Guadalajara de Indias

Entorno geográfico

Los actuales Estados Unidos Mexicanos se encuentran situados geográficamente en la parte sur de América del Norte, ocupando también una vasta extensión del noroeste de América Central. Están comprendidos entre los paralelos 32° 43’ y 14° 33’ de latitud norte, y entre los meridianos 86° 46’ y 117° 08’ de longitud oeste. Se les suele dividir en ocho zonas geohistóricas, a saber: Noroeste, Norte, Noreste, Golfo, Península Yucateca, Pacífico Sur, Centro o Anáhuac y Occidente, cuya capital tradicional ha sido la Guadalajara de Indias. 1

Al centro de un valle al que Guadalajara le ha dado su nombre, se integra al gran conjunto geográfico de la Meseta Central mexicana o a la zona de altiplanicies, que van del este al oeste del país, al pie norte del Eje Neovolcánico y casi hasta el Bolsón de Mapimí; además en el oeste: “Es el límite extremo de esta región de tierras altas que se podrían situar aproximadamente entre los 20 y 21° de latitud”.2

Guadalajara, a lo largo de los siglos, ha sido una capital político-administrativa, comercial, cultural y religiosa cuyas respectivas jurisdicciones han rebasado los límites de su unidad natural formada por su valle. Transitamos, así, de sus imprecisos límites precolombinos, pasando por el Reino de la Nueva Galicia y la Intendencia de Guadalajara, hasta el actual estado de Jalisco, que también en algunos periodos históricos fue Departamento.

Raíces prehispánicas

La aparición de los primeros pobladores en las tierras del actual estado de Jalisco se puede aproximar “hace más de 15 mil años, mucho antes de que hubiera agricultura, hombres y mujeres nómadas encontraron en algunos parajes del actual estado de Jalisco condiciones propias para sobrevivir deambulando tan sólo por un territorio determinado y relativamente pequeño”.3

La anterior aseveración se basa en los vestigios de restos humanos y de animales encontrados junto a otros objetos manufacturados en las lagunas de Zacoalco y Chapala, entonces unidas entre sí. Y una vez

establecidos los indígenas siguiendo las corrientes de los ríos, en torno de los lagos y en la proximidad del mar, éstos en busca de la sal, reconocida desde tiempos remotos como indispensable para la vida, no lograron formar fuertes nacionalidades: reconocieron por jefes a sus guerreros sobresalientes; vivían en rancherías inmediatas y hasta promiscuamente, produciendo cruzamientos o mixturas de lenguaje y formas dialectales, que nos confunden su individualización.4

Así pues, ¿quiénes fueron estas etnias que habitaron los actuales estados de Jalisco y de Colima? Algunos historiadores señalan que a la llegada de los españoles había cuatro grandes monarquías o hueytla-toanazgos, a saber: Colima, Tonalá, Xalisco y Aztlán, “que se extendían de Sur a Norte siguiendo el orden de su enumeración”.5 Pero ni constituían la supuesta confederación chimalhuacana, ni eran toltecas ni mayas o tecos, y tampoco la influencia purépecha fue tan determinante, como lo argumentó Juan Rulfo:

El arte de occidente, es decir, el de Colima, Nayarit, Jalisco, es mucho más rico en manifestaciones culturales que el tarasco. Ellos, fuera de unos montículos situados en Tzintzuntzan, llamados como ellos quieran llamarlos, carecen de la portentosa sabiduría de los artífices de Colima. Su cerámica es infinitamente pobre, inferior a la imaginería de Colima, Jalisco y Nayarit. Ésta sólo comparable a la azteca, tolteca o teotihuacana o a la de algunas culturas del Golfo. No por eso se llega al grado de definirla influenciada por aquellas culturas. Su formación es original y única […]6

Y Rulfo concluye que fueron una de las siete tribus que vinieron de Aztlán, quedándose en estas tierras por cansancio o porque creyeron que sus dioses así lo ordenaban. Y aporta como prueba para tal aseveración, la posibilidad de que hayan hablado náhuatl, ya que la mayoría de los topónimos de estos lugares son de dicho idioma.

La conquista de la Nueva Galicia

Con el doble propósito de encontrar un puerto que les permitiera navegar hacia las costas asiáticas y de localizar los yacimientos de metales preciosos que abastecían a los purépechas, Hernán Cortés envió a sus expedicionarios a las tierras de Colima y de Jalisco.

Desde la capital purépecha de Tzintzuntzan, hacia 1522, Cristóbal de Olid incursionó por Mazamitla y llegó hasta Tamazula, de donde retornó a su centro de operaciones. En 1523 exploró hacia Zacatula, pero fracasó ante el debilitamiento que ocasionó a sus fuerzas la defección de Juan Rodríguez de Villafuerte, quien partió hacia Colima, pero que fue derrotado por los nativos de Tecomán.

Gonzalo de Sandoval rodeó el lago de Chapala por el sur, llegó a Colima y el 25 de julio de 1523 fundó la villa de Santiago de los Caballeros.

En tanto, Francisco Cortés de San Buenaventura, desde Mazamitla y Zapotlán arribó a Colima, de la cual, en agosto de 1524, fue nombrado lugarteniente por su pariente Hernán Cortés. De Colima avanzó hacia Cihuatlán y luego viró hacia Autlán y Etzatlán, y continuó hacia el norte hasta el río Santiago.

Hacia 1524, Alonso de Ávalos llegó al sur de Jalisco y se quedó con la encomienda más tarde conocida como Provincia de Ávalos.

Pero la conquista y la colonización definitivas de estas tierras fueron emprendidas en diciembre de 1529 por el licenciado Nuño Beltrán de Guzmán de la Noble Casa de los Guzmanes, familia de comendadores, egresado de la Universidad de Alcalá de Henares, presidente de la primera Real Audiencia de la Nueva España y gobernador de Pánuco, provincia de la costa del Golfo de México —a la que pretendía enlazar a otra provincia en el Océano Pacífico, totalmente independiente de la Nueva España—, y en abierta rivalidad con Hernán Cortés.

Al frente de trescientos españoles, de siete a ocho mil indios y con doce piezas de artillería, el “muy magnífico señor” –título que le correspondía como presidente de la Real Audiencia– Nuño Beltrán de Guzmán partió de la Ciudad de México, y pasó por Tzintzuntzan hacia los actuales territorios de Jalisco.

El 24 de marzo de 1530 fue recibido pacíficamente por la hueytlatoani Itzcapilli Tzapotzinco. Fue atacado, empero, por los disidentes, y tras una dura batalla que fue ganada –a decir de los españoles– con la ayuda del apóstol Santiago el Mayor, se posesionó de Tonalá y de las poblaciones aledañas.

Luego de dieciocho meses transcurridos desde su salida de la Ciudad de México, y tras recorrer más de dos mil kilómetros, Nuño de Guzmán no había encontrado ni la ruta hacia el río Pánuco ni mucho menos el ficticio Reino de las Amazonas. Y debido a su táctica de incendiar las poblaciones indígenas, para evitar que lo atacaran por la retaguardia, truncó la posibilidad de recuperarlas como base de nuevos asentamientos.

Había extendido los dominios hispánicos hasta el actual estado de Sinaloa, y por su iniciativa se fundaron las villas de San Miguel-Culiacán, Chiametla, Compostela, Purificación y Guadalajara, a las que sumó su gobernación del Pánuco, a todo lo cual denominó la Conquista del Espíritu Santo de la Mayor España. Pero el 25 de enero de 1531, desde Ocaña, la emperatriz Isabel –en ausencia del emperador Carlos I– expidió una real cédula en la cual le ordenó que cambiara el nombre de la Conquista de la Mayor España por el de Reino o Provincia de la Nueva Galicia, y que fundara una capital de sus conquistas con el nombre de Santiago Galicia de Compostela, lo cual ejecutó al recibir la cédula en enero de 1532.

Lo anterior se había logrado como uno de los capítulos más violentos y devastadores de la conquista española, lo cual provocó el gran colapso demográfico de las poblaciones indígenas de la costa del Pacífico del incipiente Reino de la Nueva Galicia, ya que

hubo una brutal caída de la población que casi fue la aniquilación total; para algunas comunidades lo fue en realidad, para otras se acercó mucho a ello. La planicie costera se convirtió, de este modo, en un espacio vacío, con tan pocos habitantes indígenas que parecían tiempos prehistóricos. En dos décadas (de 1525 a 1545) murieron unos 80 mil indígenas a lo largo de la costa, sobre una población aproximada de 90 mil.7

Y si lo anterior no fuera suficiente, se esclavizó a los alzados y se impuso la encomienda, que en términos prácticos equivalía a una esclavitud encubierta.

Ciudad itinerante

El viernes 5 de enero de 1532 el capitán Juan de Oñate, por órdenes de Nuño de Guzmán, fundó la villa de Guadalajara en Nochistlán, en la región cazcana, dándole este nombre en honor de la patria del conquistador. El vocablo árabe wad-al-hidjara significa “río que corre entre piedras”.

En mayo de 1533, Nuño de Guzmán visitó la villa de Guadalajara y consideró las difíciles condiciones de vida de los colonos, en particular el complicado abastecimiento de agua, por lo que comisionó a Miguel de Ibarra, a Alvar Pérez y a Santiago de Aguirre para que exploraran un sitio más adecuado para la villa, pero siempre dentro de la región cazcana, condicionando el cambio a que no fueran a cruzar la barranca hacia el sur.

Los comisionados sugirieron el poblado de Tlacotlán, lo cual aprobó el conquistador. Pero los colonos hicieron caso omiso de la condición, y hacia agosto de 1533 atravesaron la barranca y se establecieron en el valle de Tonalá.

Al enterarse Nuño de Guzmán que había perdido la gubernatura del Pánuco, y con el fin de aspirar a la exclusiva apropiación de los productos de Tonalá, ordenó en febrero de 1536 que, de acuerdo con lo convenido, Guadalajara se trasladara a Tlacotlán, casi al borde de la barranca, como en efecto aconteció. Mientras él, a finales del citado 1536, partió a la Ciudad de México donde fue encarcelado y más tarde se le condujo a España, donde enfrentó el juicio de residencia, y murió en la miseria en 1550.

La villa de Guadalajara, mediante dos cédulas reales del emperador Carlos I, fue elevada al rango de ciudad y se le concedió su escudo de armas. Las cédulas se expidieron el 8 de noviembre de 1539 y llegaron a su destino en agosto de 1542.

La novel ciudad, empero, sufría la rebelión de los cazcanes acaudillados por Tenamaztle quienes, aliados a los tecuejes y los zacatecos, pusieron en peligro toda la conquista hispánica y obligaron al gobernador de la Nueva Galicia, Cristóbal de Oñate, a pedir ayuda a mediados de 1540 al virrey Antonio de Mendoza, quien le envió refuerzos y ordenó a Pedro de Alvarado que acudiese a auxiliar a la región. Pero éste, subestimando la magnitud de la rebelión, fue derrotado y herido accidentalmente en la huida, y falleció el 4 de julio de 1541.

Ante el enérgico ataque indígena, que tuvo lugar el 28 de septiembre de 1541 –víspera de la fiesta de san Miguel Arcángel–, Guadalajara estuvo a punto de desaparecer, al grado de que los españoles atribuyeron su salvación al auxilio celestial del apóstol Santiago Matamoros y de san Miguel, a quien nombraron patrono de la ciudad.

Dos días después, Cristóbal de Oñate convocó a sesión al Cabildo de la ciudad, para discutir el traslado al valle de Atemajac, lo cual se aprobó, no sin grandes temores por las supuestas represalias que pudiera ejercer Nuño de Guzmán. Fray Antonio Tello lo narró así:

[…] Y estando en esto, entró donde estaban en Cabildo Beatriz Hernández, mujer de Juan Sánchez de Olea y dixo: ‘¿No acabarán los señores de determinar a do se ha de hacer esta mudanza? Porque si no, yo quiero y vengo a determinarlo, y que no sea con más brevedad de lo que lo han estado pensando: miren quales están con demandas y respuestas, sin concluyr cossa ninguna.

Pidió licencia y dixo [que] quería dar su voto y que, aunque mujer, podría ser [que] acertasse. Entonces el gobernador le hizo lugar y dio asiento, y estando oyendo a todos y que no se conformaban ni determinaban, pidió licencia para hablar, y habíédossela dado dixo: ‘Señores el Rey es mi gallo, y yo soy de parecer que nos passemos al Valle de Atemajac, y si otra cossa se hace, será de servicio de Dios y del Rey, y lo demás es mostrar cobardía […]8

Así, Guadalajara se estableció en el valle de Atemajac en febrero de 1542. En tanto el virrey Antonio de Mendoza, alarmado por la inconcebible muerte de Pedro de Alvarado, al frente de un ejército que sobrepasaba los cincuenta mil indios –nahuas y purépechas– y algunos centenares de españoles,9 se trasladó a la Nueva Galicia para emprender una demoledora campaña contra los indios insurrectos, que culminó con el sitio y la toma del peñol del Miztón, el 16 de diciembre de 1541.

La versión tradicional de los acontecimientos atribuyó a fray Antonio de Segovia la salvación del exterminio de los indígenas alzados, al argumentarle al virrey De Mendoza que era hora de cambiar los argumentos de las armas por los de la misericordia y la justicia. Y presentándose ante los rebeldes, les dejó como prenda de que sus vidas serían respetadas la imagen de la futura Virgen de Zapopan.

Pero no perdamos la perspectiva de que estos acontecimientos fueron

la prolongación “natural” e irremediable del fenómeno de la Conquista, es decir, de varias batallas más –por verlo en términos militares– de eso que fue más que una guerra y que trascendió líderes, capitanes, hombres, fronteras y generaciones. La prueba es que el acontecimiento de El Mixtón presenta, en general, los mismos rasgos destructores de la Conquista: batallas, enfrentamientos, quemazones de poblados, desórdenes y descontrol militar, hambres, ausencia de instituciones válidas para todos […] inestabilidad regional, muertes brutales y una multitud de soldados aglutinada en torno a un capitán general –el virrey Antonio de Mendoza, para este caso– compuesta por europeos e indígenas procedentes de los alrededores de México cuyo sólo número habría sido suficiente para aplastar a cualquier ejército de América que hubiera enfrente.10

Finalmente Guadalajara dejó de ser una ciudad itinerante; el gobernador del Reino de la Nueva Galicia, Cristóbal de Oñate, nombró a Miguel de Ibarra como su primer alcalde mayor, asentándose en el valle de Atemajac con sesenta y tres habitantes, de los cuales seis eran extremeños, dieciséis castellanos, once vizcaínos, trece andaluces, nueve montañeses y ocho portugueses.

El origen de Guadalajara y su región

En la estrategia de las ambiciones del conquistador Nuño Beltrán de Guzmán, la ciudad de Guadalajara estaba destinada a ser el eslabón entre la Mayor España y su Gubernatura del Pánuco. Así sería una ciudad intermedia entre el Golfo de México y el Océano Pacífico. En consecuencia, al decidirse su fundación no resultó determinante que fuera el resultado de un destacado proceso de desarrollo económico ni un asentamiento indígena importante. Se fundó pues como una invención absolutamente hispánica. De aquí que Hélène Rivière califique de arbitraria la elección de la sede,11 y Manuel Rodríguez Lapuente la signifique como una ciudad artificial.12

Pero las verdaderas dimensiones del potencial de los recursos naturales y humanos de la novel Guadalajara y su región, ahora ya en la estrategia de la Corona y de la supremacía de la Ciudad de México como capital del Virreinato, sería la de ser una ciudad intermedia entre Compostela –a la que suponían con grandes recursos mineros– y México.

Pero ni siquiera esta posición le correspondió, ya que Compostela no era tan rica como suponían, y muy pronto la desplazó como la capital del Reino de la Nueva Galicia y sede de la región Occidente de la Nueva España, así lo prueba el traslado de la Real Audiencia y de la Sede Episcopal.

Estructuras políticas

El espacio territorial de la Provincia o Reino de la Nueva Galicia, que cronológicamente va de 1530 a 1786, según la relación de José Luis Razo Zaragoza, comprendió

aproximadamente los actuales Estados de Aguascalientes y Nayarit, gran parte de los de Jalisco y Zacatecas, y una pequeña porción de los de San Luis Potosí y Durango y la parte norte de Sinaloa; excepción hecha del macizo montañoso formado por la abrupta Sierra de Nayarit y sus contrafuertes, cuya extensión era más o menos de cien kilómetros de Sur a Norte, por cincuenta o más de Oriente a Poniente y poblado por belicosas tribus de indios coras, huicholes y tepehuanes, que no fueron sometidos a la autoridad virreinal sino hasta la tercera década de la centuria décima octava.13

El citado autor refiere que durante la época virreinal no eran determinantes la precisión de los límites, sino más bien se fijaban por ciertos hechos históricos o caprichos de conquistadores y caciques, enumerando simplemente los pueblos y estancias que incluían, sin importar el trazo de fronteras exactas.

De 1786 a 1821, el Reino de la Nueva Galicia fue sustituido por la Intendencia de Guadalajara, que redujo considerablemente el territorio a los actuales estados de Jalisco y Nayarit.

El poder público y las funciones administrativas se ejercían por medio del rey, del Real Consejo de Indias, el virrey de la Nueva España, el gobernador o intendente, la Real Audiencia de Guadalajara y los ayuntamientos o cabildos municipales.

Las Reales Audiencias eran órganos colegiados, encargados de la impartición de la justicia, y “en su capacidad corporativa compartían en gran medida con el virrey, capitán general o presidente, las funciones del gobierno, e incluso tenían el poder de revisar los actos de estos altos funcionarios”.14

Las audiencias con menor ámbito jurisdiccional –como era el caso de la de Guadalajara– se integraban por el gobernador, quien la presidía ex officio, y entre tres y cinco oidores –jueces– que conocían de las demandas civiles y criminales, los cuales eran auxiliados por varios funcionarios menores y empleados, tales como: el canciller, el alto alguacil, el capellán, los relatores, los notarios, los custodios de fondos, los asistentes de los abogados, y un abogado y defensor para los demandantes pobres.

La Real Audiencia de la Nueva Galicia fue establecida por cédula real del 13 de febrero de 1548, y su jurisdicción fue en principio sólo los territorios conquistados por Nuño de Guzmán, pero a partir de 1572, el rey Felipe II la convirtió en Cancillería Real y reforzó su autoridad; para 1576 “se ordenó que la administración directa de Nueva Galicia se confiase al gobernador-presidente, con lo cual, a fin de cuentas, esta parte del Occidente de México alcanzó una gran autonomía respecto del Virreinato novohispano”.15

Sin embargo, su autonomía no fue total, en particular porque el poder militar dependía directamente del virrey, con todo y que los gobernadores-presidentes de la Nueva Galicia ostentasen el título de capitán general.

Los ayuntamientos o corporaciones municipales o cabildos civiles eran las unidades administrativas de una población o ciudad que “distribuían tierras a los ciudadanos, establecían impuestos locales, se ocupaban de la policía local, mantenían cárceles y caminos, inspeccionaban los hospitales, regulaban los días feriados públicos y procesiones, supervisaban los precios de los mercados locales para la protección del consumidor, etc.”.16

Se integraban por el alcalde ordinario que presidía el Ayuntamiento, los regidores cuyo número variaba según la población del municipio y los empleados: el alguacil mayor, el alférez real, el escribano o actuario del Cabildo, el portero, el procurador o síndico, el pregonero, el ministro ejecutor, el contador, el fiel ejecutor, el proveedor y repeso de las carnicerías, el alguacil ejecutor, el depositario general o mayordomo de propios, el abogado o letrado asesor, el capellán, el médico y el macero.

Con sus órganos de gobierno en plena actividad, Guadalajara pasó a ocupar una importante función administrativa en el occidente del territorio novohispano, al grado que hacia finales del siglo xviii llegó a inquietar muy seriamente a las autoridades virreinales por la gran autonomía que ejercía, la cual fue limitada al dividirse el Virreinato en intendencias, reduciendo su territorio considerablemente, si bien dado que la Audiencia dependía directamente de la Corona, se le tuvieron que respetar sus privilegios.

Obispado de Guadalajara

El papa Pablo III, por bula del 13 de julio de 1548, fundó el Obispado con sede en Compostela, que sería trasladado –como ya quedó antes señalado– a Guadalajara en 1560. En lo relativo a su territorio:

Al establecerse, no tenía más límites que los que el de Michoacán le fijaba por el Suroeste y los naturales del Océano Pacífico. En las otras direcciones –que son más de la mitad de la actual República– no habían penetrado los conquistadores ni se tenía la menor idea de la enorme superficie que abarcaba la jurisdicción del nuevo Obispado.17

Para darnos una idea de la enorme extensión del nuevo Obispado, se desmembraron sucesivamente de su territorio los siguientes obispados: Durango, Linares, Sonora, San Luis Potosí, Tamaulipas, Zacatecas, Colima, Sinaloa, Chihuahua, Saltillo, Tepic y Aguascalientes en la república mexicana y hasta 1899; y Los Angeles, Santa Fe, San Francisco, Tucson, Corpus Christi, Sacramento, Denver, Dallas, Salt Lake, El Paso, Monterrey-Fresno, Amarillo, San Antonio, Reno, San Diego, Gallup, Pueblo y Galveston, en Estados Unidos.

El Estado español y la Iglesia católica constituyeron en Iberoamérica una organización simbiótica de muy difícil delimitación de sus respectivas jurisdicciones: la Iglesia era Estado y el Estado era Iglesia.

En virtud de las bulas pontificias del 16 de noviembre de 1501 del papa Alejandro VI, y del 28 de julio de 1508 del papa Julio II, se otorgó a los reyes de España la cesión de los diezmos eclesiásticos, el exclusivo Patronato en el Nuevo Mundo, lo cual se concretizaba en la disposición de todos los beneficios –nombramientos– del clero, y el control sobre la fundación y organización de las iglesias y monasterios, a cambio de que la Corona se comprometiera a la evangelización de los indios y al mantenimiento de la Iglesia.

La organización eclesiástica

La jurisdicción y la organización eclesiástica se ejercían por medio del obispo, el Cabildo o Capítulo de Canónigos, las parroquias o curatos, las órdenes religiosas o religiones, el Tribunal de la Inquisición, y un sinnúmero de asociaciones o cofradías de laicos.

El Cabildo o Capítulo es una corporación de clérigos que aconseja al obispo y participa en la administración del Obispado y muy particularmente de la Catedral. La integran los canónigos organizados jerárquicamente en dignidades que son: el deán, el arcediano, el chantre, el maestrescuelas –de gran importancia en la organización universitaria– y el tesorero; los canónigos de oficio, los cuales son: el penitenciario, el doctoral, el magistral y el lectoral; y los canónigos de gracia y los racioneros o prebendados. El Cabildo de Guadalajara celebró su primera sesión formal el 1° de mayo de 1552, la cual presidió el deán Bartolomé de Rivera.18

Las órdenes religiosas masculinas llegaron a la Nueva Galicia, primero los franciscanos desde los inicios de la conquista, luego los agustinos en 1565, los dominicos en 1585, los jesuitas en 1586 y finalmente los carmelitas en 1593, entre otros.

La labor de la evangelización e hispanización, tanto del actual Occidente de México y de Estados Unidos, como del extremo Oriente asiático, hicieron de Guadalajara el punto de partida de los grandes misioneros, tales como el padre Juan María Salvatierra y fray Junípero Serra, entre otros más, hacia las Californias, o bien de fray Andrés de Urdaneta a las Islas Filipinas, pero ante todo, “los clérigos y frailes occidentales a la luz del Siglo de las Luces, dotaron de conciencia regional y orgullo a la élite de la zona”.19

El aspecto económico

Las principales actividades económicas de la Nueva Galicia fueron la minería, la agricultura y la cría de ganado, el comercio,20 el sector servicios y el financiamiento crediticio. Estas dos últimas fueron de forma muy preponderante de Guadalajara.

La minería tuvo su principal desarrollo en Zacatecas, lo que le dio una gran importancia, por lo que llegó incluso a rivalizar con Guadalajara. Fue tal la riqueza de los mineros zacatecanos que la Real Audiencia de Guadalajara, ante sus penurias económicas, los incitó a organizar expediciones y a promover nuevas poblaciones.
La agricultura en Guadalajara y su región pasó en estos años por varios altibajos, desde ser la principal abastecedora de harina de la región minera zacatecana y aun de Saltillo, a ser desplazada como tal por los agricultores del Bajío, hasta finales del siglo xviii, cuando volvió a recuperar cierta importancia. En lo anterior fue determinante la escasez de población indígena, lo que hizo prácticamente inexistente el sistema de encomienda, por lo cual los españoles y los criollos se dedicaron a la ganadería, lo que originó –según escribe Hélène Rivière, citando a Domingo Lázaro de Arregui– “que Guadalajara tenía abundancia de carne aunque casi siempre faltaba trigo y maíz”.21

Hacia el siglo xvii, el comercio desplazó el sector servicios de su papel de primera actividad económica de Guadalajara, como lo describe Eric Van Young: “[...] Enjambres de abogados y notarios realizaban sus negocios en la capital provincial, pero el verdadero torrente sanguíneo de Guadalajara era el comercio, más de quinientos mercaderes pululaban en la ciudad, la mayoría comerciantes en pequeño pero había más de cincuenta mayoristas”.22

Los comerciantes neogallegos estaban conscientes de la importancia que habían adquirido en la región, y deseando terminar su dependencia del Consulado de México, el 3 de septiembre de 1791 acordaron iniciar las gestiones del caso, para establecer el Real Consulado de Guadalajara, cuya erección real lograron el 6 de junio de 1795.

Los principales logros del Consulado fueron el mejoramiento de las vías de comunicación, el establecimiento de un servicio de diligencias y el desarrollo de la Feria de San Juan de los Lagos.

El sector servicios o administrativo convirtió a Guadalajara, al ser prácticamente sede de todas las instituciones reales, en un importante centro de operaciones.

El financiamiento crediticio tuvo en la Iglesia a su principal fuente generadora dada su estabilidad y permanencia de los organismos que la integraban, era la principal acumuladora del capital, a la que acudían comerciantes, ganaderos y agricultores.

Las capellanías, las dotes de las monjas, las cofradías, los diezmos y primicias, el derecho a cobrar los diezmos y la gran cantidad de bienes raíces amortizados, hicieron de la Iglesia de Guadalajara la principal empresa de financiamiento. Durante el periodo 1721-1730 prestó en su conjunto 500,115 pesos que representaron 78% del crédito total de la región.23

A la par del despegue del desarrollo económico, se fue gestando y consolidando la oligarquía de Guadalajara:

Integrada por un conjunto de familias unidas por lazos de parentesco, había logrado concentrar en sus manos, en el último cuarto del siglo xviii, las haciendas agroganaderas más productivas que se ubicaban en el hinterland de Guadalajara. Esta poderosa oligarquía, mayoritariamente criolla tuvo también el control del comercio de toda el área occidental y el de la explotación de los principales centros mineros de la zona.24

Y como era de esperarse, encumbraron a sus miembros en las posiciones de las corporaciones estatales, eclesiásticas y universitarias, en las cuales se fueron gestando fuertes sentimientos de autonomía regional.

Sistema educativo

Los establecimientos de enseñanza en Guadalajara durante la época novogalaica fueron: Escuela de Lengua Castellana, Colegio Seminario de Señor San Pedro, Colegio de Infantes de la Catedral, Colegio de Santa Catalina, Colegio de San José de Gracia, Cátedra de Teología en la Capilla de Santa Ana, Colegio de Santo Tomás, Estudios en el Convento de San Francisco, Cátedra de Teología en la Iglesia vieja, Estudios en el Convento de la Merced, Cátedra de Náhuatl en la Soledad, Colegio de San Juan Bautista, Colegio Seminario de Señor San José, Beaterio de Jesús Nazareno, Colegio de Nuestra Señora del Refugio, Beaterio de Santa Clara, Estudios con los Padres de San Felipe, Escuela en el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, Academia de Dibujo en el Real Consulado, Real Universidad, Enseñanza a parteras, Seminario Clerical y diez escuelas más, de las cuales cinco fueron anexas a iglesias y conventos, tres particulares y dos identificadas por su ubicación citadina;25 en total treinta y dos instituciones educativas.

La enseñanza media y superior se impartió en los Colegios de Santo Tomás, de San Juan Bautista y en el Seminario Conciliar de San José.

Colegio de Santo Tomás

Si exceptuamos el Colegio Seminario de Señor San Pedro, cuya fundación decidió el Cabildo Eclesiástico el 24 de octubre de 1570,26 y que no se consolidó, el primer colegio que impartió enseñanza media y superior en Guadalajara fue el de Santo Tomás de Aquino.

A instancias del cuarto obispo de Guadalajara, fray Domingo de Alzola, en 1586 llegaron los primeros jesuitas a la Nueva Galicia, los cuales recibieron del Cabildo Eclesiástico una donación de diez mil pesos para que

en esta ciudad haya estudios de gramática y latinidad de asiento, para que en él estudien y se enseñen los vecinos de dicho reino (de Nueva Galicia), los cuales hasta ahora por falta de los sobredicho, han andado distraídos y vagando por estar como está la ciudad de México, tan distante de esta ciudad y reino y porque muchos [...] no tienen para poder sustentarse en aquella Universidad [de México].27

El Colegio se dedicó a santo Tomás de Aquino en honor al patrono del Cabildo Eclesiástico, y fue su primer rector el padre Pedro Díaz.

En 1688 el canónigo Simón Ruiz Conejero hizo una importante donación post mortem al Colegio, para establecer las cátedras de Filosofía y Teología, lo que dio motivo para que el rector Juan de Palacios, durante la Vigésima Congregación Provincial de la Compañía de Jesús –celebrada en noviembre de 1689 en la capital del Virreinato–, solicitase se hicieran las gestiones convenientes para que las autoridades competentes concedieran al Colegio de Santo Tomás la facultad de otorgar grados académicos,28 lo cual apoyó con el consabido argumento de la enorme distancia que había de Guadalajara a México.

La concesión para otorgar los grados se logró más tarde con la promoción que hicieron los propios estudiantes ante el presidente de la Real Audiencia de Guadalajara, Alonso Ceballos Villagutiérrez, a quien en agradecimiento se le otorgó el primer grado académico que se concedió en Guadalajara.

Sin embargo, en 1697, la Real Universidad de México se opuso al otorgamiento de grados en Guadalajara y apeló ante el Real Consejo de Indias; tras escuchar a las partes, el rey Felipe V falló a favor del Colegio de Santo Tomás.29

En cuanto a la enseñanza impartida, originalmente se tuvieron las clases de Gramática, Humanidades y Retórica; más tarde, con las aludidas donaciones del canónigo Conejero, se fundaron las cátedras de Filosofía y Teología.

Los estudios se organizaron acordes al ordenamiento de la Compañía de Jesús, conocido como el Ratio Studiorum, a saber: los estudios de letras, divididos en cinco cursos: tres de Gramática –latina y griega–, uno de Humanidades –cultura grecorromana– y otro de Retórica –oratoria y todo género de versos–; se leía a Homero, Platón, Cicerón, Virgilio, Ovidio, Demóstenes, Píndaro y san Basilio, entre otros clásicos.

La Filosofía o Curso de Artes se impartía en tres años, con las cátedras de Lógica, Metafísica y Física, al término de los cuales el estudiante, previo examen de rigor, se le otorgaba el título de bachiller en Artes, y podría continuar los estudios de Teología con las cátedras de Teología Dogmática, Teología Moral, Derecho Canónico y Sagrada Escritura.

En cuanto a los métodos de enseñanza implantados en el Colegio, eran eminentemente activos y obligaban al estudiante a tener una verdadera participación en clase, así lo determinaba el Ratio Studiorum. Esta metodología tendía a ejercitar y desarrollar armónicamente todas las facultades cognoscitivas y la sensibilidad artística: “En lo que se llamaba prelección, el maestro explicaba la materia de ese día, desentrañando ante los alumnos el pasaje del autor clásico entonces estudiado; sobre este mismo tema los alumnos tenían que hacer el ejercicio de composición donde se ejercitaba la redacción y se afinaba el estilo”.30 Se complementaba la formación con certámenes, competencias y actos públicos.

En el contexto de la renovación de los estudios filosóficos, que venía impulsando decisivamente la que dio más tarde en llamarse la Generación del 67, llegó entonces a Guadalajara en 1766 el padre Francisco Javier Clavigero Echegaray, quien tomó un curso de Filosofía a la mitad, lo que le originó grandes trabajos que le harían expresar: “Ignorando los tapatíos cuánto me costó esta cátedra ajena y con cuántas vigilias quebranté mi salud para enseñar en tan corto tiempo la mayor parte de la Filosofía”.31

También en Guadalajara, Clavigero escribió doscientas cuatro tesis filosóficas que tituló: Cursus Philosophicus, diu in Americanis Gymnasii Desideratus y el Diálogo entre Philaletes y Paleófilo, en el cual proponía que se debían estudiar los hechos físicos para sustentar la verdad, y no sólo para satisfacer teorías del pasado.

Pero todas estas labores magisteriales y de investigación quedaron abruptamente truncadas en el Colegio de Santo Tomás la madrugada del 25 de junio de 1767, al ser expulsados los jesuitas de todos los territorios hispánicos por el rey Carlos III.

Colegio de San Juan Bautista

Con el fin de apoyar más eficientemente la enseñanza impartida en el Colegio de Santo Tomás, el padre Juan María Salvatierra propuso la fundación del Colegio o Seminario de San Juan Bautista con carácter de convictorio, es decir, de residencia o internado habitual para los estudiantes.

El 25 de junio de 1695, el presidente de la Real Audiencia, Alonso Ceballos Villagutiérrez, autorizó la fundación del colegio. El canónigo Juan Martínez Gómez donó el edificio, y el 28 de julio se verificó la solemne apertura de las cátedras.

Este colegio, al igual que el de Santo Tomás, fue también clausurado con la expulsión de los jesuitas. En 1778 los padres del Oratorio de San Felipe Neri solicitaron ocupar los edificios de los jesuitas para continuar la impartición de las cátedras, pero la Junta Suprema de Temporalidades decretó la suspensión absoluta de las cátedras y becas que fueron trasladadas al Seminario Conciliar. No fue sino hasta que intervino fray Antonio Alcalde que se logró la reapertura del Colegio de San Juan Bautista, dotándole nuevamente las cátedras de Gramática y Filosofía, con catorce mil pesos.

Durante la estancia del cura Miguel Hidalgo en Guadalajara se suspendieron las cátedras y el colegio sirvió de prisión para los españoles. En 1813 se reanudaron las cátedras, que subsistieron hasta 1826.32

Seminario Conciliar de San José

El 9 de septiembre de 1696 el obispo de Guadalajara, fray Felipe Galindo y Chávez, expidió el decreto de fundación del Seminario Conciliar de Guadalajara, el cual inició formalmente sus cursos –por no estar concluido el edificio que ocuparía– el 23 de diciembre de 1699.

El plan de estudios abarcaba tres etapas: Latinidad, el Curso de Artes o Filosofía y Teología.

Las cátedras de Latinidad eran: de los Primeros Rudimentos (de Gramática Latina), de Propiedad Latina, Prosodia y Retórica. Las del Curso de Artes eran: Lógica y Metafísica, Aritmética, Geometría, Álgebra y Física, y Filosofía Moral. En cuanto a las de Teología se impartían: Teología Dogmática, Teología Moral, Instituciones Canónicas, Sagrada Escritura, Elocuencia Sagrada y Lengua Mexicana.33

El Seminario Conciliar fue la institución educativa que más estabilidad demostró a lo largo de los siglos, y hasta el establecimiento del Liceo de Varones del Estado de Jalisco, impartió prácticamente toda la enseñanza media en Guadalajara.

El aspecto cultural

El desarrollo cultural de Guadalajara giró fundamentalmente en torno de los clérigos humanistas e ilustrados. A manera de ejemplo de la anterior aseveración, Gabriel Méndez Plancarte reseña el caso de la culta y elegante correspondencia que mantuvieron sobre temas de humanidades en latín y en griego fray José Antonio Bermúdez y el canónigo de la Catedral de Guadalajara, el doctor José Antonio Flores, y expresa:

Así a mediados del siglo xviii entre Guadalajara y Lagos, entre Lagos y Guadalajara se entrecruzaban epístolas en áureo latín ciceroniano y viajaban por el arduo riñón de Jalisco, quizá a lomo de mula o en rechinantes carruajes polvorientos, Homero y Demóstenes, Sófocles y Calímaco, el Viejo Testamento y la Antología Griega.34

La imprenta en Guadalajara

Finalmente, la promoción y la consolidación de la cultura novogalaica dio un paso definitivo el 7 de febrero de 1792, al obtener Mariano Valdez Téllez Girón la licencia de la Real Audiencia para establecer la imprenta en la ciudad.

Se acepta generalmente que el primer libro impreso en Guadalajara fue el que llevó por título: Elogios fúnebres con que la Sancta Iglesia Catedral de Guadalajara ha celebrado la memoria de su Prelado el Ilmo. y Rmo. Señor Mtro. D. Fr. Antonio Alcalde.


Referencias
  1. Luis González y González, “El oeste mexicano”, La Querencia, Guadalajara, Hexágono, 1991, p. 11. ↩︎

  2. Hélène Rivière D’ Arc, Guadalajara y su región, México, SepSetentas, 1973, p. 11 ↩︎

  3. José María Murià, Breve Historia de Jalisco, Guadalajara, sep, Universidad de Guadalajara, 1988, p. 25. ↩︎

  4. José Ramírez Flores, Lenguas indígenas de Jalisco, Guadalajara, Unidad Editorial del Gobierno del Estado de Jalisco, 1980, p. 11. ↩︎

  5. José Luis Razo Zaragoza, Conquista hispánica de las provincias de los tebles chicihimecas de la América Septentrional, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 1988, pp. 13-14. Los autores citados son: Pérez Verdía, López Portillo y Rojas, Galindo, López Portillo y Weber y Páez Brotchie. ↩︎

  6. Juan Rulfo, “Donde quedó nuestra historia”, México, La Jornada, 17 de mayo de 1987, suplemento cultural, pp. 6-7. ↩︎

  7. Aristarco Regalado Pinedo, Guadalajara, siete acontecimientos que la encumbraron, Guadalajara, Arlequín, 2011, p. 80 ↩︎

  8. Antonio Tello, Crónica miscelánea de la Sancta Provincia de Xalisco, libro segundo, volumen ii, Guadalajara, Unidad Editorial del Gobierno del Estado de Jalisco, Universidad de Guadalajara, 1973, pp. 238-239. ↩︎

  9. Miguel León-Portilla, La flecha en el blanco. Francisco Tenamaztle y Bartolomé De las Casas en lucha por los derechos de los indígenas 1541-1556, México, Diana, 1995, p. 81. ↩︎

  10. Regalado, op. cit., pp. 106-107. ↩︎

  11. Rivière, op. cit., p. 24. ↩︎

  12. Mario Aldana Rendón, Desarrollo económico de Jalisco 1821-1940, Prólogo de Manuel Rodríguez Lapuente, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 1978, pp. 14-15. ↩︎

  13. José Luis Razo Zaragoza, “Confines y territorios del Nuevo Reino de la Nueva Galicia”, Eco, Guadalajara, Instituto Jalisciense de Antropología e Historia, vol. 2, núm. 9, diciembre de 1982. ↩︎

  14. Haring, op. cit., p. 173. ↩︎

  15. José María Murià, “La Audiencia de Guadalajara”, Lecturas históricas de Jalisco. Antes de la Independencia, Guadalajara, Unidad Editorial del Gobierno del Estado de Jalisco, 1982, tomo i, pp. 261-265. ↩︎

  16. Haring, op. cit., p. 22. ↩︎

  17. José R. Benítez, “Biografía del Arzobispado de Guadalajara”, Cuarto centenario de la fundación del Obispado de Guadalajara. 1548-1948, Guadalajara, Artes Gráficas, 1955, pp. 28-29. ↩︎

  18. José Eucario López, “El Cabildo de Guadalajara”, Anuario de la Comisión Diocesana de Historia del Arzobispado de Guadalajara, Guadalajara, Jus, 1968, p. 179 ↩︎

  19. Luis González y González, “Peculiaridades históricas del Oeste Mexicano”, Encuentro, núm. 1, vol. 1, Guadalajara, El Colegio de Jalisco, 1983, p. 16. ↩︎

  20. Rivière, op. cit., p. 34. ↩︎

  21. Ibid., p. 38. ↩︎

  22. Eric Van Young, “Hinterland y el mercado urbano de Guadalajara y su región en el siglo xviii”, Jalisco, Guadalajara, núm. 2, julio-septiembre de 1980, pp. 75-76. ↩︎

  23. Linda Greenow, “Dimensiones espaciales del mercado del crédito en la Nueva Galicia en el siglo xviii”, Jalisco, Guadalajara, núm. 3, octubre-diciembre de 1980, pp. 61-78. ↩︎

  24. Jaime Olveda, La oligarquía de Guadalajara, México, Conaculta, 1991, pp. 13-14. ↩︎

  25. Carmen Castañeda, La educación en Guadalajara durante la Colonia 1552-1821, Guadalajara, El Colegio de Jalisco, El Colegio de México, 1984, pp. 154 -155. ↩︎

  26. Luis Medina Ascencio, “El Seminario de Guadalajara de 1570 en Cuarto centenario del Obispado de Guadalajara. 1548-1948, Guadalajara, Artes Gráficas, 1955, p. 198. ↩︎

  27. Palomera, op. cit., p. 23. ↩︎

  28. Lo cual de hecho ya ocurría en las ciudades de Santa Fe de Bogotá, Manila y Mérida, Yucatán, en esta última ciudad por breve del papa Gregorio XV del 8 de agosto de 1621 y cédula del rey Felipe IV del 2 de febrero de 1622, para que se cumplimente el anterior breve pontificio. Patrón, op. cit., pp. 105 y 109. ↩︎

  29. Palomera, op. cit., pp. 79-80. ↩︎

  30. Ibid., p. 98. ↩︎

  31. J. Jesús Gómez Fregoso, Clavijero. Ensayo de interpretación y aportaciones para su estudio, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 1980, p. 43. ↩︎

  32. Juan Bautista Iguíniz, “El Colegio de San Juan Bautista de Guadalajara”, Lecturas históricas de Jalisco antes de la Independencia, Guadalajara, Unidad Editorial del Gobierno del Estado de Jalisco, 1982, tomo II, pp. 37-41. ↩︎

  33. Daniel R. Loweree, El Seminario Conciliar de Guadalajara, Guadalajara, Ed. del autor, s.a., pp. 19- 20. ↩︎

  34. Gabriel Méndez Plancarte, “Clásicos Griegos en Guadalajara”, El Despertador, periódico de la xiii Feria Municipal del Libro de Guadalajara, mayo de 1981, núm. 6, iii época, pp. 3-4. ↩︎