Biografías por órden alfabético

Gallegos Rocafull, José Manuel


Nació en Cádiz, España, el 21 de agosto de 1895. Aún niño se sintió inclinado por la vocación sacerdotal e ingresó al Seminario Diocesano de Cádiz, donde cursó Latín y Humanidades. Por su gran capacidad para el estudió, pasó a residir a Madrid donde estudió Filosofía y Teología en el Seminario de la Arquidiócesis madrileña, a la vez que obtuvo el doctorado en Filosofía en la Universidad Central y recibió la ordenación sacerdotal. En Alemania y en el Instituto Bíblico de Roma, culminó su formación donde se especializó en Teología y en Sagradas Escrituras.

Durante su estancia en Madrid, en colaboración con su compañero de estudios Xavier Zubiri fundó la revista Cruz y Raya, la cual emulaba la francesa Esprit de Emmanuel Mounier donde colaboraron Jacques Maritain, Georges Bernanos y François Mauriac. También fue profesor auxiliar de la cátedra de Metafísica de la Universidad Central de Madrid, de la cual era titular el citado Zubiri.

Luego pasó a residir a Granada, donde fue profesor del Seminario Mayor y atendió el apostolado social de la Diócesis. En 1921 fue nombrado canónigo lectoral de la Catedral de Córdoba, y en 1931 fue electo diputado a las Cortes Constituyentes de España.

Al estallar la Guerra Civil española, escribió: “La guerra fue para mí un torturante drama de conciencia. Mi angustia religiosa empezó ni un minuto antes, ni un minuto después de la lucha misma”.[^38] Ante el alineamiento de la mayoría de los obispos y de los sacerdotes –si se quiere un tanto explicable por la ejecución de gran parte del clero– con los nacionales, se propuso “romper esta unanimidad, costara lo que costara, me parecía absolutamente indispensable, y ya que la Iglesia en España no se había mantenido, como era de desear, apartada de la guerra, llena de anhelos de reconciliación y de paz, madre por igual de todos y más caritativa que con nadie con los descreídos […]”. 1

Así, el 12 de octubre de 1936 dio a conocer en unión con otros dos sacerdotes una declaración titulada “Palabras Cristianas”, en la cual afirmaba categóricamente: “La rebelión [nacional] contra el gobierno [republicano] legítimo es ilícita. […] ‘Luchen los hombres católicos en defensa de los derechos de la Iglesia con perseverancia y energía, pero sin utilizar nunca la sedición y la violencia […] (Pío XI, Gravísimo)”.2

Aunque la declaración fue profusamente distribuida por el gobierno de la república, con el pretexto de que se iba a celebrar un congreso católico antifacista, se le pidió que viajara a Bélgica, donde no había tal congreso, por lo que él consideró que fue una forma decorosa de alejarlo de España.

En efecto viajó a Bruselas y a finales de 1936 se estableció en París, donde fue autorizado por el vicario general de la Diócesis de Córdoba, para residir en Francia por tiempo indefinido. Se dedicó a difundir su oposición a la guerra, por lo que el 5 de febrero de 1937, por presiones del general Queipo de Llano, se le retiró el permiso para ejercer su ministerio sacerdotal. Sin embargo el obispo Chaptal, auxiliar de París, no hizo efectiva tal medida y ante la insistencia del obispo cordobés Adolfo Pérez Muñoz, sometió la decisión a Roma.

En París conoció y trató a los grandes intelectuales católicos Jacques Maritain y Emmanuel Mounier, quienes coincidían en su posición ante la Guerra Civil. En julio de 1937 pudo residir un mes en Madrid, Barcelona y Valencia, su intención era restablecer el culto católico en la zona republicana y compartir el sufrimiento con su pueblo. Ante la inutilidad de sus gestiones, salió nuevamente a Francia.

En unas declaraciones públicas el cardenal Isidro Gomá, condenó su posición llamándole “Hijo espúreo [sic] de la Patria”.3 Él contestó con dureza a la carta colectiva de los obispos, en la cual expresaban su apoyo al general Francisco Franco, cuestionándolos: “¿Es de paz o de guerra la misión de la Iglesia? ¿Qué es preferible, el martirio o el empleo de la violencia? ¿Es el cristianismo odio o amor? ¿A los extraviados hay que convencerlos o exterminarlos? ¿Son los obispos los representantes de Cristo o los propagandistas de Franco?”.4

De nuevo en París, trabajó de archivista en la embajada de España en Francia y continuó su activismo antifacista. En marzo de 1938 fue a Barcelona donde se había restablecido el culto católico, y así propiciar para que lo mismo ocurriera en toda la zona republicana. Pero las victorias franquistas en Aragón y Cataluña echaron por los suelos sus esfuerzos.

Se tuvo que refugiar nuevamente en territorio francés, pareciera que hacia el final de la guerra triunfó su posición del restablecimiento del culto, dentro de la legalidad republicana. Así, el 2 de diciembre de 1938 se dio un decreto por el cual se establecía el Comisariado de Cultos en la República.

Al término de la guerra se dedicó a apoyar a los refugiados en Francia, a través del Comité Francés para apadrinar familias españolas y el Comité Católico de ayuda a los refugiados vascos, con la colaboración del cardenal de París y del arzobispo de Burdeos, entre otros.

Sin ninguna esperanza para regresar a su patria, viajó a Nueva York a donde arribó el 21 de agosto de 1939. Finalmente llegó a la Ciudad de México en el mes de noviembre inmediato.

Con la suspensión a divinis de su ministerio sacerdotal, escribió al obispo de Córdoba, quien a través del vicario general le confirmó la suspensión y el despojo de su canonjía lectoral de la Catedral, por haber defendido de obra y de palabra “la revolución roja marxista […]”, sólo podía volver a su ministerio, si algún otro obispo le levantaba la sanción, como en efecto más tarde ocurrió en la Ciudad de México.

De esta manera se convirtió en parte de la pléyade de intelectuales españoles que se exilaron en México. La suspensión a divinis le fue levantada por el arzobispo primado de México Luis María Martínez, quien se caracterizó por su política de conciliación con el régimen gubernamental. Entonces se le asignó la parroquia de la Coronación de Santa María de Guadalupe en la colonia la Condesa, para celebrar misa, donde los feligreses escucharon sus “sermones bellísimos”,5 elogiados incluso por intelectuales como José Vasconcelos. Además atendió comunidades de monjas, administró bautizos y matrimonios a quienes se lo solicitaban y en Cuaresma dirigió muchos ejercicios espirituales en especial para los obreros, los cuales tenían gran asistencia.

Los jesuitas del Centro Cultural Universitario –antecedente de la Universidad Iberoamericana de México–, lo integraron al cuerpo docente. Luego pasó a la Facultad de Filosofía y Letras de la unam, donde dio múltiples conferencias, impartió la cátedra de Filosofía de la Historia, publicó varios ensayos en la revista de la Universidad e hizo las grandes traducciones al español de las obras clásicas de Lucio Anneo Séneca y llegó a ser considerado “uno de los maestros más distinguidos de la unam”.6

Su cátedra de Cosmovisión Cristiana era concurridísima, incluso el rector de la unam Ignacio Chávez asistía con frecuencia.

Sobre su estilo magisterial Hugo Hiriart evoca:

Gallegos arrancaba su clase proponiendo un tema a discusión, por ejemplo: “¿Creen ustedes que hay eso que se llama progreso de la historia?” Y los alumnos íbamos desenvolviéndolo poco a poco, precisando las dificultades, discutiendo unos con otros con él. Gallegos dirigía la discusión, la pautaba y afilaba, sobre todo con preguntas. Al final resumía, sacaba conclusiones, dictaba bibliografía, y hasta la próxima. Estas discusiones fueron decisivas para mí: en ellas descubrí el placer de la argumentación filosófica y también, cosa que ignoraba, que tenía cierta facilidad y disposición para ella […] Una tarde, deseosos de seguir discutiendo algo, invitamos al padre a ir con nosotros al café de la Biblioteca Central, que quedaba a unos pasos. Aceptó. El procedimiento se generalizó: después de la clase, sin programas que cumplir, las conversaciones se hicieron, al mismo tiempo, más amplias (cubrían otros campos) y más personales (cada uno de nosotros planteaba sus curiosidades e inquietudes).

—No, eso no –amonestaba el padre Gallegos en el café–, ustedes quieren discutir la religión, pero no saben nada. Tendrían que informarse primero, estudiarla.


Y teníamos que aceptar nuestra ignorancia supina en la materia.7

Entonces le pidieron impartir clases extracurriculares, que él aceptó dar incluso en su casa en la Condesa, por lo que se organizó un seminario sobre la “Summa contra gentiles” de Santo Tomás de Aquino. Al enterarse el secretario de la Facultad de Filosofía y Letras Ricardo Guerra, les pidió que dicho seminario pasara a la Universidad como materia curricular –continúa Hiriart–: “Aceptamos a regañadientes, y otros estudiantes se sumaron a la lectura de Santo Tomás ya en la facultad. De esta manera el padre Gallegos se convirtió en un maestro prestigioso, conocido y buscado con avidez. Me gusta estimar que esta súbita y no buscada popularidad lo alegró al final de su vida.

—No puedo creer en lo que no he visto –confiesa algún alumno.
Gallegos Rocafull ríe. Se reía mucho, era cordial:
—Pero no, eso no, claro que puedes, ¿no crees que tus padres son tus padres y que naciste en tal y tal fecha? Lo crees, y sin haber visto nada de eso.8

Su trayectoria universitaria la continuó en México como uno de los fundadores de La Casa de España –futuro El Colegio de México–, donde alternó con los grandes maestros José Gaos, Agustín Millares, José Miranda, entre otros. En las revistas España Peregrina, Romance, Las Españas y Lectura. Libros e ideas publicó varios de sus artículos y ensayos.

Guadalajara no podía quedar al margen de su magisterio, se puede documentar su participación en el Primer Congreso Nacional de Cultura Católica, celebrado en Guadalajara del 18 al 23 de enero de 1953, el cual fue auspiciado por el arzobispo José Garibi Rivera. A él correspondió intervenir el día 20, sobre lo cual reseñó el cronista del Congreso: “La ponencia sobre Los Derechos del Hombre, estuvo a cargo del muy ilustre señor9 doctor José Gallegos Rocafull. Trató el tema profundamente. Asentó las hondas raíces de los derechos del hombre en su triple base, religiosa, metafísica e histórica. Recibió un caluroso aplauso”.10

En algunas ocasiones continuó sus visitas a Guadalajara para impartir conferencias en el Templo de Jesús María y en el Círculo Francés, donde disertó sobre Arnold J. Toynbee.

Al fundarse la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Guadalajara y ya precedido de su gran fama magisterial, vino como profesor huésped a dar un seminario de Filosofía Medieval. El 10 de junio de 1963, tras haber comido en la casa del doctor Ángel Urrutia –con quien le ligaba una gran amistad–, arribó a la sede de la Facultad de Filosofía y Letras –en donde hoy está el edificio de la Rectoría General– para impartir su curso de Filosofía. En el receso salió al patio a fumarse un cigarrillo y seguir departiendo amigablemente con los estudiantes, entonces, escribe Jorge Gutiérrez-Álvarez:

Fuera del aula, viendo a la calle Juárez, encendió un cigarrillo. Platicábamos con él: Arturo Rivas Sainz y yo. Nos hablaba del teólogo calvinista suizo Karl Barth, que a la sazón vivía aún. Súbitamente colocó su mano derecha sobre mi hombro izquierdo, me miró y se desplomó. Llevámosle entre varios a recostar sobre una banca de los corredores del edificio. Un médico que allí se encontraba lo examinó y dijo: “Está gravísimo”. Veinte minutos después murió, sin haber podido hablar ni fijar la vista”.11

Luego de conocerse la noticia de su deceso el rector de la unam, doctor Ignacio Chávez, dispuso que se trasladara su cadáver a la Ciudad de México y se le rindieran los más altos honores universitarios. Las exequias fúnebres las presidió el arzobispo primado de México Miguel Darío Miranda Gómez.

Los títulos de sus libros son: Una causa justa. Los obreros en los campos andaluces (1929); El misterio de Jesús: Ensayo de Cristología bíblica (Madrid, 1931); la edición de las obras de San Juan de la Cruz. Introducción y notas (1942); Un aspecto del orden cristiano. Aprecio y distribución de las riquezas (1943); La figura de este mundo (1943); La nueva criatura. Humanismo a lo divino (1943); La allendidad cristiana (1943); El don de Dios. La gran aventura humana (1944); Personas y masas. En torno al problema de nuestro tiempo (1944); Tratados morales de Séneca. Tomo i. Introducción, versión y notas (1944); Breve Suma de Teología Dogmática (1945); La experiencia de Dios en los místicos españoles (1945); Tratados morales de Séneca. Tomo ii. Introducción, versión y notas (1945); Los designios de Dios, vistos a través de El condenado por desconfiado y otras comedias españolas (1945); El hombre y el mundo de los teólogos españoles de los Siglos de Oro (1946); La agonía de un mundo (1947); El orden social según la doctrina de Santo Tomás de Aquino (2ª ed. 1947); La doctrina política del Padre Francisco Suárez (1948); La tiranía y los derechos del pueblo, de Juan de Marianaintroducción, selección y notas– (1948); El pensamiento mexicano de los siglos xvi y xvii (1955); y en forma póstuma se publicaron sus memorias La pequeña grey. Testimonio religioso sobre la guerra de España (2005).

Juicios y testimonios

Jorge Gutiérrez-Álvarez: “En una ocasión Jesús Guiza y Azevedo me dijo que Gallegos Rocafull era un pensador de la misma talla de Romano Guardini. Claro que nunca tuvo la resonancia de éste, porque como es obvio Europa conserva en sus escuelas y centros culturales, en sus intelectuales y escritores una proyección universal publicitaria que aún no tiene Hispanoamérica. Empero, la opinión de su paralelismo con el catedrático de Múnich es reveladora de su calibre mental”.


Hugo Hiriart: “Llevaba unos tres meses tomando filosofía de la historia cuando una tarde, bajando la escalera con Gallegos, veo con gran asombro que dos monjitas que ahí estudiaban se detienen y le besan la mano. Sorprendido le pregunté si era obispo o qué cosa. Se rió de mi ingenuidad y me respondió que no, pero que era sacerdote y como iba a su convento a decir misa, así lo saludaban. Llevaba tres meses de clase con Gallegos y no me había dado cuenta de que era sacerdote. Este hecho dice mucho acerca de cómo era el padre. Esto es, que no era convencional en sus opiniones ni represivo en modo alguno, sino suave, receptivo, curioso, y no soltaba nunca la opinión consabida y esperada en un sacerdote, sino que razonaba frente a nosotros y lo que nos decía era fresco, penetrante. Varias veces lo oí decir que había que discernir los dogmas de las opiniones de la Iglesia, y que estas últimas dejan margen para discrepar sin culpa o desobediencia. Pero no por esto era ‘quedabien’ y menos adulador con nosotros; antes era más bien duro y claridoso en sus amonestaciones, como debe ser, creo, un buen maestro”.


Hilari Raguer: “El título, La pequeña grey, alude a las palabras de Jesús, cuando tras el entusiasmo que al principio suscitaron sus milagros, muchos seguidores lo abandonan, decepcionados por su mesianismo que se vuelca en los pobres y los pecadores. Entonces dice a los pocos que le han permanecido fieles: ‘No temáis pequeña grey, porque se ha complacido al Padre en daros a vosotros el Reino’ (Lc 12,32). No es a través de la iglesia triunfalista, poderosa y arrogante que el Reino triunfará, sino por medio de la pequeña grey. Por ella había optado el canónigo Gallegos Rocafull”.


Enrique Krauze: “[Octavio Paz] quiso que en Vuelta rescatáramos un debate de 1942 sobre misticismo en el que habían intervenido, además de él mismo, Vasconcelos, el sabio sacerdote Gallegos Rocafull y el filósofo José Gaos”.


Ángel Urrutia Tazzer: “Era muy amable conmigo, era como un padre. Incapaz de ofender a nadie, sabía reír, dialogar, muy discreto en lo referente a su vida privada, nunca hablaba de la Guerra Civil española. Extraordinario orador, sus sermones eran bellísimos, fue uno de los maestros más distinguidos de la unam en Filosofía”.


Referencias
  1. Ibid., p. 28. ↩︎

  2. Ibid., pp. 205-206. ↩︎

  3. Ibid., p. 130. ↩︎

  4. Ibid., p. 138. ↩︎

  5. Juan Real, entrevista al doctor Ángel Urrutia. ↩︎

  6. Idem↩︎

  7. Hugo Hiriart, “Mi padre Gallegos Rocafull”, La pequeña grey…, pp. 6-7. ↩︎

  8. Ibid., pp. 7-8. ↩︎

  9. Tratamiento que se da a los canónigos de un cabildo catedralicio. ↩︎

  10. Xavier Gómez Robledo, “Crónica”, Memorias del Primer Congreso Nacional de Cultura Católica, México, Ediciones Corporación, 1953, p. 6. ↩︎

  11. Jorge Gutiérrez-Álvarez, “Gallegos Rocafull”, Estudios Históricos, Guadalajara, núms. 72-73, iv época, 1988, p. 1996. ↩︎