Los universitarios entre el Instituto y la Universidad
Martínez y Rico, José Francisco Luis
Nació en 1797. Juan Bautista Iguíniz ubica la ciudad de Tepic –que entonces pertenecía a la Intendencia y al Obispado de Guadalajara– como el posible lugar de su nacimiento, por ser de ahí sus padres los señores María Cesárea Rico y José Martínez de Acuña.
En el Colegio de San Juan Bautista de Guadalajara estudió Latín, Retórica y el Curso de Artes, por lo que debió graduarse de bachiller en Artes en la Real Universidad de Guadalajara, luego ingresó a la Facultad de Teología de la misma Universidad.
Con el mayor número de cursos probados en la Real Universidad, decidió ingresar a la Orden Franciscana, en el Convento de San Francisco de Guadalajara. Tras su noviciado hizo la profesión conventual el 16 de mayo de 1817, como religioso de coro. Aún sin ser ordenado sacerdote, el 9 de octubre de 1818 tras un brillante examen de oposición, fue nombrado lector –profesor– de Teología en el Convento de Santa Anita, Jalisco, enseguida lo fue del Convento de Guadalajara.
En la Orden Franciscana desempeñó las siguientes responsabilidades: guardián del Convento de Santa Anita de 1827 a 1828, visitador de la Provincia de Santiago y San Francisco de Xalisco, ministro provincial –en dos periodos–, presidente del capítulo por designación y definitorio por elección, padre de la Provincia, visitador del Colegio Apostólico de Propaganda Fide de Nuestra Señora de Zapopan, en la villa homónima, y presidió las elecciones de los capítulos de los periodos 1829, 1841, 1844, 1851 y 1853.
Se ganó el aprecio profundo de la comunidad franciscana jalisciense. Fray Luis del Refugio de Palacio y Basave, tras recoger la opinión de los que lo conocieron, describió así su estilo de vida y de preparación de sus clases de Teología:
Catorce horas eran las que se rallaba de estudio diariamente. El método que observaba era este: tomaba su catecismito del padre [Jerónimo de] Ripalda, y estudiaba en él un poco; pero ¡claro! con el interés de quién lo penetraba y lo podía comprender tan bien. Luego tomaba su gramática, su geografía, su aritmética… los textos mismos, los mismísimos libritos que le habían servido en la escuela; pasaba a su Lebrija, conjugaba declinaba, traducía, analizaba, etc.… En suma, se tomaba lecciones a sí mismo, y se ejercitaba cual aplicadísimo discípulo. Requería su autor de Filosofía, de Religión, de Moral, de Física, de Matemáticas, etc.… Luego volvía hoja y tomaba en la mano y, con más cuidado en la memoria, la Regla santa que profesara, indagaba los sentidos en las autorizadas Declaraciones Pontificias; preguntaba al P. Arbiol y otros ¿qué de los rudimentos y qué de los ápices de la regular disciplina en la vida religiosa?
Consagraba otro tiempecito a las Rúbricas, seguía en las materias teológicas de la Positiva, Escolástica, Moral y Expositiva; pasaba al Derecho en sus ramos varios, consultaba autores y por esto grados llegaba al Escritura Santa a que Dios le hablara en su palabra escrita.
De esta manera, y con las continuas consultas, con el enseñar no interrumpido, con nunca perder el tiempo, con no saber lo que era paseo, corrillos, salidas ni visitas; con gozar la paz y sosiego de su bendito claustro; con no andar otros caminos que el coro y comunidades de que no estaba exento, a la biblioteca, al púlpito, al confesionario, al altar, a la Universidad; y con estar, fuera de esto aquí dicho, siempre en su rincón dulce y amado, la santa reclusión de su tranquila celda; logró tener siempre al corriente sus materias, a mano las noticias, en la memoria las citas, y prontas las respuestas y acertadas. Hombre por solo esto extraordinario y singular. 1
En la Universidad de Guadalajara, el 28 de noviembre de 1835, recibió el grado de licenciado en Teología, y el 13 de diciembre del mismo año se le confirió la borla doctoral de la misma Facultad, en la cual ocupó la cátedra del Concilio de Trento.
En 1841, al restaurarse el Colegio de San Juan Bautista, el gobierno del estado de Jalisco lo nombró catedrático benemérito y en la curia diocesana se desempeñó como examinador y teólogo consultor en causas graves.
El 13 de noviembre de 1847, en el capítulo provincial de su Orden celebrado en el Convento de Santa Anita, se acordó su jubilación como catedrático que lo fue de Prima y Vísperas de Teología.
Falleció el 21 de junio de 1854 en el Convento de San Francisco de Guadalajara y fue inhumado en el Cementerio de Nuestra Señora de los Ángeles.
Juicios y testimonios
Luis del Refugio de Palacio y Basave: “A la oración fue, asimismo, muy dado y en frecuencia asiduo. Cercenando el sueño, y en la disipación ahorrando, tenía aun tiempo libre para ocupación tan santa, y en un religioso que no lo quiera ser de nombre, de todo punto necesaria. Mas, el día en que la iglesia de su convento estaba patente el Divinísimo Señor Sacramentado (solía ser el domingo primero de mes, los solemnes, octava de Corpus, etc.) ese día era de vacaciones: asistía a todo el coro, hasta rematar con el devotísimo canto de las Completas, al caer la tarde; sólo se salía para el refectorio; lo demás era estarse hincado en su silla –no que sobre ella pusiera las rodillas para no hacerlo en el suelo; sino que las sillas del coro, estalos llamadas, porque es más lo que se está en ellas parado, tienen el asiento levadizo y, con él levantado, hacen como casita o división, donde uno se sitúa o bien en pie, o bien hincado– y allí perseveraba en adoración continúa y comunicación amigable con Jesús Sacramentado”.
Juan Bautista Iguíniz: “Religioso sabio, virtuoso, humilde, retirado y observantísimo, fue favorecido con la estimación y respeto general y recibió las más altas distinciones de su Religión, de las autoridades eclesiásticas y del gobierno civil”.