Los universitarios sin universidad
Vargas González, Jorge
Nació en Ahualulco de Mercado, Jalisco, el 28 de septiembre de 1899. Fueron sus padres los señores Elvira González y el doctor Antonio Vargas.
Sobre la posición económica de la familia, su hermana María Luisa evoca: “Los Vargas eran ricos de abolengo. Tenían muchas casas en Ahualulco y aquí [en Guadalajara] también. Esta casa de Mezquitán era de ellos, pero al venirse mi mamá aquí, se la dejaron. Mi mamá tenía tanto carácter como mi papá. Fuertes de personalidad ambos. Yo no sé cómo congeniaron y no se pelearon. Yo nunca los vi pelearse […]”.1
Jorge inició su instrucción elemental en su pueblo natal, la cual continuó en Guadalajara a partir de 1914, cuando la familia se estableció en esta ciudad para que los más jóvenes pudieran hacer estudios superiores.
La secundaria y la preparatoria las cursó en la Escuela Preparatoria de Jalisco, recientemente inaugurada en 1914. Se graduó de técnico profesional contable, y a pesar de las enérgicas presiones de su padre para que eligiera una carrera universitaria, se resistió con el argumento de que ya había asistido a varios cursos de formación cultural católica,2 entre los que estaba el Círculo Luis Windthorst, donde se impartían Apologética, Sociología y Economía. Entonces decidió empezar a trabajar como personal administrativo en la Compañía Hidroeléctrica de Jalisco.
Era muy aficionado al básquetbol y a la caza, quizá en demasía, por lo que sus padres también le llamaban la atención; así escribía a su padre: “… por lo que toca al juego (de básquet) hace más de dos meses que ni siquiera tiento una bola […]”.3 Enseguida le manifestaba su firme convicción de ser un hombre íntegro y de bien: “[…] prometí cambiar y ser un hombre, sino modelo, al menos bueno para mañana o pasado serle útil a Dios, a ustedes y a la sociedad en que vivo […]”.4
A la par de sus estudios secundarios tomó parte como socio muy activo de la acjm, en la cual fue discípulo de Anacleto González Flores, junto con sus hermanos Florentino y Ramón.
Fue muy activa su participación en las diferentes manifestaciones pacíficas que pretendían evitar que se aplicara la legislación estatal anticatólica en Guadalajara, 5especialmente en el movimiento del boicot. En 1926 el Episcopado mexicano decidió cerrar los templos al culto público y estalló la Cristiada. Ante lo cual la familia Vargas González decidió dar asilo a los sacerdotes que continuaban la celebración de la misa en forma clandestina.
Uno de los sacerdotes huéspedes en la casa familiar de Mezquitán número 405 fue Lino Aguirre García –futuro obispo de Sinaloa–, a quien los Vargas apodaban en broma “San Lino”, el cual se disfrazaba de obrero y salía a cumplir con su ministerio, por lo que
después de varias salidas, Jorge, que era su compañero de cuarto le dijo: –No está bien San Lino que vaya usted solo, le puede pasar algo; desde hoy, yo seré su guardaespaldas. Una sonrisa franca y abierta fue la contestación de consentimiento a tan bondadoso ofrecimiento y desde entonces Jorge, se venía pronto del trabajo, se alistaba rápidamente y para las cuatro de la tarde en overol y mangas de camisa salía en su poderosa bicicleta custodiando a San Lino, –Vámonos con las pecadoras San Lino; y San Lino repetía –vámonos. –Son tan pecadoras que cada ocho días partimos y duramos toda la tarde.6
Finalmente el sacerdote Aguirre abandonó la casa de los Vargas González, con el fin de desempeñar otra misión que se le encomendó. Pero a finales de marzo de 1927, un incidente aparentemente sin importancia vino a cambiar la historia de la familia.
El ideólogo del movimiento cristero, Anacleto Gonzáles Flores, era trasladado en carro de un escondite a otro más seguro, dado que afanosamente le buscaba la policía, pero el vehículo se descompuso y se decidió llevarlo a la casa de los Vargas González. Ahí compartió el cuarto con Jorge, en el lugar que había dejado el padre Lino Aguirre.
A las 5 de la mañana del 1° de abril del citado año de 1927, la casa fue asaltada por la policía secreta. La señora Elvira González fue al cuarto de Jorge, donde estaba Anacleto, ahí ocurrió lo siguiente:
–Don José, don José [nombre clandestino de Anacleto], ya están aquí, brínquese por la huerta del corral, apresúrese.
Anacleto está visiblemente perturbado, no atina a decir, ni a hacer nada.
–Pero mamá, dice Jorge (compañero de cuarto de Anacleto) si ya está ahí.
–¿Dónde? ¿Dónde? Si no lo veo (es que mi mamá no traía sus lentes).
–¡Ahí, mamá allá arriba, mira dijo señalando a un [policía] secreta, que apostado en el muro que dividía el primer patio del segundo; apuntaba hacia abajo pistola en mano.
–No don José no se crea, no le haga caso a Jorge, apúrese; pronto, pronto.
–Sabe don José –agrega Jorge, quien tenía muy buena puntería–, mejor saco mi pistola y de un balazo tumbo a ese, para que usted pueda escapar.
–No –se atreve a contestar Anacleto–, no, no, y ayudado por mi mamá va a salir […] Jorge mueve la cabeza de derecha a izquierda […]7
Junto con Anacleto y con sus hermanos Ramón y Florentino, fueron conducidos al Cuartel Colorado, donde fueron encerrados en un calabozo. Y sin ningún proceso legal se les sentenció a muerte –salvo Florentino, a quien consideraron como menor de edad–. Hacia las dos de la tarde, y tras sufrir algún tipo de tortura –dado que traía un hombro dislocado–, y empuñando un crucifijo sobre el pecho, Jorge recibió la descarga del fusilamiento del batallón 201.
Un gran número de parientes, amigos y estudiantes se dio cita en su casa para la velación. Y al día siguiente en medio de una gran multitud, fue sepultado junto con su hermano Ramón en el Panteón de Mezquitán.
El 22 de mayo de 1949 sus restos fueron exhumados para ser trasladados a su pueblo natal, donde se les colocó en el templo parroquial de San Francisco de Asís. Para la ocasión el canónigo Maximino Pozos, compuso el poema “La victoria de Cristo”.
El 22 de junio de 2004, en presencia del embajador de México ante la Santa Sede, Javier Barragán, el papa Juan Pablo II promulgó el decreto de su martirio, en unión a su hermano y a otros once compañeros mártires. El 20 de noviembre de 2005, en el Estadio Jalisco de Guadalajara, se verificó la multitudinaria ceremonia de beatificación.
Juicios y testimonios
Antonio Gómez Robledo: “Un joven de espíritu en extremo delicado, valiente pero analizador, enamorado de las ideas y repulsivo, por su misma exquisitez, de las asperezas de la realidad, a quien la muerte fue una verdadera liberación del conflicto vocacional que hacía años lo torturaba, y que su excesiva finura intelectual le había impedido resolver”.
Maximino Pozos:
Y ahora como entonces,
los dos hermanos [Jorge y Ramón] que forjó el bronce
el Alma Mater que valientes cría,
la acjm, semillero
que en cada arbusto modeló un guerrero,
contestaron así con hidalguía:
‘¡Es preciso que reines, Nazareno,
[…]
Y si morir es fuerza, beberemos
en tu copa de hiel, si así vencemos
al hirsuto Tirano de Idumea! […]
María Luisa Vargas González: “Mártires Ramón y Vargas González, quienes con valor y generosidad acompañaron al maestro Anacleto González Flores hasta el holocausto. Salve queridos hermanos”.
Referencias
-
Helia García Pérez, “Cuando Anacleto se refugió en mi casa”, Entrevista a María Luisa Vargas González, Mi Pueblo, marzo-abril de 2002, p. 18. ↩︎
-
Juan Real, entrevista a Luz Orozco Vargas, quien cita una carta del biografiado a su padre, el doctor Antonio Vargas. Entrevista realizada en abril de 2006. ↩︎
-
Pedro Jaime Orozco, “Siervo de Dios: Jorge Vargas González”, Apóstol, Guadalajara, Seminario de Guadalajara, núm. 107, marzo-abril de 1998, p. 7. ↩︎
-
Ibid., p. 8. ↩︎
-
Por ejemplo, se decretó en marzo de 1926 que sólo debería haber 250 sacerdotes en todo el estado de Jalisco. Joseph H. L. Schlarman, México tierra de volcanes, México, Porrúa, 2002, p. 611. ↩︎
-
María Luisa Vargas González, Yo fui testigo, Guadalajara Ed. de la autora, 1994, p. 12. ↩︎
-
Ibid., p. 25 ↩︎