Los primeros universitarios

Múzquiz y Arrieta, Melchor

Nació el 6 de abril de 1788 en el presidio de Santa Rosa, poblado de la Provincia de Coahuila. Fueron sus padres los señores Juana Francisca de Arrieta y el teniente Blas María Eca y Múzquiz. Lucas Alamán escribe que su familia era distinguida.

Aunque su biógrafo Francisco Sosa afirma que realizó sus estudios medios en el Colegio de San Ildefonso de la Ciudad de México, para luego seguir una carrera literaria, pero que el inicio de la guerra de independencia se lo impidió, más bien se puede conjeturar que llegó a Guadalajara a principios del siglo xix, y que se matriculó en el Seminario Conciliar de San José, y concluyó su Curso de Artes en 1806, bajo la dirección del doctor Juan José Jiménez de Castro.1

El 16 de julio de 1806 recibió en la Real Universidad de Guadalajara el grado de bachiller, el cual le fue conferido por el doctor Pedro Vélez. El 16 de diciembre de 1806 se matriculó al primer curso de Leyes de la Real Universidad de Guadalajara. Y no hay otros registros en los archivos que permitan precisar el momento en que dejó sus estudios universitarios, los cuales hizo sin recibir los grados mayores.

En la insurgencia militó desde los primeros movimientos de la guerra, al combatir a los realistas en las provincias de Michoacán y Veracruz.

En noviembre de 1812, por sus méritos militares recibió el grado de teniente de la Primera Compañía del Regimiento de Infantería, por el presidente de la Suprema Junta Gubernativa de América, licenciado Ignacio López Rayón.

En noviembre de 1813, Ramón López Rayón le encomendó la infantería para resistir a las fuerzas realistas en Zacapu, pero se vio obligado a retirarse al rancho de El Caurio, por el escaso número de soldados.

El 9 de marzo de 1815, el teniente coronel Agustín de Iturbide en el parte rendido desde Maravatío al virrey Félix María Calleja, le informaba que por Tajimaroa se habían reunido varios jefes insurgentes, entre ellos Múzquiz, al frente de una fuerza de 400 hombres.

Para 1816, ya con el grado de coronel, se encontraba en la provincia de Veracruz, y actuaba desde el fuerte de Monteblanco, situado en las inmediaciones de Córdoba desde el cual en unión al francés Joan Mauri y comandando a unos trescientos soldados, hostilizaban a Orizaba y obstaculizaban el tránsito al puerto de Veracruz. El 1° de noviembre fueron atacados por mil infantes y doscientos soldados de caballería, al mando del marqués Donallo. Ante lo cual el 7 del citado mes y año se vio obligado a rendir el fuerte, no sin antes haber negociado una honrosa capitulación.

De Orizaba fue conducido prisionero a Puebla de los Ángeles, donde fue puesto en la cárcel pública. Sufrió una gran miseria y malos tratos, perdiendo por completo el sentido del oído.

Poco antes de la proclamación del Plan de Iguala en 1821, fue indultado. Pero él se negó a prometer que no volvería a tomar las armas por la independencia. Se unió al movimiento Trigarante, y al consumarse la independencia recibió todo género de consideraciones del libertador Agustín de Iturbide.

Fue electo diputado al Primer Congreso Nacional, tanto por su natal Coahuila, como por México, pero por razones de residencia prefirió representar a México.

Muy pronto empezó a liderar la tendencia republicana del Congreso, llamando tirano al rey Fernando VII, y se opuso a que el Congreso adoptara el Plan de Iguala, pues éste debería quedar en libertad, para decidir la forma de gobierno que más le conviniera a la incipiente nación.

En abril de 1822, ante las presiones del general Dávila para que Iturbide fuera proclamado emperador de México,

el diputado Múzquiz […] refiriendo sus acciones en la insurrección, propuso se le declarase [a Iturbide] traidor: muchos diputados se pusieron en pie en apoyo de la proposición que hubiera sido aprobada, si [José María] Fagoaga, subiendo a la tribuna, no se hubiese opuesto, manifestando los males que iban a resultar de aquella precipitada resolución [...]2

Cuando la proclamación imperial de Iturbide era prácticamente un hecho consumado, aún insistió en que se esperara el voto de las provincias, pero ya sus esfuerzos resultaron en vano.

De 1824 a 1826 fue gobernador del Estado de México, con carácter de provisional; de 1826 a 1827 fue gobernador constitucional y en 1830 fue interino.

Afiliado a la logia masónica escocesa, en diciembre de 1828, tras el Motín de la Acordada que daba el control del país a los yorkinos, se levantó en armas, pero fue derrotado.

Del 14 de agosto al 27 de diciembre de 1832 fue presidente de la república con carácter de interino. Su gestión –dada la crisis financiera– fue sumamente difícil, y se vio obligado a la acuñación de monedas de cobre.

El 15 de diciembre renunció a la presidencia, pero no le fue aceptada la renuncia sino hasta el 27 del citado mes de diciembre, día en que la capital del país se pronunció a favor de Manuel Gómez Pedraza, a quien apoyaba el general Antonio López de Santa Anna.

El 5 de febrero de 1833 fue degradado militarmente y se retiró a la vida privada.

En 1835 influyó para que el Congreso del Estado de México se pronunciara por la república centralista. En 1836 fue presidente del Supremo Poder Conservador, y en 1840 fue nuevamente miembro del mismo.

En la Ciudad de México falleció el 14 de diciembre de 1844, y fue inhumado en el cementerio del Convento de San Andrés:

Murió tan pobre como había vivido, no obstante el haber manejado caudales de consideración en los puestos sobresalientes que ocupó, y fue muy sentido por las gentes honradas de todas las clases de la sociedad. Su pérdida fue llorada por los viejos insurgentes que habían quedado; por los republicanos que sintieron su falta de uno de los fundadores de ese sistema; todos los que apreciaban la dignidad y la independencia nacional, extrañaban a su mejor modelo, en circunstancias en que las virtudes y la rectitud en las ideas eran tan necesarias a los funcionarios públicos para levantar el desprestigiado imperio de las leyes.3

Por decreto, a su pueblo natal se le dio el nombre de Ciudad Melchor Múzquiz, el cual también debería colocarse en el salón de sesiones del Congreso de la Unión. En 1823 fue declarado benemérito de la patria, en grado heroico.

Juicios y testimonios

Un biógrafo citado por Francisco Sosa: “Las principales cualidades que marcaron el carácter de Múzquiz fueron: la honradez, la firmeza en sus propósitos, dirigidos siempre por sana intención, y la tendencia a atesorar en las cajas nacionales; cuando fue gobernador del Estado de México, dejó novecientos mil pesos en caja; y tanto guardaba, que fue preciso apuntalar la pieza del repleto tesoro; es de notar que al morir, encomendó su familia a la Providencia, pues la dejó en tal pobreza, que la señora viuda tuvo que establecer una amiga; su justificación le hizo rechazar alguna vez la banda de general, dando por razón que no era acreedor a ella por falta de méritos; y cuando se le pedía la hoja de servicios, contestaba que la tenía en los que había prestado a la independencia y al bienestar de la patria. Los destierros, los sufrimientos, nada le importaban cuando conocía que el deber le exigía sacrificarse, y después de dar una enérgica respuesta a alguna proposición del partido contrario dominante, llegaba a su casa, y con mucha calma, antes de que tuviera indicaciones seguras, disponía el arreglo de su equipaje para el viaje que suponía le iban a mandar que hiciera; pero la rectitud de sus intenciones le atraía consideraciones aún de sus mismos enemigos”.


J. Jesús Gómez Fregoso: “Si a Maximiliano Robespierre le dieron el título del Incorruptible, con mucha mayor razón habría que darle este título a nuestro Melchor Múzquiz […] En cierta ocasión, ya retirado, lo encontró Santa Anna y reprendió porque traía el uniforme militar en muy mal estado, y el incorrupto e incorruptible le respondió que no tenía dinero para mandarlo remendar. Murió en la mayor indigencia y su viuda tuvo que ingeniar mucho para poder subsistir, cosa que no creo que ocurra con ninguna viuda de cualquiera de nuestros presidentes de los xx, xxi y futuros”.


Francisco Sosa: “Modelo acabado, perfecto del mandatario probo, del ciudadano de honradez inquebrantable y de patriotismo jamás desmentido”.


Referencias
  1. Loweree, op. cit., p. 55. ↩︎

  2. Alamán, Historia de México..., pp. 535-536. ↩︎

  3. Sosa, op. cit., p. 425. ↩︎