Los universitarios entre el Instituto y la Universidad
López de Nava, Andrés
En Paso de Sotos –actual Villa Hidalgo–, Jalisco, nació el 2 de febrero de 1808. 1 Ingresó al Seminario Conciliar de Guadalajara, donde cursó Latín y el Curso de Artes de Filosofía, el cual concluyó en 1826 bajo la conducción del catedrático José de Guadalupe Espinosa.
Luego siguió sus estudios de Teología. El 12 de enero de 1835 solicitó las órdenes sagradas, y al no haber obispos en todo el territorio nacional, por la presión del rey de España al papa para que no nombrara obispos en sus antiguos reinos, junto con Agustín Rivera y Juan José Caserta emprendió a caballo el viaje de Guadalajara a Tampico, para de ahí embarcar hacia Nueva Orleans, donde el obispo de la localidad lo ordenó sacerdote.
A su regreso a Guadalajara impartió el Curso de Artes de Filosofía en el Seminario Conciliar, el cual concluyó en 1836. Por sus travesuras y sus superficialidades por las que se caracterizaba, fray Manuel de San Juan Crisóstomo Nájera llegó a decir con gran severidad: “Lo que más ha perjudicado al Seminario en los últimos años, son las ideas racionalistas de Ortiz, la superficialidad y pedantería de Orozco y la inmoralidad de López de Nava”. 2
En la Universidad de Guadalajara, el 5 de marzo de 1835 recibió el grado de licenciado en Teología, y el 19 del mismo mes y año obtuvo el grado de doctor en la misma Facultad.
Al concluir su labor como catedrático del Seminario, el obispo Diego Aranda lo nombró vicario cooperador de varias parroquias foráneas. Luego fue cura interino de Hostotipaquillo, Jalisco, y finalmente ganó por oposición el Curato de Colotlán: “Pero –escribe Agustín Rivera– como aquel hombre no tenía rey ni roque, a la hora que se le antojaba y con algún pretexto se iba a pasear a Guadalajara y a México, donde tenía muchos contertulianos y gastaba muchos pesos [en el juego de los naipes]”. 3
En 1845 fue electo diputado al Congreso de la Unión por el Estado de Jalisco, por lo que pasó a radicar a la capital del país. Pero el Congreso fue disuelto y se quedó sin cargo. El 24 de diciembre de 1846 ocupó la vicepresidencia de la república el doctor Valentín Gómez Farías, quien en ausencia del presidente Antonio López de Santa Anna expidió la llamada “Ley de [bienes] de manos muertas”, que afectaba los bienes de la Iglesia. El problema era que nadie quería ocupar el Ministerio de Justicia y Negocios Eclesiásticos para firmar el refrendo de dicha ley.
¿Cómo ocurrió, entonces, el nombramiento del doctor Nava para tan delicada y comprometedora responsabilidad?
Pasó este diálogo entre el vicepresidente y algunos de sus amigos:
–Nombra ministro de Justicia a Andrés de Nava y él expide la ley.
–¿No es López de Nava el cura de Colotlán en el Obispado de Guadalajara?
–El mismo.
–¡Hum! ¡Un cura autorizar esa ley!
–Pues Andrés López la autoriza. Tú no lo conoces. Es muy liberal y tiene una cabeza muy singular y grandes energías individuales.
–Tráiganmelo. 4
Y luego de ser oficial mayor, fue nombrado ministro de Justicia y de Asuntos Eclesiásticos, como era de esperarse refrendó la citada “Ley de manos muertas” del 11 de enero de 1847, ante la enérgica protesta de los obispos y de la prensa. En cuanto dejó de ser útil al régimen liberal, lo despidieron y se encontró sin ningún peso. Entonces regresó a Guadalajara el 5 de mayo inmediato, donde el obispo Diego Aranda lo obligó a retractarse:
–Si no se retracta usted públicamente de haber autorizado la Ley del 11 de enero, le quito a usted el curato [de Colotlán].
–Sí Ilustrísimo Señor, estoy en la mejor disposición de retractarme por la prensa, y doy de fiador al Pato.
–¿Quién es [el] Pato?
–Marianito Guerra.
–¡Puf! ¡Qué modo de tratar a un señor capitular! 5
Antes de regresar a su parroquia de Colotlán, muy ufano repartió el texto de su retractación, ante la indignación de los liberales radicales.
Durante la Guerra de Reforma fue muy perseguido por las tropas del general Jesús González Ortega, por lo que huyó a Guadalajara, donde publicó sus afamadas “Cartas a un amigo”, en las cuales ridiculizó duramente al citado general. Por lo que al triunfo de los liberales, el 3 de noviembre de 1860 huyó a la sierra de Nayarit, ahí permaneció escondido durante más de un año, en medio de grandes penalidades.
Siempre fugitivo, durante siete meses sirvió el Curato de Huaynamota, del Obispado de Durango, de ahí pasó a San Juan Capistrano, a la Hacienda de Ameca y a otros lugares más, hasta que el 4 de enero de 1862 fue hecho prisionero.
El gobierno del estado de Zacatecas le dio permiso para residir en Valparaíso, Zacatecas, donde pasó enfermo sus últimos días y falleció el 19 de agosto de 1862.
Escribió las siguientes obras: A mis discípulos [del Seminario] (1836); Poesía con motivo de la terminación de su curso de Filosofía en el Seminario de Guadalajara; Ministerio de Justicia y Negocios Eclesiásticos (1847); Comunicación al Ilustrísimo Sr. Obispo de Michoacán sobre su nota de 22 de enero sobre la ley de bienes de manos muertas (1847); Exposición dirigida al Ilustrísimo Sr. Dr. D. Diego Aranda, dignísimo obispo de esta Diócesis (1847); Retractación de sus actos como oficial mayor y ministro de Justicia y Negocios Eclesiásticos (1847); Exposición (Morelia, 1847); Excmo. Sr. D. Anastasio Parrodi. (El Pobre Diablo) (1857); Contestación a la comunicación del gobernador y comandante general de Jalisco, manifestándole las razones que tuvo para no aceptar la ley de obvenciones y derechos parroquiales (1857); Carta al presbítero D. Juan Navarro, redactor en jefe del Boletín del ejército constitucionalista (1859); Carta que en estilo sarcástico y virulento ataca y ridiculiza a D. Jesús González Ortega, gobernador del Estado de Zacatecas y a otros constitucionalistas, entre otras.
Juicios y testimonios
Agustín Rivera: “Era de alta estatura, de cuerpo gallardo, membrudo, blanco, de hermoso rostro. Doctor en Teología, de instrucción superficial en varias materias, orador mediano, pero era escuchado con agrado por su claro talento, fácil palabra y excelente elocución (lo oí predicar), muy audaz, de genio socarrón, tremendo escritor público y muy afecto a tertulias, a vestir con lujo, a la buena mesa, al juego de naipes, a mirar todas las cosas por su lado ridículo, a los buenos caballos, a las buenas armas de fuego, al lenguaje de la plebe y a dar buenas bofetadas”.