Las gestiones para la fundación de la universidad de Guadalajara

Guadalajara en el Siglo de las Luces

El incremento demográfico de Guadalajara y su consolidación citadina como centro de operaciones comerciales y de prestadora de servicios, entre los que destacaban los educativos, la creciente demanda de profesionistas para que desempeñaran las funciones de las corporaciones y atendieran a los particulares en sus negocios, y los latentes sentimientos de la oligarquía y de la incipiente clase media de una conciencia autonómica permanentemente predispuesta a emerger, hicieron que durante el siglo xviii el establecimiento de una universidad fuera una decisión impostergable.

Las anteriores circunstancias se dieron precisamente en el contexto de los efectos que estaban provocando las reformas político-administrativas, que emprendió el rey Carlos III. Una de las cuales fue la expulsión de la Compañía de Jesús de los dominios iberoamericanos, lo que originó en Guadalajara –como antes se señaló– la clausura de los colegios de San Juan Bautista y de Santo Tomás, con la consecuente suspensión de la enseñanza profesional y de la colación de grados académicos, lo que provocó una vez más que los estudiantes de la región tuvieran que ir a matricularse a la Universidad de México, con todo lo que esto implicaba en términos de gasto para las familias y de arraigo regional de los futuros profesionistas.

Si para 1760 la ciudad contaba tan sólo con 11,294 habitantes, diez años más tarde había duplicado su población a 22,394.1 Y según el “Primer Censo General de la Nueva España en 1790”, ocupaba el sexto lugar entre las ciudades más pobladas del Virreinato con 24,249 habitantes, después de Zacatecas con 25,495, Guanajuato con 32,098, Querétaro con 35,000, Puebla con 81,046 y México con 104,760. Sus principales actividades económicas eran la agricultura, el comercio y la elaboración de manufacturas.2 Había 241 clérigos, 209 religiosos asistidos por 163 empleados; 238 funcionarios y empleados civiles y militares; en la ciudad operaban 292 comerciantes y 2,315 personas se dedicaban a las diversas profesiones y oficios, que iban desde los médicos y los boticarios hasta los jornaleros. La población estudiantil la integraban 156 colegialas y 254 estudiantes.3

El despotismo ilustrado de Carlos III

Al reinado de Carlos III se le ha caracterizado como un despotismo ilustrado, lo cual implicaba en la práctica

centralizar el poder político en el monarca y disminuir las facultades de cuerpos como los ayuntamientos, las cortes, los gremios y las universidades; aumentar el predominio del rey sobre la iglesia (el regalismo) por medio de un mayor control de los obispos, las órdenes religiosas y las cofradías; promover eficacia en la administración gubernamental, especialmente la financiera y, en el caso de las colonias americanas, reducir la participación de los criollos en los puestos importantes del gobierno y de la Iglesia.4

Los anteriores conceptos repercutieron muy concretamente en Guadalajara, al reducir su territorio con el establecimiento de las Intendencias, y la mencionada expulsión de los jesuitas.

Era evidente que la orden que más obstaculizaba las reformas de Carlos III era la Compañía de Jesús por su organización eficiente y aún autonómica de sus misiones y colegios; e incluso venía impulsando toda una serie de reformas académicas, que implicaban la modernización de los estudios filosóficos. Así

las universidades del Viejo Continente habían estado experimentando el impulso renovador de toda una pléyade de filósofos como Descartes, Leibnitz, Spinoza, Malebranche, Gassendi, Locke, Condillac y otros [...] A través de España recibimos el influjo europeo, pues de allá nos venían no pocas veces los maestros y aún los mismos libros de texto que acá no se imprimían. Aunque hubo posiciones de reserva e incluso de abierta oposición a las nuevas corrientes, podemos afirmar que la actitud general que se adoptó en México fue la misma que en la mayor parte de las universidades de Europa. Así, en lo que concierne a algunas cuestiones cosmológicas y psicológicas, por razón de los adelantos científicos, se rectificaron no pocas proposiciones tradicionales y se adoptó el método empírico estrictamente científico y aún se descartaron las opiniones de los antiguos filósofos naturalistas. En la misma Universidad de México los estudios filosóficos sufrieron una transformación desde mediados del siglo xviii. Pero esta transformación ya se había iniciado tiempo antes en los colegios de la Compañía de Jesús en la Nueva España, empezando por los de la Ciudad de México y siguiendo por los de otras ciudades como Guadalajara.5

Lo anterior no implicaba que Carlos III se opusiera a los adelantos científicos, dado que fue el impulsor en la capital novohispana de las ciencias naturales, y de la práctica de una medicina más científica. Sino más bien consideró altamente peligrosas las tesis de la doctrina de la legitimidad y del tiranicidio, enseñadas por los jesuitas en sus colegios.

Más aún, los jesuitas criollos habían gestado y venían cultivando todo un movimiento humanista-mexicanista:

Los jesuitas habían conquistado una posición moral y una influencia sobre la élite criolla y sobre la población de los indios y las castas, sólo comparable a la de los pioneros franciscanos en los veinte años que siguieron a la llegada de los doce [...] Los mexicanos de todas las razas habían comulgado bajo la égida de la Compañía, en una devoción unánime a la Virgen de Guadalupe.6

De aquí las protestas generalizadas ante la expulsión de la Compañía de Jesús, y la inmediata y severa represión. En México, el arzobispo Francisco Antonio de Lorenzana acusó de ser el autor de una antipastoral projesuita al doctor Lorenzo Antonio López Portillo y Galindo, novogalaico, canónigo de la Catedral y rector de la Universidad de México, quien era célebre por haberse graduado examinándose en sólo tres días en las tres Facultades de Derecho Civil, Derecho Canónico, Teología y Filosofía ante el Claustro Pleno de noventa doctores. Tan brillante universitario, salió desterrado de la Nueva España.

En Guadalajara ya se señalaba que la expulsión de la Compañía de Jesús provocó la clausura de los Colegios de San Juan Bautista y de Santo Tomás, suprimiendo la educación media y superior, e hiriendo seriamente los sentimientos regionalistas de los tapatíos, quienes

estaban orgullosos de los colegios seminarios (de Santo Tomás y de San José). Ese orgullo era muy justificado ya que ambos colegios atraían a muchos jóvenes a Guadalajara de lugares tan distantes como el Valle de San Mateo del Pilón, o del Real de Minas de Concepción de los Álamos o de San Matías, Sierra de Pinos. La importancia de los dos colegios seminarios no dependía solamente de sus vastos alcances geográficos. Los dos seminarios preparaban a quienes ocuparían los puestos públicos directivos en sus respectivas patrias y, en algunas ocasiones hasta en la capital del Virreinato.7

Acorde con los sentimientos de sus fieles, el obispo de Guadalajara, Diego Rodríguez de Rivas y Velasco, fue el único miembro del Episcopado novohispano que desaprobó la expulsión, y protestó enérgicamente en una carta pastoral. Uno de los jesuitas desterrados escribió: “Acabamos de salir de Guadalajara, cuando el obispo envió a uno de sus canónigos a saludarnos y a felicitarnos –son sus propias palabras– de que soportáramos el exilio en nombre de Jesús”.8

Estas fueron pues las circunstancias históricas entre las cuales se gestó el establecimiento de la universidad en Guadalajara.

La idea original y las primeras gestiones

La idea original y la decidida voluntad para lograr la fundación de la universidad en Guadalajara se debe a fray Felipe Galindo Chávez y Pineda, decimoquinto obispo de Guadalajara.

Una vez establecido el Seminario Conciliar de San José, fray Felipe Galindo solicitó al rey de España Carlos II que elevara a la naciente institución al rango de Real Universidad, lo cual comunicó a sus diocesanos el 12 de julio de 1696; en el documento que iniciaba con las palabras latinas Benedictionem dabit legislator, escribía:

Tengo pedido a Su Majestad se sirva de hacerle [al Seminario] Real Universidad, y también he solicitado las bulas: doy razón de todo para que esforzándose en el Señor no sólo con la obligación asistan, sino que miren el fomento, en que va el crédito del reino, el bien de sus hijos, el aumento de sujetos, el lustre de la ciudad y de todo el Obispado, el servicio y decencia de esta Santa Iglesia, y en fin de bien que esperamos criando en virtud, y letras sujetos que se dediquen al bien del prójimo, y salud de las almas en este jardín, y nuevo plantel [...]9

Al hacer esta solicitud, José Montes de Oca sostiene que el obispo seguía “la doctrina que acerca de los deberes de los reyes había formulado en el siglo xii santo Tomás de Aquino también de la Orden de Predicadores, en su obra denominada De regimine principium”.10

Al haber dotado al Seminario Conciliar de edificio propio y muy idóneo –además de poseer el carácter de convictorio, es decir, residencia permanente de los escolares–, cuerpo magisterial y gran número de las cátedras universitarias que por entonces se impartían, fray Felipe consideró que no sería muy difícil elevarlo al rango universitario.

Consciente de la fuerte oposición que presentaría a su objetivo de fundar la universidad tapatía la Real y Pontificia Universidad de México, y sólo para tantear el terreno de su Claustro, el 6 de junio de 1696 el obispo Galindo le dirigió una comunicación, la cual quedó sin respuesta, aunque sí se reunió la corporación universitaria para tomar la determinación de

que el señor doctor don Juan de Castorena, que pasa a los Reinos de Castilla con poder de esta Real Universidad, pida y suplique a Su Majestad y su Real Consejo, se deniegue la fundación de universidad que se intenta en la ciudad de Guadalajara y lleve su testimonio del referido en este claustro[...]11

El 5 de diciembre de 1698, el obispo reiteró su petición al rey, quien el 20 de agosto de 1700 expidió una cédula real en la que ordenaba a la Real Audiencia de Guadalajara rendir informes al respecto, dado

que el obispo informaba estar concluida la obra material del Seminario y solicitaba se erigiese en Universidad en la que se leyese la doctrina de Santo Tomás y se confirieren grados, ofreciendo a sus expensas el sustento de los colegiales y dotaciones de cátedras y para mayor seguridad y permanencia se proponía que los hospitales y cofradías contribuyesen con el tres por ciento de sus rentas.12

Al parecer esta cédula real no fue contestada, o bien si se hizo no tuvo ningún efecto, ya que en ese mismo año de 1700 sobrevino el fallecimiento del rey Carlos II, último monarca de la dinastía de Habsburgo, y se instauró la Casa de Borbón. Asimismo, para 1702 falleció el obispo promotor.

El 20 de noviembre de 1703, el nuevo rey Felipe V envió una cédula real al Cabildo de Canónigos de Guadalajara, informándoles que una vez tomado el parecer de su Real Consejo de Indias, “ha parecido deciros que por ahora no se tiene por conveniente la erección de universidad, y rogaros y encargaros que atendáis y miréis con afecto al Seminario para que se logre el fin con que fue instituido”.13

La anterior determinación real parecería definitiva, pero el mismo rey había dicho “por ahora”, con lo cual se mantuvo viva la esperanza.

Gestiones intermedias

Sin embargo, transcurrió casi medio siglo para que la idea de la fundación de la Universidad fuera retomada por el abogado Matías Ángel de la Mota Padilla.

En 1742, Matías de la Mota concluyó su Historia del Reino de Nueva Galicia en la América Septentrional, en cuyo capítulo lxxxii expuso las razones para fundar la Universidad: las enormes extensiones de los territorios de los reinos o provincias del occidente y el norte de la Nueva España, donde

hay muchos lugares y poblaciones de españoles naturales del reino [criollos], de sangre limpia, y por eso capaces de aplicarse a los estudios, unos para eclesiásticos seculares y regulares, y otros para seglares, abogados y médicos, y todos pueden servir al bien público, y se ven precisados a extrañarse de sus patrias y pasar a la Ciudad de México, en donde por su opulencia hay peligros, por su magnitud muchas diversiones, y por su distancia son crecidos los costos; en los de posible se encuentran inconvenientes. Y en los pobres dificultades, y así muchos se quedan sin estudios.14

Era evidente que la voz de un individuo, por más prestigiada que fuera, poco o nada iba a lograr ante la Corona, por lo que el licenciado De la Mota Padilla involucró en la consecución de su fin al Ayuntamiento de Guadalajara, el cual el 13 de mayo de 1750 le encomendó que formulara las proposiciones para solicitar del gobernador de la Nueva Galicia y presidente de la Real Audiencia, Fermín de Echevers y Subiza, que apoyara la idea del establecimiento de la Universidad en la capital del reino.

En el documento reitera las razones para el establecimiento: las distancias enormes, la falta de profesionistas y los gastos y dificultades que enfrentan aquellos que van a estudiar y obtener los grados académicos a la capital del Virreinato.

Propuso el siguiente sistema de financiamiento: como sede el antiguo edificio del Seminario –anexo al Templo de la Soledad–; trasladar una cátedra de Teología del Seminario Conciliar y otra del Colegio de Santo Tomás; que las órdenes religiosas de San Francisco, Santo Tomás y de la Compañía de Jesús lean respectivamente uno de sus miembros las cátedras de Escoto, santo Domingo y de las Sagradas Escrituras; que se promuevan los ánimos para que entre los profesionistas de la ciudad se encuentre quién atienda gratuitamente durante cinco años o más las cátedras de Leyes, Cánones y Medicina; que se traslade del Seminario Conciliar la cátedra de Lengua Mexicana ya dotada por el rey; y para los salarios del secretario, los bedeles y los demás empleados, escribía: “Puede arbitrarse la imposición de sissa [impuesto] en los caldos de mistela, aguardientes y en el vino de mexcal que se gasta en esta ciudad y demás lugares de este Reino y Distrito de la Real Audiencia y Obispado”.15

Las proposiciones fueron aprobadas por el Ayuntamiento el 27 de mayo del citado año de1750, y se decidió enviarlas al gobernador y presidente de la Real Audiencia, pero finalmente el acuerdo no se ejecutó.

El Ayuntamiento de Guadalajara reactiva las gestiones

Transcurrieron ocho años más para que el Ayuntamiento retomara el asunto de la fundación de la Universidad, y así el 13 de enero de 1758 nombró al licenciado Tomás Ortiz de Landazuri y al mismo licenciado De la Mota Padilla para que entregaran las propuestas de este último al gobernador y presidente de la Real Audiencia. Acordaron, el 10 de marzo del mismo año de 1758, pedir el parecer sobre el asunto al obispo de Guadalajara, fray Francisco de San Buenaventura Martínez de Tejada; al deán de la Catedral, doctor Ginés Gómez de Parada, y al Cabildo Eclesiástico, así como a los prelados de las órdenes dominicana, franciscana, mercedaria y a los rectores de los colegios de Santo Tomás, de San Juan Bautista y del Seminario Conciliar.

El obispo y el Cabildo Eclesiástico se negaron a ceder el antiguo edificio del Seminario Conciliar –anexo al Templo de la Soledad– para la sede universitaria, ante lo cual los dominicos ofrecieron sus claustros para que se fundara en ellos la Universidad, como ya había sucedido en Ávila, Pamplona, Santo Domingo en la Isla Española, en La Habana y en Manila.

Si la propuesta de los dominicos no fuera aceptada, el fiscal de la Real Audiencia sugirió como sede el edificio de los oficiales reales. Para la dotación de las cátedras se aplicarían lo reales novenos y recursos de las vacantes mayores y menores, tanto del Obispado de Guadalajara, como del de Durango. Estas propuestas se enviaron a la Corte Real.

El 11 de agosto de 1762, el rey Carlos III suscribió en San Ildefonso una cédula real ordenándole al obispo de Guadalajara, Diego Rodríguez de Rivas y Velasco, que informara acerca del sitio donde convendría fundar la Universidad, el costo de la obra del edificio y de dónde se podría financiar la dotación de las cátedras. Se desconocen las circunstancias por las cuales el obispo no rindió el informe requerido.

Gestiones ante la Corte Real

Para 1762 el Ayuntamiento envió a la Corte como su apoderado al licenciado Tomás Ortiz de Landazuri, con el encargo de gestionar la fundación de la Universidad, de la casa de moneda y del establecimiento de comercio con el Reino de Guatemala, quien informaba

que el rey había calificado por justos, convenientes y necesarios los tres asuntos de su comisión [... y] recomendaba al Ayuntamiento de Guadalajara que el gobernador trabajara junto con el obispo para proponerle al rey los medios seguros para conseguir las mencionadas fundaciones.16

El 15 de julio de 1762 el Ayuntamiento de Guadalajara, con el fin de obtener los recursos necesarios para continuar las gestiones en Madrid, para lograr la fundación de la Universidad, la casa de moneda y el comercio con Guatemala, acordó pedir ayuda a los demás ayuntamientos de las ciudades, villas y lugares principales de la Nueva Galicia, lo cual solicitó a la Real Audiencia, la que respondió que dicho Ayuntamiento debería justificar su petición a través de su estado de cuentas.

Se agrava la situación educativa en Guadalajara

Para 1767, con la expulsión de la Compañía de Jesús y las consecuentes clausuras de los colegios de San Juan Bautista y de Santo Tomás, creció el imperativo del establecimiento de una universidad, y se presentaba una oportunidad única para justificarla.

Hacia 1772 los padres del Oratorio de San Felipe Neri, con la licencia de la Real Audiencia de Guadalajara, intentaron sustituir a los jesuitas en sus funciones educativas, y abrieron inicialmente estudios gratuitos de rudimentos de Latinidad. Pero el rey Carlos III por cédula del 3 de noviembre de 1774, ordenó suspenderlos “por ser así mi voluntad”.17


Referencias
  1. Castañeda, La educación en Guadalajara…, p. 159. ↩︎

  2. Primer Censo de Población de la Nueva España. 1790. Censo de Revillagigedo. Un censo condenado, México, Secretaría de Programación y Presupuesto. Dirección General de Estadística, 1977, p. 106. ↩︎

  3. José Menéndez Valdés, Descripción y Censo General de la Intendencia de Guadalajara. 1789-1793, estudio preliminar de Ramón María Serrera, Guadalajara, Unidad Editorial del Gobierno del Estado de Jalisco, 1980, p. 161. ↩︎

  4. Doroty Tanck de Estrada, “Aspectos políticos de la intervención de Carlos III en la Universidad de México”, Historia Mexicana, Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México, vol. xxxviii, octubre-diciembre de 1988, núm. 2, p. 181. ↩︎

  5. Palomera, op. cit., p. 108. ↩︎

  6. Jacques Lafaye, Quetzalcóatl y Guadalupe. La formación de la conciencia nacional en México, México, fce, 1983, pp. 158-159. ↩︎

  7. Castañeda, La educación en Guadalajara…, p. 147. ↩︎

  8. Lafaye, op. cit., pp.160 -161. ↩︎

  9. José Ignacio Dávila Garibi. Apuntes para la historia de la Iglesia en Guadalajara, tomo ii, México, Cvltvra, 1961, p. 785. ↩︎

  10. José Montes de Oca y Silva, Historia de la Facultad de Derecho de Guadalajara, Guadalajara, Cuadernos Universitarios, 1953, p. 15. ↩︎

  11. Tomás de Híjar, “El Seminario de Guadalajara y la Universidad de Guadalajara”, Apóstol, Guadalajara, Seminario de Guadalajara, año xvii, época iv, septiembre-octubre de 1997, núm. 104, pp. 15-17. ↩︎

  12. Dávila, op. cit., pp. 744-745. ↩︎

  13. Tomás de Híjar, “El Seminario de Guadalajara luego de la muerte de su Fundador”, Apóstol, Guadalajara, Seminario de Guadalajara, núm. 105, iv época, noviembre-diciembre de 1997, pp. 18-19. ↩︎

  14. Matías de la Mota Padilla, Historia del Reino de Nueva Galicia en la América Septentrional, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, Instituto Jalisciense de Antropología e Historia, 1973, p. 428. ↩︎

  15. Luis M. Rivera (comp.), Documentos fundatorios de la Universidad de Guadalajara, Guadalajara, Unidad Editorial del Gobierno del Estado de Jalisco, 1989, pp. 2-3. ↩︎

  16. Castañeda, La educación en Guadalajara…, p. 173. ↩︎

  17. José Cornejo Franco, “Documentos referentes a la fundación, extinción y restablecimiento de la Universidad de Guadalajara”, Obras completas, tomo i, Guadalajara, Gobierno del Estado de Jalisco, Departamento de Bellas Artes, 1979, p. 205. ↩︎