Arreola Mendoza, José María
Nació en Zapotlán el Grande, Jalisco, el 3 de septiembre de 1870. Fueron sus padres los señores Salvador Arreola y Laura Mendoza.
Cursó su instrucción primaria en la escuela parroquial; y en 1881 ingresó al Seminario Auxiliar de Ciudad Guzmán para estudiar Humanidades, Filosofía y Teología.
En 1887 fue nombrado profesor de instrucción primaria de la Escuela anexa al Seminario que más tarde dirigió.
Se especializó en Ciencias Naturales, Física y Astronomía, las cuales impartió a los estudiantes del Seminario. A finales de 1892 estableció, en el mismo Seminario, un observatorio meteorológico, y el 1º de enero de 1893 inició la observación sistemática del volcán Colima.
El 3 de diciembre de 1893 el arzobispo de Guadalajara Pedro Loza le confirió la ordenación sacerdotal en Guadalajara, donde se le había encargado la dirección del observatorio meteorológico del Seminario tapatío, además de la impartición de las cátedras de Física, Química y Astronomía, y de la elaboración de un barómetro.
De 1896 a 1897 fue catedrático en el Seminario de Colima, en donde dirigió el observatorio meteorológico y vulcanológico de la misma institución, y fundó el Boletín Mensual como vocero del observatorio.
En San Gabriel y Tamazula ejerció su ministerio sacerdotal, y en 1898 en Guadalajara fue nombrado subdirector del Instituto de San Ignacio de Loyola, y dos años más tarde asumió la dirección.
En la Escuela Libre de Ingenieros de Guadalajara impartió varias cátedras. En 1902 se le designó en el Seminario Conciliar, catedrático de Cosmografía, y durante varios años impartió Química y Física, además de dirigir hasta 1914 el observatorio meteorológico de dicha institución.
En noviembre de 1900 presentó unas memorias donde expuso su nueva teoría sobre vulcanismo, ante el Primer Congreso Meteorológico Nacional, donde sintetizaba sus observaciones hechas muy especialmente en Colima, las que llamaron la atención de los científicos por su exactitud. Además presentó un invento suyo, el llamado “Evaporómetro Arreola “.
En 1901 exhibió su selecta colección arqueológica, y los aparatos que inventó ante el Congreso de Americanistas, por lo que recibió dos premios de primera clase y dos medallas de oro. En mayo de 1906 presentó un estudio completo de sus observaciones al Congreso Internacional Geológico.
En mayo de 1912, ante los constantes terremotos en Guadalajara, publicó un folleto donde expuso sus observaciones y atribuía los temblores a la actividad volcánica. Contrariamente, el padre Severo Díaz sostenía que se debían a los acomodamientos subterráneos de las capas terrestres. Ante el pánico de la población, el gobierno del estado de Jalisco publicó un folleto contradiciendo al padre Arreola, causándole pésima impresión, por lo que optó por dejar Guadalajara e irse a radicar a Zacatecas y a Aguascalientes, donde continuó sus investigaciones científicas y fundó nuevos observatorios.
En 1917 se trasladó a la Ciudad de México para estudiar arqueología y lenguas indígenas. El 11 de junio fue nombrado filólogo de lenguas indígenas de la Dirección de Estudios Arqueológicos y Etnográficos de la Secretaría de Agricultura y Fomento. Se le suspendió temporalmente de su cargo el 25 de mayo de 1918, y lo recuperó el 3 de agosto de ese mismo año, dedicándose al estudio de las lenguas de la cultura teotihuacana.
El 9 de julio de 1919 empezó a formar una relación de lugares típicos del país, para integrar la Exposición Etnográfica Nacional. En 1920 realizó estudios en Tepotzotlán y más tarde intervino en las exploraciones de la zona arqueológica de San Juan Teotihuacán, que dirigió Manuel Gamio, y colaboró en la obra La población del Valle de Teotihuacán.
El 1° de enero de 1922 fue nombrado profesor en la Dirección de Antropología, separándose por enfermedad el 24 de mayo de 1923.
De nuevo en Guadalajara continuó las exploraciones en San Andrés Ixtlán y Tuxpan, y como profesor en las Escuelas Industrial Federal para Señoritas, Comercial e Industrial del Estado y la Preparatoria de Jalisco.
El 22 de julio de 1925 escribió una carta al gobernador de Jalisco José Guadalupe Zuno, poniéndose a su disposición para impartir algunas cátedras. El padre Arreola fue designado por el gobernador Zuno como miembro de la Comisión Organizadora de la Universidad de Guadalajara en el citado año. En las sesiones de la Comisión, recuerda Zuno: “El señor Arreola intervino con iguales capacidades y con una grandísima voluntad.1
En varias dependencias de la Universidad de Guadalajara impartió de 1925 a 1949 –año en que fue jubilado– las cátedras de: Mineralogía, Geología, Física, Química, Ingeniería y Arquitectura, Mecánica y Fluidos, Física Experimental, Geología aplicada a las construcciones, Hidrología, Ensayo de Materiales, Astronomía Práctica, Meteorología y Climatología.
En el Instituto Meteorológico de la Universidad de Guadalajara, haciendo uso de un vetusto telescopio, impulsaba las observaciones astronómicas entre los jóvenes. Fue además paleógrafo de la Biblioteca Pública y ayudante del Instituto Astronómico y Meteorológico de la Universidad.
Algunos de sus libros son: Un nuevo evaporómetro; Nueva teoría sobre vulcanismo; Nueva teoría sobre volcanismo y descripción de un evaporómetro; Las erupciones del volcán Colima en febrero y marzo del año 1903; Explicaciones del simbolismo de la decoración arqueológica del Templo de Quetzacóatl, la Ciudadela de Teotihuacan; Sellos, indumentarias, utensilios domésticos, utensilios industriales , objetos rituales, caracteres alfabéticos o numéricos en la población del Valle de Teotihuacan; Códices y documentos en mexicano; Razón de una expedición al Colima; Toponimia indígena; Breve estudio del gran monumento arqueológico mexicano llamado Calendario Azteca; El simbolismo de la humanidad doliente posternada ante la divinidad; Artes menores de la estructura teotihuacana; y Códices y documentos en mexicano.
Hizo la traducción de los cuentos mexicanos del náhuatl al español: “Un muchacho perezoso”, “Los tres hermanos”, “El puerco y el burro”, “El ermitaño” y “Los tres muchachos flojos”.
Fue colaborador e impulsor de los periódicos y revistas: El Faro, Boletín Mensual –en Colima–, Boletín de la Escuela de Ingenieros de Jalisco y El Regional.
Su biblioteca y su colección arqueológica las donó a la Universidad de Guadalajara, con ellas se constituyó una biblioteca que por mucho tiempo se ubicó en el edificio de la Rectoría, dedicándosela al cura Miguel Hidalgo, ya que por su modestia no permitió que se le diera su nombre.
El 1° de marzo de 1955, el Consejo General Universitario acordó homenajearle solemnemente, y se inauguró el Centro de Estudios Miguel Hidalgo con las donaciones que hizo a la Universidad –antes mencionadas–, además se le impuso su nombre a la sala de arqueología del Museo Regional de Guadalajara y se le dedicó el Boletín de la Universidad de julio de 1956.
Perteneció a varias sociedades científicas, entre ellas la Sociedad Antonio Alzate y la Sociedad de Ingenieros de Jalisco.
Sus últimos años los dedicó al estudio de la filología. Una faceta de su personalidad muy poco conocida fue la de fotógrafo:
En el famoso archivo Arauz, la mayor parte de las placas que retratan la Guadalajara de fines del siglo pasado [xix] y de principios de éste [xx], corresponde a tomas hechas por don José María, quien acabó confiándole este invaluable tesoro a quien él reconocía como excelente fotógrafo y no inferior coleccionista: Juan Víctor Arauz.2
El 28 de noviembre de 1961 falleció en Guadalajara. Una escuela primaria de la ciudad lleva su nombre.
Juicios y testimonios
Ramón López Velarde: “Un sabio sacerdote”.
Hugo Vázquez Reyes: “Como hombre de ciencia es digno de ejemplo, porque siempre busca la verdad; como educador ha trasmitido sus conocimientos a varias generaciones dentro y fuera de las aulas universitarias; como investigador ha convencido a propios y extraños”.
José Guadalupe Zuno Hernández: “Todos los alumnos que lo tuvieron por maestro, recuerdan con veneración su integridad científica que profesaba con una convicción efusiva. Nunca dudaba cuando veía que se establecían contradicciones entre la verdad científica y las preocupaciones religiosas o morales, pues primeramente dejó que la razón actuara para que las dudas quedaran desvanecidas y anuladas”.