Los universitarios entre el Instituto y la Universidad

Herrera y Cairo, José Ignacio

Nació en Guadalajara, Jalisco, el 2 de junio de 1826. Fueron sus padres los señores Atilana Cairo y el doctor Anacleto Herrera. Se le bautizó en la ayuda de Parroquia de Nuestra Señora del Pilar con los nombres José Ignacio Marcelino de los Dolores.

En el Seminario Conciliar de Guadalajara estudió Latín y el Curso de Artes, el cual concluyó en 1839, bajo la dirección del licenciado Jesús Ortiz.

En 1840 ingresó a la Universidad Nacional de Guadalajara, y se matriculó en los cursos de Medicina. Entre los registros disponibles tenemos que el 6 de agosto de 1840 y el 18 de agosto de 1844 obtuvo calificaciones máximas, y en 1845 recibió su título de médico cirujano.

Su profesión la ejerció con gran acierto y generosidad, lo cual le redituó en un gran número de pacientes que mucho lo apreciaban, y se integró al cuerpo docente de la Escuela de Medicina de Guadalajara, donde impartió clínicas.

En 1855 fue miembro del Consejo de Gobierno de Jalisco y del 30 de mayo al 30 de julio de 1856 fue gobernador sustituto del Departamento de Jalisco.

Su breve gestión gubernamental fue muy difícil por las diferencias entre su gobierno y la comandancia militar, y por la oposición del clero a la aplicación de la ley de desamortización de bienes de manos muertas o Ley Lerdo. El 11 de julio de 1856 hizo llevar por la fuerza al Palacio de Gobierno al popular canónigo Juan Nepomuceno Camacho y a los prelados de las órdenes religiosas franciscana, dominica, agustina, carmelita y mercedaria, a quienes reprendió públicamente por alentar a los enemigos del gobierno con sus prédicas, sus conciliábulos y sus recursos económicos; ellos negaron estos cargos y los dejó en libertad. Otra de las medidas que tomó fue la de nombrar un abogado especial para la defensa de los indios en los litigios sobre la tenencia de la tierra.

Ante las intromisiones del gobierno de la república y habiéndose quebrantado su salud, entregó el poder al general Anastasio Parrodi y se retiró de la actividad política.

En la Hacienda de la Providencia se dedicó a la agricultura, y en Ahualulco y en las poblaciones aledañas ejerció su profesión de manera gratuita, por lo que se ganó el respeto y la estimación de cuantos lo trataron. Por intrigas de su enemigo el doctor Liceaga, quien lo acusó de que tenía armas en la Hacienda de la Providencia, el general Casanova envió una columna de quinientos hombres, al mando del coronel Manuel Piélago, quien lo hizo prisionero el 20 de mayo de 1858, ejecutándolo al día siguiente.

Así narra su trágico final Manuel Cambre:

A las dos de la mañana del día 21, el cura párroco [de A-
hualulco] y un oficial fueron a la botica del profesor Antonio García Haro, pidiendo, con receta del preso, dos onzas de cloroformo, dosis que acostumbraba tomar cuando le daban unas fuertes cefalalgias que con alguna frecuencia le atacaban y el farmacéutico ministró el narcótico. A las seis de la mañana [...] Piélago mandó se efectuara la ejecución. A esa hora Herrera y Cairo estaba aún narcotizado, y fue preciso, para conducirlo al lugar designado para fusilarlo, que lo alzaran en peso los soldados llevándolo de las manos y de los pies. Al pie de un fresno, en la plaza principal [...] se le recostó sobre el tronco del árbol [y] en tal posición le disparó la tropa, dándole dos balazos que destrozaron el cráneo y otro que penetró en el pecho y salió por la espalda; y como si Piélago no hubiera llevado más objeto a Ahualulco, partió con su fuerza rumbo a Ameca para regresar a Guadalajara, dejando abandonado el cadáver en el sitio de la ejecución y profundamente consternado al vecindario. 1

Sus amigos le dieron sepultura en el costado norte del exterior de la iglesia parroquial. Su corazón le fue extraído para conservarlo como reliquia, permaneció en Ahualulco hasta 1893, en que fue trasladado a San Francisco, California, para depositarlo en un templo masónico.

El 17 de junio de 1858 el gobernador del estado Pedro Ogazón lo declaró benemérito de Jalisco, y le asignó a su familia una pensión de dos mil pesos anuales. La primera división del ejército federal que se formó en el sur de Jalisco honró su memoria con la formación de un cuerpo de infantería que se denominó Batallón Herrera y Cairo, y otro de caballería llamado Lanceros Herrera.

En marzo de 1892 sus restos fueron trasladados a Guadalajara para ser reinhumados en el Panteón de Belén, y se le dio su nombre a una calle de la ciudad.


Referencias
  1. Manuel Cambre, La Guerra de Tres Años. Apuntes para la historia de la Reforma, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 1986, pp. 110-111. ↩︎