Biografías por órden alfabético

Caserta y Cañedo, Juan José


Nació en Guadalajara, capital de la Intendencia del mismo nombre, el 20 de marzo de 1806. Fueron sus padres la señora Josefa Cañedo y Zamorano del mayorazgo de Cañedo y Guillermo Caserta Daeus Stuart, barón de Santa Cruz de San Carlos y marqués del Mezquitán.

En el Seminario Conciliar de Guadalajara estudió Latín y el Curso de Artes. En 1826 pasó a residir a San Luis Potosí, donde se desempeñó durante tres años como vicerrector y catedrático del nuevo Colegio Guadalupano-Josefino.

En 1829 regresó a Guadalajara para concluir su carrera eclesiástica y obtuvo la autorización del gobernador de la Mitra en sede vacante, el doctor Miguel Gordoa, para ir a Puebla de los Ángeles a recibir la ordenación sacerdotal de manos del único obispo que entonces quedaba en México, Antonio Joaquín Pérez. Pero cuando Caserta llegó a Puebla ya había fallecido el obispo y partió a Nueva Orleans, donde el 3 de junio recibió el orden sacerdotal.

A su regreso a su ciudad natal se integró al cuerpo magisterial del Seminario Conciliar.

El 27 de noviembre de 1834 recibió en la Universidad Nacional de Guadalajara el grado de licenciado en Teología, y el 7 de diciembre el doctorado.

De 1838 a 1844 fue secretario de Cámara y Gobierno del obispo de Guadalajara, Diego Aranda. El 26 de junio de 1841 ingresó al Cabildo Eclesiástico como medio racionero y el 26 de febrero de 1844 ascendió a canónigo racionero.

En 1848 fue electo diputado al Congreso de la Unión, pero no concurrió a las sesiones.

De ideología liberal, al grado que Luis Pérez Verdía lo consideró como el jefe del partido rojo, se convirtió en un personaje muy polémico, lo cual ilustran los siguientes episodios que narra Agustín Rivera:

[Se trataba] una vez de poner al doctor Caserta en la cárcel por no recuerdo qué trabacuentas en política, y como sus numerosos amigos procurasen evitarlo, les dijo: “¡No, no, dejen ustedes que me lleven: que se imponga el pueblo a ver en la cárcel pública a moraditos!” [referencia al color de las vestimentas talares de los obispos y los canónigos]. Cuando Comonfort estuvo algunos días en Guadalajara después de la toma de Ciudad Guzmán, reunió una junta de comerciantes, suplicándoles que le hiciesen un préstamo de dinero: los más lo rehusaron, alegando uno una cosa y otro otra, y el jefe de la Revolución de Ayutla aceptaba todas sus excusas con benevolencia; viendo esto el doctor Caserta, le dijo: “¡ Señor General, verbo áspero!” y le repitió “verbo áspero”, y aunque Comonfort no entendía nada de los Salmos de David, de los que era tomada aquella frase, bien entendió que el canónigo le quería decir que tratase duramente a los comerciantes y que de lo contrario no les sacaría nada. Estaban cambiando los papeles: el soldado tenía la sonrisa, los modales amables y la dulzura de carácter del que era en la República el jefe del partido liberal moderado; y el sacerdote tenía el semblante ceñudo, las frases osadas y el genio de un soldado.1

El gobernador del Departamento de Jalisco, Santos Degollado, en 1855 lo nombró consejero de gobierno y presidente de la Junta Directora de Estudios, cargo que ejerció hasta 1856.

Participó en la polémica que provocó la promulgación de la Constitución de 1857, con la publicación del alegato que tituló Caso de conciencia sobre el juramento constitucional. Carta de un párroco jalisciense que disipa las dudas de otro sacerdote, con motivo de la pastoral expedida por el Ilmo. Sr. Obispo de Guadalajara en 8 de julio de este año [1857]. Como era de esperarse su escrito causó una gran conmoción en Guadalajara, dado que un canónigo impugnaba la disposición del obispo de negar la absolución de los pecados a todos aquellos que juraran la Constitución.

El doctor Caserta contestó las refutaciones con otro alegato titulado Apéndice al caso de conciencia sobre el juramento constitucional, en el que se confirma la doctrina anteriormente sostenida, y se contesta a una carta del señor cura licenciado don Jesús Ortiz, publicada en el periódico ‘La Cruz’, del 13 de agosto de 1857. Ya en 1858 había publicado Defensa de sus opiniones emitidas en su opúsculo el caso de conciencia, subscrita en Guadalajara, por el cura de un pueblo de Jalisco. Y en 1860, publicó Pascuas al canónigo Camacho.

En 1861 reasumió la presidencia de la Junta Directora de Estudios del Estado de Jalisco, la ejerció prácticamente durante todo el periodo del segundo imperio.

Luego de haber contado con la confianza y el aprecio de los regímenes liberales, al fin sucumbió y colaboró con el segundo imperio. ¿A qué se debió esta transformación? ¿Perdió la fe en el triunfo del liberalismo y dio como inevitable –como muchos otros– la consolidación del régimen imperial? Muy complicado sería aventurar alguna hipótesis con argumentos sólidos.

En 1865 escribió Manifestación que hace la Junta Directiva de Estudios del Departamento de Jalisco a S. M. el emperador, por conducto del Ministerio de Instrucción Pública y Cultos, pidiendo la continuación de los estudios profesionales en Guadalajara, cuando se publique el nuevo plan de enseñanza.

Recibió la cruz de caballero de la Orden de Guadalupe. Difíciles fueron sus últimos años, escribe el citado Agustín Rivera: “Pocos años sobrevivió el doctor Caserta a la caída del Imperio; se separaron de él eclesiásticos, conservadores y liberales. A todos los miraba con semblante hosco y con desdén, y murió en la oscuridad”.2

Falleció en su ciudad natal el 6 de abril de 1875 y fue sepultado en el Cementerio de los Ángeles.

Juicios y testimonios

Pedro Espinosa Dávalos: “Acérrimo defensor de la funesta Constitución de 1857, que no se somete a la alocución de N. Smo. Padre en que reprueba el proyecto de la referida Constitución; que no obstante mis pastorales y circulares, en que declaro que no pueden ser absueltos los que han jurado ese impío código mientras no se retracten, sostiene (en impresos anónimos) que ese juramento es ilícito, y que pueden ser absueltos los que [lo] han prestado, sin necesidad de previa retractación; que actualmente [1862] es el director de liceos de los jóvenes y niñas, en que el partido liberal ha convertido el Seminario Tridentino y el Colegio de San Diego de aquella ciudad”.


Referencias
  1. Agustín Rivera, Anales mexicanos. La Reforma y el Segundo Imperio, México, unam, 1994, p. 182. ↩︎

  2. Idem. ↩︎