Los universitarios entre el Instituto y la Universidad

Rivera y Sanromán, Agustín

Nació el 29 de febrero de 1824 en Lagos de Moreno, Jalisco. Fueron sus padres el español Pedro Rivera y Eustasia Sanromán. La posición económica de la familia fue de más a menos al empeorarse los negocios de su padre y agravada con su fallecimiento en 1837, “tanto que su viuda, para solventar las deudas de su esposo se vio obligada a vender hasta sus muebles, pasando así de una relativa opulencia, a una situación cercana a la miseria”. 1

Aprendió sus primeras letras en una de las escuelas improvisadas conocidas como las “amigas” de doña Luz Ochoa. Luego continuó su instrucción elemental, en la escuela de niños de don Pablo M. del Campo.

El 14 de diciembre de 1834 ingresó al Seminario de Morelia, donde fue su maestro el futuro obispo de Michoacán Clemente de Jesús Aguirre y su compañero de habitación el que sería arzobispo de México, Antonio Pelagio Labastida, ambos muy destacados conservadores. Al concluir el curso presentó un examen brillante, por lo que fue premiado con un libro de Historia de Persia.

Por la mala situación económica familiar no pudo continuar sus estudios en Morelia y se dedicó en su pueblo natal a la lectura. Más tarde asistió a las clases de Latín en el Convento de la Merced, que regenteaba don José María Silva.

Gracias a su abuela doña Francisca Padilla viuda de Sanromán, pudo reiniciar sus estudios ahora en el Seminario Conciliar de Guadalajara, al cual ingresó el 18 de octubre de 1837. Su carrera fue difícil entre sus problemas de salud y económicos, su brillante inteligencia y los maestros mediocres. Se debatía entre ser sacerdote o abogado, entonces su abuela –sin duda influida por uno de los maestros criticados por él, en las aulas conciliares–, le dijo: “Hijo, yo te he protegido, porque creía que querías estudiar para sacerdote; pero insistes en ser licenciado, y para esto, yo no te protejo: porque casi todos los licenciados son contra la Iglesia”. 2

Lo salvó del dilema su madre, quien vendió su casa y con el modesto capital que obtuvo, lo utilizó para apoyarlo.

El 12 de julio de 1841 recibió el grado de bachiller en la Universidad Nacional de Guadalajara, a la cual ingresó para estudiar Jurisprudencia. De acuerdo con los registros disponibles, se sabe que el 2 de abril de 1846 probó haber ganado más de dos meses del cuarto curso de Cánones, y haber sufrido examen en el que fue aprobado nemine discrepante y obtuvo calificación suprema, en virtud de lo cual se le dispensó el resto del cuarto curso; ese mismo año también probó haber ganado el primer curso de Práctica de Jurisprudencia; el 9 de enero de 1847 probó haber ganado, el segundo curso de Práctica de Jurisprudencia y el 21 de agosto el tercero.

Durante el citado año de 1847, el 14 de mayo inició su carrera literaria con la “Disertación sobre la posesión” y en octubre fue nombrado catedrático de Mínimos en el Seminario Conciliar. En 1849 y 1850 impartió las cátedras de Medianos y Mayores y la de Lógica, respectivamente.

El 20 de enero de 1848 concluyó su carrera de Jurisprudencia con resonantes éxitos académicos. Y el 23 de abril recibió la ordenación sacerdotal de manos del obispo Diego Aranda y Carpinteiro, quien lo designó segundo promotor fiscal de la curia diocesana y catedrático de Derecho Civil y Romano en el Seminario, desempeñándose con gran entusiasmo y a pesar de la decadencia del nivel académico:

Debido al empeño que puso en el desarrollo de sus cursos y al entusiasmo que supo despertar en la juventud que a ellos concurría, el número de escolares asistentes fue aumentando de tal suerte, que muchos estudiantes (caso inaudito) dejaron las aulas de la Universidad, para asistir a las clases de Rivera en el Seminario; y la fama de ellas se extendió de tal manera, que el rector del de Culiacán mandó cinco o seis alumnos a continuar sus estudios bajo su dirección. 3

Sus discípulos serían ministros, gobernadores de los estados, legisladores, curas, entre otras profesiones.

En 1851 se le nombró familiar del obispo Aranda, por lo que pasó a vivir al Palacio Episcopal. Su antiguo maestro el obispo Munguía lo invitó a residir a Morelia, pero él no aceptó. El 28 de abril de 1852, con el producto de una capellanía de gracia que le había concedido el obispo Aranda, pudo solicitar el grado de licenciado en Derecho Civil en la Universidad Nacional de Guadalajara y el 21 de mayo recibió el grado de doctor.

En 1853 fungió como cura interino del Santuario de Guadalupe de la ciudad, caracterizándose por su auxilio caritativo a los feligreses y por prestar los servicios religiosos gratuitamente a quienes fuera necesario. De 1854 a 1860 se desempeñó como promotor fiscal de la curia.

Durante la Guerra de Reforma, al arribar a Guadalajara las tropas del general Santos Degollado en 1858, fue aprehendido y humillado sólo por ser sacerdote. Por él abogó el coronel Miguel Cruz-Aedo, quien le aconsejó que se ocultara, como en efecto lo hizo y se fue a residir a la hacienda de Jayamitla.

El 29 de diciembre de 1858 se restablecieron las cátedras del Seminario, y regresó a atenderlas.
El 19 de julio de 1859 –ahora Guadalajara bajo dominio conservador– junto con los canónigos José Luis Verdía y Fernando Díaz, fue acusado de conspirar a favor de los liberales, motivo por el cual recibió la reprimenda del obispo Pedro Espinosa.

Ante el ambiente hostil que lo rodeaba vendió sus bienes, incluida su biblioteca, para viajar a Europa. El 17 de febrero de 1860 salió de Guadalajara hacia México, donde tuvo que quedarse como capellán interino de los betlemitas, ya que la situación política le impidió salir del país.

El 21 de enero de 1861 llegó a Veracruz para embarcarse a Europa, pero enfermó y regresó a la Ciudad de México y luego a su natal Lagos, donde el 10 de abril se le notificó que ante la pérdida de los bienes del Seminario se suprimía su cátedra de Derecho Civil, lo cual le causó gran dolor, tomando la resolución de dedicarse a cultivar la Historia:

Esa determinación que, aparte de las causas indicadas, debió haber tenido como fundamento las ideas liberales que desde su juventud había dejado transcurrir, fue la gran crisis de su vida, cortando su carrera eclesiástica e impulsándolo al más completo retraimiento en el que vivió el resto de sus días. 4

De 1861 a 1866 se desempeñó como sacristán mayor de la Parroquia de Lagos y capellán de la hacienda del Salto de Zurita, propiedad de su familia y se dedicó al estudio.

Entre 1863 y 1864, ante los embates de la intervención francesa, se trasladó sucesivamente a León, al Venado y a San Luis Potosí, y a inicios de 1865 visitó en Guadalajara a sus amigos: “Juré –escribió– no volver a esta ciudad, pero que irían a ella mis escritos”. 5

El 3 de diciembre de 1866 al fin pudo realizar el viaje a Europa, visitó Italia, Francia, Bélgica e Inglaterra, en Roma lo recibió el papa Pío IX.

El 14 de marzo de 1868 regresó a México, estableciéndose nuevamente en Lagos. El 12 de enero de 1869 se le nombró capellán de las capuchinas y al inaugurarse el Liceo del padre Miguel Leandro Guerra, impartió durante dos años la cátedra de Historia.

En 1882 pasó a la Ciudad de México a atender su salud y el 12 de abril, con motivo de la peregrinación anual de la Arquidiócesis de Guadalajara a la Colegiata de Nuestra Señora de Guadalupe, fue designado predicador oficial.

De regreso a Lagos se dedicó al estudio y a la investigación, rechazando ofrecimientos para ocupar cargos eclesiásticos en los Obispados de Veracruz, Michoacán y Querétaro.

En 1885 publicó su obra La Filosofía en la Nueva España, o sea Disertación sobre el atraso de la Nueva España en las Ciencias Filosóficas, precedida de dos documentos, la cual provocó la encendida polémica con su antiguo compañero de estudios, el doctor Agustín de la Rosa. Sobre la trascendencia de la polémica, Áurea Zafra opina que

la obra del doctor Rivera suscitó una reflexión profunda sobre el movimiento filosófico de la Colonia, así como la revisión completa de las fuentes, para el estudio de esa disciplina en esa época, la cual produjo el acrecentamiento de la historiografía filosófica mexicana. Y a través de la controversia, se gestaron los libros precursores de la Historia de la Filosofía en México: “La Filosofía en la Nueva España”, “La Instrucción en México” –obra de De la Rosa– y “Treinta Sofismas”. 6

Así presentaba batalla a su ilustre adversario:

En un artículo que el doctor De la Rosa publicó en “El Heraldo”, dos veces me llama “el Doctor de Lagos” y una vez me llama “el Doctor laguense”. El llamar a uno doctor de Salamanca o doctor de París o doctor de Oxford, es honorífico. Si el señor de la Rosa me llamara Doctor de Guadalajara, a cuya Universidad, aunque indigno pertenezco, sería un elogio; más la frase “Doctor de Lagos” en boca de un adversario que como consta por sus escritos públicos, ha tratado con desprecio a los que hemos tenido alguna polémica o cuestión con él, la frase “El doctor de Lagos” es un desprecio... ¿Me llama usted “El Doctor de Lagos” porque no soy Canónigo como usted? 7

Estas expresiones son consideradas por Alfonso de Alba como el modelo del carácter de los laguenses.

El 9 de enero de 1901 se colocó en solemne ceremonia su retrato en la Biblioteca Pública de Guadalajara. El 10 de diciembre del citado año, ante los elogios que le tributaban intelectuales como Justo Sierra, el Congreso de la Unión le otorgó una pensión por cinco años, que más tarde fue vitalicia.

El 1º de enero de 1902 fue homenajeado en Guadalajara; él reseñó los actos en un folleto que tituló “Despedida de Agustín Rivera de Guadalajara”. En 1906 fue a Aguascalientes, invitado por el Partido Liberal, donde se le recibió con entusiasmo, asistiendo gran público a su discurso que pronunció sobre “El Teatro”.

En Chiapas se fundó una sociedad literaria en su honor y en Lagos se le dio su nombre a una calle y a la Biblioteca Pública.

El reconocimiento nacional llegaría al clímax durante las celebraciones del primer centenario de la independencia en 1910. La Universidad Nacional de México le otorgó el doctorado honoris causa. Fue recibido triunfalmente en la Ciudad de México y se le designó para que pronunciara la oración fúnebre ante los restos de los héroes de la independencia, el presidente de la república Porfirio Díaz, las delegaciones diplomáticas y el pueblo, que ante lo inaudible de sus palabras –evoca José Guadalupe Zuno–, lo comparó con el cura Miguel Hidalgo, gritándole: “Viva el Padre de la Patria”.

Sobre las razones para que el régimen liberal del general Porfirio Díaz lo eligiera como orador oficial, Enrique Krauze escribe:

Con buen tino [Justo] Sierra pensó en el padre Agustín Rivera, excéntrico y heterodoxo sacerdote liberal, autor de una obra voluminosa […] en la que criticaba por igual la Historia de Alamán y las exageraciones y falsedades del padre Las Casas, vindicaba el derecho de México en 1810 a la Independencia […] Autorizado por el presidente, Sierra le informaba de la ceremonia que tendría lugar para honrar los restos y la memoria de los héroes de la Independencia [… le expresaba el ministro de Instrucción Pública]. Nadie mejor que usted, señor, para ser en esta vez el representante de la patria. 8

En 1911, ante el movimiento revolucionario, se vio obligado a cambiar su residencia a León, Guanajuato, donde continuó sus investigaciones y vivió con su protector y amanuense Rafael Muñoz Moreno, a quien heredó su biblioteca y sus escasos bienes.

Fue miembro de la Academia Mexicana de la Historia, de la Sociedad de Geografía y Estadística y miembro honorario de la Sociedad Médica de Guadalajara.

En 1913 llegó a Guadalajara como arzobispo el doctor Francisco Orozco y Jiménez, quien al ser informado que el doctor Rivera era un sacerdote liberal le pidió que reiterara su profesión de fe, a lo que le contestó:

Aunque no he sido virtuoso, siempre he tenido conciencia de ser católico... Yo no me retracto de ninguno de mis escritos públicos. Pobre ha sido mi carrera, como escritor público durante más de medio siglo; pero aunque pobre, yo no quiero cerrarla de una manera tan infame [...] En ninguno de mis escritos he entendido el liberalismo en el sentido de los jacobinos, sino siempre en el sentido de amor al progreso. Aquí está mi profesión de fe. 9

El 6 de julio de 1916 falleció en León, Guanajuato, siendo inhumado en el panteón municipal de San Nicolás. Sus restos mortales fueron trasladados a Guadalajara el 26 de septiembre de 1921 para ser reinhumados al día siguiente en el mausoleo del Panteón de Belén.

Se le dedicó una calle y la plaza que se encuentra entre la Escuela Preparatoria de Jalisco y el actual Museo de Arqueología de Occidente, donde hay una escultura de su imagen.

Su obra literaria es extensísima, Juan Bautista Iguíniz la catalogó por materias, en 157 impresos, más algunos manuscritos, entre ellos: Elementos de Gramática Castellana (1850); Cuadro de la sociedad doméstica según el Derecho Natural, el Derecho Romano y el Evangelio (1851); A la Virgen de Moya (poesía, 1864); Tratado breve de delitos y penas según el Derecho Civil (1873); Pensamientos de Horacio sobre la Moral, Literatura, Urbanidad, escogidos, traducidos al castellano, reunidos y anotados en 1873, por Agustín Rivera (1874); Tratado breve teológico-moral de los sacramentos en general (1875); Sermón de la Virgen de Guadalupe en el Sagrario de Guadalajara el 12 de diciembre de 1859 (1875); Viaje a las ruinas del Fuerte del Sombrero (1875); Concordancia de la razón y la fe (1876); Sermón de Nuestra Señora de Guadalupe, en el Santuario de Nuestra Señora de San Juan de los Lagos el 12 de diciembre de 1876 (1877); Compendio de la Historia Antigua de México: desde los tiempos primitivos hasta el desembarco de Juan de Grijalva (1878); Ensayo sobre la enseñanza de los idiomas latino y griego y de las bellas letras por los clásicos paganos a los jóvenes y a los niños (1880); Principios críticos sobre el Virreinato de la Nueva España sobre la Revolución de Independencia, tres tomos (1884-1889); La Filosofía en la Nueva España (1885); Sofismas del señor canónigo doctor don Agustín de la Rosa (1887); Treinta sofismas y un buen argumento del señor doctor don Agustín de la Rosa (1887); Anales Mexicanos o sea cuadro cronológico de los hechos más notables pertenecientes a la Historia de México, desde el siglo iv hasta este año de 1889 (1889); Anales Mexicanos. La Reforma y el Segundo Imperio (1890-1891); Entretenimientos de un enfermo. El cempazúchitl (1891); Entretenimientos de un enfermo. Juicio crítico de la obrilla intitulada ‘El liberalismo es pecado’ (1891); Diálogo entre Agustín Rivera y Florencio Levilon, estudiante de lengua mexicana en el Seminario de Guadalajara, sobre la verdadera utilidad de dicha lengua y demás idiomas indios (1891); Entretenimientos de un enfermo. Notas de Agustín Rivera al artículo de un ex-estudiante sobre la enseñanza de los idiomas indios (1891); Mi proyecto sobre la enseñanza de los idiomas indios en los colegios de la República Mexicana (1892); Pensamientos sobre la educación de la mujer en México (1892); ¿De qué sirve la Filosofía a la mujer, los comerciantes, los artesanos y los indios? (1893); Lo que vale media hora para un sacerdote. Dedicado a la cara memoria del ilustrísimo señor doctor Diego Aranda, su insigne bienhechor (1893); El progreso lento y el radical en la destrucción de la esclavitud en las naciones cristianas (1897); Los hijos de Jalisco o sea Catálogo de los catedráticos de Filosofía en el Seminario Conciliar de Guadalajara desde 1791 hasta 1867, con expresión del año en que cada catedrático acabó de enseñar Filosofía, y de los discípulos notables que tuvo (1897); La imaginación de la mujer en la sociedad doméstica (1899); Pensamiento sobre las causas del suicidio (1899); Los pensadores de España sobre las causas de la decadencia y desgracias de su patria en los últimos siglos hasta hoy (1899); Despedida del siglo xix (1900); Guadalajara antes de Franklin (1901); Despedida que da a Guadalajara el día 11 de febrero de 1902 (1902); Arenga de..., el día de la fiesta en honra del héroe de la Patria Pedro Moreno, 27 de octubre de 1902 (1903); Rasgos biográficos y algunas de las poesías inéditas de Esther Tapia de Castellanos (1903); Discurso que pronunció en la fiesta de la colocación de la primera piedra del monumento a la memoria del héroe de la Patria Pedro Moreno, en Lagos de Moreno, el día 15 de mayo de 1904 (1904); El Representante del Papa en México ha elogiado el Gobierno del señor presidente Díaz y del señor gobernador Ahumada (1905); Pinceladas sobre la vida y gobierno del ciudadano general Porfirio Díaz, presidente de la República (1908); Anales de la vida del Padre de la Patria Miguel Hidalgo y Costilla (1910); Discurso pronunciado en el Palacio Nacional de la capital de México, en la apoteosis de los Héroes de la Independencia de México, ante los despojos mortales de ellos el día 30 de septiembre de 1910 (1910); Hidalgo en su prisión. Disertación (1911); Confirmación de la visita de Juárez al cadáver de Maximiliano (1912); Dos doctrinas muy importantes del papa León XIII en su epístola Plane quidem (1912), entre otras.

Juicios y testimonios

Agustín de la Rosa: “Pena causa refutar al señor Rivera; pero no es posible prescindir de hacerlo […] se ha tocado el honor de la nación, es necesario defenderlo, aunque el escritor que habla contra su patria, sea por otros títulos como realmente lo es, muy apreciable”.


Juan Bautista Iguíniz: “A nuestro sentir, uno de los mayores méritos de la obra del doctor Rivera, consiste en la copiosa erudición que se encuentra en toda ella, muy en particular sobre nuestra historia, a la que suministró innumerables noticias y preciosos datos llenos de interés y de originalidad. Fue un escritor enciclopedístico y desgraciadamente no concretó su atención al estudio de temas especiales, sino que la distrajo, queriendo imitar al célebre escritor español Feijoo, tratando como éste, diversidad de asuntos, muchos de ellos de interés secundario; de otra suerte hubiera producido obras fundamentales que le habrían acarreado verdadero renombre”.


Alberto Santoscoy: “Los relevantes méritos que el insigne historiógrafo doctor don Agustín Rivera ha contraído, dedicándose por más de cincuenta años a la propaganda de la ilustración y a dilucidar cuestiones de interés positivo para nuestra patria, en los diversos libros que ha escrito y publicado a sus expensas, son un timbre de gloria para Jalisco”.


Alfonso Toro: “Era don Agustín Rivera, de más que mediana estatura, de color blanco, aguileña nariz, blanquísima cabellera y mirada penetrante y bondadosa en que se retrataba la sinceridad [...] Muy gran conversador, y de memoria prodigiosa [...] Su obra es indudable que tuvo gran influencia en el mundo en que vivió; combatió rudamente el fanatismo, tanto en su ciudad natal, como en otros lugares del país, para lo que en gran manera le sirvió su carácter sacerdotal”.


Referencias
  1. Alfonso Toro, “El Dr. Dn. Agustín Rivera y Sanromán”, Revista Jalisco, Guadalajara, núm. 3, octubre-diciembre de 1980, p. 80. ↩︎

  2. Ibid., p. 81. ↩︎

  3. Ibid., p. 82. ↩︎

  4. Iguíniz, Catálogo biobibliográfico de los doctores…, p. 245. ↩︎

  5. Ibid., loc. cit. ↩︎

  6. Aurea Zafra, El Dr. Rivera y el Dr. De la Rosa. Estudio comparativo, Estudios Históricos, Guadalajara, Órgano del Centro de Estudios Históricos “Fray Antonio Tello”, núm. 36, III época, junio de 1986, p. 67. ↩︎

  7. Alfonso de Alba, El Alcalde de Lagos y otras consejas, Guadalajara, ImpreJal, 2009, p. 154. ↩︎

  8. Enrique Krauze, La presencia del pasado, México, Tusquets, 2005, p. 341. ↩︎

  9. De Alba, op. cit., p. 154. ↩︎