Los universitarios entre el Instituto y la Universidad

Guerra y Hurtado, Mariano

En la Hacienda del Caquixtle, en la jurisdicción de Encarnación, de la Intendencia de Guadalajara, nació el 8 de febrero de 1808. Fueron sus padres los señores Rafael Guerra y María Gertrudis Hurtado.

Pasó su infancia en la Villa de Santa María de los Lagos, donde aprendió sus primeras letras.

En 1822 se trasladó a Guadalajara, para matricularse en el Seminario Conciliar; realizó sus estudios de Latín y en 1826 concluyó el Curso de Artes, en el cual obtuvo la distinción supra locum y una beca de honor. Continuó la carrera sacerdotal con el estudio de la Teología y en 1833, debido a que la sede episcopal tapatía se encontraba vacante, se trasladó a Morelia donde el obispo Juan Cayetano Gómez-Portugal le confirió la ordenación sacerdotal.

El 18 de julio de 1835 obtuvo en la Universidad de Guadalajara el grado de licenciado en Teología y el 15 de enero de 1837 recibió la borla de doctor.

En 1838 se opuso a la canonjía magistral del Cabildo Eclesiástico de Guadalajara, al cual ingresó el 7 de marzo de 1844 como medio racionero; y el 21 de diciembre de 1848 ganó la canonjía lectoral.

En 1847, con todo y que era uno de los conservadores más connotados de Jalisco, logró impedir por su prestigio personal que el gobernador liberal del estado, licenciado Joaquín Angulo, suprimiera la Universidad de Guadalajara, de la cual era catedrático de Prima de Teología Dogmática.

Sobre su posición ideológica Agustín Rivera escribe:

Sus relaciones frecuentes eran con el ilustrísimo Aranda, el padre Nájera, el deán Sánchez Reza y el licenciado Plutarco Garcíadiego. Los señores Nájera, Guerra y Garcíadiego eran de los jefes de Partido Conservador de Guadalajara. Más no por esto se crea que don Mariano Guerra aborrecía a los liberales, pues aquel corazón no aborrecía a nadie. Tenía relaciones con bastantes liberales, a todos los trataba con afabilidad, su modo de hostilizarlos era con chanzas y satirillas, y en sus auxilios pecuniarios no distinguía conservadores de liberales. También lo amaban los liberales y los principales de ellos, como el canónigo Verdía, don Pedro Zubieta, don Joaquín Angulo, don Anastasio Cañedo y don Manuel Ocampo, le llamaban don Marianito, así por su muy baja estatura, como por afecto. 1

Fue de una gran capacidad administrativa, como lo demuestra el hecho de que desempeñó simultáneamente los siguientes cargos: administrador del Hospital de Belén, jefe de la oficina de capellanías, jefe de las oficinas de las obras pías y jefe del archivo diocesano. También daba clases de Teología Expositiva en el Seminario Conciliar y era director del periódico conservador El Mundo, además de sus obligaciones en la Universidad y en el coro catedralicio.

Se distinguió en la práctica de la virtud de la caridad y por su erudición:

Gastaba gran parte de sus cuantiosas rentas en socorrer a muchas familias pobres, a algunas doncellas pobres les pagaba la colegiatura en [el Colegio de] San Diego, y socorría a bastantes estudiantes pobres, especialmente a los de talento y probidad que seguían la carrera eclesiástica o la de Medicina. De manera que cuando murió, dejó un capital bastante corto; pero multitud de pobres llorando sobre su tumba […] Fue en su tiempo el hombre de más talento en Guadalajara, después del padre Nájera y su fama volaba fuera del Obispado de Guadalajara. 2

Por ello Agustín Rivera no duda en llamarlo “El Demócrito de Jalisco”, 3 haciendo alusión a su festiva erudición.

En medio del dolor de sus familiares, amigos y los pobres que favorecía falleció en Guadalajara el 10 de mayo de 1849 y fue inhumado en el Panteón de Belén.

Juicios y testimonios

Agustín Rivera: “Era de muy baja estatura, muy gordo y fornido de color moreno. Tenía la cabeza muy grande, el cabello –siempre sobre la frente– y la barba negros, gruesos y abundantes, los ojos negros y muy vivos, perpetua sonrisa, rostro agraciado, voz de tiple, inteligencia privilegiada, corazón bondadoso e inmaculadas costumbres. Era veloz en su pensamiento, veloz en su lenguaje, en su paso y en todas sus acciones. Pero el carácter, el sello que distinguía a aquel hombre de los demás, era que: con su razón poderosa obraba en todo por la razón, y la imaginación y el sentimiento tenían cortas alas en aquel espíritu. Por esto tenía una conciencia recta y ni una gota de escrúpulos ni mojigaterías, y ridiculizaba a las beatas. Por esto fue un filósofo (práctico porque la filosofía en el orden científico, estaba atrasada en ese tiempo en Guadalajara) y un gran teólogo dogmático [...]”.


Referencias
  1. Rivera, Los hijos de Jalisco…, p. 67. ↩︎

  2. Ibid., p. 68. ↩︎

  3. Ibid., p. 107. ↩︎