Álvarez Bravo, Manuel
Nació en México, Distrito Federal, el 4 de febrero de 1902. Fue hijo de Soledad Bravo y de Manuel Álvarez García, quien era un fotógrafo aficionado.
A sus trece años recibió los primeros conocimientos de fotografía; le regalaron una cámara de daguerrotipo e hizo sus primeros intentos de tomar y revelar fotografías con técnicas caseras en un cuarto oscuro improvisado. Por un breve tiempo estudió en la Academia de San Carlos.
Hacia 1922 se inició como fotógrafo profesional, ya para entonces había conocido a la que sería su esposa y también destacada fotógrafa la señora Lola Martínez de Anda, además cultivó la amistad con Tina Modotti y Edward Weston. En 1925 obtuvo su primer premio de fotografía en un concurso local de Oaxaca, y en 1929 participó en una exposición colectiva en el Palacio de Bellas Artes.
Al ser deportada de México Tina Modotti por comunista en 1930, le regaló su cámara y le heredó su trabajo de fotografiar los grandes murales de la capital de la república. Por esos años captó los rostros de León Trotsky, Frida Khalo, Diego Rivera, Juan Rulfo, Luis Buñuel, entre otros.
En las décadas de los años treinta y cuarenta fue testigo del renacer artístico que buscaba las raíces de la identidad nacional, tras los conflictos bélicos precedentes:
Pero, al igual que Juan Rulfo, hizo algo más que atrapar las esquivas esencias de la patria: supo reinventarlas. El país cupo entero en su pequeña caja negra; lo decisivo, sin embargo fue que se reveló en forma única. En pueblos polvorosos y sembradíos de cactáceas, el fotógrafo encontró la singularidad que, siendo tan genuina, nadie había visto.1
A nivel internacional optó por la influencia de Cartier-Bresson en la fotografía, y de Eisenstein en cine, por lo cual incluso compró la cámara fotográfica de la película ¡Que viva México! En 1934 filmó en Tehuantepec un ensayo cinematográfico, en 1935 expuso con Cartier-Bresson en el Palacio de Bellas Artes, luego esta exposición se presentó en Nueva York y su trabajo comenzó a ser conocido a nivel mundial. Su labor captó la atención de los surrealistas, así en 1939 André Breton escribió que la principal virtud estética de sus fotografías era que “toda casualidad parece excluida”.2
Entonces sus obras llegaron a Chicago, Filadelfia, San Francisco y Moscú, entre otras ciudades.
En 1959 fue cofundador del Fondo de la Plástica Mexicana, y fue profesor de Fotografía en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (cuec).
Algunas de sus fotografías más célebres llevan los siguientes títulos: Dos pares de piernas (1928), Caballo de madera (1928), Instrumental (1931), Muchacha viendo pájaros (1931), El ensueño (1931), La hija de los danzantes (1933), Obrero en huelga asesinado (1934), Retrato de lo eterno (1935), La coronada de palmas (1936), La buena fama durmiendo (1938), Un pez llamado sierra (1944), Campana y tumba (1945), Ventana a los magueyes (1974), y Lucía (1980), entre otras.
Su obra se encuentra en las colecciones mas afamadas del mundo, como la Casa Eastman de Rochester. En 1975 se publicó en Nueva York un portafolio con quince de sus obras, y al año siguiente en el Libro del año de la Creative Camera International, aparecieron veinte de sus fotografías.
Algunas de las múltiples exposiciones en las que participó fueron: su primera en la Galería Posada en 1932; en el Palacio de Bellas Artes con motivo de la xix Olimpiada en 1968; en galerías de Washington y de varias ciudades estadounidenses entre 1978 y 1979; en San Diego, California en 1990; en la Witkin Gallery de Nueva York en 1992; la exposición retrospectiva en el Museo L’Elysee en Lausanna, Suiza, en 1992; la exposición en el Museo Reina Sofía de Madrid, España, en 1996; la exposición en el Museo de Arte Moderno de Nueva York en 1997; la exposición en el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey, Nuevo León, en 1998; la exposición “Las visiones de Modotti y Álvarez Bravo” en Hamburgo, Alemania, en 1998; la exposición en la Galería Juan Martín de la Ciudad de México en 2001; la exposición en el Museo Paul Getty de San Diego, California, en 2001; la titulada “Evidencias de lo invisible” en el Palacio de los Trabajadores, en Beijing, China; la exposición “El ojo de Manuel Álvarez Bravo” en la Casa de América Latina en París en 2001; en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México en 2002; también expuso en Japón y Bélgica, entre otros países.
Los premios y reconocimientos que recibió fueron: el Premio Elías Sourasky de 1974; invitado de honor a los Décimos Encuentros Internacionales de Fotografía, de Arlés, Francia, en 1974; el Premio Nacional de Artes de 1975; su nombre se dio a una de las salas del Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México en 1976; la orden de las Artes y Letras de la República de Francia en 1981; el Premio Internacional de Fotografía Hugo Erfurth de Alemania en 1991; el homenaje del periódico francés Liberation, el cual lo consideró “El padre de la fotografía mexicana” en 1997; el homenaje nacional en Bellas Artes con motivo del centenario de su vida en 2002; el Premio Hasselblad; el título de creador emérito del Sistema Nacional de Creadores del Conaculta en 1993; y una condecoración de la República de Portugal.
El 13 de octubre de 1994 recibió el doctorado honoris causa de la Universidad de Guadalajara.
En 1996 se inauguró el Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo, de Oaxaca. Y el 6 de septiembre de 2000 presentó para la Fundación Cultural de Televisa su archivo fotográfico con 2,300 imágenes que él mismo seleccionó.
Como el decano de la fotografía mundial falleció en la Ciudad de México el 19 de octubre de 2002; recibió el homenaje póstumo en el Palacio de Bellas Artes y fue inhumado en el Panteón Americano.
Juicios y testimonios
Fernando del Paso: “Gracias a que vivió más de un siglo, con él se va también casi todo un siglo de la fotografía mexicana; ha dejado un legado inapreciable como artista”.
Octavio Paz: “En el arte de Manuel Álvarez Bravo, esencialmente poético en su realismo y desnudez, abundan las imágenes, en apariencias simples, que contienen otras imágenes o producen otras realidades. A veces la imagen fotográfica se basta así misma; otras se sirve del título como de un puente que nos ayuda a pasar de una realidad a otra. Los títulos de Álvarez Bravo operan como un gatillo mental: la frase provoca el disparo y hace saltar la imagen explícita para que aparezca la otra imagen, la implícita, hasta entonces invisible. En otros casos, la imagen de una foto alude a otra que, a su vez, nos lleva a una tercera y a una cuarta. Así se establece una red de relaciones visuales, mentales e incluso táctiles que hacen pensar en las líneas de un poema unidas por la rima o en las configuraciones que dibujan las estrellas en los mapas celestes”.
Juan Villoro: “[Xavier] Villaurrutia comentó que Álvarez Bravo le recordaba a San Dionisio porque llevaba la cabeza entre las manos. Sus fotografías son atributos de la razón. Esto se confirma en su excepcional poética de la muerte. Álvarez Bravo retrata una tumba junto a una campana, un ataúd suspendido en el falso cielo de una funeraria (el título es elocuente: Escala de escalas), la barca que un Caronte de pueblo abandonó entre una corona de palmas en una orilla cualquiera. En todos estos casos, la muerta llega para irse. Fugitiva inapresable, está ahí sin triunfar del todo; se transforma en el sonido de una campana, en la ascensión de un ataúd vacío, en el cuerpo que escapó a nado lejos de la barca fatal. Las fotografías de Álvarez Bravo se nutren de una tristeza rebelde; lo que se acaba, sobrevive”.