Los universitarios sin universidad

Huerta Gutiérrez, Ezequiel

El 7 de enero de 1876 nació en Magdalena, Jalisco. Fueron sus padres Florencia Gutiérrez Oliva e Isaac Huerta Thomé, comerciante de minerales.

En la escuela parroquial de su pueblo natal cursó la primaria y formó parte del coro parroquial. Luego vino a radicar a Guadalajara para matricularse en el Liceo de Varones del Estado de Jalisco, donde estudió la preparatoria durante cinco ciclos lectivos.

Sin embargo no realizó estudios profesionales, sino que recibió clases particulares de música, composición y solfeo. Entre sus profesores se encontraba un italiano de nombre Polanco, con quien aprendió las partes principales de las óperas clásicas del bel canto, y así “[…] sus maestros educaron y fomentaron esa voz de tenor que indiscutiblemente fue la mejor que haya pasado por el Liceo de Varones”.1

Se dedicó principalmente a la ejecución de obras de música sacra, tocaba el órgano, el armonio y el piano. Además integró un coro con cuarenta voces blancas, que participaba en las funciones religiosas de los templos de Guadalajara. También se integró al coro de la Catedral Metropolitana.

Casado con María Eugenia García, a la que amó entrañablemente, le dedicó sus canciones más bellas; con ella procreó diez hijos.

Dado su carácter de auténtico artista y generoso por naturaleza, muchas veces le daba pena cobrar por sus servicios de cantor. Por lo que sus dos hermanos sacerdotes –José Refugio y Eduardo–, con el fin de que completara el gasto familiar, le conseguían contratos por sus servicios artísticos en los templos de la ciudad. Así fue organista y cantor de los templos de las Capuchinas y de Santa Teresa, donde sufrió un atentado. Y también daba clases particulares de solfeo, piano y canto.

En una ocasión, una compañía de ópera italiana llegó a Guadalajara para presentar varias funciones de una obra de Verdi, pero el tenor principal quedó afónico, por lo que se le buscó sustituto, encontrándolo en Ezequiel, quien hizo una gran actuación como tenor dramático –por la tesitura que alcanzó su voz–, por lo que el empresario Pietro Villaestela de Milán le ofreció un ventajoso contrato y residencia en Italia, a lo que él se negó, argumentado que su voz sólo era para Dios y no para los aplausos del teatro.

El 2 de diciembre de 1923 tomó el hábito de la Tercera Orden Franciscana, y el 25 de febrero de 1925 fue admitido como profeso.

El 31 de julio de 1926 se suspendió el culto católico en todos los templos del país, por lo que Ezequiel prácticamente se quedó sin trabajo, aún así se convirtió en el custodio del Templo de San Felipe Neri.

Sus dos hijos mayores, Manuel y José de Jesús, participaban activamente en la Unión Popular que dirigía Anacleto González Flores –con quien tenía una gran amistad–, luego tomaron las armas como cristeros. Su esposa María Eugenia también favorecía abiertamente la causa de la defensa de la Iglesia. Sumado el hecho de que tenía dos hermanos sacerdotes, no era muy difícil prever lo que vendría después para él.

La noche del 1º de abril de 1927 fue a velar los restos mortales de su amigo Anacleto González Flores. Y dado que el sepelio del Maistro Cleto resultó apoteótico, el general Jesús Ferreira, jefe de operaciones militares de Jalisco, buscó “chivos expiatorios” para justificarse ante sus superiores.

Así, al día siguiente –2 de abril–, en compañía de los jóvenes Juan Bernal y Calderas, se puso a hacer unos arreglos musicales a un himno de la Cristiada. Fue cuando de improviso se presentaron varios agentes secretos para allanar violentamente su casa y detenerlos a los tres, para posteriormente conducirlos al cuartel militar que se encontraba en la calle de Escorza.

En el cuartel el sargento Felipe Vázquez interrogó a Ezequiel sobre el paradero de sus hijos cristeros y sus hermanos sacerdotes, él no les dijo nada y de inmediato fue golpeado, por lo que le corrió la sangre por el rostro. Al respecto escribe Tiberio Munari:

–Si a tu hermano Salvador lo colgamos de los pulgares, a ti, si no hablas, te colgaremos de las patas –gritó furioso el sargento.

Por toda respuesta, Ezequiel empezó a cantar con todas las fuerzas de su alma: –¡Que viva mi Cristo, que viva mi Rey!

Otra embestida de golpes y patadas interrumpieron su canto y Ezequiel no supo más; dos hombres lo llevaron al calabozo.2

En la madrugada del domingo 3 de abril del citado 1927, junto con su hermano Salvador, fue conducido al Panteón de Mezquitán, donde fue fusilado mientras cantaba “¡Que viva mi Cristo, que viva mi Rey!”. Luego seguiría su hermano, quien al pasar frente a su cadáver le dijo: “Ezequiel te admiro y me descubro ante ti hermano, porque ya eres un nuevo mártir de Cristo”.3

Los cuerpos de los hermanos Huerta fueron arrojados a una fosa común, porque sus familiares no habían logrado reunir la fuerte cantidad de seis mil pesos que pedía el general Ferreira como rescate.

Años más tarde los restos fueron reinhumados en la cripta familiar del mismo Panteón de Mezquitán, luego pasaron al presbiterio de la Parroquia de Jesús. El 20 de noviembre de 1980 se trasladaron a la capilla del Seminario de los Misioneros Xaverianos, en Arandas, Jalisco, y finalmente en 2005 fueron colocados en uno de los altares laterales de la Parroquia de Jesús.

En 1994 se inició en Guadalajara el proceso de su beatificación, el cual se clausuró a nivel diocesano en 1997, por lo que se envió a Roma para su continuación. El 22 de junio de 2004 el papa Juan Pablo II decretó su beatificación. El 20 de noviembre de 2005 fue la solemne ceremonia de beatificación en el Estadio Jalisco.

El 3 de noviembre de 2012 se inauguró el Primer Festival de Órgano Beato Ezequiel Huerta Gutiérrez en el Templo de Santa Teresa de Jesús de Guadalajara, y se develó un retrato al óleo con su figura.

Juicios y testimonios

María Guadalupe Alatorre Huerta: “Era un hombre sencillo y humilde; y sabía que el cantor de Iglesia es el intérprete y no debe ser la estrella o el artista que hace gala de sus facultades vocales o de su depurada técnica”.


Carmen Huerta García: “Mi padre era un hombre hogareño y muy cariñoso con todos nosotros. Cuando volvía a casa, corríamos llenos de alegría a encontrarlo gritando: ‘Papá, papá, ya vino papá’, y él feliz, nos abrazaba a todos, diciéndonos: ‘Les traje esto y esto’, porque siempre llegaba con algo, por pequeño que fuera, para su esposa y sus hijos. Su mayor disgusto era encontrarnos en la calle. Teníamos una casa muy grande y él nos había procurado una gran diversidad de juegos para que estuviéramos ocupados después de nuestras tareas, y no fuéramos a la calle. Aunque fuera muy amoroso con sus hijos, no pasaba por alto nada cuando cometíamos alguna falta o no cumplíamos con nuestro deber”.


Jorge Huerta Wilde: “Salvador y Ezequiel fueron hombres de nuestros tiempos, con apenas ochenta y dos años entre su vida y la nuestra. Buscaron la forma de ganarse el pan cotidiano, Ezequiel como cantor, Salvador como mecánico automotriz. Ellos también tuvieron que prepararse. También tuvieron la escala escolar del uno al diez y no siempre fueron de los excelentes. Simplemente hicieron lo que tenían que hacer, a su alcance, a su nivel, a sus posibilidades. Su característica fue la sencillez. Ellos nunca presentaron las hazañas de los grandes hombres de la historia de antaño, ni las epopeyas de los hombres ilustres, ni las agigantadas y deformadas historias de los hombres que se han levantado a gobernar países”


Referencias
  1. Jorge Huerta Wilde, Sangre de mártir, Guadalajara, Ed. del autor, 2006, p. 46. ↩︎

  2. Tiberio Munari, Mártires laicos de Jalisco. Ezequiel y Salvador Huerta, Guadalajara, Eds. Xaverianas, 2002, p. 50. ↩︎

  3. Huerta Wilde, op. cit., p. 109. ↩︎