Biografías por órden alfabético

Ruiz Sánchez, Francisco


Nació en Guadalajara, Jalisco, el 9 de febrero de 1914. Fueron sus padres los señores Amado Ruiz Jiménez y Esther Sánchez Valencia.

En la Escuela La Completa cursó la primaria; la secundaria y el bachillerato en la Escuela Preparatoria de Jalisco. En 1931 ingresó a la Facultad de Ciencias Médicas y Biológicas de la Universidad de Guadalajara, e inició sus estudios profesionales de Medicina.

En 1933, ante la huelga estudiantil que afectó muy seriamente las actividades escolares, se vio obligado a trasladarse a la capital del país, donde se matriculó en la Facultad de Medicina de la unam, para concluir su carrera. Luego prestó su servicio social en Tecolotlán, Jalisco, interesándose vivamente por la problemática sanitaria de su estado natal. El 11 de marzo de 1937 presentó su examen profesional y se tituló de médico, cirujano y partero.

De 1937 a 1942 radicó en Culiacán, Sinaloa, donde fue jefe del Centro Antituberculoso y del Centro Antivenéreo de los Servicios Coordinados Sanitarios del estado. También impartió las cátedras de Biología y de Anatomía en la Universidad del Noroeste.

En febrero de 1942 regresó a Guadalajara para ocuparse de la Oficina de Epidemiología de los Servicios Sanitarios Coordinados del Estado de Jalisco. De agosto de 1944 a septiembre de 1947 fue jefe de la Clínica de Enfermedades Tropicales del Hospital Civil de Guadalajara.

La investigación científica en su área profesional y la cátedra universitaria fueron las dos grandes actividades a las que dedicó su fructífera existencia.

Desde 1944, con la colaboración de un grupo de médicos profesores de la Facultad de Medicina –entre los que se encontraba su hermano Amado–, ideó, planeó, organizó y fundó el Instituto de Patología Infecciosa de la Universidad de Guadalajara. La estructuración orgánica que le dio al Instituto la concretó en tres fines:

  1. Impulsar el espíritu de investigación científica en nuestro medio.
  2. Mejorar el conocimiento de la patología infecciosa y parasitaria, tanto regional como nacional.
  3. Y dar a conocer con exactitud científica, los problemas que para la colectividad entraña la patología infecciosa y parasitaria.

Sobre su labor científica el doctor Mario Paredes Espinosa expresó: “Estaba enamorado, principalmente del estudio de nuestras enfermedades. Hizo una contribución trascendental en el tratamiento de una enfermedad que ahora en la Organización Mundial de la Salud es considerada prioritaria: el paludismo”.1

Dedicó varias y minuciosas investigaciones a las siguientes enfermedades: tifoidea, brucelosis, colitis mucosanguinolenta, amibiasis, salmonelosis, diarreas bacterianas, tosferina, tétanos, meningitis, tuberculosis pulmonar, poliomielitis, sífilis infecciosas, entre otras. Se distinguió por haber introducido el tratamiento del paludismo, sobre lo que continúa expresando el doctor Paredes:

Por primera vez, hace treinta y seis años, medicamentos que entonces eran considerados imprácticos (los había mas prácticos) como son las tetraciclinas y el cloranfenicol y ahora esos medicamentos se comienzan a usar en todas partes del mundo, principalmente en Asia, porque ahí el paludismo ya es resistente a los medicamentos antipalúdicos que por tantos años se aplicaron. 2

Probablemente ésta haya sido su aportación más importante, sin embargo en su tiempo no se le reconoció. Su sueño más grande era descubrir un antibiótico nuevo y diferente que ayudara a acabar con las enfermedades virales al que llamaría la “Ruiz-sanchina”.

Con frecuencia expuso su vida en tratamientos tan graves como la última epidemia de viruela negra que hubo en Guadalajara, no era que no fuera cauto y precavido, testimonia el citado doctor Mario Paredes: “Pero es que en el Hospital Civil nunca ha habido un dispositivo de seguridad para que los médicos veamos pacientes con las precauciones debidas”.3

Para el tratamiento de la poliomielitis paralítica, consiguió los primeros respiradores de hierro o pulmotores. También contribuyó al descubrimiento de la penicilina y el tétanos.

Sus investigaciones las dio a conocer en 112 trabajos, 21 de los cuales fueron traducidos al inglés, y publicados en Estados Unidos, a donde frecuentemente fue invitado a dar conferencias sobre infectología y antibióticos. En 1944 publicó su libro La fiebre tifoidea. En 1954 participó en la obra colectiva que editó el doctor Howard F. Conn titulada Current therapy, precisamente con el capítulo “La fiebre tifoidea”.

En la Universidad de Guadalajara de 1944 a 1946 impartió la cátedra de Terapéutica y Farmacología en la Facultad de Medicina, donde por muchos años enseñó Infectología a los estudiantes de tercer semestre. De octubre de 1945 a junio de 1947 impartió Biología en la Escuela Preparatoria de Jalisco, también fue profesor de la Escuela de Enfermería y Obstetricia.

Dedicó grandes esfuerzos a asesorar y a dirigir las tesis profesionales de los estudiantes:

Parecía que la realización del trabajo de tesis era un magnífico pretexto para descubrir en los estudiantes cualidades y virtudes intelectuales ocultas, innatas o no desarrolladas y la agradable sorpresa de descubrirlas o la empeñosa acción de fomentarlas, madurarlas, orientarlas, desenvolverlas y fructificarlas, eran las normas que formaban la filosofía misma de la enseñanza que siempre expuso en su cátedra de Infectología.4

En sus últimos catorce años de vida dirigió 61 tesis, de las cuales 36 eran de la Facultad de Medicina y las restantes de la Facultad de Ciencias Químicas, de la Escuela de Enfermería y de la Universidad Femenina de Guadalajara.

En 1944 fue jefe de la Oficina Antimalárica de Guadalajara e integró la Comisión Organizadora del Primer Curso de Sifilología, durante el cual presentó su ponencia “Inmunología y bacteriología de la sífilis”. Desde 1946 fue jefe del Servicio de Infectología del Hospital Civil, también fue epidemiólogo de la Secretaría de Salubridad y Asistencia y uno de los médicos fundadores del imss en Guadalajara.

Perteneció a la Sociedad Médico-Farmacológica de Guadalajara de la cual fue presidente, de 1948 a 1949; a la Academia Nacional de Medicina y, entre otras, a partir de abril de 1945 ingresó a la Academia de Ciencias de Nueva York, Estados Unidos. Y de 1945 a 1950 fue miembro del comité editorial de la revista Excerpta Médica de Ámsterdam, Reino de Holanda, en la sección de enfermedades infecciosas.

Su ideario como hombre, médico, científico y humanista quedó compendiado en una conferencia que impartió a los bachilleres del Colegio Internacional de Guadalajara, la cual tituló “La vocación del médico”. Expresaba que para ser médico se necesita

tener mucha estimación para los demás, un profundo sentimiento de cariño, por qué no decirlo, de amor a los demás, claro, es un amor sincero, callado, que nos lleva a ayudarles, a prolongar su vida, a suprimir la muerte, muchísimas veces de una manera absolutamente desinteresada como tan bellamente la escribía Ludwig: ¡“Si te quiero y si nada te pido, qué te importa”! [...]5

La segunda condición para ser médico es “una gran inclinación hacia el estudio”, ante la inmensidad del conocimiento uno se siente pequeño y humilde. Sus conocimientos no han de reducirse a la medicina; “el que sólo medicina sabe, ni Medicina sabe”.6 El futuro médico ha de ser humanista: “Debe conocer arte, como debe conocer literatura, psicología y sociología; debe matizar esos conocimientos más o menos fríos que él maneja con revestimiento cultural lo más amplio que le sea posible [...]”.7 Enseguida hacía un enérgico llamado para que las universidades impulsaran a los jóvenes hacia la investigación científica: “[…] No vamos esperar toda la vida que vengan de fuera para resolver nuestras necesidades, tenemos que rebelarnos contra nuestra situación de parásitos de la ciencia extranjera [...]”.8 Y concluía cuestionándose sobre la deshumanización a la cual han llevado las especialidades, pronunciándose por la medicina institucional.

Los reconocimientos que recibió fueron: el Primer Premio del Certamen de Pediatría 1949-1950, el Primer Premio de la Academia Nacional de Medicina 1951, la presea Mariano Bárcena del gobierno del estado de Jalisco, y fue invitado de honor de la república de Argentina al Primer Congreso Internacional de Antibióticos y Quimioterapéuticos, celebrado en Buenos Aires en diciembre de 1952.

En la Ciudad de México –a donde había acudido para la atención de su enfermedad– falleció el 7 de enero de 1965. Sus restos fueron trasladados a su ciudad natal y se inhumaron en el Parque Funeral Colonias.

Se le rindieron los honores póstumos, consistentes en dar su nombre al Instituto de Patología Infecciosa y Experimental de la Universidad de Guadalajara; a una sala del Hospital Civil de Guadalajara; a una calle de la ciudad y a una clínica particular. En el primer aniversario de su fallecimiento se develó un busto de bronce con su imagen en el Hospital Civil.

El 12 de octubre de 1982 el Consejo General Universitario le otorgó el grado de maestro emérito post mortem de la Universidad de Guadalajara. Y en agosto de 1992 se colocó un busto de bronce con su figura en el jardín que se encuentra frente al Hospital Civil Fray Antonio Alcalde.

Juicios y testimonios

Editorial de La Gaceta universitaria: “Tuvo la convicción firme de que la medicina social es la única vía de solución integral al problema de la salud del pueblo mexicano; sostuvo que la seguridad social fue una conquista del pueblo trabajador. Afirmaba que ningún médico egresado de las escuelas de medicina sostenidas por el estado podía prescindir de la información sobre lo que es la seguridad social en el campo específico de la medicina; se esforzaba personalmente por moldear a sus alumnos, de acuerdo con tales normas y principios”.


Amado Ruiz Sánchez: “Quiero brindarte el homenaje del hermano, con el más fraternal de los saludos, el homenaje de admiración de quien te ha visto crecer en las adversidades... te he visto como, con el más impecable de los ejemplos, te has sabido sustraer a una serie de liviandades en la vida y has enfocado la atención de tu vida, toda la capacidad creadora de tu espíritu, en la investigación científica, en esa vida de ascetismo, un tanto egoísta, un tanto exigente en donde no caben todos, en donde es necesario un acopio de virtudes para ser de los elegidos: renunciación espontánea, sincera, nacida del corazón, valiente a una serie de pequeñeces en la vida, a cambio de esa sensación agridulce, tan especial como única, de sentir ser uno de aquellos, aunque el más humilde entre todos, de los que empujan adelante el carro de la ciencia... Y a ti también hubieron de reconocerte primero fuera del estado y en el extranjero, para que los tuyos, los que aquí estamos, pusiéramos los ojos en tu obra”.


Ramiro Villaseñor y Villaseñor: “Fue médico culto, amante de la buena música... De gran calidad humana, fueron muchos los enfermos que curó desinteresadamente”.


Referencias
  1. María de la Luz Martín del Campo Ramírez, “Semblanza de un Benefactor de la salud en Jalisco. Recuerda Mario Paredes Espinosa a Francisco Ruiz Sánchez”, El Occidental, Guadalajara, 26 de febrero de 1989, sección D, “En la familia y la salud”, p. 12. ↩︎

  2. Ibid. et loc. cit. ↩︎

  3. Idem. ↩︎

  4. Idem. ↩︎

  5. Francisco Ruiz Sánchez, “La vocación del médico”, Sobre orientación vocacional. Vivencias profesionales de los autores, Guadalajara, Colegio Internacional, 1973, pp. 216-217. ↩︎

  6. Ibid., p. 218. ↩︎

  7. Ibid., et loc.cit. ↩︎

  8. Ibid., p. 220. ↩︎