Biografías por órden alfabético

González Madrid, Enrique


Sus datos biográficos se pierden en el olvido, a pesar de haber sido uno de los profesores más celebrados de la Facultad de Ingeniería. Su discípulo Eduardo Riverón Gámez menciona que casi está seguro de que nació en el rancho de Las Calabazas, municipio de Tepatitlán de Morelos, Jalisco.1

Realizó sus estudios profesionales en la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Guadalajara de 1927 a 1932. El 21 de octubre de 1932 presentó su examen profesional y recibió su título de ingeniero civil.

Fue maestro de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Guadalajara de 1932 a 1988. Los cargos académicos que desempeñó fueron: jefe del Departamento de Composición y Urbanismo, miembro del Colegio de Enseñanza e impartió las cátedras de Dibujo de Composición, Dibujo para Ingeniería, Perspectiva y Dibujo de Máquinas.

Su magisterio fue controvertido y difícilmente pasaba desapercibido entre los estudiantes. Algunas de las anécdotas que protagonizó fueron:

Durante la primera clase de su cátedra (Dibujo) dictaba las condiciones en las que se llevaría a cabo el semestre y dentro de estas indicaciones estaba la forma de utilizar las escuadras. Muchas veces el alumno olvidaba en sus primeras asistencias dichas indicaciones y colocaba mal los instrumentos; la consecuencia era que el ingeniero González rompía las escuadras y las lanzaba por una ventana del salón donde impartía la cátedra, que entonces se encontraba en el primer piso. Huelga decir que este hecho era motivo de regocijo para quienes ya habían pasado su materia y esperaban esta ocasión en la planta baja, mirando como caían los restos del equipo de dibujo de los estudiantes.

En una de estas ocasiones, el ingeniero González tuvo la mala suerte de toparse con un estudiante con poco sentido del humor, a quien en la clase anterior le había roto y arrojado por la ventana su escuadra. En la siguiente clase, el estudiante llevaba una escuadra nueva y una vez más la volvió a colocar mal. El ingeniero González rondaba alrededor de este joven sin decir nada. Finalmente, no resistió más y le preguntó al joven: ‘¿Tú no entendiste que no debes usar la escuadra así? ¿No te bastó con la escuadra que te rompí ayer?’ El muchacho levantó la cara retadoramente y le dijo: ‘¿Quiero ver si a se anima a romperme esta nueva escuadra?’ El ingeniero González contestó: ‘¡Pues sí!’ y se dirigió hacia él; éste sacó una pistola escuadra, y le espetó: ‘¡Rómpame también ésta!’ apuntándole con la pistola. El ingeniero salió corriendo del aula hacia la dirección a reportar al joven, quien después de algunas averiguaciones fue perdonado.

[…] Cuando el semestre avanzaba, y por ende las clases, y el maestro se había dado cuenta de que algún alumno utilizaba mal las escuadras, comenzaba a imitar el ruido del motor de un avión, y daba vueltas por el salón hasta que llegaba con aquel que había estado usando mal la escuadra; se la arrebataba, la rompía y terminaba arrojándola por la ventana. En una de estas ocasiones, un muchacho que se había percatado de que estaba usando mal la escuadra, cuando el ingeniero González Madrid se acercó a su lugar, inmediatamente tomó la regla ‘T’, le apuntó e hizo el sonido de una ametralladora; sorprendido el ingeniero González se rio del ingenio del joven y le celebró la ocurrencia.

[…] En los tiempos del ingeniero González era famoso el baile anual de Ingeniería y todos los estudiantes eran obligados a comprar un boleto para asistir. La venta se hacía por medio de los miembros del comité estudiantil, de salón en salón, con la lista del alumnado en mano. Un día acudieron a vender los boletos al aula donde impartía su clase el ingeniero González y, como era natural le solicitaron permiso para ingresar en el salón. Los encargados de esta comisión se dirigieron a él de esta manera: –Estimado colega, ¿nos permite entrar a hablar con los compañeros el asunto del baile? [Contestó] –¡Yo no soy colega de hijos de la…! Ante esta respuesta, los encargados dudaron, se rieron y cumplieron su comisión.

En otras ocasiones, cuando el ingeniero González Madrid pasaba por los corredores, voces anónimas le cantaban a capela el estribillo de la canción de Gabilondo Soler: –¿Quién es el que anda ahí? ¡Es Cuí-cuí, es Cuí-cuí! Y por supuesto el berrinche del ingeniero no se hizo esperar, aunque nunca se supo si fue real o fingido. En una de estas veces, por alguna razón, estaban la mayoría de los estudiantes en los corredores cuando el ingeniero González entró en los patios [de la Facultad] con su automóvil. Inmediatamente se alborotaron y comenzó el mencionado estribillo: –¿Quién es el que anda ahí? ¡Es Cuí-cuí, es Cuí-cuí! El ingeniero González Madrid no se estacionó sino que se detuvo en medio patio, bajó de su automóvil, se adelantó unos pasos y, haciendo un ademán con la mano, señaló de un punto a otro a todos los que formaban el coro y luego hizo una seña que en México es considerada muy insultante, poniendo el puño cerrado en alto y moviéndolo de abajo hacia arriba.

[…] Un grupo de estudiantes organizó un viaje de “estudios” a Estados Unidos; la fecha de salida era anterior al examen final del ingeniero González Madrid. Por tal razón, los representantes le solicitaron adelantar dicho examen; él les contestó terminantemente que no podía modificar los calendarios; los muchachos insistieron pero la respuesta fue la misma. Entonces, los alumnos decidieron partir, un tanto preocupados, sin presentar el examen.

El secretario de la Facultad se enteró de las dificultades con que habían tropezado los excursionistas y decidió intervenir para resolver el asunto. Logró que el ingeniero González Madrid les otorgara calificaciones aprobatorias, éstas se publicaron en las vidrieras. Cuando por fin regresaron los viajeros, prestos a cumplir con sus obligaciones, se presentaron con el maestro. Éste les fijó una fecha para presentar su examen extraordinario.

El día señalado acudieron a temprana hora con todo su equipo de dibujo y papel; el ingeniero les indicó una serie de dibujos que conformarían el examen. Trabajaron durante toda la mañana; cuando finalizaron y entregaron los dibujos el ingeniero González Madrid los tomó y los enrolló mientras decía: “Ahora pongan este rollo donde más les acomode, porque todos tienen calificación aprobatoria y están publicadas en las vitrinas, ¡bola de pendejos!”.

[…] Su vida profesional también tiene trayectoria. En su calidad de ingeniero civil construyó un edificio y al poco tiempo recibió una demanda judicial originada por un arquitecto, que se atribuía el diseño del inmueble. Uno y otro se acusaban del robo del diseño, ambos argüían que el otro mentía rotundamente. El juez los conminó a que llegaran a un arreglo, pero ninguno de los dos cedía. Por azares del destino cayó en las manos del juez una revista europea donde se mostraba el diseño que había en el pleito, con una fecha anterior a la autorización de la construcción; así el juez les demostró que ninguno de los dos tenía la razón y quedó solucionado el problema.2

Fue autor del diseño del Edificio Lutecia, el cual se construyó en el lugar que ocupó la sede de la Real Universidad de Guadalajara, y como profundo conocedor de la urbe tapatía:

(Quien por cierto vivía en el oriente tapatío), siempre afirmó que la mejor parte de la ciudad estaba por ese viento y que la cercanía de la Barranca de Oblatos constituía una ventaja insuperable aún a nivel mundial, además de la calidad y estabilidad de los suelos.[^92]

En noviembre de 1948, junto con Juan Palomar y Arias, José Ruiz Medrano, Julio de la Peña, Felipe de Jesús Arregui Zepeda e Ignacio Díaz Morales, entre otros, fundó la Asociación Civil Arquitac, para la difusión de la arquitectura.

Se develó un busto en bronce a su memoria en el campus de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Guadalajara, el 18 de septiembre de 1990.

Juicios y testimonios

Georgina Durán y José Héctor Fierros: “Indudablemente que fue una personalidad polémica, pues muchos exalumnos hablan de él con sincero cariño, con jocosidad y aprecio; y otros, con resentimiento y coraje al recordar los incidentes ocurridos en sus clases”.

Emilia Orendain y Enrique Toussaint: “En realidad, la investigación de la arquitectura en Guadalajara está en deuda con el estudio y la catalogación de las obras de otros constructores que, aun cuando nadie los haya señalado como parte de una escuela específica, formaron parte del amplio espectro de profesionistas que aportaron lo suyo quienes todavía hace falta constatar su grado de adherencia al estilo regionalista. Algunos de estos constructores fueron Juan José Barragán, Jesús Garibi, Enrique González Madrid, Juan Palomar y Arias, Agustín Basave […]”.

Eduardo Riverón Gámez: “Decía: ‘Quien no tiene imaginación, no sirve para ingeniero’. Y cuando le preguntaban –¿Por qué no te jubilas? El respondía –Yo no me quiero jubilar, y si acaso lo haría como el ingeniero Riverón, seguiría impartiendo clases. Entre estudiantes decían: -¿A qué clase vas? Y respondían: –A la de recreo, por lo divertida que era la clase de González Madrid”.

Miguel Zamora Palacios: “Formaba el carácter del estudiante, era terrible… Decía ‘el que aguante mi curso, ese sí va a ser ingeniero’. Era temido y a la vez admirado”.


Referencias
  1. Jesús Alejandro Quiñones García, Entrevista al ingeniero Eduardo Riverón Gámez, 28 de agosto de 2015. ↩︎

  2. Georgina Durán Hernández y José Héctor Fierros Gómez, Instituto Tecnológico de Guadalajara. Cincuenta años de educación, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 2001, pp. 103-107. ↩︎