalajara.

En diciembre de 1895 dejó su ciudad natal y se estableció en Sinaloa de Leyva, donde pasó, según decía, sus años más ardorosos y fecundos. En 1898 contrajo matrimonio con Luisa Rojo, con quien tuvo cuatro hijos, en tanto ejerció su profesión en poblaciones rurales y colaboró en varias revistas y periódicos de la Ciudad de México.

En agosto de 1902 envió a la imprenta Retes, de Mazatlán, los originales de su libro Preludios, el cual fue publicado al año siguiente con muy buena acogida. En 1907 publicó en Mocorito su segundo libro, Lirismos, por ese entonces ya se había establecido en el citado pueblo de Mocorito. Y de 1907 a 1909 dirigió la revista Arte.

De 1907 a 1911 fue prefecto político de los distritos de Mocorito, El Fuerte y Mazatlán, y secretario general del gobierno del estado de Sinaloa.

En 1909 publicó en Mocorito su libro Silenter, dedicado a Guadalajara, y en 1911 se editó Los senderos ocultos.

En 1909 fue electo miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua. En 1911 viajó a la Ciudad de México, donde fue designado miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua e ingresó al Ateneo de la Juventud, el cual presidió en 1912, año en el que publicó la revista Argos.

En 1913 fue subsecretario de Instrucción Pública y Bellas Artes, en el gabinete presidencial de Victoriano Huerta, sobre lo cual dice Jaime Torres Bodet:

Le ofrecieron (y él aceptó) una subsecretaría: de la que tanto se dolió después, de haber aceptado. ¿Cómo fue posible que un hombre de su jerarquía moral admitiese colaborar con la administración del usurpador? El oscuro Macbeth con charreteras [...] no era tan poderoso, a pesar de su fuerza, como para lograr corromper a un espíritu de la calidad del de González Martínez. Algo, sin duda, cegó al poeta [...]3

En 1914 fue nombrado secretario general del gobierno del estado de Puebla, y se estableció en la Puebla de los Ángeles.

En 1915 regresó a la Ciudad de México, donde fungió como profesor de Lengua y Literatura Castellana y de Literatura General, y como jefe de clases en la Escuela Nacional Preparatoria y en la Escuela Normal de Señoritas, además de ser profesor de Literatura Francesa en la Escuela de Altos Estudios.

También en 1915 publicó La muerte del cisne y sus traducciones de poemas franceses que tituló Jardines de Francia, con prólogo de Pedro Henríquez Ureña.

En 1917 inició su labor de editorialista en El Heraldo de México; dirigió en compañía de Ramón López Velarde y de Efrén Rebolledo la revista Pegaso, y publicó El libro de la fuerza, de la bondad y del ensueño, obra considerada por Jaime Torres Bodet como “la gran producción de su madurez”.4 En 1918 publicó Parábolas y otros poemas, con prólogo de Amado Nervo.

De 1920 a 1922 fue embajador y ministro plenipotenciario de México en la República de Chile, designado por el presidente de la república, Adolfo de la Huerta. Y en 1921 publicó en México Las palabras del viento.

De 1922 a 1924 fue embajador y ministro plenipotenciario en la República de Argentina, donde se relacionó con Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga y con el grupo de la revista Nosotros. En 1923 publicó en Argentina su obra El romero alucinado.

Ministro plenipotenciario de México en España y Portugal de 1924 a 1931, le tocó asistir a la abdicación del rey Alfonso XIII, y logró que la representación mexicana en Madrid fuera elevada al rango de embajada.

En España mantuvo estrecha amistad con Juan Ramón Jiménez, Alejandro Lerroux y Gregorio Marañón. En 1925 publicó en Madrid Las señales furtivas, con prólogo de Luis G. Urbina. Al concluir su misión diplomática, el presidente de la República de España, Niceto Alcalá Zamora, le expresó: “Ha alcanzado usted la victoria, sin llevarse el botín”.5

A su regreso a México fue nombrado presidente del Patronato de la Fundación Rafael Dondé, y en 1933 secretario general del Consejo de Administración del Banco Nacional de Crédito Agrícola.

Falleció su esposa en abril de 1935, lo cual le provocó un gran dolor. Ese mismo año publicó Poemas truncos y siguió su producción literaria. En 1937 editó Ausencia y canto (1938) y publicó “El diluvio de fuego” en la revista Ábside, que dirigía Gabriel Méndez Plancarte, y en 1942 publicó Bajo el signo mortal; ese mismo año ingresó al Seminario de Cultura Mexicana.

En 1943 fue miembro fundador del Colegio Nacional; en 1944 recibió el Premio de Literatura “Manuel Ávila Camacho” y se publicaron sus Poesías completas. Además dio a conocer el primer volumen de sus memorias, que tituló El hombre del búho. El misterio de una vocación, esta obra vino a acabar con la opinión que se tenía de González Martínez –afirmaba Xavier Villaurrutia–, de que tal vez la única intervención quirúrgica que había practicado había sido “torcerle el cuello al cisne”. Sus memorias lo muestran fiel a su doble vocación de médico y poeta.

En 1945 publicó Segundo despertar y otros poemas, en 1948 Villano al viento, en 1949 Babel, y en ese mismo año fue electo presidente de la comisión organizadora del Congreso Continental Americano de la Paz.

En 1951 apareció el segundo tomo de sus memorias, titulado La apacible locura, y al celebrar su octogésimo aniversario de vida, el Colegio Nacional publicó en su honor el libro La obra de Enrique González Martínez, y en 1952 publicó El nuevo Narciso.

Algunas de las asociaciones culturales a las que perteneció fueron: el Liceo Altamirano, la Academia Colombiana de la Lengua, la Academia de Literatura de La Habana, el Consejo Consultivo del Gobierno Mexicano ante la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (unesco); el Ateneo de Santiago de Chile, de la Universidad de la Plata, la Academia de Ciencias y Artes de Cádiz, la Hispanic Society; y fue presidente del pen Club de México. Además se le mencionó en repetidas ocasiones como candidato al Premio Nobel de Literatura.

Su obra bibliográfica en la enumeración de José Luis Martínez abarcaba hasta 1951 veinte obras de poesía, siete antologías de su obra poética, dos colecciones de su obra poética, un ensayo titulado “Algunos aspectos de la lírica mexicana”, que fue publicada en Argentina en 1922; dos tomos de su autobiografía, dos libros de traducciones, una antología, quince prólogos, además de conferencias, discursos, cuentos y artículos de crítica literaria.

Falleció en la Ciudad de México el 19 de febrero de 1952. Fue inhumado en la Rotonda de los Mexicanos Ilustres, del Panteón Civil de Dolores.

En Guadalajara, al cumplirse el primer centenario de su nacimiento, se le dio su nombre a la antigua calle de Parroquia, donde había nacido; y se develó una estatua en la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres.

Juicios y testimonios

Guillermo García Oropeza: “En la Rotonda [de los Jaliscienses Ilustres de Guadalajara], la poesía es Enrique González Martínez. Esa poesía que en Jalisco es el socio mayoritario de nuestra creación, porque nuestros poetas son legión [...] González Martínez es, simplemente, nuestro clásico”.


Amado Nervo: “En México ha habido siempre grandes poetas, y no incurriré yo en la doctrinal atrocidad de definir quién es el más grande [...] Pero sí confesaré que de todos los poetas modernos de mi patria, el que me cautiva por excelencia, es Enrique González Martínez”.


Alfonso Reyes: “Hemos perdido a uno de los hombres más extraordinarios y a uno de los poetas más altos de nuestra América [...] El soneto de González Martínez –que, en la simbología poética, opone con verdadera fortuna el búho al cisne, ya que en modo alguno significa la menor objeción a [Rubén Darío] para quien el cisne fue siempre más una forma hermosa que un símbolo–, representa entonces, en nuestro país, y pronto más allá de nuestras fronteras, la llamada oportuna, la voz de alarma, la invitación a una poesía de sobriedad y castidad mayores, y más orientada hacia la dimensión subjetiva”.


Jaime Torres Bodet: “Enrique González Martínez ocupa, junto a Antonio Machado, un lugar muy característico entre los poetas de lengua española que dominaron el primer tercio del siglo xx [...] Ambos sintieron la necesidad de ahondar en la hermosa apariencia del modernismo. Y ambos supieron no detenerse en la superficie de la belleza


Referencias
  1. Enrique González Martínez, El hombre del búho, Guadalajara, Departamento de Bellas Artes del Estado de Jalisco, 1973, p. 56. ↩︎

  2. Ibid., p. 75. ↩︎

  3. Enrique González Martínez, Tuércele el cuello al cisne y otros poemas, Sel. y pról. de Jaime Torres Bodet, México, FCE, SEP, 1984, Lecturas Mexicanas núm. 67, p. 11. ↩︎ ↩︎

  4. Ibid., p. 15. ↩︎

  5. González Martínez, op. cit., p. 18. ↩︎