Biografías por órden alfabético

De la Mota Padilla, Matías Ángel


Nació en Guadalajara, capital del Reino de la Nueva Galicia, el 2 de octubre de 1688. Fue hijo de Matías López y Sánchez, apodado “el Cautivo” por haber sido prisionero de los moros por más de diez años; era originario de la villa de Guadalupe en Extremadura, y emigró a la Nueva España estableciéndose en el mineral de Guanajuato, donde conoció a Ana de Padilla Ávila y Mota, con quien se casó el 11 de mayo de 1684 en la villa de León.

Con el fin de usufructuar un exiguo mayorazgo, tuvo que llevar el nombre de Matías de la Mota López Padilla, y al firmar suprimió el López de su padre.

Sobre su infancia y primeros estudios en Guadalajara hay diversidad de opiniones. Algunos suponen que estudió en el Seminario Conciliar, pero Rubén Villaseñor Bordes opina que fue en el Colegio de San Juan Bautista. De lo que no hay duda, como expresa Jacinto Rubio, “es que se le procuró la educación más esmerada, y supo aprovecharse de ella”.1

En la Real y Pontificia Universidad de México cursó la carrera de abogado. El 4 de mayo de 1711 recibió el grado de bachiller en Leyes y ganó la cátedra temporal por oposición de Instituta de Leyes, el 27 del mes y año citados.

El 9 de mayo de 1712, tras haber realizado su práctica profesional en el bufete del licenciado José Nolasco Herrera, se recibió de abogado ante la Real Audiencia de México; sustentó su examen sobre el caso de “Alonso de Zúñiga, mulato, con la señora Mariscala, sobre su libertad”.

El 13 de agosto de 1713 contrajo matrimonio con Micaela Fernández Cordero y Picazo.

A su regreso a Guadalajara se le adscribió a la Real Audiencia. En 1713 se le nombró abogado defensor del Juzgado General de Bienes de Difuntos; en 1717 fue electo alcalde ordinario de la ciudad; en 1720 alguacil mayor de la Inquisición; y posteriormente en tres ocasiones fue relator interino de la Real Audiencia y asesor de la Caja Real.

En 1730 se le nombró alcalde mayor de la villa de Aguascalientes, donde intentó someter militarmente a los bandidos de la región; saneó la Hacienda pública obligando a los regidores a rendir cuentas; promovió la construcción del templo parroquial, inició un importante puente y obras tendentes a introducir el agua potable. Al terminar su gestión, según la ley de la época, se sometió al juicio de residencia, del cual salió airoso por su rectitud.

De nuevo en Guadalajara, continuó ocupando cargos gubernamentales y ejerciendo su profesión; en 1739 fue fiscal interino; en 1743 asesor del gobierno novogalaico; en 1744 fue nombrado ministro asociado de la Real Audiencia; en 1746 fue electo regidor perpetuo del Ayuntamiento de Guadalajara, cargo en el cual organizó las festividades celebradas con motivo de la jura del nuevo rey Fernando VI, excediéndose en el presupuesto y completándolo con su dinero; solucionó el problema del abasto de carne, formó las ordenanzas de policía, vigiló el mejoramiento de las calles y comenzó una alameda; también formó las ordenanzas de la administración de la Alhóndiga; propuso que la provincia de Ávalos, dependiente del virrey y ante la aparición de los buques piratas holandeses, fuera agregada a la Nueva Galicia. Ante las incursiones de los piratas ingleses, donó doscientos pesos para organizar la resistencia; y promovió a la Virgen de Loreto como patrona de los abogados, en cuya capilla sería sepultado.

En 1742 concluyó su Historia del Reino de Nueva Galicia en la América Septentrional, la cual se divide en dos partes de 48 capítulos cada una. Lamentablemente el autor no la vio publicada, y no fue sino hasta 1856 cuando se dio a conocer al público por entregas en el País, órgano oficial del Gobierno del Estado de Jalisco.

Según su biógrafo, Jacinto Rubio, en 1748 excitó los ánimos para el establecimiento de la Universidad de Guadalajara; en 1750 el Ayuntamiento de la ciudad lo comisionó para que se dirigiera al gobernador y capitán general de la Nueva Galicia, Fermín de Echevers y Subiza, con el fin de presentar “los fundamentos conducentes” para mover el ánimo del gobernante a favor de la fundación de la Universidad. En dicho documento argumentó:

  1. La enorme distancia que tenían que recorrer los estudiantes de la Nueva Galicia para ir a estudiar a la Universidad de México.
  2. En Guadalajara sólo se impartían materias eclesiásticas, y aun los clérigos tenían que acudir a México para obtener los grados universitarios si querían aspirar a las canonjías catedralicias.
  3. Los estudiantes que iban a estudiar a la Ciudad de México, o no concluían los estudios, o se quedaban en ella por los atractivos citadinos, abandonando a sus padres y a su ciudad.
  4. La escasez de abogados y médicos.


Propuso que el edificio del Seminario Conciliar se destinara a la Universidad, y diseñó un sistema para dotar las cátedras de Teología, Filosofía, Leyes, Medicina y Lengua Mexicana.

Sobre la importancia de dicho estudio, José Luis Razo Zaragoza opina que es “detallado y bien fundado estudio que mucho sirvió para la elaboración de otros, cuando por posterioridad hubo necesidad de rendirlos por mandato del Soberano, y que, a juzgar por su texto, sin duda se tuvo al frente para dar cumplimiento a dicha petición [...] Por ahora, bástenos decir que no se logró parecer de la Real Corona”.2

Al fallecer su esposa, el 20 de marzo de 1757, fue ordenado sacerdote por el obispo Francisco Martínez de Tejeda.

El 11 o 12 de julio de 1766 falleció en Guadalajara, y fue sepultado según su voluntad –como antes quedó dicho– en la Capilla de Nuestra Señora de Loreto.

Una calle de Guadalajara lleva su nombre.

Juicios y testimonios

Jacinto Rubio: “Si contemplamos al señor Mota Padilla como abogado, le hallamos lleno de ciencia, de probidad y desinterés, desengañando previamente de su mal derecho a unos, tratando de conciliar a todos y consiguiéndolo algunas veces en pleitos de importancia, y no defendiendo sino los que eran justos [...] Como alcalde ordinario era juez intachable”.


Joaquín García Icazbalceta: “Los contemporáneos hacían gran estima de la ciencia de Mota Padilla, y no menos de su integridad [...] desengañaba con toda sinceridad a los litigantes que no tenían justicia, aunque tuviesen caudal [...] Cierto que esa fama ganada con una conducta tan recta y digna le disminuyó sus ganancias, pero ¡cuán grato le sería el testimonio de una conciencia tranquila!”.


Rubén Villaseñor Bordes: “El conocido narrador, Pérez Verdía, con inquina rebaja la obra [histórica] de Mota Padilla, en particular por su credulidad[...] La credulidad de Mota Padilla –cuando efectivamente de credulidad se trata– era la peculiar y general de su época, además de que estuvo en los autores impresos que él consultó, a quienes todos consideraban autoridades entonces”.


Referencias
  1. Jacinto Rubio, “Apuntes para la biografía del licenciado Matías de la Mota Padilla”, Eco, Guadalajara, Instituto Jalisciense de Antropología e Historia, núm. 12, 1986. ↩︎

  2. José Luis Razo Zaragoza, Crónica de la Real y Literaria Universidad de Guadalajara y sus primitivas Constituciones, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 1980, p. 26. ↩︎