Márquez Araujo, Leonardo
Nació en la Ciudad de México, capital del Virreinato de la Nueva España, el 8 de enero de 1820. Fueron sus padres los señores María de la Luz Araujo Arces y el capitán Cayetano Márquez Huerta.
Al seguir el ejemplo de su padre, a sus diez años ingresó al Ejército Nacional para realizar la carrera militar y ascendió a todos los grados castrenses: en 1835 era cadete de la Compañía de Lampazos de Nuevo León y la culminó en 1867, como general de división.
Su vida militar siguió las vicisitudes políticas del México del siglo xix. Así, participó en 1836 como subteniente del Batallón de Mezquitán, en la guerra de Texas en Matamoros y Brazo del Río Santiago –Texas– en 1838; en las campañas de Río Verde, Zacatecas y Aguascalientes; en 1839 en la compañía principal de Cazadores, en la acción de Lomas de don Luis derrotó a 300 dragones con tan sólo 32 guerrilleros; en 1840 en la compañía de Tampico; de 1843 a 1844 estuvo en Jalapa como instructor militar; enfrentó la invasión de Estados Unidos a México, de 1846 a 1847 en Aguanueva, en la Angostura, en el Convento de Churubusco, en Santa Catarina y en la Ciudadela de la Ciudad de México, y se retiró acompañando al general Antonio López de Santa Anna y en 1848 combatió en la sierra de Xichú.
Al concluir la guerra contra Estados Unidos, en febrero de 1849 se dio de baja del ejército y se dedicó a trabajar como agricultor en la hacienda de Huehuechoca, en Hidalgo.
En marzo de 1853 recibió el mando del Batallón Activo de Toluca, el cual ejerció hasta finales de agosto de 1855 y al frente del cual recorrió los estados de Veracruz, Guerrero, Michoacán, Jalisco, Guanajuato y de México. Además asumió el mando de las comandancias y prefecturas de Jalapa, Maravatío y Zamora, y por esos años conoció al antiguo cadete de la defensa del Castillo de Chapultepec, Miguel Miramón.
En 1854 apoyó el Plan de Piedra Gorda en contra de la Revolución de Ayutla y recibió el grado de general de brigada, se batió desde el cerro de San Juan por la alameda de San Javier, hasta la plaza de armas de Puebla de los Ángeles, pero el 26 de marzo fue derrotado y huyó hacia el Puerto de Veracruz para salir del país y se
vio obligado a esconderse en la bahía de Sacrificios, exilándose finalmente en La Habana, Cuba.
En 1858 regresó a Veracruz para adherirse al golpe de estado conservador que encabezó el general Félix Zuloaga, y se quedó en la Isla de Sacrificios hasta mediados de marzo enfrentando a los liberales, pero fue derrotado y navegó a Tamaulipas donde fue hecho prisionero y luego fue liberado por el general Tomás Mejía.
En junio del citado 1858 fue nombrado gobernador y comandante de los departamentos de Michoacán y de San Luis Potosí. El 29 de septiembre participó en la batalla de Ahualulco de los Pinos –cerca de San Luis Potosí–, donde en unión a Miramón vencieron al general Ignacio Zaragoza, enseguida se dirigió a Zacatecas y enfrentó a Santos Degollado en el puente de Tololotlán. A mediados de diciembre de ese mismo año, Márquez y Miramón vencieron a los liberales en Poncitlán, en las tierras de la Hacienda de Atequiza, y luego ocuparon las ciudades de Guadalajara y de Colima.
Del 8 de enero al 20 de marzo y del 15 al 28 de mayo de 1859, y por último del 3 de septiembre al 14 de noviembre del mismo 1859, por nombramiento del presidente de facto de la república Miguel Miramón, fue gobernador y comandante general del Departamento de Jalisco.
El 2 de febrero de 1859 decretó la segunda restauración de la Universidad Nacional de Guadalajara.
El 11 de abril de 1859 derrotó al general Santos Degollado y fusiló a 53 prisioneros –entre ellos médicos, enfermeros y civiles ajenos a la contienda–, lo cual le valió el apodo del “Tigre de Tacubaya”, y entonces recibió el grado de general de división. Luego Márquez le atribuyó el fusilamiento a Miguel Miramón:
Sin embargo el periodista y escritor Ángel Pola afirma que la orden de Miramón fue emitida cuando Márquez ya había ejecutado a los prisioneros […] Ambos, Miramón y Márquez, compartieron la misma culpa, el primero dio la orden de fusilar a los oficiales, mientras que el segundo ordenó la ejecución de los combatientes, todos. Ambos se escudaron en la ley del 23 de diciembre de 1858 que emitió Félix Zuloaga durante su mandato presidencial: la de fusilar a cualquier conspirador.1
La Guerra de Reforma continuó y Márquez enfrentó al Ejército Liberal del Sur, y al intentar auxiliar a los conservadores sitiados en Guadalajara, el 1° de noviembre de 1860 fue derrotado en Zapotlanejo, Jalisco.
Al triunfo de los liberales, Márquez continuó las hostilidades al lado del general Félix Zuloaga. El 23 de junio de 1861 combatió al general Leandro Valle, a quien derrotó y fusiló. Luego atacó la Ciudad de México, pero fue rechazado por el general Jesús González Ortega, quien lo derrotó el 13 de septiembre inmediato, en Jalatlaco, y entonces se refugió en la sierra de Pachuca.
Si bien al principio no estuvo de acuerdo con la intervención francesa auspiciada por lo conservadores, finalmente se adhirió a las filas imperialistas el 26 de mayo de 1862 y se puso a disposición del general Juan Nepomuceno Almonte, entonces jefe supremo de la nación.
El 5 de mayo de 1862 fue partícipe de la derrota de las tropas imperiales francesas y el coronel O’Haran lo persiguió hasta Izúcar de Matamoros, y entonces se dirigió a Orizaba, donde se hizo del control de la población.
Al lado de las tropas francesas, en mayo de 1863, ocupó la ciudad de Puebla de los Ángeles. El 10 de julio inmediato, la Asamblea de Notables nombró emperador de México al archiduque Fernando Maximiliano de Austria, quien ese mismo día le concedió la gran cruz de Guadalupe, la cual recibió en Morelia, y a finales de octubre Napoleón III le otorgó la cruz de comendador de la Orden Imperial de la Legión de Honor, prendiéndosela en su uniforme el mismo general Achille Bazaine.
El 18 de diciembre del mismo 1863 derrotó a las tropas republicanas en Morelia, pero al entrar a la plaza principal recibió una profunda herida de bala en el rostro. Enseguida fue derrotado y relevado de la Comandancia Militar de Michoacán, y continuó la campaña militar en Colima.
A finales de 1864 el emperador Maximiliano, para alejarlo de México, lo nombró ministro plenipotenciario en Constantinopla, con las encomiendas de lograr el reconocimiento diplomático del sultán turco y de establecer un consulado mexicano y un convento de franciscanos mexicanos en Jerusalén. Y el 10 de abril de 1865, su señora madre María de la Luz Araujo recibió la cruz imperial de San Carlos.
El 24 de mayo de 1865 presentó sus cartas credenciales al gran sultán en el Palacio Imperial de Beylerbeyi, a la vez le entregó el gran cordón del Águila Mexicana. En octubre signó un tratado consular y a principios de diciembre viajó a Jerusalén donde estableció el respectivo consulado y pretendió fundar el convento franciscano, lo cual finamente no se logró. A su regreso a Constantinopla, el 6 de mayo de 1866 firmó un tratado de Amistad, Comercio y Navegación entre el imperio mexicano y el imperio otomano, e inició las negociaciones para firmar un tratado similar con los gobiernos de Grecia y Persia.
El 26 de agosto de 1866 se despidió oficialmente del sultán otomano, quien le otorgó el gran cordón de la Orden Imperial Turca del Medjidié, además el patriarca latino de Jerusalén lo condecoró con la gran cruz del Santo Sepulcro.
A mediados del citado 1866 regresó a México, y Maximiliano I por sus servicios diplomáticos le concedió la gran cruz del Águila Mexicana, y ante el inminente retiro de las tropas francesas del territorio mexicano decidió poner al frente del ejército a Miramón, Mejía y a Márquez, a quien designó lugarteniente del imperio, y como tal lo acompañó a Querétaro, hasta que decidió que saliera a la Ciudad de México para enviarle recursos para resistir el asedio de los republicanos, y el 11 de mayo de 1867 lo nombró regente del imperio y general en jefe del Ejército Imperial.
Al enterarse de que Puebla había sido tomada por el general Porfirio Díaz luego de la batalla del 2 de abril, él siguió hasta Apizaco y regresó a la Ciudad de México. Retuvo la capital durante 70 días y ante la debacle del imperio, el 19 de junio de 1867 renunció al mando y desapareció.
Durante seis meses se ocultó en casa de unos amigos de su madre, luego se escondió en el Cementerio de los Ángeles y finalmente disfrazado de arriero huyó al Puerto de Veracruz, donde se embarcó hacia Cuba.
De 1868 a 1895 residió en San Cristóbal de La Habana, ahí rentó una casa en el barrio del Santo Cristo y al disminuir sus ahorros trabajó de corredor de ventas y de vendedor en el bazar de Santa Ana.
Y por la mediación del secretario de Gobernación y suegro del presidente de la república Manuel Romero Rubio, el 23 de mayo de 1895 Márquez pudo regresar a su país, estableciéndose en la capital de la república.
Son de su autoría los escritos: El Imperio y los imperiales y Refutación hecha por el General de División Leonardo Márquez al libelo del General de Brigada Don Manuel Ramírez de Arellano publicado en París el 30 de diciembre de 1868 bajo el epígrafe “Últimas horas del Imperio”.
El 31 de mayo de 1911 el general Porfirio Díaz y su familia salieron de México en el buque alemán Ypiranga, y entonces Márquez por decisión propia decidió exilarse y nuevamente se estableció en La Habana, donde murió el 5 de julio de 1913 y se le sepultó en el Cementerio Colón.
Juicios y testimonios
Egon Caesar Conte Corti: “Era un partidario de Santa Anna que bajo la presidencia de Herrera, en el año de 1849, hizo prisionero a su inmediato superior el general Guzmán y ‘se pronunció’ por Santa Anna con el batallón que tenía a su mando. Márquez era conocido además de por esta traición, que por otra parte era cosa entonces frecuente, por su implacable proceder, tanto en la guerra como en la paz”.
Verónica González Laporte: “Yo no quería escribir este libro. Leonardo Márquez me parecía un abominable asesino, poco digno de dedicarle larguísimas jornadas de trabajo. Fue a raíz de la insistencia de mi editor Rodrigo Fernández Chedrahui, que acepté interesarme en este controversial personaje por quien no se tiene ninguna simpatía. Por eso el ejercicio se volvió un reto cada vez más interesante. Encontrar el tono adecuado, procurar no emitir demasiados juicios, darle la palabra al general Márquez y a sus contemporáneos, respetando las posturas de uno y otros; tratar de entender la razón de sus actos”.
De un informe confidencial para el archiduque Maximiliano: “Márquez no ha reconocido a los gobiernos liberales y ha preferido andar en campaña, haciendo vivir a sus tropas sobre los pueblos donde se refugia. Se le hace justicia de no haber impuesto nunca tributaciones en su provecho; pero se le reprocha de haberse mostrado siempre sanguinario hasta el último grado [...]”.
Jean Meyer: “Los franceses [lo] llamaban Leopardo [...] Es temido, admirado, despreciado. Todos hablan de él, como todos hablarán, más tarde y siempre bien de Tomás Mejía, que tiene la ventaja de ser indígena. Muchos cambian de parecer y terminan apreciando los talentos militares, la autoridad y la honestidad personal de Márquez [...] Un solo hombre supo conquistar nuestras simpatías [...] Es honesto y mantiene la disciplina militar, por eso todos los mexicanos lo detestan”.
Referencias
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Verónica González Laporte, Leonardo Márquez, “El Tigre de Tacubaya”, Xalapa, Las Ánimas, 2016, pp. 94 y 101. ↩︎