Los primeros universitarios


Aun cuando la vida de la Real Universidad de Guadalajara fue más bien efímera, solamente tres décadas fueron suficientes para que de sus aulas egresaran profesionistas que influyeron de forma muy determinante, tanto en los destinos del naciente estado de Jalisco, como en los de la incipiente nación mexicana, e incluso algunos llegaron a adquirir relieve internacional.

En las Cortes Españolas de Cádiz destacaron José Simeón de Uría, por su apasionada defensa de los derechos raciales de los negros, y José Miguel Gordoa, por la calidad de su oratoria y por sus posiciones conciliatorias entre partidos irreductibles, que lo llevaron a ocupar la presidencia en la sesión final de las Cortes.

En la independencia nacional intervinieron desde su primer promotor Juan Antonio Montenegro y Arias, pasando por las acciones heroicas de José María Mercado de Luna, Pedro Moreno González y Francisco Lorenzo Antonio de Velasco y Palafox, quienes culminaron con el sacrificio de sus vidas, hasta uno de sus máximos detractores, Manuel Abad y Queipo de la Torre. Además, Francisco Severo Maldonado y Ocampo fue el primero en publicar un periódico insurgente, El Despertador Americano.

En el primer Congreso Nacional Constituyente (1823-1824), sus sesiones fueron presididas tanto por el citado José Miguel Gordoa y Barrios, como por José de Jesús Huerta Leal. Y fue artífice de la primera Constitución de los Estados Unidos Mexicanos, Miguel Ramos Arizpe, por lo que se le considera el “Padre del Federalismo Mexicano”.

La primera reforma liberal del país fue impulsada desde la presidencia de la república por Valentín Gómez Farías, a quien por lo tanto se le valora como el “Padre del Liberalismo Nacional”. Igualmente fueron presidentes de la república los egresados José Anastasio Bustamante y Oseguera, José Justo Corro Silva, Melchor Múzquiz y Pedro Vélez y Zúñiga; este último fue uno de los primeros presidentes de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

Fueron de los primeros gobernadores del estado de Jalisco, Juan Nepomuceno Cumplido y Rodríguez y Pedro Támez y Jurado, ambos de tendencia liberal. En tanto, José Francisco Arroyo y Villagómez contribuyó de manera determinante en la elaboración de la primera Constitución Política del Estado de Nuevo León, y lo mismo hizo en el estado de San Luis Potosí Manuel María Gorriño y Arduengo.

En la diplomacia nacional, Juan de Dios Cañedo y Zamorano fue uno de sus pioneros. En la jerarquía eclesiástica, Pedro Espinosa y Dávalos fue el primer arzobispo de Guadalajara, Salvador Apodaca y Loreto fue el séptimo obispo de Monterrey, y José Domingo Sánchez Reza fue titular de Macra. José María Bucheli Velázquez se distinguió en el cultivo del Derecho Canónico, y José María Mancilla y Bermúdez en las Matemáticas, y nuevamente hay que mencionar a Francisco Severo Maldonado, considerado el primer mexicano que escribió sobre economía política como ciencia.

Las siguientes biografías, que aparecen en orden alfabético, presentan más en detalle las acciones de los primeros universitarios de Guadalajara.



Abad y Queipo de la Torre, Manuel

En Santa María de Villalpedre, provincia de Asturias, España, nació en 1751. Fue hijo ilegítimo de José Abad, conde de Toreno, y de la señora Josefa de la Torre.

Sus estudios de Derecho Civil y de Derecho Canónico los cursó en la Universidad de Salamanca. Fue ordenado sacerdote, y vino a América con el arzobispo Monroy de Guatemala, quien lo designó promotor fiscal de la Curia del Arzobispado.

En 1738 conoció al obispo fray Antonio de San Miguel, entonces titular del Obispado de Comayagua, quien al ser trasladado en 1784 a la Diócesis de Valladolid de la Nueva España, lo llevó consigo y le otorgó la sacristía mayor de la Villa de León y lo nombró juez de testamentarías, capellanías y obras pías.

Durante sus siguientes veinte años, en el Obispado de Valladolid-Michoacán, y hasta la muerte de fray Antonio de San Miguel en 1804:

[Fueron sus] ocupaciones, intercambios intelectuales, afanes apostólicos y préstamos de capitales, promoción de trabajos y obras materiales llevaron a los dos personajes a identificarse en la acción y en la formulación de principios operativos de proyección liberal y benéfica. Los pensamientos y las ideas de uno, De San Miguel, llegaron a ser presentadas y firmadas por el otro, Abad y Queipo: y los de éste en cierto momento pasaron como los de toda la Curia Diocesana y su obispo.1

De 1784 a 1787, en unión al obispo De San Miguel y al canónigo José Pérez Calama, afrontaron las crisis agrícolas conocidas como el “hambre gorda”, y elaboraron un proyecto creativo para afrontar la escasez de granos, al comprarlos y almacenarlos, para luego venderlos a precios accesibles en el momento preciso. Para ello utilizaron los fondos de las obras pías, lo que constituyó una expresión de la práctica de la “teología política caritativa”.

El 25 de octubre de 1795, el rey Carlos IV y sus ministros afectaron el fuero criminal del clero, al reducir su inmunidad personal. Ante lo cual Abad y Queipo, por encargo del obispo y del Cabildo Eclesiástico, escribió la “Representación sobre la inmunidad personal del clero, reducida por las leyes del nuevo código, en el cual se propuso al Rey el asunto de diferentes leyes, que establecidas, harían la base principal de un gobierno liberal para las Américas y para su metrópoli”.

En el citado documento no sólo pidió el respeto a la inmunidad de los clérigos, sino también formuló un sólido diagnóstico sobre el estado moral y político en que se encontraba la población del Virreinato novohispano en 1799. Propuso ocho leyes, entre las que destacaban la abolición general de tributos a los indios y a las castas; la abolición de infamia de derecho que afectaba a las castas; la división gratuita de todas las tierras realengas, entre indios y castas; la división gratuita de las tierras de las comunidades indígenas, entre los indios de cada pueblo, en propiedad y con dominio pleno; una ley agraria que confiriera a cada pueblo una equivalencia en propiedad en las tierras incultas de los grandes propietarios, por medio de locaciones de veinte y treinta años, en que no se adeudara la alcabala ni alguna otra pensión; y la libre permisión para fábricas de algodón y lana.

El 18 de junio de 1804 falleció fray Antonio de San Miguel, y en diciembre del mismo año el rey dispuso la venta forzosa de los bienes pertenecientes a las obras pías:

La medida se encaminó a que se recogieran y se consignaran a la Corona, en calidad de préstamo, no sólo los bienes raíces sino todo el capital circulante que, como se sabe, tenían en préstamo los labradores y mercaderes de parte de las arcas de las obras piadosas, se prometía en cambio, además de su devolución, un pago de tres por ciento de interés sobre la cantidad del préstamo forzoso.2

Esta medida era consecuencia de la economía de guerra, que venía aplicando el ministro de estado Manuel Godoy. Así se venían emitiendo los vales reales, o títulos de deuda pública, respaldados por los fondos piadosos de América y Filipinas, que en la práctica provocaban la descapitalización de los dominios de ultramar.

Abad y Queipo escribió de nuevo una “Representación a nombre de los labradores y comerciantes de Valladolid de Michoacán, en que se demuestra con claridad los gravísimos inconvenientes de que se ejecute en América la Real Cédula del 26 de diciembre de 1804, sobre enajenación de bienes raíces y cobro de capitales de capellanías y obras pías, para la consolidación de vales”.

Al comienzo de 1805, presentó solicitud ante la Real Universidad de Guadalajara para recibir los grados mayores. El 19 de marzo presentó acto de repetición; el 23 del mismo mes sustentó el acto de quodlibetos y el examen de noche triste, y fue aprobado nemine discrepante. Al día siguiente se le confirió el grado de licenciado en Cánones; y el 27 del citado marzo disputó la cuestión doctoral y recibió el grado de doctor. Fue su padrino el canónigo doctoral de la Catedral de Valladolid, doctor Manuel de la Bárcena.

Ya con los grados universitarios, se opuso a la canonjía penitenciaria de la Catedral de Valladolid, la cual ganó. Pero debido a la ilegitimidad de su nacimiento, viajó a España para obtener las dispensas del caso, y poder así ocupar el beneficio canonical.

En Madrid obtuvo las referidas dispensas, y a principios de 1807 solicitó inútilmente una audiencia con el ministro Manuel Godoy, para pedirle la abrogación de la real cédula de diciembre de 1804. Tan sólo lo recibió Manuel Sixtos Espinosa, quien le pidió sus argumentaciones por escrito, lo cual hizo en el “Escrito presentado a don Manuel Sixtos y Espinosa, del Consejo de Estado y director único del Príncipe de la paz [título de Godoy] en asuntos de Real Audiencia dirigido a fin de que se suspendiéndose en las Américas la Real Cédula del 26 de diciembre de 1804, sobre enajenación de bienes raíces y cobro de capitales píos para la consolidación de vales”. Era de esperarse que sus propuestas no fueran atendidas.

Enseguida viajó a la Francia bonapartista, y desde Cádiz escribió la “Proclama a los franceses, en que se les hacer ver la chocante contradicción entre sus doctrinas [liberales] y su conducta servil que sufre el despotismo feroz de Bonaparte y se describe el carácter de este monstruo”.

De regreso en la Nueva España, tomó posesión de la canonjía penitenciaria de la Catedral de Valladolid. El 16 de marzo de 1809 escribió al virrey Pedro Garibay, exponiéndole la necesidad de aumentar la fuerza militar, para mantener la tranquilidad y evitar una eventual invasión francesa.

En julio de 1809, el Cabildo Eclesiástico en sede vacante lo eligió gobernador de la Mitra y vicario capitular de la Diócesis. La Regencia en ausencia del rey lo presentó como obispo electo el 12 de mayo de 1810, y como tal actuó.

La posición de Abad y Queipo, “amigo íntimo” –según Castillo Ledón– del cura Miguel Hidalgo, al frente de un alto clero decididamente a favor de la independencia de la Nueva España, dio como consecuencia que “el 6 de septiembre de 1809, se comenzaron a reunir los canónigos del Cabildo de Valladolid. Ahí se inició el desarrollo de la parte intelectual de la gran obra de la Independencia. Podría decirse que Abad y Queipo fue el principal motor intelectual de esas reuniones [...]”.3

Sin embargo, ante la tumultuaria insurrección de Hidalgo y a pesar de sus convicciones liberales, el 24 de septiembre de 1810 publicó el edicto de excomunión contra el cura de Dolores y sus seguidores, al cual tituló Omne regnum in se divisum desolabitur.

La excomunión no arredró a Hidalgo, quien llegó a ser considerado el mejor teólogo de la Diócesis, y sabía perfectamente que “Queipo no podía excomulgar como [obispo] electo porque no lo era. La Regencia no gozó de las prerrogativas concedidas por Roma a los reyes de España. Así lo hizo saber, precisamente en ocasión del caso del [mismo nombramiento] de Queipo”.4

Abad y Queipo organizó en Valladolid la resistencia a los insurgentes, fundió varias piezas de artillería, incluso con el metal de la esquila mayor de la Catedral. Pero ante la aprehensión del intendente Merino, decidió huir a la Ciudad de México.

En cuanto las circunstancias militares se lo permitieron, regresó a Valladolid. El 15 de febrero de 1811 escribió una “Carta pastoral sobre las iniquidades y los crímenes cometidos por los insurgentes”.

Durante 1814 debatió acaloradamente con el doctor José María Cos sobre su autoridad episcopal, la cual éste consideraba inválida por derivar de la Regencia. Entonces Abad y Queipo lo declaró hereje. En ese mismo año, le escribió al virrey Félix María Calleja, proponiéndole una política integradora, generalizando la alternancia en los cargos públicos entre criollos y peninsulares, y la igualdad de derechos a criollos e indios con los peninsulares, pero ya eran “sugerencias muy tardías, superadas por los acontecimientos. Eran más concretas sus demandas de tropas para asegurar la pacificación y la conservación de las Américas”.5

Al frente del Obispado michoacano costeó la introducción de la vacuna antiviruela, promovió la modernización de la enseñanza y fomentó la agricultura y la ganadería.

A inicios de 1815 recibió la orden del rey Fernando VII de presentarse en España para comunicar del estado de la revolución. En la Corte, el rey quedó muy satisfecho de sus informes y lo nombró ministro de Gracia y Justicia, pero a los pocos días de su nombramiento fue destituido por la causa secreta que le seguía la Inquisición por sus ideas liberales, y por leer libros prohibidos. Fue detenido con violencia y se opuso con el argumento de que como obispo sólo reconocía la autoridad papal.

Estuvo durante dos meses en las cárceles inquisitoriales. Tras su liberación siguió residiendo en Madrid. Al triunfar los liberales en 1820, se le nombró miembro de la Junta Provisional para vigilar al rey, quien entonces lo nombró obispo de Lérida; sin embargo, “[…] aquel monarca con la conducta doble y falaz que siguió toda su vida, al mismo tiempo que daba obispados a Queipo y a otros liberales, encargaba secretamente al pontífice que no les expidiese las bulas”.6

Luego fue electo diputado por Asturias, pero su sordera le impidió participar en las Cortes.

En 1823, con el nuevo triunfo absolutista, se le procesó por haber integrado la Junta Provisional. Y en julio de 1825 se le sentenció a seis años de reclusión en el Convento franciscano de San Antonio de la Cabrera, situado en el camino de Madrid a Burgos, donde falleció el 25 de septiembre del citado 1825.

El aprecio que se tenía por sus escritos fue notorio, y en 1813 fueron publicados en un volumen; en 1837 José Luis Mora los reimprimió en París, y Lucas Alamán publicó su Testamento político de 1815 en el apéndice del tomo iv de su Historia de México.

Juicios y testimonios

Joaquín García Icazbalceta: “[Sus escritos] muestran bastante conocimiento del país en que vivía, abundan en importantes datos estadísticos, tan difíciles de adquirir en aquella época; manifiestan el claro entendimiento del autor y sus buenos deseos y agradan por su estilo fácil y correcto. A la par de eso, nos hacer ver que el autor estaba íntimamente convencido de lo que asentaba y de la eficacia de los medios que proponía, mezclado todo con ciertas dosis de amor propio y confianza en la exactitud de su modo de ver las cosas. Si hubiese alcanzado en edad más temprana la época turbulenta de 1820 a 23, hubiera figurado entre los primeros de su propia patria; sus muchos años sólo le permitieron tomar la parte necesaria para ser víctima de la reacción; pero tal como fue, permanece siempre ocupando un lugar distinguido en la historia de nuestro país”.


Jacques Lafaye: “Era bastante clarividente en lo que concierne a los males de la Nueva España y menos lúcido en cuanto a los remedios que todavía podían aplicarse”.


Heriberto Moreno García: “Tal vez por su carácter clerical y por recordársele más como el excomulgador de los insurgentes que como el heraldo del liberalismo mexicano, los autores de obras de historia y los actores de la política nacionalista, poco a poco lo fueron relegando al avanzar el siglo xix. Todavía en la actualidad, más de algún prestigiado historiador vuelve a ver en él más sus defectos personales que sus aportaciones ideológicas al liberalismo mexicano […] Por lo menos durante el siglo xix, el liberalismo mexicano recibió luz e inspiración [de él] para argumentar en contra de cualquier manifestación de la propiedad comunal […] y concurrieron –junto con Jovellanos– a hacer de la pequeña y mediana propiedad y de la libertad y racionalidad en la gestión de la empresa agrícola, la mancuerna de ideales políticos, cívicos y económicos más decantados por todo demócrata mexicano”.

Apodaca y Loreto, Salvador

Nació en Guadalajara, capital del Reino de la Nueva Galicia, el 25 diciembre de 1769. Fueron sus padres los señores Joaquín Eustaquio de Apodaca y Rafaela Loreto y Pérez.

Estudió Latín y realizó el Curso de Artes –el cual concluyó en 1792– bajo la conducción del doctor José Simeón de Uría, en el Seminario Conciliar de Guadalajara.

Tras recibir el grado de bachiller en Artes se matriculó en la Facultad de Teología de la Real Universidad de Guadalajara, donde recibió el grado de licenciado en Teología el 14 de febrero de 1799, y la borla doctoral el 3 de marzo inmediato.

Dado que la sede episcopal tapatía se hallaba vacante por el fallecimiento de fray Antonio Alcalde, viajó a Durango para recibir la ordenación sacerdotal el 27 de abril de 1794, de manos del obispo Lorenzo de Tristán.

Su primer destino sacerdotal fue como vicario del Curato del Real y Minas de Mazapil, Zacatecas, y luego de dos años de ministerio regresó a su ciudad natal, al ser nombrado primer maestro de ceremonias de la Catedral, al mismo tiempo que fungió de vicario en la Parroquia del Sagrario.

De 1800 a 1838 fue cura de Zapotitlán, donde estableció la primera escuela del pueblo, luego fue trasladado con el mismo oficio a Tuxcacuesco, de ahí a Mascota y finalmente el 11 de diciembre de 1818 tomó posesión de la Parroquia de Sayula, ahí reparó el templo parroquial y el de San Roque. Su labor benemérita fue sintetizada así por el Libro de gobierno de Sayula:

Reparó la cañería que conducía el agua a la población y por último cedió a la fábrica de la parroquia $14,800.00 que se le debían […] puso en práctica que los domingos los niños visitaran a los presos; hizo el bien sin ostentación de ninguna especie; vivía como el más pobre de sus feligreses, comía frugalmente y todo lo que reunía de limosnas lo entregaba a los pobres.7

Y también administró el sacramento de la confirmación por mandato pontificio, ante la ausencia del obispo en la región.

El 2 de mayo de 1838 ingresó al Cabildo Eclesiástico como prebendado, por lo que regresó a Guadalajara. En el Seminario Conciliar impartió la cátedra de Teología Moral, cuya dotación cedió a la institución, y a partir del 25 de junio de 1841, al tomar posesión de la canonjía lectoral que había ganado por oposición, dio la cátedra de Teología Expositiva, la cual era concurrente con su nueva responsabilidad.

Sobre su estilo magisterial, Agustín Rivera recuerda:

Durante más de un año traté diariamente al señor Apodaca siendo canónigo, porque todos los días se sentaba un rato a la puerta de su cátedra [...] y platicaba con estudiantes de diversas edades y cátedras, de los cuales don Cesáreo L. González lo proveía diariamente de cigarrillos, pues ni esto tenía aquel hombre tan desprendido del dinero.8

El 29 de enero de 1843, a propuesta del gobierno de la república, el papa Gregorio XVI lo designó obispo de Linares y el 24 de septiembre inmediato recibió la consagración episcopal, sobre la cual escribe el citado Agustín Rivera: “Asistí de manto y beca como acólito a la consagración del señor Apodaca, quien cuando comenzó la ceremonia empezó a llorar, y el consagrante el señor [Diego] Aranda le dijo con voz fuerte: ‘¡Valor!, ¡Valor!’”.9

Un mes después de su consagración episcopal partió hacia Linares. El largo viaje de 250 leguas lo realizó a lomo de mula y acompañado sólo de un ayudante.

El 11 de enero de 1844 llegó a su sede episcopal y fue recibido por la población con grandes muestras de entusiasmo, a la cual correspondió sirviéndola con humildad, con el lema “todo para todos”.

Pero debido a las inclemencias del clima y a la austeridad de vida que practicaba, enfermó muy pronto de gravedad y falleció el 15 de julio inmediato, y fue inhumado en la Catedral.

En su honor se le cambió el nombre de la hacienda de San Francisco por el de Apodaca.

Juicios y testimonios

Juan Suárez y Navarro: “La vida del señor Apodaca es de aquellas que debía darse a conocer en todos sus pormenores, pues como se ve por los pequeños rasgos, que por su piedad y virtud han sido considerados por la Iglesia dignos de ser venerados en los altares. Dotado el señor Apodaca de un talento poco común, y profundamente instruido en las ciencias eclesiásticas, a cuyos estudios dedicaba siempre el tiempo que le dejaban libre sus altos deberes, sus producciones y escritos deben haber sido dignos de ocupar un lugar distinguido en las bibliotecas de todos los católicos. La serie casi innumerable de sermones que predicó en su larga carrera de cura, formarían probablemente un cuerpo de doctrina propio para la lectura de las familias; más hasta ahora permanecen inéditos, como ha sucedido con la mayor parte de las producciones de nuestros sabios”.

Arroyo y Villagómez, José Francisco

Nació en el mineral de San Sebastián, Reino de la Nueva Galicia, en 1775. Fue hijo de los señores Mariano Arroyo de Anda y de Margarita Villagómez Gutiérrez de Hermosillo.

A los doce años se trasladó a Guadalajara y se matriculó en el Seminario Conciliar donde cursó Latinidad y realizó el Curso de Artes, el cual concluyó en 1794 bajo la conducción del doctor José María Hidalgo. Por su aplicación en los estudios ganó una beca de honor y siguió con los cursos de Teología, y en 1797 el obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas le confirió la ordenación sacerdotal. Luego fue catedrático de Historia Eclesiástica y Elocuencia Sagrada en el Seminario Conciliar.

En 1799 el obispo de Sonora, Francisco de Rousset, lo invitó a su obispado en calidad de su secretario. Ahí se dedicó a trabajar entre los tarahumaras durante cinco años y fungió como examinador sinodal.

Durante un mes regresó a Guadalajara para obtener en la Real Universidad los grados mayores de licenciado en Teología, el 24 de abril de 1801, y el de doctor el 15 de mayo inmediato. En noviembre de 1802 volvió a radicar nuevamente en Guadalajara.

Se desempeñó como capellán del obispo Ruiz de Cabañas, de 1805 a 1815 fue rector del Colegio Clerical para el cual redactó el reglamento. De 1805 a 1807 fue vicario de la Parroquia del Sagrario, y de 1807 a 1815 atendió el Santuario de Guadalupe en calidad de cura interino, donde organizó un plan de caridad para las víctimas pobres de la epidemia de 1814 y estableció un dispensario para la aplicación de la vacuna antiviruela. De 1815 a 1819 fue cura propietario de Tlaltenango, donde también promovió la vacunación antiviruela de los niños.

En 1819 obtuvo por oposición la canonjía lectoral de la Catedral de Monterrey, la cual desempeñó hasta el 8 de julio de 1831, en que ascendió a la dignidad de maestrescuelas.

Durante su estancia en Monterrey promovió la fundación de la Casa de Beneficencia, de la que fue síndico procurador y capellán; fue además confesor del Seminario, examinador sinodal, juez hacedor, gobernador de la Mitra y miembro de la Junta de Censura Eclesiástica.

De 1820 a 1821 fue diputado por Guadalajara a las Cortes de la monarquía española, “en las que se mostró inclinado a la Independencia de la niña América”.10

Fue diputado del Congreso del Estado de Nuevo León durante cinco legislaturas, y firmó la primera Constitución Política de dicha entidad federativa. Su trabajo fue muy apreciado, como lo demuestra la carta de recomendación que le escribió el gobernador de Nuevo León, Joaquín García, a su homólogo jalisciense.

De regreso a Guadalajara presentó examen de oposición a la canonjía penitenciaria de la Catedral, la cual obtuvo el 1° de mayo de 1832, y se desempeñó como tal hasta el 16 de abril de 1837, en que ascendió a la dignidad de canónigo maestrescuelas, y en consecuencia ocupó el oficio de cancelario de la Universidad Nacional de Guadalajara, en la cual también fue catedrático de Teología.

Del 16 de enero de 1841 al 9 de mayo de 1845 fue canónigo chantre, y de esta última fecha hasta su fallecimiento fue arcediano.

Además se desempeñó como gobernador de la Mitra de Guadalajara, capellán de las monjas capuchinas y catedrático de Religión y Filosofía Moral, en el Colegio de San Juan Bautista.

Se le distinguió al ser postulado por varios cabildos eclesiásticos para ocupar las mitras de Guadalajara, Durango y Sonora. El Banco de Avío lo nombró su corresponsal en Monterrey; se le dio el título de caballero supernumerario de la Orden de Guadalupe, y el gobierno de Jalisco lo designó catedrático benemérito del Colegio de San Juan Bautista, el cual contribuyó a restaurar, y por recomendación de la Junta que regía dicho establecimiento, en 1843 impartió conferencias sobre temas de religión y moral.

Su biógrafo, Juan Bautista Iguíniz, señala que fue un gran apasionado del estudio, como lo demuestra la gran biblioteca que poseía y cuyos saldos pasaron a la Biblioteca Pública del Estado de Jalisco. Y el haber tomado clases de italiano ya en su ancianidad, con fray Manuel Nájera de San Juan Crisóstomo.

En cuanto a sus virtudes morales, Agustín Rivera escribe:

Cuando el doctor [Francisco Severo] Maldonado estaba de muerte, algunos le propusieron traerle para que se confesara a un padrecito muy rezador, confesador y predicador, y el Doctor contestó: “No, no: quiero hacer mi confesión con un amigo: que venga Pancho Arroyo”: su antiguo condiscípulo el sabio y santo señor doctor don José Francisco Arroyo, de quien recibió los últimos sacramentos.11

Escribió y publicó: El cura interino de Santa María de Guadalupe a sus feligreses en el solemne juramento de la Constitución (1813); Dictamen del Señor Doctor Don Francisco Arroyo sobre una consulta del Jefe Político de Monterrey (1824); Dudas que se proponen al autor del suplemento el Águila Mexicana número 24 año 4º sobre el gobierno de la Iglesia y facultades del Romano Pontífice (1826); Discurso que pronunció en la Honorable Asamblea del Estado de Nuevo León de que es Diputado, al discutirse en ella el proyecto presentado al Honorable Congreso de Zacatecas por su Diputado el Señor Gómez Huerta (1827); Discurso del Señor Doctor Don José Francisco Arroyo por Monterrey, rebatiendo las proposiciones de Ciudadano Gómez Huerta (1827); Segundo discurso que pronunció el Señor Doctor Don José Francisco Arroyo en la Honorable Asamblea del Estado de Nuevo León, de que es Diputado, al discutirse en ella el proyecto presentado al Honorable Congreso de Zacatecas por su Diputado el Señor Gómez Huerta (1827); Tercer Discurso del Señor Doctor José Francisco Arroyo sobre las proposiciones del Ciudadano Gómez Huerta (1827); Apuntamientos, sobre concordato y patronato para servir a la Historia de México (1827); Modo de analizar la cuestión sobre Patronato y sus fundamentos (1827); Razones y motivos de su opinión contraria al proyecto de junta de diezmos de Nuevo León dan, conforme al artículo 113 de la Constitución del Estado, los cuatro Diputados que disintieron de la opinión de los otros seis, para los efectos que en dicho artículo se expresan (1827); Relación de méritos del Doctor Don José Francisco Arroyo. Maestrescuelas Dignidad de la Santa Iglesia Catedral de Monterrey (1832); Respuesta al papel intitulado: Allá van esas verdades y tope en lo que topare: y defensa de los bienes eclesiásticos (1837); Discurso que en la apertura de las conferencias de Religión y Filosofía Moral del Colegio de San Juan Bautista de Guadalajara, leyó el encargado de este ramo de instrucción (1843); Circular del Gobierno Eclesiástico de la Diócesis de Guadalajara con ocasión del decreto número 48 de la Honorable Legislatura del Estado, sobre cementerios (1847); y Circular ordenando un triduo a Nuestra Señora de Guadalupe por las necesidades de la época (1847).

Falleció en Guadalajara el 5 noviembre de 1847, y fue inhumado en el cementerio de San Francisco; años más tarde sus restos fueron trasladados a la Iglesia del Convento de las Capuchinas.

El 31 de mayo de 1851, el Congreso del Estado de Nuevo León impuso su nombre al Departamento y cabecera de la Villa de la Purísima, el cual conserva hasta nuestros días.

Blasco y Navarro, Tomás Antonio

Nació en Zaragoza, España, en 1730, al parecer desde muy pequeño sus padres lo trajeron a la capital de la Nueva España.

A sus dieciséis años ingresó al Convento de los Predicadores en la Ciudad de México, donde cursó Latinidad, Filosofía y Teología. Tras su ordenación sacerdotal se desempeñó como maestro lector de los cursos de Artes en el convento de su orden de Porta Coeli; y luego fue enviado al Convento de Santo Domingo de Guadalajara.

De acuerdo con la Real Cédula de Fundación de la Real Universidad de Guadalajara, las órdenes monásticas de San Francisco y de Santo Domingo de la ciudad aportarían un catedrático respectivamente, para servir gratuitamente dos cátedras teológicas, a cambio de que dichos catedráticos se graduaran graciosamente como doctores. Este fue el caso de fray Tomás, quien el 25 de octubre y el 16 de noviembre de 1806, respectivamente, recibió los grados de licenciado y doctor en Teología en la Real Universidad, incorporándose como catedrático en Teología Escolástica de Santo Tomás de Aquino. Durante su estancia en la Universidad participó de manera muy activa en los Claustros y en las comisiones universitarias.

Dado su nacimiento de español peninsular, fue un duro detractor del movimiento insurgente del cura Miguel Hidalgo, así lo demuestra su obra poética, muy severa, que tituló Canción Elegíaca sobre los desastres que ha causado en el Reyno [sic] de Nueva Galicia, señaladamente en su Capital Guadalaxara, la revelión [sic] del apóstata Sr. Miguel Hidalgo y Costilla, capataz de la gavilla de Insurgentes, cura que fue del pueblo de la Congregación de los Dolores en la Diócesis de Michoacán, compuesta por el R. P. F. Tomás Blasco del Orden de Predicadores presentado en sagrada teología. Doctor de la Real Universidad de Guadalaxara. Catedrático en ella del Angélico Dr. Santo Tomas y Examinador Synodal de este Obispado, impresa en Guadalajara por orden superior en 1811, y reeditada en la Oficina de Arizpe de México.

Con el mismo entusiasmo que condenó el movimiento de Hidalgo, apoyó una década después la consumación de la independencia. Así, en la sesión del Claustro de Doctores de la Real Universidad de Guadalajara del 21 de junio de 1821, se ofreció para componer poemas en las fiestas alusivas de la ciudad por tal motivo, lo cual le fue aceptado.

Su loa poética que escribió al Ejército de las Tres Garantías, con el fin de solemnizar la proclamación de la independencia en la Nueva Galicia, se tituló “La Independencia”, la cual fue incluida en el Diccionario de insurgentes de José María Miquel i Vergés, porque “a pesar del vulgarismo, esta poesía debe colocarse entre los primeros cantos poéticos que inspiraron la Independencia”.12

Otros de sus escritos publicados fueron: Illmi. Melchoris Cano de Locis, Theologicis, aureum, opus, cum, pelerisque, aliis assertionibum auspice. Deo publico, offert, certami…, México (1793); Sermón gratulatorio, que en la solemne Jura de Ntra. Sra. de Zapopan por Patrona y Generala de las Tropas de Nueva Galicia celebrada en la Santa Iglesia Catedral el día 15 de septiembre de 1821, dijo el M. R. P. Fr. ..., impreso en la oficina de don Mariano Rodríguez (1821); Sermón gratulatorio que en la función celebrada en la Santa Iglesia Catedral de Guadalajara para dar gracias al Altísimo por la feliz y triunfante entrada de nuestro inmortal héroe don Agustín de Iturbide en la corte del nuevo Imperio Mexicano, pronunció el día 28 de octubre de 1821, el M. R. P. Fr...., impreso por don Urbano Sanromán (1821); y la Disertación apologética del devoto baile que comúnmente se practica en obsequio del glorioso taumaturgo San Gonzalo de Amarante, compuesta por el M. R. P. Fr. ... impresa por el anterior editor (1822).

A la par de su vida conventual y su magisterio universitario, fue examinador sinodal del clero de Guadalajara, y miembro de la Sociedad Patriótica que solemnizó en la ciudad la independencia de México.

Sobre su fallecimiento no se tienen datos precisos, sus biógrafos se limitan a indicar que ocurrió tras la publicación de su última disertación apologética (¿1822?). Y no hay que olvidar que el Convento de Santo Domingo de Guadalajara fue totalmente destruido durante la Guerra de Reforma, con lo cual se perdieron los archivos y muy probablemente también sus restos mortales.

Bucheli y Velásquez, José María

Nació en la Villa de Santa María de los Lagos, del Reino de la Nueva Galicia, el 2 de enero de 1754. Fueron sus padres los señores Bartolomé Bucheli y Juana Velázquez. Su padre era natural del Marquesado de Final en Génova y naturalizado español, y ocupó los cargos de alcalde mayor de Lagos y de Charcas, y de corregidor de Cuquío.

Durante cinco años y medio cursó Latín, Retórica y Filosofía en el Seminario Conciliar de Guadalajara. Obtuvo el primer lugar de su grupo, y se desempeñó brillantemente en algunas funciones literarias.

Pasó a la Ciudad de México, donde se matriculó en el Colegio de San Ildefonso para cursar Cánones. Ahí también logró los primeros lugares y sostuvo acto mayor y menor de Jurisprudencia, y obtuvo el grado de bachiller en Cánones.

En 1799 fue invitado por el primer obispo de Linares, Antonio de Jesús Salcedón, a pasar a esa ciudad, en calidad de prosecretario. Pero ante el casi inmediato fallecimiento del prelado Salcedón, regresó a Guadalajara, donde el obispo fray Antonio Alcalde lo ordenó sacerdote en septiembre de 1780. Luego presentó examen ante la Real Audiencia de Guadalajara, la cual le expidió el título de abogado, el 23 de diciembre inmediato.

Su biógrafo, Alberto Santoscoy, supone que regresó a Linares. En 1783 la Real Audiencia de México también le expidió título de abogado.

En 1789 retornó nuevamente a Guadalajara, donde fue nombrado promotor fiscal de la Curia Diocesana.

El 3 de noviembre de 1792 tomó posesión como primer catedrático de Cánones de la Real Universidad de Guadalajara, en la cual se convirtió en su primer graduado, al recibir los grados de licenciado y doctor en Cánones el 20 y 28 de abril de 1793, respectivamente.

Muy pronto dejó su cátedra universitaria, y presentó su renuncia el 27 de abril del citado año de 1793, al ser nombrado prebendado del Cabildo de la Colegiata de Nuestra Señora de Guadalupe en la Ciudad de México, de cuya prebenda tomó posesión el 28 de junio inmediato.

Además, en la Ciudad de México fungió como fiscal del Tribunal de la Inquisición, rector del Colegio de Abogados, y ministro del Real y Apostólico Tribunal de la Gracia de Madrid, aunque este cargo ya no lo ocupó debido a la consumación de la independencia de México. En 1811 fue vicario capitular en sede vacante, por el fallecimiento del arzobispo Francisco Javier Lizana.

El emperador Agustín I lo condecoró con el título de capellán honorario de la Corte, y en 1821 lo nombró rector del Colegio de San Ildefonso, cargo al cual renunció “por sus muchas atenciones, y acaso según se asegura, por la variación del traje antiguo en el uniforme que le decretó el gobierno imperial”.13

También fue juez de testamentos, capellanías y obras pías del Arzobispado de México. Además de provisor, vicario general y gobernador de la Mitra desde 1821, concediéndole el papa León XII la facultad de administrar confirmaciones por la falta de obispos.

Del Cabildo de la Colegiata de Guadalupe pasó al Cabildo de la Catedral de México, en 1831 ascendió a la dignidad de arcediano, luego llegó a deán o presidente de la corporación, y como tal mantuvo muy serias dificultades con el presidente de la república Valentín Gómez Farías, con motivo de las reformas de 1833, que afectaron el estatus jurídico de la Iglesia. Y también le correspondió administrar los últimos sacramentos al presidente de la república, Miguel Barragán.

Falleció el 7 de abril de 1837 en la Ciudad de México.

En el Colegio de San Ildefonso se develó una pintura con su imagen en el aula mayor.

Bustamante y Oseguera, José Anastasio

Nació en Jiquilpan, poblado del Reino de Michoacán, el 27 de junio de 1780. Fueron sus padres los señores José Ruiz de Bustamante y Francisca Oseguera, ambos criollos de modestos recursos económicos.

En Tamazula y en Zapotlán el Grande cursó sus primeras letras. A sus quince años se trasladó a Guadalajara para matricularse en el Seminario Conciliar, donde estudió Latín y el Curso de Artes, el cual concluyó en 1800.

El 14 de noviembre de 1801 ingresó a la Real Universidad de Guadalajara, inscribiéndose al primer curso de Medicina, el cual probó haber ganado el 4 de septiembre de 1802, tras haber asistido a las cátedras de Prima y de Vísperas de Medicina.

Sus estudios profesionales continuaron en la Real y Pontificia Universidad de México, terminó su carrera el 1° de octubre de 1806, y dio un examen muy brillante ante los miembros del Protomedicato de México.

En 1807, el Ayuntamiento de San Luis Potosí lo contrató para atender a los enfermos del Hospital de San Juan de Dios y de la Casa de las Recogidas, además de los reos. Su dedicación le fue reconocida al ser nombrado director del Hospital de San Juan de Dios.

En 1808 se integró al cuerpo de voluntarios de San Luis Potosí, y fue nombrado por el general Félix María Calleja, oficial del cuerpo de caballería y médico cirujano del Regimiento de San Luis. Luego participó en las batallas de Aculco, Guanajuato y de Puente de Calderón. También estuvo en el sitio de Cuautla, y recibió la comisión de perseguir al cura José María Morelos. Tras esta acción militar, se le trasladó a las fuerzas que militaban en los alrededores de la capital del Virreinato, y se le otorgó el rango de comandante del destacamento de Tlalnepantla. Y más tarde se le asignaron las regiones de Pachuca-Real del Monte y de los Llanos de Apanco.

En 1815 cubrió la retirada del realista José Barradas. En 1817, como dragón del Príncipe, combatió a los insurgentes Javier Mina y Pedro Moreno, y participó en las tomas de los fuertes del Sombrero y de los Remedios. Luego de ser herido en Comanja y en San Gregorio, fue ascendido de capitán graduado de teniente coronel al grado de coronel, y continuó en el ejército realista hasta 1821.

Se adhirió al Plan de Iguala de Agustín de Iturbide, el cual Bustamante proclamó el 18 de marzo de 1821 en la hacienda de Pantoja, del Valle de Santiago. Días más tarde logró la capitulación pacífica de la ciudad de Guanajuato, en la que entró triunfante; y de inmediato mandó retirar de la Alhóndiga de Granaditas las jaulas que contenían los cráneos de Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez.

En Acámbaro, Agustín de Iturbide lo nombró segundo jefe del movimiento independentista. Luego logró la rendición de Celaya, San Juan del Río y la muy importante de Querétaro. Enseguida participó en el asedio a la capital del Virreinato, y avanzó sobre Arroyo Zarco, donde fue atacado por las tropas realistas a las que derrotó, con lo que contribuyó muy determinantemente en la consumación de la independencia.

Nuevamente Iturbide lo designó miembro de la Junta Provisional Gubernativa, y como tal firmó el Acta de Independencia de México. También fue nombrado mariscal de campo y capitán general de las Provincias Internas de Oriente y Occidente.

Fue miembro de la comisión que instaló el Congreso Constituyente, y participó en la proclamación de Agustín de Iturbide como emperador de la América mexicana. En abril de 1822, por órdenes del emperador, sostuvo la batalla de Xichu en Milpa Alta, en la cual salió triunfante, y con lo que evitó el restablecimiento del régimen virreinal.

Luego de la abdicación del emperador Agustín I, apoyó al mariscal Luis Quintanar para que proclamara el federalismo en Jalisco, por lo cual se le confinó en Acapulco. El presidente de la república Guadalupe Victoria lo rehabilitó, y le volvió a dar el mando de las Provincias Internas, ya para entonces tenía el grado de general de división.

En diciembre de 1828, el Congreso Federal lo eligió vicepresidente de la república al lado del presidente Vicente Guerrero, contra quien se rebeló el 4 de diciembre de 1829, y finalmente logró derrocarlo.

El 1° de enero de 1830 asumió la presidencia de la república con carácter de interino, la cual ejerció hasta el 14 de agosto de 1832.

Durante su mandato presidencial saneó las finanzas públicas; expulsó del país al embajador de Estados Unidos Joel R. Poinsett; enfrentó el intento de reconquista española, que comandó el general Isidro Barradas, a quien derrotó; se fundó el Banco de Avío y se organizó el Archivo General –hoy de la Nación–, y se elevaron los territorios de Sinaloa y Sonora a la categoría de estados federales, entre otras acciones. Queda por resolverse la cuestión de si tuvo que ver, directa o indirectamente, en la muerte del general Vicente Guerrero; los historiadores, según sus tendencias ideológicas, lo absuelven o lo condenan.

Luego enfrentó la rebelión que encabezó el general Antonio López de Santa Anna, y mediante los Convenios de Zavaleta se le desterró en 1833. Al salir de México se estableció en Francia, donde se dedicó a visitar establecimientos militares y hospitalarios.

En diciembre de 1835, ante la guerra de Texas, el presidente José Justo Corro lo invitó a regresar a su país. Y el 17 de abril de 1837, el Congreso lo proclamó presidente de la república bajo el régimen centralista de la Constitución de Las Siete Leyes.

Su gestión presidencial duró hasta 1841, aunque con varias interrupciones, dado que tuvo que participar en varias campañas militares. Durante su segundo mandato presidencial acontecieron: de 1838 a 1839 la llamada Guerra de los Pasteles contra Francia; el general guatemalteco Miguel Gutiérrez invadió Chiapas; se firmaron tratados de cooperación con Baviera y Bélgica; se logró el reconocimiento de la independencia de México por la Santa Sede y España; y se restablecieron las relaciones diplomáticas con Estados Unidos.

El 22 de septiembre de 1841 entregó la presidencia de la república a Javier Echeverría, para ir a combatir a Santa Anna, y nuevamente salió desterrado a Europa, donde permaneció cerca de cinco años.

Ante la crisis militar con Estados Unidos, regresó a México a mediados de 1845. Fue electo diputado y presidente del Congreso, en cuyo carácter exhortó a todos los mexicanos a realizar la defensa del territorio nacional, ante la invasión norteamericana: “La sangre mexicana –dijo– ha comenzado a verterse en una guerra inicua de parte del que la ha provocado, y los valientes que han muerto por la patria, nos enseñan que nada vale la vida si no se sigue el ejemplo que nos han dado los varones esclarecidos de Dolores e Iguala [...]”.14

Fue nombrado general de la expedición que debería cuidar las Californias, pero ante la falta de recursos se vio obligado a retroceder a Guadalajara.

De 1847 a 1852 colaboró en la pacificación del país en Aguascalientes, Guanajuato y la Sierra Gorda.

Finalmente se retiró a residir en San Miguel Allende, donde falleció el 6 de febrero de 1853. Sus restos fueron inhumados en la cripta parroquial del lugar, y “su corazón fue trasladado, como él lo pidió en su testamento, a la capilla de San Felipe de Jesús [de la Catedral] de México, para que reposara al lado de los restos de Agustín de Iturbide, a quien tanto admiró”.15

El gobierno decretó una semana de luto nacional, y en Guadalajara una calle lleva su nombre.

Juicios y testimonios

Socorro Bonilla Rocha: “La vida de este ilustre mexicano, médico de profesión, pero militar y político por vocación, estuvo sujeto siempre a los cambios que experimentaba el país [...] Así, Bustamante cambiaba al mismo tiempo que su patria se iba definiendo; primero fue realista, luego imperialista y por último, republicano convencido. Pero por encima de todo fue un patriota que sirvió a su país en tiempos críticos y desesperados. Eso es lo que cuenta y por ello ocupa un lugar destacado en nuestra historia”.


Madame Calderón de la Barca: “Parece un buen hombre, de rostro benévolo y decente. No puede haber mayor contraste, tanto en la apariencia como en la realidad, que el que existe entre Bustamante y [López de] Santa Anna. No hay esa mirada maliciosa en él, sino que todo es abierto y franco sin reserva […] los que conocen mejor a Bustamante, aun aquellos que le reprochan más su falta de decisión y energía, están de acuerdo en un punto, y es que los verdaderos motivos de su conducta se hallan en su constante y sincero deseo de ahorrar vidas humanas”.


Lorenzo de Zavala: “Los coroneles don Anastasio Bustamante, don Miguel Barragán, don Manuel Gómez Pedraza, don Luis Cortazar, don Agustín de Iturbide... todos hijos del país y alucinados por la causa del rey, como ellos la denominaban, eran las verdaderas columnas del poder español. Su crédito mantenía a los soldados mexicanos en sus filas; peleaban bajo sus órdenes y hacían prodigios de valor contra sus hermanos y los intereses de su patria. No es creíble que estos oficiales mexicanos estuvieran ilustrados sobre los principios de su conducta; una educación puramente militar, lecciones de obediencia pasiva, ausencia de todos los conocimientos sociales, preocupaciones de religión, intereses de familia, hábitos inventados, eran vínculos que no podían romper, obstáculos insuperables. Así se puede explicar aquella obstinación ciega en pelear muchas veces contra sus hermanos, padres y deudos; aquella tenacidad en sostener los derechos de los que oprimían su patria y trataban a sus conciudadanos como esclavos [...] Luego veremos a estos mismos hombres entrar en una carrera más noble, llevando siempre consigo una gran parte de su preocupaciones y sus hábitos; pero dando una dirección opuesta, a su influencia, a su valor y a sus ideas”.

Cano Noreña, José María

Nació en Guadalajara, capital de la Intendencia del mismo nombre, en noviembre de 1787. Sus padres fueron los señores Lorenzo Cano y Josefa Noreña.

En el Seminario Conciliar de San José estudió Latín y el Curso de Artes, al término del cual obtuvo el grado menor de bachiller.

En la Real Universidad de Guadalajara realizó sus estudios profesionales. El 7 de septiembre de 1807 probó haber ganado su primer curso de Medicina; el 28 de 1808, el segundo curso; el 3 de agosto de 1809, el tercero; y el 29 de junio de 1810, el cuarto, tras el cual solicitó los grados mayores.

En 1812, ante la epidemia que afectó a Guadalajara, fue habilitado para ejercer la medicina, aún antes de estar graduado.

El 3 de octubre de 1815, los doctores José Ignacio Otero y José Domingo Cumplido, y el maestro en Artes Juan Nepomuceno Cumplido, atestiguaron conocerlo desde hace varios años, que era español, limpio de mala raza, que ni él ni sus ascendientes eran penitenciados del Santo Oficio, que no fue traidor a la Real Corona y que tenía libros propios de Medicina. El 15 presentó acto de repetición, y tras su disertación latina contestó las réplicas del doctor José María Ilisaliturri y de los bachilleres Gutiérrez y Bustamante; el 16 el cancelario doctor José María Gómez y Villaseñor publicó un edicto, comunicando que pretendía el grado de licenciado, por si alguien con mayor antigüedad quisiera usar el derecho de preferencia; del cual pretendió usar el bachiller José María Gómez de Portugal, y se le comunicó que debería depositar inmediatamente las propinas del grado, como en efecto lo hizo; pero el bachiller Cano demostró que era el más antiguo y la confusión se debía a la ausencia de replicantes de examen y a la enfermedad del cancelario, que no le asignó el día dentro del plazo de diez días que marcan las constituciones.

El 28 de noviembre, tras la misa del Espíritu Santo, se le asignaron los puntos de examen; el 29 leyó durante una hora y cuarto su exposición y contestó las réplicas de los cuatro doctores menos antiguos, siendo aprobado nemine discrepante; al día siguiente recibió el grado mayor de licenciado en Medicina, fue su padrino el presidente de la Real Audiencia, general José de la Cruz. Y finalmente, el 24 de diciembre, tras disputar la cuestión doctoral, recibió las insignias y el grado de doctor en Medicina.

El Protomedicato de la Ciudad de México le otorgó el título de profesor en Medicina el 28 de marzo de 1817.

En 1819 restauró el fluido de la vacuna antiviruela en Guadalajara, que había sido introducida por el obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas. El procedimiento era inocular a un niño con pus encontrada en la pústula que se formaba en otro niño vacunado o en uno infectado, o en las lesiones que se formaban en las ubres de las vacas. Se cuidaba al niño inoculado y se le transportaba al lugar donde se iba a vacunar; posteriormente se inoculaba a otro y así sucesivamente, se debía conservar la vacuna siempre disponible para aplicarla. Y en 1822, el Ayuntamiento de Guadalajara,

al comisionar al regidor Figueroa como encargado de la vacunación había hecho a un lado a una de las personas más comprometidas en esta tarea: al doctor Cano. El Ayuntamiento al dirigirse a don Victoriano Guerrero, administrador del Hospital, y no al médico titular del mismo, y al encargar de la campaña al doctor Figueroa, agravió al doctor Cano. No sabemos quién le hizo grilla al connotado médico; incluso fue acusado por el Ayuntamiento de negarse a colaborar.16

En su defensa argumentó:

A fines del año de mil ochocientos diecinueve, tuve la satisfacción de a costa de muchos sacrificios restaurar la vacuna que estaba perdida en esta capital, sin otro objeto que el bien general del pueblo ¿y podré negarme a suministrar en la Universidad [centro de vacunación] como pretende esa Ilustre Corporación con ese mismo fin? [...]17

Finalmente, el Ayuntamiento de Guadalajara rectificó y le encomendó la aplicación de la vacuna.

Pero ahí no terminaron sus vicisitudes, tuvo que afrontar las campañas antivacuna que se daban por la ignorancia y los temores infundados de la gente, lo que volvió a poner en peligro el fluido de la vacuna, ya que los padres de los niños recibían a los policías “puñal en mano”, para evitar que fueran inoculados para la conservación del fluido, por lo que

[…] el doctor Cano, sugería que el dinero que se gastaba en pagar el alquiler de los coches en que se transportaba a los niños depositarios de la vacuna, a la Universidad se empleara en dar una gratificación a las madres [...] preocupado por extender los beneficios de la vacuna en los pueblos de la Provincia de Guadalajara, hacía saber a las autoridades de la necesidad de autorizar a un pasante al que se le gratificara del Fondo de Propios del Ayuntamiento, con un real por cada niño vacunado.18

Para 1821 ya había sido nombrado regidor del Ayuntamiento, y miembro de la Junta Patriótica, además ejercía como médico del Hospital de Belén.

En 1824, ante la aparición de la fiebre en San Juan de Ocotán, integró la Junta de Sanidad. Por estos años se presentó una epidemia de tuberculosis, ante la cual identificó de inmediato a la miseria como una de sus causas desencadenantes, al señalar que se dejaba ver “[…] sólo en los petates de los miserables y muy poco o nada entre la lana y la pluma de los medianos y de los poderosos [...]”.19

En l827 fue designado catedrático de Fisiología, Patología, Higiene y Medicina Legal, en el Instituto de Ciencias del Estado; en 1839 atendió la cátedra de Fisiología, Higiene y Medicina Legal, en la Universidad Nacional de Guadalajara, en calidad de propietario, y participó muy activamente en los claustros universitarios.

Afectado por una aneurosis y en peligro de perder la vista, solicitó su jubilación al Congreso del Estado de Jalisco, la cual le fue concedida el 28 de enero de 1840.

Falleció en Guadalajara el 27 de septiembre de 1848.

Juicios y testimonios

Gabriel Agraz García de Alba: “Fue el primero, en su ciudad natal de imprimir a los procedimientos quirúrgicos un matiz científico y por el año de 1831, el más destacado cirujano que realizó amputaciones, desarticulaciones, etc.”.


Raúl López Almaraz: “La memoria del doctor Cano ya goza, desde hace mucho tiempo, de un lugar destacado en la historia de la medicina jalisciense”.


Agustín Rivera y Sanromán: Lo considera junto con sus compañeros de estudios, como “Hijos del Galeno y del pseudo escolasticismo y –citando al doctor Manuel Domínguez– unos grandes ignorantes”.

Cañedo y Zamorano, Juan de Dios

Nació en la hacienda del Cabezón, del Reino de la Nueva Galicia, el 17 de enero de 1786.

Fueron sus padres los señores Manuel José Calíxto Cañedo y Jiménez Alcaráz y María Antonia Zamorano de la Vega y Valdés. Su padre había obtenido su fortuna de la explotación de minas en Sinaloa, y adquirió en la Nueva Galicia tres haciendas y una residencia en Guadalajara, constituyendo sus propiedades en mayorazgo. Así, Juan de Dios nació en el clímax del éxito económico de su familia.

Al fallecer su padre en 1793, en vez de dedicarse a la administración de su gran fortuna, ingresó al Seminario Conciliar de Guadalajara, en el cual fueron sus maestros –entre otros– los doctores José de Jesús Huerta y Francisco Severo Maldonado. Su generación se distinguió por haber dado frutos muy destacados, entre ellos dos presidentes de la república y el erudito fray Francisco Frejes, y él recibió la distinción de regente.

Ingresó a la Real Universidad de Guadalajara, donde el 9 de noviembre de 1801 obtuvo el grado de bachiller en Artes; el 14 del mismo mes se matriculó en el primer curso de Leyes, el cual probó haber ganado el 24 de julio de 1802; se matriculó al segundo curso el 18 de octubre del mismo año, el cual probó haberlo ganado el 19 de julio de 1803; pasó al tercer curso el 19 de octubre del mismo año, el cual probó haberlo ganado el 17 de julio de 1804; y finalmente se matriculó al cuarto curso el 19 de octubre del mismo año, el cual aprobó en junio de 1805.

Tras presentar sus exámenes, el 18 de octubre de 1809, la Real Audiencia de Guadalajara le confirió el título de abogado.

Por esos años escribió su Compendio de la Historia de Roma, sobre el cual Francisco Sosa comenta: “Fue recibido con grande estimación, mereciendo especiales elogios el discurso preliminar que revelaba la profundidad de los conocimientos y el claro talento del joven autor”.20

En sus primeros años como profesionista fungió como abogado de la Real Audiencia de Guadalajara, y como tal presidió la comisión que a nombre de la ciudad recibió en enero de 1811 al general Félix María Calleja, tras la derrota insurgente:

Cuenta Pérez Verdía que Cañedo empezó su alocución diciendo: ¡Excelentísimo señor, el Gobierno de Guadalajara...! siendo entonces interrumpido agriamente por Calleja, quien le respondió: ¡Ni soy excelentísimo, ni en Guadalajara hay gobierno! Con lo cual quedó confundido el novel orador.21

Apostilla Ramiro Villaseñor: “No es de extrañar la actitud de ese individuo [Calleja], que sin duda sabía ya que dos hermanos del que lo recibía, habían ayudado a la rebelión, uno con su riqueza y otro con su sangre”.22

Siguió en el ejercicio de la abogacía, y de 1812 a 1813 fue defensor de presos y depositario de las penas de cámara. Probablemente ante los enredos políticos de su familia, pasó a residir a España, y una vez restaurado el régimen constitucional de la monarquía, el 9 de julio de 1820 se decidió que dada la imposibilidad de trasladar de inmediato a los diputados propietarios a Madrid, actuarían los suplentes residentes en Madrid, por lo que actuó como legislador.

Sus intervenciones en las Cortes fueron muy apreciadas. Se distinguió en la defensa de los derechos de los reinos y provincias iberoamericanas, al oponerse a la reducción de la representación de ultramar, luchó porque ésta estuviera en igualdad de condiciones a la peninsular, sostenía la “igualdad absoluta con los peninsulares o separación eterna de la España”, en su “Manifiesto de los americanos que residen en Madrid a las naciones de Europa, y principalmente a la de España, demostrando las razones legales que tienen para no concurrir el día 28 de mayo a elegir diputados que representen los pueblos ultramarinos donde nacieron”.

Durante su estancia en Madrid tradujo el Compendio histórico del Derecho Romano de Dupin. En marzo de 1821 la Provincia de Guadalajara lo eligió diputado a las Cortes para el periodo 1822-1823, pero la independencia de México dejó sin efecto su nombramiento.

Al regresar a su patria fue un entusiasta partidario del emperador Agustín I. En la ceremonia de coronación formó parte de las tres comisiones que debían escoltar al monarca del Palacio a la Catedral Metropolitana, recibir a la emperatriz y del ofrecimiento de ofrendas. Y al abandonar el emperador el constitucionalismo, se le opuso.

Fue electo diputado por Jalisco al Congreso Constituyente de 1823-1824. Se distinguió como un orador insigne, con la ideología de un aristócrata liberal.

El 1° de septiembre de 1824 fue electo senador por Jalisco, desempeñándose como tal hasta 1826. Según Lorenzo de Zavala, trató de

conseguir una ley que proscribiese con penas graves las sociedades secretas masónicas [...] En el fondo tenía razón, y muchos de los iniciados en los clubes pensaban como él, pero temían que se abusase de la credulidad de los unos para hacer triunfar a los otros. Cañedo obraba en esto de buena fe [...]23

En 1827 fue electo diputado federal, y se opuso a la ley que expulsaba a los españoles del territorio mexicano.

El 8 de marzo de 1828 el presidente Guadalupe Victoria lo nombró secretario de Relaciones Interiores y Exteriores; como tal, afrontó la expulsión de los españoles, vigilando que los gobernadores de los estados actuaran adecuadamente; a pesar de su oposición a tal medida, el 7 de mayo envió la iniciativa de ley a la Cámara de Diputados para declarar fuera de la ley a los españoles que regresaran a México.

Tras haber apoyado la candidatura presidencial de Manuel Gómez Pedraza, y con el triunfo del Motín de la Acordada que llevó al poder a los masones de rito yorkino con Vicente Guerrero, renunció a la Secretaría de Relaciones Interiores y Exteriores.

Fue nuevamente electo diputado federal por su estado natal en 1831. Se opuso a que la Cámara le otorgara una espada de honor al general Nicolás Bravo, por haber derrotado las tropas de Vicente Guerrero. El 18 de enero de 1832 causó conmoción su discurso, en el cual cuestionó la legitimidad del gobierno de Anastasio Bustamante y defendió la validez de la elección de Gómez Pedraza, lo cual tuvo tal repercusión al grado de que Carlos María Bustamante consideró que sus discursos eran verdaderamente insufribles.

Para evitar mayores problemas el secretario de Relaciones Exteriores, Lucas Alamán, maniobró para que el 3 de junio de 1832 fuera designado ministro plenipotenciario y enviado extraordinario a las repúblicas del Perú, Chile, Argentina, Bolivia y Paraguay, y al imperio del Brasil. Al día siguiente Cañedo aceptó el cargo, se desconoce si de manera voluntaria.

Para llegar a su misión, el 25 de julio se embarcó en Veracruz, vía Estados Unidos, Panamá, Jamaica y, finalmente, arribó en abril de 1832 a Lima, y presentó sus cartas credenciales al presidente de Perú el 21 de mayo.

Para el 7 de octubre se acreditó como embajador ante el presidente de Chile, Joaquín Prieto. Luego regresó a Lima, donde suscribió un tratado de amistad, comercio y navegación entre Perú y México. También promovió la celebración de una reunión de plenipotenciarios latinoamericanos, para estudiar la problemática de sus países y los medios de soluciones regionales.

Para 1833 nuevamente estuvo en Chile, desde donde escribió el 23 de septiembre una carta a los ministros de Relaciones Exteriores de Argentina y Brasil, comunicándoles el deseo de encontrar la cooperación entre sus naciones e invitándolos a que enviaran agentes diplomáticos a Valparaíso, para discutir futuros tratados, ya que por enfermedad él no podía trasladarse a sus respectivas capitales. Su invitación no fue atendida. Si bien él argumentaba motivos de salud para no trasladarse a las otras capitales iberoamericanas, más bien era la falta de dinero que no recibía de su gobierno, dado que él sostuvo la legación mexicana por más de cuatro años, con sus propios recursos y con préstamos de empresarios de Lima.

Con la instauración del sistema centralista en México, el 27 de octubre de 1835 se decretó el retiro del ministro plenipotenciario, empero, por falta de dinero no pudo regresar a su patria y se vio obligado a permanecer en Lima durante 1836. Ante la incapacidad financiera del gobierno, el 30 de enero de 1837 lo ratificaron en sus cargos. No fue sino hacia mediados de dicho año cuando se le enviaron 5,000 pesos para su regreso, mismos que, dadas las pésimas comunicaciones de entonces, no le llegaron sino hasta enero de 1839. Finalmente el 11 de febrero arribó a Acapulco.

El 23 de abril de 1839 el presidente Antonio López de Santa Anna lo nombró secretario del Interior, ocupando el cargo hasta el 18 de mayo del mismo año. El 27 de julio de 1839 el presidente Bustamante lo designó secretario de Relaciones Exteriores, como tal trabajó en la celebración de tratados diplomáticos con Ecuador, Baviera, Bélgica y la Confederación Helvética.

Del 13 de enero al 9 de febrero, y del 4 de agosto al 14 de septiembre de 1840, suplió las vacantes del secretario del Interior, sin dejar el Ministerio de Relaciones Exteriores. Firmó una iniciativa que reducía la libertad de prensa, y enfrentó una rebelión armada contra el gobierno.

Fue designado presidente del Ayuntamiento de la Ciudad de México, y el 26 de octubre de 1844 el secretario de Relaciones Exteriores le comunicó que se le nombraba ministro plenipotenciario ante la Santa Sede, pero la destitución del presidente Santa Anna dejó sin efecto su nombramiento.

Con el fin de seguir la formación de sus hijos que estudiaban en Filadelfia, en 1845 viajó a Estados Unidos y más tarde a Francia. El 20 de octubre de 1846 el encargado del Ejecutivo, Mariano Salas, lo nombró ministro plenipotenciario y lo envió al Reino Unido e Irlanda, pero él pidió continuar en Francia, disfrutando de su pensión diplomática. El 27 de marzo de 1847 recibió el nombramiento de ministro plenipotenciario y enviado extraordinario ante la Corte de Francia.

Tras cuatro años de ausencia, regresó a México, y fue electo diputado por Jalisco en 1850, y se opuso a la candidatura presidencial del general Mariano Arista.

El 28 de marzo del citado 1850 fue asesinado en el Hotel La Gran Sociedad. Según escribe Alberto Santoscoy: “Mostrándose tan feroces los autores del crimen que le infirieron a su víctima, no menos de treinta y una puñaladas, las más de las cuales rompieron el hueso que tocaron”.24

El móvil del crimen quedó oculto, la policía dijo que fue por robarlo, pero el periódico El Universal lo atribuyó a su oposición al general Arista.

El Congreso de la Unión decretó nueve días de luto nacional. Sus restos fueron sepultados en el cementerio de San Diego en la capital del país, hasta que en 1894 fueron trasladados al cementerio de Santa Paula de Belén, en Guadalajara.

Escribió: Manifiesto a la Nación Española, sobre la representación de las Provincias de Ultramar en las próximas Cortes (1820); Papel que la Diputación Mexicana dirige al excelentísimo señor secretario de Estado y del Despacho de Guerra (1821); Acusación contra el ex ministro de Relaciones don Lucas Alamán, ante el Senado por notorias infracciones de la Constitución Federal (1825); Examen de las facultades de Gobierno sobre el destierro de los extranjeros (1826); Discurso en el Senado por el C. Cañedo en la sesión del 24 de abril, contra el proyecto de ley que presentó el C. Cevallos, para la extinción de las Juntas Secretas (1826); Memorias de Relaciones (1829); Discurso que pronunció en el solemne aniversario del glorioso Grito de Dolores (1829); Tratado de la amistad, comercio y navegación entre los Estados Unidos Mexicanos y la República de Chile (1833); y Memoria de Relaciones (1844).

Juicios y testimonios

Lorenzo Bazo, ministro de Relaciones Exteriores de Perú: “La separación del excelentísimo señor Cañedo, ha sido sensible no sólo al Gobierno, sino también al público por los talentos y la política franca que ha desplegado en el desempeño de sus altas funciones, y además por las virtudes sociales que ha mostrado en su conducta privada, mereciendo por esto la benevolencia de las administraciones que se han sucedido y el más distinguido aprecio de todas las clases de la sociedad”.


Jaime Olveda: “Cañedo ha sido identificado como un político circunspecto que no se identificó ni con los escoceses, por ser demasiado conservadores, ni con los yorkinos, por ser bastante radicales en algunos aspectos. En ocasiones dio la impresión de comulgar más bien con estos últimos, pero sin apegarse demasiado a ellos. Independientemente de su filiación, el hecho es que Cañedo fue sin lugar a dudas uno de los políticos más sobresalientes de su época y uno de los pocos que conservaron la misma línea ideológica”.


Guillermo Prieto: “Era un hombre de unos sesenta y cuatro años, lampiño y de cutis como de porcelana; era delgado y pequeño, de mirada penetrante y de cierta malicia burlona en la fisonomía [...] escribió sobre la historia de Roma, con erudición vastísima; brilló en el foro; en las Cortes españolas se señaló entre los oradores más eminentes... El foro, la tribuna, la prensa fueron los órganos admirables de sus talentos admirables; fue honra de las letras, se sirvió de la diplomacia para honra de su país y en las crisis difíciles su valor civil mantenía la entereza del gobierno [...] La fama de los chistes de Cañedo levantaron en torno a su nombre gran popularidad, robaron mucho a su reputación merecida como sabio jurisconsulto, orador eminente y escritor galano y correcto. Esta es la suerte reservada a hombres que tienen la unción de la gracia; así sucedió a [Francisco de] Quevedo en España [...]”.

Cordón y Luque, Juan José

Nació en la Villa de las Cuevas en la Provincia de Málaga, España, el 1º de marzo de 1764. Fueron sus padres los señores Gregorio Clemente Cordón y Rosalía de Luque.

Realizó sus estudios eclesiásticos en España y recibió la ordenación sacerdotal. Obtuvo los grados de licenciado y doctor en Teología en la Universidad de Orihuela.

A finales del siglo xviii vino a la Nueva España al ser beneficiado con una prebenda de la Catedral de Guadalajara. El 25 de enero de 1800 tomó posesión como racionero del Cabildo Eclesiástico.

El 13 de julio de 1800 incorporó su licenciatura y doctorado en Teología a la Real Universidad de Guadalajara. Ese mismo año fue nombrado rector del Seminario Conciliar de Guadalajara, institución que gobernó hasta 1813.

El 29 de septiembre de 1810 fue nombrado miembro de la Junta Auxiliar de Gobierno y se mostró contrario al movimiento insurgente. Ante la inminente presencia de los insurgentes en Guadalajara, y dada la actitud violenta de éstos hacia los españoles en otros lugares, decidió ausentarse de la ciudad, y encomendó el cuidado de los estudiantes del Seminario al presbítero Juan Cayetano Gómez Portugal.

El 3 de septiembre de 1812 ascendió a canónigo de gracia, y en 1813 fue electo diputado por la Provincia de Guadalajara a las Cortes de España. En Cádiz el rey Fernando VII le concedió la capellanía real del Pópulo.

Al ser electo titular del Obispado de Guadix y Baza, diócesis sufragánea del Arzobispado de Granada, regresó definitivamente a su país natal. Fue consagrado obispo el 25 de septiembre de 1824, y tomó posesión al día siguiente.

En Guadix falleció el 3 de abril de 1827 y fue inhumado en la Catedral del lugar.

Juicios y testimonios

Prisciliano Sánchez: “Enemigo declarado de los criollos”.

Corro y Silva, José Justo

Nació en Guadalajara, capital de la Intendencia del mismo nombre, el 18 de diciembre de 1794. Joaquín Romo de Vivar asegura que sus “padres [eran] acomodados y distinguidos por su origen nobiliario”.25

En el Seminario Conciliar estudió Latín y el Curso de Artes, el cual concluyó en 1814, bajo la conducción del doctor Juan Cayetano Gómez Portugal.

En la Real Universidad de Guadalajara el 31 de marzo de 1813 obtuvo el grado de bachiller; el 18 de octubre se matriculó al primer curso de Cánones y probó haberlo ganado el 2 de junio de 1814; el 7 de noviembre de 1814 se matriculó al segundo, y el 1° de abril de 1815 probó haberlo ganado; tras haber asistido más de ocho meses a las cátedras de Jurisprudencia se matriculó al tercer curso de Cánones, y probó haberlo ganado el 20 de enero de 1816; se matriculó al cuarto curso y el 15 de noviembre probó haberlo ganado; el 6 de septiembre de 1817, probó haber ganado su primer curso de Leyes, tras haber asistido por más de ocho meses a las cátedras respectivas; en julio de 1818 probó haber ganado su segundo y último curso de Leyes; y el 31 de enero de 1821 obtuvo su título de abogado.

En 1824 fue electo diputado al Congreso Constituyente del Estado de Jalisco, del cual fue secretario, y en 1825 fue electo senador de la república.

Del 24 de septiembre de 1828 al 28 de febrero de 1829 fungió como gobernador del estado de Jalisco, con carácter de interino, y fue secretario de Gobierno en el gabinete del gobernador José Ignacio Cañedo.

De 1830 al 1835 se dedicó a ejercer su profesión, con aceptable éxito económico.

Por “su gran reputación –escribe Romo de Vivar– como incorruptible en materia de honradez, como celoso por la fiel observancia de la ley y como letrado inteligente le trajo a [la Ciudad de] México”.26 El 18 de mayo de 1835 el presidente de la república Miguel Barragán lo designó ministro de Justicia y Negocios Eclesiásticos y fue también ministro de la Suprema Corte de Justicia.

Al fallecer el general Miguel Barragán, el Congreso de la Unión lo eligió presidente de la república con carácter de interino el 27 de febrero de 1836, tomó posesión el 2 de marzo, y se desempeñó como tal hasta el 29 de abril de 1837. Su mandato presidencial se dio en el difícil momento de la separación de Texas; se cambió el sistema federal por el centralista; promulgó la Constitución de “Las Siete Leyes”; el ejército mexicano fue derrotado en San Jacinto y el general Antonio López de Santa Anna fue hecho prisionero, perdiendo Texas; redujo a la mitad de su valor las monedas de cobre para evitar las falsificaciones y sin indemnizar a los afectados por la penuria económica, lo que originó que el 30 de diciembre de 1836 se amotinara la población; se iniciaron relaciones diplomáticas con el Vaticano el 10 de noviembre de 1836, siendo el primer embajador de México ante la Santa Sede, Manuel Díaz de Bonilla; y también con España se llegó a un acuerdo para establecer los vínculos diplomáticos.

Sobre su gestión presidencial, Ricardo Heredia escribe:

El licenciado Corro era hombre de pocos alcances, con mediana inteligencia [...] Nunca tuvo iniciativa de ninguna especie y careció de amigos por su carácter hosco y poco comunicativo. Le apodaron El Santo. A la salida de la Presidencia el único que lo acompañó fue el célebre don Carlos María Bustamante que manifestó con su proverbial franqueza: “Todos saludan al sol que apareció en oriente y no hacían aprecio al que entraba en su ocaso, pero vive Dios que a éste le acompañan sus virtudes”.27

Por su parte, Joaquín Romo de Vivar lo evalúa así como presidente:

No diremos que el señor Corro fuera de un espíritu animoso, ni mucho menos, pero estudiados los acontecimientos de entonces, se pueden disculpar las torpezas de que la historia lo acusa, hasta la de haber nombrado los ministros tan ineptos que tuvo: porque en esa época en que la deslealtad era tan común –no porque ahora escasee– buscó esta virtud, más que otras en las personas de que se rodeó.28

Decepcionado de la política en la capital de la república, regresó a Guadalajara. Del 1° de noviembre al 30 de diciembre de 1837 fue gobernador interino del estado de Jalisco; en 1839 fue diputado y presidente del Congreso local; luego fue diputado suplente al Congreso Constituyente de 1842, y finalmente se retiró de las actividades políticas.

Falleció en Guadalajara el 18 de diciembre de 1864. Fue inhumado en el panteón de Santa Paula de Belén, y una calle de su ciudad natal lleva su nombre.

Cos y Pérez, José María

Nació en la Provincia de los Zacatecas, del Reino de la Nueva Galicia, probablemente en 1774. Fueron sus padres los señores Isidro Cos y Matiana Pérez.

En el Colegio Real de San Luis Gonzaga en Zacatecas, cursó Gramática y Retórica, y por su aplicación se le becó para continuar sus estudios en el Seminario Conciliar de Guadalajara, donde hizo los cursos de Artes y de Teología, para ordenarse sacerdote.

En la Real Universidad de Guadalajara, el 10 de abril de 1793 compareció y probó tener ganados dos cursos de Filosofía y otro de Retórica; el 26 de abril, después de haber justificado tener recibido el grado menor de bachiller en Artes, se le confirió el grado de bachiller en Teología.

En 1798, tras haber cursado la carrera teológica, solicitó los grados mayores; atestiguaron sobre su limpieza de sangre los bachilleres José Francisco Maldonado, Mariano Robles e Ignacio Mestas; el 25 y el 29 de abril sustentó los actos de repetición y quodlibetos; el 5 de mayo fue examinado y aprobado nemine discrepante, al día siguiente se le confirió el grado mayor de licenciado en Sagrada Teología, y el 17
el grado de doctor.

Se distinguió como un brillante estudiante en la Universidad, y llegó a presentar hasta treinta oraciones latinas y doscientas castellanas.

Fue catedrático de Mínimos en el Seminario Conciliar, y tras haber sustituido, el 18 de octubre de 1795 tomó posesión como propietario; por esos años fue su discípulo el futuro insurgente Pedro Moreno. En 1798 fue catedrático de primero de Filosofía, y en 1800 de tercero de la misma materia, entre a quienes les dio clase estaba José María Mercado. En ese mismo curso de 1800 el rector Juan María Velázquez comunicó al obispo Cabañas que el doctor Cos era impuntual a la cátedra y aun faltaba a ella, y que también no cumplía con el turno de las misas como mandaban los estatutos; él se disculpó alegando que el doctor Mancilla también hacía lo mismo.

Nuevamente en Zacatecas, fungió como vicerrector de su antiguo Colegio Real de San Luis Gonzaga. En 1800 ganó por oposición el curato del Mineral de la Yesca, en Nayarit. De 1802 a 1810 se desempeñó como cura del Burgo de San Cosme, cercano a la ciudad de Zacatecas.

A principios de 1810 fue electo representante por Zacatecas a la Junta Central de España, pero las circunstancias le impidieron desempeñarse como tal.

Ante la inminente presencia de los insurgentes comandados por Rafael Iriarte, el Ayuntamiento de Zacatecas comisionó al escribano Sánchez de Santa Anna y al doctor Cos para entrevistarse con el jefe insurgente para aclarar “si la guerra que hacían salvaba los derechos de la religión, rey y patria, y si en el caso de ceñirse su objeto a la expulsión de los europeos admitía(n) excepciones y cuales eran estas”.29

A finales de octubre de 1810 cerca de Aguascalientes, el general Iriarte lo recibió solemnemente poniéndole en las manos un estandarte guadalupano, a lo que él se resistía. El jefe insurgente le manifestó que su misión sólo la podía satisfacer el mismo Miguel Hidalgo.

El doctor Cos decidió entrevistarse en San Luis Potosí con el general Félix Calleja, quien le aconsejó pedir audiencia al virrey Francisco Javier Venegas. En Querétaro lo detuvo el coronel Ignacio García y lo puso preso en el Convento de San Francisco. Cos escribió al virrey quien ordenó su libertad y le pidió que fuera a México a entrevistarse con él, como en efecto lo hizo. Tras escucharlo, el virrey le ordenó que durante quince días se presentara a Palacio y luego regresara a su curato, Cos objetó que los caminos estaban llenos de insurgentes, pero no tuvo más remedio que obedecer.

Tal como lo había previsto, fue aprehendido por el cura de Nopala, Manuel Correa, quien lo condujo en noviembre de 1811 ante la Junta de Zitácuaro, cuyos miembros lo tuvieron por espía. Y tras vencer la desconfianza de los insurgentes, se unió a la causa de la independencia: “La desconfianza del virrey empujó a Cos a la revolución, levantando un regimiento por encargo de la Junta, al cual llamó de la muerte”.30

En enero de 1812 el general Félix María Calleja recuperó Zitácuaro, lo que obligó a la Junta y al maltrecho ejército insurgente a huir a Tlalpacha para establecerse finalmente en el Real de Sultepec –actual Estado de México–, y ahí fue donde Cos manifestó a plenitud sus ideales independentistas.

Ya desde Zitácuaro había sido nombrado por la Junta como vicario castrense del ejército insurgente:

Procediendo de inmediato el impulsivo doctor a remover de sus parroquias o a encarcelar a varios sacerdotes enemigos de la insurgencia o sospechosos de serlo, así como a conceder dispensas matrimoniales. El Cabildo Eclesiástico de México respondió declarando nulos y atentatorios todos los actos de Cos, estableciéndose así una lucha entre el poder eclesiástico oficial y el que fue considerado clandestino.31

Con múltiples dificultades armó una imprenta de caracteres de madera, y dado que no se había podido conseguir tinta a ningún precio, la elaboró de añil. Y así pudo editar el 11 de abril de 1812 el primer número de El Ilustrador Nacional en “la imprenta de la Nación”, del cual alcanzó a editar hasta el número seis. Al iniciar la publicación escribió:

Mexicanos, guadalajarenses, zacatecanos, todos los que estáis confinados en las capitales con menos libertad que si os hallaseis cautivos en Argel, expuestos a cada instante a ser víctimas de la crueldad en espantosas reclusiones, en los presidios y cadalsos, por una palabra equívoca o por una guiñada de ojo, desahogad con nuestros hermanos por medio de este periódico vuestro oprimido corazón […]32

Su esfuerzo editorial fue muy admirado, incluso por Lucas Alamán. Fray Servando Teresa de Mier opinaba: “Me ha admirado lo que puede el ingenio urgido por la necesidad, pues la letra es muy bonita y legible aunque con tinta de añil. Ya no me admiro de que ellos [los insurgentes] se fabriquen sus cañones, fusiles y pistolas”.33

Con la ayuda de la organización secreta de Los Guadalupes, el movimiento insurgente contó con una nueva imprenta y se pudo editar El Ilustrador Americano. El 27 de mayo de 1812 salió el primer número. Cos lo dirigió hasta el número veinte, y contó con la colaboración de Andrés Quintana Roo e Ignacio López Rayón.

De sus escritos publicados en ambos periódicos destaca el “Plan de Paz y Guerra”, en el cual proponía la formación de un congreso nacional, lo que equivalía a la declaración de la independencia. Si el plan de paz no se aceptaba, continuaría la guerra ajustada al Jus Gentium, y sin mezclar los clérigos las armas de la religión con las armas políticas. José Cornejo Franco considera que su plan “en suma, proponía la pacificación o cuando menos la humanización de la guerra, desterrando de la lucha la crueldad que la caracterizó […]”.34

Otra de las cuestiones fundamentales que trató fue la necesidad de prevenir la futura intervención extranjera, por lo cual urgía finalizar la guerra, pues quien resultara vencedor

[…] no [le] quedará otra cosa que la maligna complacencia de su victoria; pero tendrá que llorar por muchos años perdidos y males irreparables, comprendiéndose acaso entre ellos, como es muy de temerse, el de que una mano extranjera de las muchas que anhelan a poseer esta porción preciosa de la monarquía española, provocada por nosotros mismos y aprovechándose de nuestra desunión nos imponga la ley cuando ya no sea tiempo de evitarlo, mientras que frenéticos con un ciego furor nos acuchillamos unos a otros, sin querer oírnos, ni examinar nuestro recíprocos derechos [...]35

Sus palabras proféticas se hicieron realidad en menos de cuatro décadas.

También colaboró en el Semanario Patriótico Americano, que fundó Andrés Quintana Roo.

En cuanto a sus acciones militares: el 18 de abril de 1812, las tropas del general Ignacio López Rayón estuvieron cerca de tomar Toluca, pero no se logró porque José María Liceaga, disgustado por el nombramiento del doctor Cos como vicario castrense, no envió las municiones; el 5 de junio, Ignacio López Rayón fue derrotado en Tenango y se evacuó Sultepec, Cos salvó precipitadamente la imprenta; y luego acompañó a López Rayón a Tlapuyahua.

Una vez superadas las diferencias con Liceaga –quien fungía como general de las Provincias del Norte–, lo nombró su lugarteniente, como comandante general.

En febrero de 1813 intentó tomar Guanajuato, pero fue rechazado. Entonces estableció su cuartel en Xichú, Querétaro. Ante la ofensiva realista se dirigió al Valle de Santiago, para unirse a su superior Liceaga; el 24 de julio los atacó y derrotó Agustín de Iturbide, despojándolos de la imprenta y de los archivos.

En su parte militar, Iturbide lo comparó al célebre obispo francés Carlos Mauricio de Talleyrand, llamándolo “El Talleyrand de Liceaga”, “lo que demuestra el reconocimiento por parte de los realistas a la inteligencia y talento diplomático que seguramente poseía el cura de San Cosme”.
En el histórico pueblo de Dolores estableció su centro de operaciones, e integró un cuerpo de infantería disciplinado.36

Dadas las derrotas militares se ahondaron más las diferencias entre los tres miembros de la Junta insurgente: López Rayón, Liceaga y Verduzco. Ante ello, el 19 de marzo de 1813 Cos les envió un proyecto de reconciliación, y la propuesta de un plan de reorganización de la Junta Suprema. Así logró la reconciliación con la intervención del cura José María Morelos, quien los convocó a integrar el Congreso del Anáhuac.

Por Zacatecas, fue electo diputado al Supremo Congreso Mexicano, que inició sus sesiones en septiembre de 1813. Pero Cos –como escribe José María Miquel i Vergés– no se pudo presentar hasta diciembre, y en consecuencia no firmó la “Declaración de la Independencia”. Y no como lo sostiene Arturo Corzo, que por discrepancias de índole política no apareció su firma en tan importante documento.

Durante enero de 1814 intensificó sus labores legislativas. Por esos días entró en una fuerte polémica con el obispo electo de Michoacán, Manuel Abad y Queipo, quien lo declaró hereje luterano por desconocer su autoridad episcopal. Cos le contestó que en efecto no lo reconocía, ya que él no había podido ser ni canónigo penitenciario ni mucho menos obispo, ya que estaba acusado de herejía formal. Además su nombramiento no emanaba de la autoridad competente, pues la Regencia española no era depositaria del Patronato Indiano. Con esta argumentación, el 20 de abril escribió al Cabildo de la Catedral de Valladolid para que invalidara la autoridad de Abad y Queipo, y reconociera su nombramiento de vicario castrense. Y luego declaró excomulgado vitando, al obispo electo.

Siguió las vicisitudes del Congreso, continuamente asediado por los realistas. El 22 de octubre, al lado de Morelos, firmó en Apatzingán el “Decreto Constitucional para la libertad de la América Mexicana”. Y participó en el Te Deum de acción de gracias, vistiendo uniforme de mariscal y al frente de su tropa del Bajío.

Al ser electo junto con Morelos y Liceaga, miembro del Poder Ejecutivo, debió –según la Constitución– dejar todo mando de tropas. Se le ordenó que permaneciera en Taretan, pero él se insubordinó, desconoció la autoridad del Congreso y se fugó aumentando el número de sus soldados. Y el 30 de agosto de 1815, desde el fuerte de San Pedro Zacapu, expidió un manifiesto en abierta rebeldía y se le empezó a considerar traidor a la causa de la independencia.

El mismo Morelos lo aprehendió y lo condujo a Uruapan, donde residía el Congreso, quien lo juzgó condenándolo a ser fusilado. Pero la pena le fue conmutada por la prisión, gracias a la intervención del cura del lugar Santiago Herrera, quien de rodillas y llorando pidió el perdón a los diputados; uno de ellos, el abogado José María Izazaga, se unió a la petición del cura –quien acudió acompañado por un gran número de sus feligreses– argumentando: “¿Iba a mancharse el movimiento con la sangre de un hombre que pese a sus errores había prestado servicios de importancia a la causa?”.37

Cumplió su condena de prisión perpetua en Atijo, y al ser disuelto el Congreso, los partidarios de López Rayón lo liberaron, incorporándose a ellos en marzo de 1816, y continuó en la guerra.

Decepcionado y cansado, perseguido tanto por los realistas como por los insurgentes, el 18 de febrero de 1817 recibió el indulto del régimen monárquico, solicitado por medio del monje agustino Pedro Ramírez. Al parecer desde marzo de 1814 ya lo había pedido, pero el monje le aconsejó que se quedara entre los insurgentes, para causarles el mayor número de problemas.

Queda por resolver la cuestión: ¿Desde 1814 Cos ya era quintacolumnista de los realistas entre los insurgentes? ¿O fue una farsa para lograr un indulto benévolo? Como en efecto lo consiguió, ya que quedó libre de responsabilidad alguna por daños a terceros, se le eximió de la obligación de presentarse a su obispo y se le restituyó al gremio y Claustro de la Universidad de Guadalajara, que lo había borrado de su catálogo.

Sus actuaciones en el movimiento insurgente aún siguen confundiendo a los historiadores, Carlos María Bustamante narra: “Presentando el indulto al general Pedro Celestino Negrete le confesó que no lo hacía de agrado”.38

En su descargo, Arturo Corzo señala que también se indultaron Gordiano Guzmán, Andrés Quintana Roo, Leona Vicario y otros muchos más.
Las condiciones que puso para indultarse fueron que jamás se le mencionara su conducta pasada, y que no se le obligase a volver a su Obispado de Guadalajara, por lo que se instaló en Pátzcuaro, Michoacán, dedicado a la dirección espiritual de monjas y al confesionario. El obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas y el Cabildo Eclesiástico de Guadalajar, le proporcionaron medios de subsistencia.

El 23 de junio de 1817 escribió una carta al Rector y al Claustro de la Real Universidad de Guadalajara, en la cual afirmó:

Que, yo he sido un insurgente, pero no un rebelde. Esto es: que sostuve la independencia en tiempo de las Cortes de España, y cuando se disputaba sobre la legitimidad, e ilegitimidad de aquel Gobierno pero siempre bajo la idea de Fernando VII procurando que se sostuviesen sus derechos en esta América.39

Así, cuando Morelos se manifestó por la independencia, él se desistió de la causa.

Ante esto, no cabe más que el comentario del citado Bustamante: “La patria debió mucho al doctor Cos; pero él destruyó con la mano izquierda la obra que había construido la derecha”.40 Lo cual lo atribuye a su dureza de carácter, a su terquedad e inflexibilidad.

El 17 de noviembre de 1819 falleció víctima de una grave infección en la garganta.

Al celebrarse el 165 aniversario de la publicación de El Ilustrador Nacional, el 12 de abril de 1987 el Gobierno del Estado de México le rindió un homenaje y estableció la presea “Doctor José María Cos”, para los periodistas que se distingan en el ejercicio de su profesión.

Juicios y testimonios

José Cornejo Franco: “Al doctor Cos se le llamó el cerebro de la insurrección; tanto por su talento como por su tenaz voluntad, es justo título [...] Durante la guerra de Independencia fue uno de los individuos de méritos indiscutibles, aún cuando después él mismo se encargara de empañarlos, según el testimonio de los contemporáneos y como consta por el expediente de su indulto”.


Arturo Corzo Gamboa: “Tampoco el doctor Cos tuvo la fortuna de igualar las hazañas militares de los primeros caudillos o de Morelos, como quizás lo deseó intensamente; pero sí alcanzó la gloria de haber manejado mejor la pluma que la espada. Su destino era ocupar un sitio al lado de los ideólogos, no de los militares”.


Alberto Santoscoy: “El talento más claro que hubo entre los insurgentes”.


Luis G. Urbina: “El doctor Cos era todo vivacidad, ardimiento y fe. Un ansia de figurar, de ser el primero, de tener mando, de llegar al dominio y a la obediencia por la razón, de poner orden, cálculo y medida en el desordenado tumulto revolucionario. Como a hombre de acción y de pasión, nunca lo abandonó el ímpetu; pero no era éste ciego no desatentado, como el de otros compañeros, sino, por el contrario, casi siempre engendrado en el raciocinio y en el cálculo. Toda su vida anterior a la revolución la abonaba [...] Su espíritu se había disciplinado en el estudio y en la cátedra. De ahí que sus proclamas tengan un acento de conciliación, un aire de convicción y de reflexión”.

Covarrubias y Sierra, José Manuel

Nació el 11 de abril de 1779 en Sayula, Jalisco. Fueron sus padres los señores María Josefa de la Sierra y Francisco Covarrubias.

Establecido en Guadalajara, cursó Latín en el Seminario Tridentino de San José (1790-1792). Luego realizó sus estudios preparatorios en el Colegio de San Juan Bautista, donde en 1798 ganó una beca por oposición.

En la Real Universidad de Guadalajara cursó las carreras de Filosofía y de Teología; obtuvo los grados de licenciado y maestro en Filosofía, el 27 de abril y el 11 de septiembre de 1800, respectivamente; el 21 de junio de 1807 se graduó de licenciado en Teología y, finalmente, el 12 de julio del mismo año recibió la borla doctoral.

En 1805 recibió la ordenación sacerdotal de manos del obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas, quien lo nombró profesor y vicerrector del Colegio Clerical, el cual dirigió de 1808 a 1811.
Otros de su cargos eclesiásticos fueron: cura de Zalatitán, Jalisco, y de la Parroquia de Jesús en Guadalajara.

En 1826 ingresó al Oratorio de San Felipe Neri de la capital jalisciense, donde ascendió hasta prepósito –superior de la comunidad–, pero luego en 1846 por rivalidades internas fue expulsado precisamente por dos estudiantes pobres que él había recibido –José Anaya Bonilla y Andrés Rivera–, esta situación la describió irónicamente en la siguiente décima:

Dos cometas muy opacos,
Errantes en su camino,
Sin meditado destino,
De luz y firmeza flacos,
A casa del Sol entraron,
Con luz de este astro alumbraron,
Creyéndose luces puras,
Invariables y seguras,
De su casa al Sol echaron
Y ellos se hallaron a obscuras.
De Bonilla y Rivera quede esta historia
Para perpetua futura memoria.41

En la Universidad de Guadalajara participó muy activamente en los Claustros mayores y menores y como consiliario. Y en 1813 ganó por oposición la cátedra de Prima de Teología.

En 1834 se adhirió al conservador Plan de Tacubaya, por lo cual firmó el acta respectiva en Guadalajara.

El 9 de marzo de 1838 ingresó al Cabildo de la Catedral como canónigo de gracia. Por oposición ganó la canonjía penitenciaria, la cual desempeñó del citado 1838 hasta su fallecimiento.

Fundó la casa de ejercicios espirituales de Nuestra Señora del Refugio, donde fue demolido el Templo de Nuestra Señora de los Dolores de Guadalajara para dar lugar a la plaza de la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres.
Gran parte de su tiempo lo dedicó a escribir apasionadas defensas de su ideario religioso y político, distinguiéndose como un gran polemista.

Sus escritos publicados fueron: Sobre la santidad de la Iglesia (s. f.); Respuesta de Tepehuage al Sr. de la media palabra (1825); Quien mal pleito tiene a boruca lo mete (1825); A cuña de palo dulce Maceta de Tepehuage (1825); En defensa del decoro y la dignidad del clero atacados en un papel. Subscrito por la Maceta de Tepehuage (s. f.); ¿Qué hemos de creer en un hueso? Con ese hueso a otro perro (s. f.); Sobre el culto de las reliquias e imágenes de los santos. Subscrito por el Fanático (s. f.); Para esos huesos la Maceta (1826), En defensa del clero. Subscrito por la Maceta (1826); Relación de las ocupaciones y ejercicios literarios del doctor don José Manuel Covarrubias, actual prepósito del Oratorio de San Felipe (1837); Infalibilidad más que divina, peculiar del Notario Gallardo, cacareada por el mismo y sostenida por el Lic. Estévez, Dr. Camarena, P. Ramírez Oliva y S. Murillo, en sentencia definitiva, que alumbrada por luz tan peregrina, declara ser calumniador el Dr… Con las licencias que la Iglesia pide (1845); Diatriba. Segunda parte o sea lo que faltaba por recibir. Al Lic. D. Lázaro J. Gallardo, de su bien merecida flagelación por que a más de ser falsario es ladrón (1846); Expulsión de Covarrubias, publicada por el mismo en vindicación de su honor, con la correspondencia que la precedió del Padre Bonilla y de él a el P. Bonilla –se refiere a su expulsión del Oratorio de San Felipe Neri– (1846); Informe con que a vista de Autos responde Covarrubias a la expresión de agravios redactada por el Sr. Dr. Crispiniano del Castillo, a favor de D. José Anna Árbol Bonilla, demandando por aquel de despojo de rentas (1846); y Mordaza y freno para el Diputado Moreno (1847).

Falleció en Guadalajara el 30 de septiembre de 1847.

Jucios y testimonios

Juan Bautista Iguíniz: “Como polemista fue terrible; con su estilo mordaz y virulento, vapuleó sin compasión a sus adversarios sin respetar fama ni categoría, no habiendo logrado escapar a su diatribas ni sus hermanos de religión”.


Agustín Rivera: “Alma de un ardor juvenil en un cuerpo de cerca de ochenta años, tan endeble que parecía un pajarito, y escritor público en las tres décadas que siguieron a la consumación de nuestra Independencia, bastante notable por su buena habla castellana, su estilo sencillo y su fuerza de lógica y de polémica. ¡Lástima que haya manchado algunas veces sus escritos con apreciaciones injustas, con una crítica virulenta y con un lenguaje soez!”.

Cumplido y Rodríguez, José Domingo

Nació en Guadalajara, entonces capital de la Intendencia del mismo nombre, el 13 de marzo de 1790. Fueron sus padres los señores María Rafaela Rodríguez y Mateo Mariano Cumplido, uno de sus hermanos fue gobernador de Jalisco.

La educación que recibió en su familia fue muy esmerada, por lo que llegó a ser célebre por sus refinados modales; escribe Victoriano Salado: “¡Qué amor por las fórmulas el suyo, qué afán de contentar a todo el mundo, qué deseo de que nadie lo excediera en caravanas e inclinaciones de cabeza!”.42

En el Seminario Conciliar de Guadalajara hizo sus estudios de Latín y el Curso de Artes, el cual concluyó en el ciclo escolar de 1806.

En la Real Universidad de Guadalajara ingresó a la Facultad de Teología, y obtuvo la licenciatura en Filosofía el 27 de mayo de 1818; la licenciatura en Teología el 28 de febrero de 1813, y finalmente la borla doctoral en Teología, el 25 de marzo del citado año de 1813.

Recibió la ordenación sacerdotal de manos del obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas, quien lo designó catedrático de Latín y Filosofía del Seminario Conciliar. Y en 1816 impartió el Curso de Artes, en el cual fue maestro de José Luis Verdía y Pedro Támez, futuros deán de la Catedral y gobernador de Jalisco, respectivamente, entre otros.

De 1820 a 1824 fue párroco de Ojocaliente, Zacatecas. El 6 de abril del citado 1824 regresó a su ciudad natal para ejercer como cura de El Sagrario, cargo que desempeñó hasta el 26 de diciembre de 1831, y a la par de esta encomienda, fue rector del Colegio Clerical.

En la Universidad de Guadalajara participó en las sesiones de los Claustros de Doctores y de Consiliarios, integrando varias comisiones.

El 25 de junio de 1832 ingresó al Cabildo de la Catedral tapatía como racionero; el 16 de abril de 1837, ascendió a canónigo de gracia; y el 19 de enero de 1849 tomó posesión de la dignidad de chantre de la Catedral.

Por esos años fue muy célebre su figura en la ciudad de Guadalajara, así nos lo describe el citado Victoriano Salado: “El señor canónigo, a quien el cielo había concedido algo más que un mediano pasar, vestía siempre holgada hopalanda de seda, a guisa de sotana, y en la cabeza llevaba capelo y borla verdes, pues era doctor en Filosofía y Teología”.43

O bien refiere, la siguiente anécdota:

En una ocasión presidía el canónigo unos ejercicios en el Clerical […] Un día mientras tomaban los ejercitantes su modesta colación, se sintió un terremoto que apenas ha tenido semejanza en esta tierra. Todos, chicos y grandes, buenos y malos, se aprestaron a salir de aquel lugar que no reputaban de seguro; pero allí estaba para impedirlo el director de las faenas espirituales, que colocándose en la puerta gritó con voz tronante: “Por categorías, señores por categorías” y permitió abandonar el local primero a los curas, después a los ordenados, tras ellos a los simples sopistas y al último a los criados.44

En su Guadalajara, falleció el 3 de mayo de 1849, y dos días después fue inhumado en el Panteón de Santa Paula de Belén.

Juicios y testimonios

Victoriano Salado Álvarez: “Era don José Domingo conservador a macho y martillo, discípulo de los Tirados y los Monteagudos, mientras su hermano [Juan], que picaba más alto en materias políticas, se inclinaba al liberalismo; si bien no defendía esa libertad clerofóbica y sesquipedal que ahora se estila […] Cuando don Juan Nepomuceno, el hermano que andaba metido en el ajo gubernamental regía los destinos del Estado (como dicen los gaceterillos) ocupaba en el coche de su Señoría [el canónigo] el lado derecho, mientras su pariente llevaba el izquierdo; al paso que cuando el seglar no se encontraba colocado en puesto tan señalado, pasaba a la siniestra de su ceremonioso deudo”.

Cumplido y Rodríguez, Juan Nepomuceno

Nació en Guadalajara, capital de la Intendencia del mismo nombre, el 16 de octubre de 1793. Fueron sus padres los señores Mateo Mariano Cumplido y María Rafaela Rodríguez.

En el Seminario Conciliar estudió Latín y por su aplicación se le encomendó el cuidado y la dirección de sus compañeros, obteniendo calificación suprema; realizó el curso de Artes; al término del primer año presentó un acto de Lógica y Metafísica; al concluir el segundo año fue electo presidente de academias y sustentó un acto de Física; luego cursó la cátedra de Filosofía Moral, en la cual obtuvo la máxima calificación y la posición supra locum in recto.

En la Real Universidad de Guadalajara, el 25 de junio de 1810, su hermano el doctor Domingo le confirió el grado menor de bachiller en Artes. De acuerdo con los registros disponibles, el 17 de julio de 1811 probó haber ganado el primer curso de Cánones, tras haber asistido a las cátedras de Jurisprudencia; el 18 de octubre se matriculó al segundo; el 4 y 8 de julio de 1812 probó haber ganado el segundo y tercer curso de Leyes; el 18 de octubre de 1813 se matriculó al cuarto curso de Cánones, el cual probó haber ganado el 29 de junio de 1814; para el 9 de mayo de 1815, probó haber ganado su primer curso de Leyes Civiles; y el 3 de febrero de 1816, probó haber ganado su segundo y último curso de Leyes.

El 4 y 18 de diciembre de 1814 recibió los grados mayores de Filosofía; y el 12 de julio y el 16 de agosto de 1818 recibió los grados mayores de licenciado y doctor en Cánones, respectivamente.

En cuanto a sus labores docentes: presidió las cátedras de Gramática en el Seminario y como colegial del mismo pronunció en la Universidad la oración panegírica de santo Tomás de Aquino. También impartió las cátedras universitarias de Prima de Cánones y de Instituta, en calidad de sustituto; fue consiliario por la Facultad de Filosofía, y arguyó en actos públicos y de grados.

El 23 de agosto de 1819 fue recibido en el Ilustre Cuerpo de Abogados de Guadalajara, luego de haber acreditado su práctica en Leyes y Cánones, durante cuatro años.

Al consumarse la independencia de México se dedicó al ejercicio de la política, afiliándose al partido federalista y como miembro de la masonería yorkina.

En 1822 fue electo diputado al Congreso Nacional Constituyente, e integró la Comisión de Agricultura; de 1823 a 1824 fue diputado al Congreso Constituyente del Estado de Jalisco y se desempeñó en las comisiones de Constitución, Legislación y Justicia, de Instrucción Pública y de Libertad de Prensa.

Del 14 de octubre de 1824 al 23 de enero de 1825 fungió como vicegobernador del estado de Jalisco encargado del despacho, y le correspondió promulgar la primera Constitución Política de Jalisco.

En 1826 se integró al Congreso Federal, y al fallecer el gobernador constitucional Prisciliano Sánchez nuevamente ejerció el Ejecutivo estatal, del 18 de enero de 1827 al 22 de septiembre de 1828. Durante este periodo, el 1° de febrero de 1827 presentó la “Memoria sobre el estado actual de la administración pública del Estado de Jalisco. Leída por el C. Vicegobernador del mismo ante la honorable Asamblea Legislativa en la apertura de sesiones”. El 14 de febrero de 1827 inauguró el Instituto de Ciencias; y el 1° de septiembre de 1828 presentó al Congreso el “Informe sobre el estado actual de la administración pública del Estado de Jalisco”.

Durante 1829 se opuso a la gestión del gobernador Ignacio Cañedo, y reunió un Congreso que lo eligió gobernador constitucional del estado, cargo que ejerció del 15 de marzo al 29 de julio de 1830, pero el Congreso Federal desaprobó su proceder y le regresó la gubernatura a Ignacio Cañedo.

De 1831 a 1832 fue nuevamente diputado al Congreso del Estado de Jalisco, además de presidirlo, y en 1834 fue electo diputado federal.

Nuevamente fue gobernador del estado de Jalisco del 23 de abril al 11 de agosto de 1834; afrontó las protestas del clero tapatío, afectado por las reformas emprendidas por el presidente Valentín Gómez Farías, y durante el régimen centralista se marginó de la actividad política.

En 1834 fue miembro de la Junta Departamental de Jalisco. El movimiento federalista lo llevó de nuevo al gobierno del estado, por el breve periodo del 21 de mayo al 6 de junio de 1846, y fue sustituido por José María Yáñez. El presidente Mariano Paredes Arrillaga intentó someter a los federalistas por la fuerza, pero éstos se lanzaron a la contraofensiva y en todo el país se restableció el sistema federal.

En consecuencia, Cumplido recuperó la gubernatura del estado, la cual ejerció del 15 de agosto al 23 de noviembre del mismo 1846. Lo más notable de su gestión fue la dramática situación que se vivió en el país por la invasión norteamericana. El 6 de octubre, desde las páginas de El Republicano Jalisciense, escribió a sus conciudadanos:

Ya sabéis que nuestra patria está circundada de los avances más brutales con que puede atreverse la tiranía de una nación que blasona de libertad y civilizada, como si a estas virtudes fuese consiguiente la injusticia de arrebatar los territorios de un país amigo. Os hablo de los norteamericanos que sin moralidad y título usurpan nuestros campos y nuestras ciudades [...]”45

El 19 de diciembre del mencionado año de 1846, el Congreso del Estado lo declaró benemérito de Jalisco. En 1851 fue electo senador, y fungió como vicepresidente y presidente de la Cámara.

Falleció en Guadalajara el 30 de agosto de 1851. Y sobre el lugar de su inhumación, escribe Ramiro Villaseñor:

En 1970, hice una investigación en el Panteón de Belén. No encontré la tumba de Juan Nepomuceno, en cambio sí está en el sarcófago central la de su hermano Domingo, la placa y restos desaparecidos recientemente. Creo que se enterró sigilosamente por sus ideas liberales, como precaución de no ser profanada su tumba como la de Prisciliano Sánchez. No creo que esté enterrado en otro sitio.46

Una calle de Guadalajara lleva su nombre.

De Gorriño y Arduengo, Manuel María

Nació en San Luis Potosí, capital de la Intendencia del mismo nombre, el 23 de noviembre de 1767. Fueron sus padres los señores Juan de Gorriño y María Antonia Arduengo. Su padre fue regidor, teniente de alguacil mayor y alcalde ordinario de San Luis Potosí.

En su ciudad natal hizo sus estudios elementales y luego se matriculó en el Colegio de San Francisco de Sales de la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri, en San Miguel el Grande, donde de 1780 a 1786 cursó Retórica y Filosofía. Dicho Colegio era regenteado entonces por el sabio doctor Benito Díaz de Gamarra.

Ya como diácono, en 1793 se trasladó a la Ciudad de México con el fin de continuar sus estudios. Se hospedó en una casa ubicada en el portal de la Sangre de Cristo, donde compartió habitaciones con Juan Antonio Montenegro, con quien llegó a integrar uno de los tres grupos que por esos años, influidos por el ideario de la revolución francesa, protagonizaron una de las primeras conspiraciones por la independencia de México. Y tras ser denunciados por Manuel Velasco, fue sometido a investigación con sus compañeros por el Tribunal de la Inquisición. Durante las pesquisas inquisitoriales, Gorriño se mostró como

persona timorata y tímida al extremo [...] Dijo que Montenegro, al hablar de cuestiones de Estado, lo hacía al modo de chanza y para darse aires de instruido por encima de sus compañeros [...] En todo este asunto [de la conspiración] mostró increíble habilidad y discreción, aceptó el conocimiento de otros muchos conjurados; pero nunca cayó en el riesgo de aceptar la relación con Juan Guerrero [otros de los miembros de los grupos conspiradores], que hubiera sido de impredecibles consecuencias para todos.47

De regreso a San Luis Potosí, fue ordenado sacerdote y atendió la Parroquia de San Sebastián.

En 1795 regresó nuevamente a la capital del Virreinato, e ingresó a la Real y Pontificia Universidad de México para estudiar Teología. En 1798 se matriculó en el Colegio de Santa María de Todos los Santos, del cual fue rector en dos ocasiones. Ya para 1802, estaba nuevamente en su ciudad natal.

El 10 de junio de 1808 recibió el grado de licenciado en Teología en la Real Universidad de Guadalajara, y el 21 inmediato se le confirió la borla doctoral.

En San Luis Potosí continuó en el ejercicio de su ministerio sacerdotal. En 1813 fue electo diputado a las Cortes Españolas, a las cuales no concurrió por haberse suprimido el sistema representativo. Y en 1819 fue nombrado comisario interino del Tribunal de la Inquisición.

Al consumarse la independencia redactó el primer proyecto de la Constitución del Estado de San Luis Potosí, e integró la Comisión Calificadora de impresos útiles. Luego fue electo diputado al Congreso Constituyente de su estado natal, instalado el 21 de mayo de 1824, y del cual fue su presidente.

En su proyecto de Constitución propuso en el artículo número 171, la fundación de “un colegio donde se estudie por principios las ciencias políticas, eclesiásticas, matemáticas, físicas, bellas artes y otras que ilustren al ciudadano”.48 Por lo que se le consideró el precursor de la Universidad Potosina.

En 1826 fundó el Colegio Guadalupano Josefino, el cual se inauguró el 2 de junio, siendo su primer rector. Luego renunció por motivos políticos; en 1831 volvió a dirigirlo, y a su muerte le legó su biblioteca.

También donó recursos económicos para la construcción del acueducto de La Cañada del Lobo, para el Hospital de San Juan Dios, y estableció dos capellanías en el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe.

Escribió: El hombre tranquilo o reflexiones para mantener la paz del corazón en cualquier fortuna (1802); Compendio de la historia de la milagrosa renovación de la imagen del Santo Cristo de Santa Teresa, venerada en el Convento Antiguo de Religiosas Carmelitas Descalzas de México (1804); Sermón de la Cátedra de San Pedro de Antioquía, predicado en 22 de febrero del año de 1803 en la fiesta que celebra en este día la Ilustre Congregación del Príncipe de los Apóstoles, fundada con Autoridad Pontificia en la Iglesia Parroquial de la Ciudad de San Luis Potosí (1804); Meditaciones de Cristo Crucificado. Práctica espiritual para tres días en que se pide a Dios la conversión de corazón a S. M.; Los sepulcros. Escritos por Mr. Hervey párroco inglés, traducidos del francés por el abate Roman Leñoguri (1805); Oración eucarística que en la solemne acción de gracias que celebró la ciudad de San Luis Potosí en su Iglesia Parroquial a María Santísima de Guadalupe del Santuario del Desierto, tres leguas distantes de esta ciudad el día 3 de julio del año de 1805 por el pronto socorro de las aguas, alcanzando la intercesión de esta Señora (1806); Memorial al Ayuntamiento de San Luis Potosí (1809); Filosofía de la fe católica (1811); Reflexiones sobre la incredulidad (1814); Sermón segundo de la Cátedra de San Pedro en Antioquía, que predicó el 22 de abril de 1816 (1817); Manifiesto. El Honorable Congreso del Estado de San Luis Potosí a los Pueblos de su demarcación (1824); Ensayo de una constitución política que ofrece a todos los habitantes del Estado Libre de la Luisiana Potosina, o sea de San Luis Potosí, unido a la Federación Mexicana el ciudadano D. M. M. G. A. Año de 1825 (1825); Erección de una Casa de Estudio en la capital del Estado de San Luis Potosí para su juventud, debida a los extraordinarios esfuerzos de su Excmo. Gobernador el Sr. D. José Yldefonso Díaz de León (1826); El Lic. D. Juan Barragán Cano, Pbro.; Vidas de jesuitas ilustres, de Juan Luis Maneiro, traducción del latín; *Compendio histórico de la Revolución Francesa; Relación histórica de lo que padecieron los sacerdotes franceses no juramentados; Vida de Toussaint Louberture; y Monitor para la juventud del Colegio Guadalupano Josefino.

Falleció en la ciudad de San Luis Potosí el 29 de agosto de 1831, en medio del sentimiento de la población.

En 1990 la Casa de la Cultura y el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de San Luis Potosí publicaron una edición facsimilar de su Ensayo de una constitución política que ofrece a todos los habitantes del Estado Libre de la Luisiana Potosiense o sea de San Luis Potosí, unido a la Federación Mexicana.

Juicios y testimonios

Juan Bautista Iguíniz: “Su pasión por el estudio jamás se agotó y aparte de su ilustración, muy vasta para su época, conocía las lenguas latina, francesa e italiana”.


Renato Iturriaga: “El doctor Gorriño y Arduengo fue un prohombre potosino que aportó su lucidez intelectual al fraguado de lo mexicano”.


Rafael Montejano y Aquiñaga: “Hombre de amplia cultura, filósofo, educador y político, escribió varias obras y tradujo otras; también fue un generoso filántropo [...] Como traductor utilizó el anagrama de Roman Leñoguri”.

De Roca y Guzmán, Salvador Antonio

Nació en Compostela –en el actual estado de Nayarit–, y fue bautizado49 el 23 de enero de 1738. Fueron sus padres los señores Teresa Guzmán y Gabriel de la Roca.

Ingresó al Seminario Conciliar de Guadalajara donde realizó la carrera eclesiástica durante los doce años reglamentarios de Latín, Ciencias, Filosofía y Teología, hasta ser ordenando sacerdote por el obispo Diego Rodríguez de Rivas y Velasco, quien lo tuvo en muy alta estima nombrándolo su confesor y –en su momento– su albacea testamentario.

En la Real y Pontificia Universidad de México, el 17 de diciembre de 1767 obtuvo el grado de licenciado en Teología, el cual incorporó a la Real Universidad de Guadalajara. Y en la misma Universidad, el 18 de diciembre de 1793, recibió la borla doctoral en Teología.

En el Seminario Conciliar fue catedrático, y en varias parroquias del Obispado ejerció su ministerio sacerdotal, y fue cura de Fresnillo, Zacatecas.

El 30 de julio de 1769 ingresó al Cabildo Catedralicio como canónigo lectoral; el 16 de marzo de 1777 fue nombrado tesorero; el 16 de julio de 1781 ascendió a arcediano; y finalmente el 26 de julio de 1782 culminó su carrera eclesiástica como deán, la máxima dignidad catedralicia.

Como canónigo desempeñó las más altas encomiendas eclesiásticas; así, en 1786 fue comisionado a la capital del Virreinato para hacer efectiva la incorporación al Obispado de Guadalajara, de las parroquias de Zapotlán el Grande, Colima y La Barca, entonces dependientes del Obispado de Michoacán. En 1788 el obispo fray Antonio Alcalde lo nombró glosador y revisor de las cuentas para la construcción del Real Hospital de San Miguel de Belén. En 1794, tras el inesperado fallecimiento del obispo Esteban Lorenzo de Tristán, tomó posesión del gobierno del Obispado en sede vacante, como vicario capitular, y en 1796 tomó posesión del obispado, como apoderado del obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas.

De 1776 a 1781 fue rector del Seminario Conciliar de Guadalajara; y el 3 de noviembre de 1792, en su calidad de deán del Cabildo de la Catedral, le correspondió oficiar en el Templo de Santo Tomás la solemne misa de inauguración de la Real Universidad de Guadalajara.

En torno de su persona y de la calidad de su ministerio, el obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas en unos apuntes sobre la situación de los clérigos de su obispado, escribió:

Eclesiástico de lúcidas costumbres y de muchos años de servicio en la Iglesia: práctico en materia de gobierno, pero condescendiente y de poco espíritu y resolución: muy devoto en la dirección espiritual de religiosas y práctico capellán de las Capuchinas: y es lástima tenga la opinión de rico con exceso.50

Falleció en Guadalajara y fue inhumado el 16 de julio de 1804 en la cripta de la Catedral.

Juicios y testimonios

Benjamín Ruelas: “Gratitud profunda al Sr. Rector D. Salvador Antonio Roca, que se distinguió por haber fundado becas para el Seminario”.

De Velasco y de la Vara, Francisco Antonio

Nació en Guadalajara, capital del Reino de la Nueva Galicia, en 1748. Fueron sus padres los señores Micaela Eugenia Rodero de la Vara y José Matías de Velasco y Gudiño.

A los diez años de edad ingresó al Colegio de San Juan Bautista de los jesuitas, donde estudió Gramática Latina y Filosofía; enseguida se trasladó a la Ciudad de México para cursar Derecho –Civil y Canónico– en el Colegio de San Ildefonso, también de la Compañía de Jesús y en la Real y Pontificia Universidad de México, donde recibió el título de bachiller en Cánones; y el 14 de enero de 1769 obtuvo su título de abogado en el Real Colegio de Abogados de la capital virreinal.

De nuevo en su ciudad natal, ejerció la abogacía, y desempeñó las siguientes funciones públicas: defensor de Juzgado de Intestados; abogado defensor en el Tribunal del Real Consulado de Guadalajara (1799-1813); teniente y asesor del intendente de Guadalajara, Fernando de Abascal y Souza; teniente y asesor del intendente de la misma Provincia, José de la Cruz, y como tal fue gobernador intendente interino de la Nueva Galicia, del 11 al 20 de febrero de 1811; vocal de la Junta de Seguridad, encargada del enjuiciamiento de los delitos de infidencia, cometidos por los insurgentes; y presidente de la Junta de Requisición de bienes de europeos –españoles–.

Una vez fundada la Real Universidad de Guadalajara se graduó de licenciado en Cánones el 2 de febrero de 1794; de doctor en Cánones, el 15 de mayo del citado 1794; de licenciado en Derecho Civil, el 2 de diciembre de 1798; y finalmente de doctor en la misma Facultad, el 2 de junio de 1799. En la colación de sus grados universitarios, fueron sus padrinos nada menos que el doctor Juan José Martínez de los Ríos, vicario general del obispado, el insigne jurista Francisco Xavier Gamboa, el regidor del Ayuntamiento tapatío Guillermo Antonio de Caserta, y el barón de Santa Cruz, Dans Stuart.

En la misma Real Universidad ganó por oposición en agosto de 1793 la cátedra de Prima de Cánones; integró la comisión claustral que elaboró las constituciones universitarias; el 10 de noviembre de 1801 fue electo consiliario por Leyes; el 10 de noviembre de 1805 se le eligió para la misma representación, pero por Cánones, cargo que refrendó en 1807; y el 10 de noviembre de 1811 volvió a ocupar la representación por Leyes; el 21 de octubre de 1813, el Claustro de Consiliarios le otorgó la jubilación a su cátedra de Prima de Cánones, la cual atendió por veinte años; y continuó como catedrático propietario de Prima de Leyes hasta su deceso.

Al ser un decidido partidario del régimen virreinal, una de sus hijas, Ana Jacoba de Velasco, se casó con el intendente de Guadalajara Roque Abarca. Otro de sus hijos, empero, fue el célebre insurgente Francisco Lorenzo de Velasco y Palafox, quien como canónigo de la Colegiata de Guadalupe se adhirió a las tropas insurgentes de Ignacio López Rayón.

Así, no es de extrañar su actitud hostil hacia el gobierno insurgente en Guadalajara; escribe Lucas Alamán: “Aunque el poder que Hidalgo ejercía fuese absoluto, no faltaron personas de energía que lo resistiesen. Entre ellas fue una el Dr. Francisco Velasco de la Vara, abogado distinguido que combatió sus proyectos en contestaciones verbales […]”.51

Al estallar la insurgencia, fue miembro y presidente de la Junta Superior Auxiliar de Gobierno, Seguridad y Defensa de Guadalajara. Tras la derrota de Hidalgo en Puente de Calderón, fue nombrado presidente de la Junta de Seguridad, encargada de juzgar los delitos de infidencia. El caso más célebre que le tocó procesar fue el del caudillo insurgente José Antonio Amo Torres. Y del 11 al 20 de febrero de 1811, fue gobernador de la Intendencia de Guadalajara y presidente de la Real Audiencia, con carácter de interino. Luego fue electo diputado por la Intendencia de Guadalajara, a las Cortes de la monarquía, para el bienio 1814-1815, pero al llegar a Madrid se encontró con las Cortes suprimidas por el rey Fernando VII. Así, regresó a la Nueva España, con el nombramiento de oidor de la Real Audiencia de México, cargo que ejerció hasta 1820, por lo cual pasó a residir a la capital virreinal. Y de 1818 a 1820 fungió como asesor general del Virreinato novohispano.

Escribió y publicó: Observaciones que a la humilde porción del pueblo dirige D. Francisco Antonio de Velasco (1811); El Sr. intendente interino de Guadalajara D. Francisco Antonio de Velasco, ha dirigido al Excmo. Sr. virrey la siguiente carta (1812); y Carta del Sr. Asesor de gobierno y encargado de esta Intendencia Dr. D. Francisco Antonio de Velasco al Excmo. Sr. virrey de N. E. (1813).

Falleció en la Ciudad de México el 6 de mayo de 1821.

Juicios y testimonios

Lucas Alamán: “Acérrimo enemigo de la revolución [de Independencia]”.


Juan Bautista Iguíniz: “Jurista insigne”.


José Ramírez Flores: “Metódico y dinámico jurista”.


Alberto Santoscoy: “Famoso […e] iracundo jefe de la Junta de Seguridad que fue perseguidor de los insurgentes”.

De Velasco y Palafox, Francisco Lorenzo

Nació en Guadalajara, capital de la Intendencia del mismo nombre, el 10 de agosto de 1784. Fueron sus padres los señores Vicenta Palafox y Lozano, y el abogado Francisco de Velasco y de la Vara. El 3 de abril de 1785 recibió la confirmación sacramental de manos del obispo fray Antonio Alcalde.

Ingresó al Seminario Conciliar Tridentino de San José de su ciudad natal, donde estudió Latín y Retórica por dos años, al término de los cuales presentó examen público de honor. Luego inició el Curso de Artes de Filosofía bajo la dirección del doctor José María Cos, el cual concluyó en el año escolar de 1800, con las máximas calificaciones (sss); fue compañero de estudios de José María Mercado.

Durante sus estudios filosóficos vistió la beca de honor y presentó conferencias públicas –conocidas como sabatinas– de Lógica y Metafísica, y de Física; además cumplió con los otros ejercicios académicos de presidencias y réplicas continuas en clase y exámenes obligatorios, en todos los cuales logró las calificaciones máximas de los examinadores.

También sustentó tres actos públicos, el primero de ellos de Súmulas y Proemiales en la Real Universidad de Guadalajara; el segundo, de toda la Física y Metafísica de las “Instituciones Lugdonenses”; y el tercero, de Filosofía Moral; en todos asistió una gran concurrencia, en el tercero incluso se contó con la presencia del presidente de la Real Audiencia tapatía, José Fernando de Abascal y Souza, a quien se le dedicó el acto.

Para el grado de bachiller en Artes, en la Real Universidad de Guadalajara fue aprobado nemine discrepante por los catedráticos examinadores, y habilitado para ingresar a cualquier facultad.

Varias veces concursó la cátedra vacante de Artes –Filosofía– del Colegio de San Juan Bautista; en 1802 obtuvo el segundo lugar con todos los votos de los sinodales, compitiendo nada menos que con el doctor José Manuel Covarrubias, el bachiller Juan Cayetano Gómez Portugal y José María del Castillo.

Ingresó en la Facultad de Derecho de la Real Universidad de Guadalajara, donde continuó su brillante actuación académica; sustentó dos actos de Cánones y de Leyes –Derecho Civil–; se lee en su Relación de Méritos:

El uno Menor con diversos títulos excedentes al número prevenido por Estatuto, y otro Mayor [el segundo], en que ofreció exponer las obras de Vinnio completas con las Notas de Dn. Juan de Sala y sus Apéndices del Derecho Español y también la de Selvagio y sus Notas respectivas de Disciplina Eclesiástica de España; y que recitaría de memoria la Diatriba defendiendo escogidas las […] conclusiones de Derecho Civil y Canónico, cuya función se verificó con previa licencia del Claustro, precedida del riguroso Examen de Estatuto para los Actos extraordinarios, y se sustentó en dos mañanas por disposición del mismo Claustro á presencia de muy numeroso concurso hasta el medio día, y mereciendo que se diese noticia de en la Gaceta de México; siendo ésta la única que hasta ahora se ha sustentado en la Universidad por el contado tiempo.52

Con el acuerdo del rector de la Universidad, sustituyó a los catedráticos titulares de Prima de Cánones y de Leyes; arengó en una borla –examen de grado– de Filosofía, se le habilitó de doctor examinador en un examen de bachiller en Jurisprudencia. Y ya como bachiller en Cánones, presidió los cuatro cursos de su Facultad, y la lección de media hora con puntos de discusión; también ganó los cursos de Leyes y presentó el examen de Estatuto.

En las témporas del Adviento –diciembre– de 1805, recibió de manos del obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas el orden del subdiaconado; en diciembre de 1806 recibió el diaconado, y solicitó a su obispo la autorización para partir a España con el fin de completar sus estudios en la Universidad de Salamanca y recibir el orden sacerdotal. El 29 de diciembre de ese mismo año recibió la autorización episcopal; y el 17 de enero de 1807 escribió al obispo Cabañas desde la Ciudad de México que sólo esperaba embarcarse a la península ibérica. Sin embargo, concluyó sus estudios en la Universidad de Alcalá de Henares, donde recibió los grados mayores de licenciado y de doctor en Sagrados Cánones y en Derecho Civil.53

En la metrópoli hispana también se le confirió la ordenación sacerdotal y continuó su aprovechamiento en los estudios y fue igual de brillante que en su ciudad natal, dado que

el talento y la dedicación del joven sacerdote le granjearon bien pronto el aprecio y las distinciones de los maestros de aquella Universidad, quienes le otorgaron el grado de doctor en divinas letras y lo proveyeron de buenos informes, recomendándolo para que se le asignara un puesto distinguido en la jerarquía sacerdotal.54

A su regreso a la Nueva España tomó posesión de su prebenda en la Colegiata de Nuestra Señora de Guadalupe, el 28 de febrero de 1810. Y el 3 de julio de 1811 ascendió a canónigo de gracia.

El 28 de enero de 1812 truncó su brillante carrera eclesiástica y se pasó al movimiento insurgente. Aquí se presentan dos hipótesis sobre la verdadera motivación de su decisión; en una carta escrita a Porlier expresó: “Después de haber meditado uno y medio años la idea de abandonar con el único fin de servir a la Nación y evitar, si era posible, el derramamiento de sangre en la lucha que entonces agitaba fuertemente a México”.55

Contrariamente, Lucas Alamán asevera que “dio en esta capital [México] el ejemplo de la vida mas desarreglada y licenciosa, y temiendo, según entonces se entendió, que la inquisición lo aprehendiese, pues estaba delatado en ella por la impiedad de sus opiniones, [entonces] tomó el partido de la revolución […]”.56

Sin poder precisar cuáles fueron sus verdaderas intenciones para hacerse insurrecto, por lo pronto huyó de la Ciudad de México con el fondo de las medallas y los rosarios de la Colegiata de Guadalupe, de los cuales era custodio, y que posteriormente repartió entre los insurgentes. Fue un duro golpe para su padre, el abogado Francisco Antonio de Velasco, quien en una carta al virrey Venegas desde Guadalajara lamentó lo que consideró la funesta actitud de su hijo.

En unión a Felipe Lailson, se presentó al licenciado Ignacio López Rayón en el Valle de Toluca, quien según Alamán los recibió “con indiferencia y desprecio”.57

Sin embargo, al poco tiempo se ganó la confianza de López Rayón, quien le dio el cargo de brigadier y luego lo acompañó al sitio de Toluca; enseguida lo envió a Lerma a atacar al general realista Joaquín Castillo Bustamante, a quien derrotó el 19 de mayo del citado 1812, por lo que fue felicitado con la composición de un himno, que originó su excomunión.

Por ese tiempo, dirigió a partir del número 21 el Ilustrador Americano. Semanario Patriótico Americano; donde publicó: una carta abierta al doctor José Mariano Beristain y Souza, el 5 de agosto de 1812; la “Contestación que da el señor Brig. Dr. D. Francisco de Velasco a la carta que escribió su padre al supuesto virrey Venegas, y mandó publicar éste en la Gaceta de México”, el 31 de octubre de 1812; y “Una pildorilla al Amigo de la Patria” –periódico que publicaba en la capital del Virreinato el doctor Beristain–, el 17 de abril de 1813.

En Apaseo, Guanajuato, nuevamente derrotó a los realistas, y les destruyó la fortificación del lugar. Luego siguió con la defensa del fuerte de San Juan Evangelista, en la mencionada intendencia de Guanajuato; en noviembre de 1812 fue comisionado para inspeccionar las tropas insurgentes de Monte Alto, y posteriormente acompañó a López Rayón a Huichapan, donde se celebró una solemne misa por el cura Miguel Hidalgo, en la cual le correspondió pronunciar el sermón el cual se publicó en la Imprenta Nacional de América, en Tlalpujahua, con el título: “Sermón que en el cumple años del serenísimo señor don Miguel Hidalgo y Costilla dixo [sic] el Sr. Dr. D. Francisco Lorenzo De Velasco […]”. También predicó el 12 de diciembre en la misa de función a la Virgen de Guadalupe, proclamada patrona de la independencia.

Para 1813 el doctor José Sixto Verduzco, miembro de la Junta de Zitácuaro, lo nombró su secretario y lugarteniente en el mando de las tropas. Como tal, se trasladó a la provincia de Valladolid; cerca de Pátzcuaro en las lomas del Calvario, atacó al coronel Linares. En dicho combate no salió muy bien librado, por lo que se retiró a Uruapan, tras haber enterrado algunos cañones, que él mismo había mandado fundir.

En Tlalpujahua recibió la comunicación de que el cura José María Morelos había sitiado el fuerte de San Diego del puerto de Acapulco, por lo que fue a unírsele. Morelos lo comisionó para parlamentar la rendición del fuerte, y luego lo nombró vicario general castrense.

El 13 de septiembre de 1813 se celebró la solemne misa del Espíritu Santo para instalar el Congreso Constituyente de Chilpancingo, al doctor De Velasco se le comisionó para que pronunciara el sermón, en el cual exhortó a “alejar de sí toda pasión e interés, guiándose sólo por lo que fuese conveniente a la nación”.58

En la sesión legislativa del 15 de septiembre, Morelos fue electo generalísimo y depositario del poder Ejecutivo de la nación, a lo cual renunció. Entonces el doctor De Velasco se presentó a la sesión, y a nombre del pueblo y del ejército exigió al Congreso que se le obligara a aceptar, como finalmente aconteció. Sobre lo cual opina Alamán: “Así quedó vencido desde el primer día el poder legislativo ante la fuerza militar. ¡Triste presagio de la suerte que aguardaba a los congresos venideros!”59

Al promulgarse el Acta de Independencia el 6 de noviembre de 1813, el canónigo José de San Martín lo sustituyó como vicario castrense. En tanto, él recibió el ascenso a mariscal de campo.

En la obra de Castillo Negrete, México en el siglo xix –citada por Alejandro Villaseñor–, refiere que el doctor De Velasco insistentemente le pedía a Morelos que lo nombrara diputado del Congreso, por lo que con el fin de alejarlo de tal pretensión decidió enviarlo a Oaxaca a verificar la aprehensión de los canónigos realistas Jacinto Moreno e Ignacio Vasconcelos.60

En Oaxaca desterró a los mencionados canónigos y publicó una encendida proclama, en la cual censuró enérgicamente al obispo diocesano Antonio Bergosa y Jordán, ferviente partidario del régimen novohispano.

En tanto, en unión al subdiácono Ignacio Ordoño, se dedicó a la vida licenciosa y al juego, lo que causó gran escándalo en la sociedad oaxaqueña. Esto motivó que López Rayón mandara al canónigo José de San Martín a arrestarlo el 28 de febrero de 1814, pero él, junto con Juan Pablo Anaya, se resistió al arresto; finalmente fue hecho prisionero en el Convento de Santo Domingo.

Determinó el canónigo De San Martín enviarlo a Huajapan, para ponerlo a disposición de López Rayón, pero De Velasco, de común acuerdo con un español de apellido Vilchis –quien debía entregarlo–, se fugaron y se entregaron al coronel realista Melchor Álvarez para solicitarle el indulto real.

En marzo del citado año de 1814, la ciudad de Oaxaca regresó al dominio virreinal. Y ante el inminente castigo, el doctor Francisco Lorenzo de Velasco astutamente fingió arrepentimiento por su actuación en las filas de la insurgencia; en un manifiesto a los americanos desacreditó a los líderes insurgentes:

A Rayón lo calificaba como un monstruo de ingratitud, de ignorancia y de crueldad, prostituido en el vicio de la embriaguez […] A Morelos lo trata de inepto, apenas capaz de una que otra buena acción. [Carlos] Bustamante, con bastante acierto, juzga ese acto de humillación o debilidad del Dr. Velasco, como un baldón eterno para ese eclesiástico.61

Así logró salvar la vida, pero fue remitido hacia Puebla de los Ángeles, donde fue prisionero en el Convento de San Agustín para ser procesado, o bien para de ahí recluirlo en San Juan de Ulúa o salir desterrado a San Juan, Puerto Rico. Al pedírsele información sobre las relaciones de los insurgentes con otras personas, él contestó que sólo tenía relación con dos o tres personas de la capital virreinal.

Es muy probable que en atención a los méritos de su padre don Francisco Antonio, el virrey Félix María Calleja lo indultara provisionalmente, para que el rey Fernando VII decidiera sobre su suerte en definitiva. Por lo que inició las gestiones para ir a España, a unírsele a su padre.

Entonces viajó a Jalapa, al mismo tiempo que solicitó al gobierno virreinal un préstamo de tres mil pesos para los gastos del viaje, al parecer sólo recibió quinientos pesos. Pero como no se embarcaba a España, el virrey sospechó que podría evadirse, así que decidió confinarlo en Puerto Rico, mientras el rey decidiera su suerte.

Se le ordenó al coronel Zarzosa que lo condujera a Veracruz, pero al saber esto se le fugó, llevándose consigo cien onzas de oro del citado coronel realista. Y de inmediato en Tehuacán se presentó al jefe insurgente Juan Nepomuceno Rosains, quien lo recibió sólo en calidad de soldado raso.

Se le encomendó negociar la adhesión de Guadalupe Victoria a Rosains, pero no tuvo éxito. Tampoco en Huamantla pudo pronunciar un sermón en una festividad religiosa, ante la proximidad del enemigo realista. En enero de 1815 fue derrotado Rosains por el realista Márquez Donallo en el pueblo de San Andrés Chalchicomula, por lo que irritado contra la población mandó al doctor De Velasco a castigarla con el saqueo.

En unión a Manuel Mier y Terán, sufrió las penalidades y peligros de la campaña militar. El 20 de agosto del mismo 1815, fue destituido del mando Juan Nepomuceno Rosains, por lo cual el canónigo De Velasco intentó huir hacia Estados Unidos, muy probablemente para negociar el abasto de armamento.

Pero fue capturado por el general Guadalupe Victoria, quien lo puso preso con grilletes y cadenas en un calabozo de Tehuacán. Así estuvo hasta diciembre de 1815, cuando fue puesto en libertad.

De inmediato se unió a las tropas de Mier y Terán, con quien el 27 de diciembre de 1815, en las cercanías de Tepeji de la Seda, derrotaron al militar español José Barradas.

Con el fin de abastecerse de armas, el 17 de julio de 1816 las fuerzas de Mier y Terán –teniendo como oficial al doctor De Velasco– salieron de Tehuacán hacia Coatzacoalcos, Veracruz. El 8 de septiembre, cerca de Mixtán intentaron pasar el río, pero fueron atacados por sorpresa por el comandante realista Pedro Garrido. En la acción varios insurgentes perecieron ahogados, otros lograron cruzar en canoas, en tanto –escribe Lucas Alamán– “el paradero del canónigo Velasco no se supo; díjose vagamente que se había ahogado en un arroyo, que tenía que pasar para acercarse a la orilla del río en busca de la canoa, o que se le había encontrado muerto de hambre”.62

Así terminaron los días llenos de sufrimiento del doctor De Velasco. Su vida como su muerte siempre causaron controversia. El citado Alamán reseña el enfrentamiento entre Rosains y Terán, tras la consumación de la independencia:

Rosains en sus controversias con Terán, acusó a éste de haber hecho asesinar a Velasco, a lo que Terán contestó victoriosamente en su segunda manifestación. Velasco estaba herido en la rodilla de la pierna derecha, habiéndose lastimado él mismo por casualidad con su propio sable que llevaba desnudo y se apoyaba en él, paseando en el pueblo de Huehuetlán, en marcha a Playa Vicente, después de un aguacero que había puesto el piso muy resbaladizo.63

Por su parte, Carlos María Bustamante escribió –lo que Santoscoy considera toda una oración fúnebre–: “Hasta el día se ignora el paradero de este lindo joven nacido con el talento de un ángel, pero inútil á su patria que aun lo compadece, y recuerda con pena la memoria de sus miserias y extravíos”.64

A lo que apostilló el mismo Santoscoy:

¡Y quien así se expresó, como ya lo sabemos, fue uno de los que seguramente contribuyeron, como consejero y partidario de Rayón, a inutilizar ese talento de ángel y a que fuera a cegarse en flor [a sus 32 años de vida] y obscuramente aquella existencia juvenil en la desierta y melancólica orilla de Huaxpala!65

En 1897, el citado historiador Alberto Santoscoy propuso imponer su nombre a alguno de los portales del centro histórico de su ciudad natal.

Juicios y testimonios

N. M. Farris: “Los obispos y canónigos fueron casi siempre leales al régimen con unas cuantas excepciones: los canónigos José [De] San Martín y Francisco de Velasco fueron activos revolucionarios”.


Alberto Santoscoy: “Ningún patricio mexicano puede quejarse más de las consecuencias funestas de tan peregrino concurso entre esos dos historiadores [Bustamante y Alamán] tan opuestos en sus miras, como un hijo de Jalisco que mereciendo el nombre verdadero de héroe, por los grandes sacrificios que hizo para contribuir a la emancipación nacional, hasta consumarlos con el de su vida llena de esperanzas seguras en el encubrimiento a que por muchos títulos esta llamado, se encuentra degradado de su legítimo puesto ante la fama pública, debido a la mala opinión que han llegado a crearle aunadamente Bustamante y Alamán, con implacable saña, pintándonoslo con los colores más obscuros de la depravación moral y aplicándole los más ofensivos epítetos. De la parcialidad del juicio formulado por entre ambos historiadores acerca de este caudillo jalisciense, nadie se había percatado, debido al poco uso de las reglas de la crítica histórica […]”.


Eric Van Young: “Aunque los motivos que alega esquivan cualquier formulación ideológica y la alta política –la piedad filial [salvar a su anciano padre]–, la alarma ante la violencia y el desorden de la lucha insurgente, posiblemente cercana a la desilusión expresada por el padre Díaz, y el resentimiento por tomar tan a pecho los comentarios de los peninsulares contra los criollos–, su pensamiento parece haber conjugado ambas esferas de tal forma que lo impulsaron a la rebelión. Esto resulta especialmente obvia en la tercera de sus razones, que abarca e ilustra una amplia gama de agravios criollos que los indisponían contra el régimen colonial, desde la recolonización política y la escalada de las contribuciones fiscales establecida por las reformas borbónicas, hasta los antiguos resentimientos sociales y el comportamiento racista que no era ejercido solamente por los españoles europeos, sino también por los criollos conscientes del carácter híbrido de la sociedad mexicana”.

Espinosa y Dávalos, Pedro

Nació en Tepic, poblado de la Intendencia de Guadalajara, el 29 de junio de 1793. Fueron sus padres los señores José Ramón Espinosa y María Teresa Dávalos. “Procedía de una familia levítica: dos de sus hermanos fueron sacerdotes y dos de sus hermanas religiosas”.66

Inició su instrucción elemental con un profesor particular, contratado por el que fuera su padrino de bautizo, Antonio de Santa María. Estudió la doctrina cristiana y el latín en el Convento de la Santa Cruz de su pueblo natal.

En 1806 ingresó al Seminario Conciliar de Guadalajara, con una beca de gracia, ya que su padre se encontraba en una difícil situación económica. Fue presidente de la Academia de Teología Escolástica, y el 28 de octubre de 1816 recibió la ordenación sacerdotal, de manos del obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas.

Con el fin de perfeccionar sus estudios, ingresó a la Real Universidad de Guadalajara, en la cual el 28 de agosto de 1819 recibió el grado mayor de licenciado en Teología, y el 12 de agosto de 1821 la borla doctoral.

Desempeñó los siguientes cargos: rector del Colegio de Niñas de San Diego y capellán del Templo anexo; promotor de la Fe y promotor fiscal; visitador de planteles educativos; profesor sustituto en el Seminario Conciliar, impartió las cátedras de Gramática, Filosofía y Teología; profesor titular de Moral y de Teología Dogmática; y rector del Seminario de 1831 a 1840.

El 22 de junio de 1832 fue nombrado canónigo de gracia y lectoral del Cabildo Eclesiástico; ascendió a tesorero, el 16 de enero de 1841; a maestrescuelas, el 9 de mayo de 1845; y finalmente a arcediano, el 16 de mayo de 1848.

En 1825 actuó como promotor fiscal en la Junta Eclesiástica, que pretendió excomulgar a Anastasio Cañedo, al haber criticado al clero desde el periódico La Estrella Polar. Tuvo que enfrentar la defensa que hicieron del acusado, los doctores Francisco Severo Maldonado y José Luis Verdía, y así “habiéndose expresado [Maldonado] en términos despreciativos del Cabildo, el doctor Dávalos, con un candor propio de aquella época y como quien ve amenazada su fe en el mismo santuario, comenzó a rezar en voz alta el credo [...]”.67

Y pasó de los rezos al periodismo militante. A finales de 1826 fundó El Defensor de la Religión, para oponerse a las ideas liberales y a las acciones de los gobiernos estatales, que le restaban sus derechos a la Iglesia. El primer número apareció el 26 de enero de 1827.

En la Universidad de Guadalajara impartió la cátedra de Teología de Melchor Cano, regenteó la de Sagrada Escritura, integró en múltiples ocasiones los Claustros de Doctores y de Consiliarios; de 1845 a 1848 fungió como cancelario.

Durante el régimen centralista fue diputado al Congreso Nacional de 1834 a 1836, fungió como su vicepresidente en 1835; y el general Antonio López de Santa Anna lo nombró consejero del Estado; y en 1852 apoyó el Plan del Hospicio.

Propuesto como obispo por los Cabildos de Puebla de los Ángeles y de Michoacán, al fallecer el obispo Diego Aranda y Carpinteiro fue electo vicario capitular en sede vacante del Obispado de Guadalajara.

El 2 de mayo de 1853, el presidente de la república, López de Santa Anna, lo propuso al papa Pío IX como obispo de Guadalajara, quien lo nombró el 12 de septiembre; y recibió la consagración episcopal el 8 de enero de 1854, en la Catedral de Guadalajara.

En el campo religioso: solemnizó la declaración del dogma de la Inmaculada Concepción de María en 1854; de Génova mandó traer el ciprés de mármol de la Catedral; reparó el Hospital de San Miguel de Belén y amplió el Hospital de San Juan de Dios; propició que se establecieran las Hermanas de la Caridad; en 1862, participó en Roma en la canonización del primer santo mexicano, fray Felipe de Jesús, entre otras acciones.

En 1854 se opuso al Plan de Ayutla, y protestó ante el gobernador de Jalisco por el discurso de Miguel Cruz Aedo del 18 de agosto de 1855, en el que se atacaba al clero. En noviembre se expidió la Ley Juárez, que prohibía a los tribunales eclesiásticos conocer de asuntos civiles, a lo que se opuso. Y actitud similar pero aún más enérgica observó ante la Ley Lerdo, que ordenaba la desamortización de los bienes eclesiásticos.

Durante la Guerra de Reforma: el 26 de marzo de 1858, recibió solemnemente en la Catedral al gobernador conservador, licenciado Urbano Tovar; en 1859 en una carta pastoral colectiva, rechazó las Leyes de Reforma expedidas por el presidente Benito Juárez en Veracruz; ante el recrudecimiento de la guerra a finales de junio de 1860, salió de Guadalajara de incógnito, pero fue apresado en la loma del Joconoxtle por las tropas liberales, al parecer se intentaba canjearlo por el general Uraga, apresado por los conservadores; y el 11 de julio inmediato, el general Santos Degollado ordenó su libertad; en reciprocidad el obispo pidió la liberación del citado Uraga ante el general Miguel Miramón, con quien se entrevistó en agosto.

En enero de 1861, el presidente Benito Juárez ordenó su destierro del país. Junto con otros obispos, fue apedreado en Veracruz, y partió a Estados Unidos, y de ahí a Europa.

En Roma, informó al papa Pío IX sobre la situación de la Iglesia en México. El papa le otorgó en aprobación de sus acciones los títulos de patricio romano, prelado doméstico y asistente al Solio Pontificio.

El 26 de enero de 1863, Pío IX elevó la sede episcopal de Guadalajara a la categoría de Arquidiócesis, y así se convirtió en el primer arzobispo de Guadalajara; fue nombrado como tal el 19 de marzo: “Era obvio que el Papa pretendía fortalecer a un prelado cuya oposición a toda medida liberal estaba fuera de cualquier duda”.68

En febrero de 1864 regresó a México. El 17 de marzo, en Lagos de Moreno, ejecutó la bula de erección de la Arquidiócesis de Guadalajara, y el 22 fue recibido solemnemente en la nueva sede metropolitana.

La Iglesia de Guadalajara solicitó al general Aquiles Bazaine la devolución de los bienes eclesiásticos, a lo que el francés se negó, y tan sólo regresó el Seminario, el Palacio Episcopal y los colegios de niñas.

El emperador Maximiliano I lo condecoró con el título de comendador de la Orden de Guadalupe. Pero al continuar vigentes las Leyes de Reforma, la relación crítica Estado-Iglesia continuó, y

los últimos meses de 1865 y los primeros de 1866, el señor Espinosa se volvió parco en sus escritos, meditador, mediador, en fin, en un obispo manso […] [Sus] últimos esfuerzos se orientaron, más bien, al ejercicio de su ministerio, que a la polémica con las autoridades imperiales.69

Al ser convocados los obispos por el emperador Maximiliano I para discutir el concordato, partió a la Ciudad de México, donde falleció el 12 de noviembre de 1866, y fue inhumado en la cripta de la Catedral Metropolitana.

El 26 de febrero de 1876 sus restos fueron trasladados a Guadalajara, para ser reinhumados en la capilla de la Purísima Concepción de la Catedral tapatía.

Su producción literaria –aparte de los artículos que publicó en El Defensor de la Religión– incluye: su Relación de Méritos (1819); un Ensayo Literario, con noticias históricas del Obispado de Guadalajara de 1852; y una gran cantidad de documentos políticos y religiosos, entre los que destacan sus cartas pastorales. El obispo Emeterio Valverde Téllez catalogó sus escritos en setenta y ocho.

Juicios y testimonios

José Beiza Patiño: “Dice un refrán popular que ‘el que anda entre miel algo se le pega’ y tiene mucha verdad pues generalmente el que se desarrolla en determinadas circunstancias termina por adaptarse a ellas, o cuando no, a compenetrarse de ellas. El caso de la personalidad que nos ocupa es uno de esos, pues a don Pedro Espinosa le tocó por suerte –yo no sé si buena o mala– vivir la época más crítica de la historia de México desde su Independencia en 1821 hasta la etapa más radical entre 1850-1867 [...] Sin embargo fue en la última de las etapas en donde los ánimos se radicalizaron y los odios entre los contendientes se llevaron a los extremos. Cada quien creía tener la razón, cada quien tenía sus argumentos y la mayoría de las veces los defendieron con las armas en la mano”.


Juan Bautista Iguíniz: “Fue un prelado de poderosa inteligencia, de grandes virtudes, de acrisolada piedad, de noble y bondadoso corazón, de incansable actividad y profundamente versado en ciencias eclesiásticas”.


José de Jesús Jiménez López: “Figura grande, que con su esplendor y actividad pastoral, llenó el siglo xix, en esta Iglesia [de Guadalajara]”.


Agustín Rivera: “En el orden intelectual y literario fue un gran teólogo, y en el orden moral fue un hombre muy piadoso y una paloma”.

Gómez Farías, Valentín

Nació en Guadalajara, capital del Reino de la Nueva Galicia, el 14 de febrero de 1781. Fueron sus padres los señores Lugardo Gómez de la Vara, quien al parecer se dedicaba al comercio, y María Josefa Martínez y Farías.

No se conoce con precisión la escuela donde recibió su instrucción elemental, “tal vez estudió en la Real Escuela de la Compañía, o en la Escuela para niños del Santuario o en alguna escuela particular”.70

En 1795 ingresó al Seminario Conciliar de San José donde estudió Latín, y realizó el Curso de Artes que dirigió el doctor José de Jesús Huerta.

En 1800 se le confirió el grado de bachiller en Artes en la Real Universidad de Guadalajara, en la cual se matriculó para estudiar Medicina en 1801. Sobre los cursos de Medicina y Cirugía, en 1802 probó haber ganado el primer curso y se matriculó al segundo, el cual probó haber ganado en 1803; se matriculó al tercero ese mismo año; en 1804 probó haber ganado el tercer curso, y se matriculó al cuarto, el cual aprobó en 1805.

En cuanto a su aprovechamiento:

Parece ser que sus estudios profesionales fueron bastantes brillantes porque existen testimonios que afirman que el joven Valentín causaba el asombro de sus profesores al encontrar en sus exámenes referencias a textos franceses de Medicina que sus propios profesores ignoraban. El asombro de los profesores ante la cantidad de información que conocía Valentín tenía sus asomos de sospechas y malicia, porque en esa época el leer libros franceses era motivo de escándalo público y algunos historiadores creen que tenía su nombre inscrito en el Tribunal de la Santa Inquisición como persona sospechosa de herejía [...] Parece que las autoridades de la Universidad admiraban a tan heterodoxo estudiante más de lo que temían a sus ideas contaminadas por el liberalismo francés, porque le ofrecieron un empleo de maestro en la Escuela de Medicina.71

Sin embargo, al solicitar licencia para sustentar al acto de grado, se encontró con que el doctor Ignacio Brizuela le negó su licencia a él y a los bachilleres Herrera y Ramírez:

Diciéndonos –escribió Valentín– que estaba contenido en algunas reglas del expurgatorio y no conforme con Nuestra Religión; como también por haber dado una certificación en la que sólo pide que no se nos permita el sustentarlo sino que también dice que conviene nos expelen de la Universidad.72

Una vez que el rector José María Gómez y Villaseñor lo dispensó de la réplica en el examen que le correspondía al doctor Ignacio Brizuela, el 4 de agosto de 1805 presentó su examen de grado ante los doctores Mariano Torres, Pedro Támez y José María Jaramillo. Y tras haber demostrado “bastante aplicación”, le fue conferido el grado de bachiller en Medicina, y debido a su precaria situación económica y a falta de padrino, no optó por la obtención de los grados mayores.

Del 5 de septiembre de 1805 al 31 de enero de 1807 realizó sus prácticas profesionales en el Real Hospital de San Miguel de Belén, bajo la supervisión del doctor Mariano García de la Torre, quien por su notable aprovechamiento lo recomendó ante el Real Tribunal del Protomedicato.

Para el 24 de febrero de 1807 ya se encontraba en la Ciudad de México como practicante en el Hospital de San Andrés y de los Naturales, y cursaba Botánica en el Real Jardín de Palacio. El 28 y 29 de marzo de 1808, se examinó ante el Real Tribunal del Protomedicato, y obtuvo la licencia para ejercer la medicina.

Permaneció en la Ciudad de México hasta 1811, luego se trasladó a Aguascalientes, donde ejerció su profesión durante siete años, y en 1817 regresó a la Ciudad de México, radicando ahí hasta octubre, para establecerse de nuevo en Aguascalientes.

En marzo de 1821 fue electo diputado por la Provincia de Zacatecas a las Cortes de la monarquía española para el periodo de 1822-1823. Pero la independencia de México dejó sin efecto su elección.

El 21 de diciembre del citado año de 1821 fue nombrado primer regidor de Aguascalientes, y electo diputado militar –ya que tenía el grado de coronel de la Milicia Civil de la localidad– al primer Congreso Nacional.

En febrero de 1822 se trasladó a la capital del país para integrar el Congreso Nacional, en el cual el 19 de mayo apoyó la proclamación al trono de Agustín de Iturbide. Pero al disolver el emperador el Congreso, se transformó de monárquico en republicano, y se adhirió a la insurrección del Plan de Casa Mata, que promovió Antonio López de Santa Anna.

Del 7 de noviembre de 1823 al 24 de diciembre de 1824 participó como diputado por Zacatecas en las sesiones del Congreso Nacional Constituyente, y asumió como ideología el federalismo.

El 28 de diciembre de 1824 rindió protesta como senador por el estado de Jalisco; en 1826 fue reelecto como tal, y llegó a presidir el Senado.

A principios de 1831, por su rivalidad con el presidente Anastasio Bustamante, retornó a Aguascalientes, donde permaneció por breve tiempo, para pasar a residir a Zacatecas, donde fue electo diputado al Congreso local.

El 24 de enero de 1833 arribó a la Ciudad de México, pues había sido nombrado secretario del tesoro por el presidente Manuel Gómez Pedraza.

Fue declarado vicepresidente de la república, junto al general Antonio López de Santa Anna como presidente, el 30 de marzo de 1833; y el 1° de abril en ausencia del presidente titular, tomó posesión de la presidencia.

Ejerció las funciones del Ejecutivo del 1° de abril al 15 de mayo, del 3 al 18 de junio; del 5 al 27 de octubre, estas fechas fueron en 1833; y del 16 de diciembre de 1833 al 24 de abril de 1834.

Durante sus mandatos presidenciales instrumentó una serie de acciones que se conocen como La Pre-Reforma, por lo que se le considera el “Padre del liberalismo mexicano”. Entre dichas acciones están la propuesta de una ley que secularizaba las misiones de las Californias; impulsó una amplia reforma educativa tendente a quitarle el monopolio de la educación a la Iglesia, la cual se concretizaba con la supresión de la Universidad Pontificia de México y el Colegio Mayor de Santa María de Todos los Santos; el establecimiento de la Dirección General de Instrucción Pública, que controlaría las acciones gubernamentales de la materia en cuestión; se establecieron seis escuelas de enseñanza superior; se fundaron la Biblioteca Nacional, dos escuelas normales para la formación del magisterio, trece escuelas primarias; y favoreció la completa separación de la Iglesia y el Estado, dejándole a la primera el manejo exclusivo de los asuntos espirituales.

A finales de 1833, el Congreso aprobó y Gómez Farías promulgó las siguientes leyes: una que declaraba ilegal la compulsión estatal para obligar a los ciudadanos a pagar los diezmos; otra que suprimía la coacción civil para la obligatoriedad de los votos monásticos; y una más, que disponía que el presidente de la república en el Distrito federal y en los territorios federales, y los gobernadores en los estados, nombrarían a los sacerdotes que ocuparían los curatos vacantes, de una terna propuesta por el obispo de la localidad; con lo cual entró en contradicción, respecto de la separación de la Iglesia con el Estado.

Ante las protestas que provocaron sus medidas antieclesiásticas, a mediados de abril de 1834 pidió licencia al Congreso para abandonar la presidencia. Y el 24 inmediato, retornó a la Ciudad de México el general Santa Anna para reasumir el ejercicio del Ejecutivo, y suprimir las reformas de Gómez Farías.

El 28 de enero de 1835, mientras estaba en la Hacienda de Cedros, el Congreso lo privó de sus poderes de vicepresidente. Y el 12 de agosto se embarcó hacia Nueva Orleans; durante su estancia en Estados Unidos ejerció la medicina y enfermó gravemente.

A principios de 1838 estaba en su apogeo el movimiento federalista que impulsó el retorno de Gómez Farías, quien llegó a Veracruz el 11 de febrero y el 19 se instaló en la Ciudad de México, donde fue recibido triunfalmente.

El 7 de septiembre fue hecho prisionero y recluido primero en la Ciudadela, y más tarde en el Convento de Santo Domingo, donde permaneció hasta el 14 de diciembre, al ser liberado por la presión de sus seguidores.

Durante 1839 y la primera mitad de 1840 permaneció prácticamente retirado de toda actividad política, e incluso llegó a estar escondido en la misma capital de la república.

A mediados de 1840 participó en la rebelión federalista que promovió el general Urrea, pero ante el fracaso del movimiento nuevamente tuvo que exiliarse en Estados Unidos de América; ahora residió en Filadelfia, tras una breve estancia en Nueva York.

En junio de 1841 regresó a su país y se instaló en Yucatán, que había proclamado el federalismo, pero que también intentaba separarse. En Mérida el gobierno de la entidad le otorgó una pensión, pero ante la proclamación de la independencia –lo cual desaprobaba– viajó a Tabasco donde supuestamente recibiría la protección de Justo Santa Anna, lo cual no aconteció, por lo que se vio obligado a establecerse nuevamente en Yucatán.

En marzo de 1843 salió de Yucatán ante las acciones militares del general Santa Anna, y se estableció en Nueva Orleans, donde permaneció hasta el triunfó del general Mariano Paredes Arrillaga.

Ante la consumación de la separación de Texas y de la inminente invasión norteamericana, se alió nuevamente con el general Santa Anna con el fin de restablecer el sistema federal. El 1° de noviembre de 1846 fue electo diputado al nuevo Congreso Nacional por Jalisco y Zacatecas, e integró las comisiones de Asuntos Constitucionales y de Finanzas.

El 23 de diciembre inmediato fueron nuevamente electos el general Antonio López de Santa Anna y el doctor Valentín Gómez Farías, como presidente y vicepresidente de la república, respectivamente. Al día siguiente Gómez Farías asumió la vicepresidencia, y en ausencia de Santa Anna ejerció el Ejecutivo.

El 11 de enero de 1847 el Congreso aprobó un decreto que autorizaba al gobierno a recabar quince millones de pesos para sufragar los gastos de la guerra contra Estados Unidos, mediante la hipoteca o venta en subasta pública de las propiedades “de manos muertas”. Y el 13 del mismo mes y año fue promulgada una ley que afectaba las propiedades de la Iglesia, lo que provocó la suspensión del culto y la rebelión de los polkos.

El 21 de marzo del mismo año de 1847, el general Santa Anna reasumió la presidencia de la república y el doctor Gómez Farías renunció a la vicepresidencia, y aunque fue invitado a reasumir sus responsabilidades en el Congreso, prefirió retirarse a Mixcoac.

Ante la derrota de México frente a Estados Unidos, huyó y permaneció una breve temporada en Lagos de Moreno, Jalisco. Hacia noviembre de 1847 reasumió sus funciones legislativas en el Congreso Federal que sesionaba en Querétaro.

En octubre de 1849 fue electo diputado por Jalisco y senador por Sinaloa, por lo que se trasladó a la Ciudad de México. Al instalarse el Congreso en 1850, representó a Jalisco como senador.

Durante 1851, por motivos de salud, se vio impedido de participar en las sesiones legislativas, y se instaló nuevamente en Mixcoac.

Al triunfo del movimiento liberal del Plan de Ayutla sobre la dictadura santanista, se reunió en Cuernavaca un Consejo de Representantes para elegir presidente interino, elección que recayó en el general Juan Álvarez, quien designó al doctor Gómez Farías como representante por Zacatecas a dicho Consejo, del cual fue presidente.

En octubre de 1854 fue nombrado jefe de la Administración General de Correos, cargo que ejerció hasta el 10 de diciembre.

Fue electo diputado por Jalisco, México y Zacatecas al Congreso Constituyente de 1856-1857. Pero de acuerdo con las normas del Congreso, representó únicamente al estado de Jalisco.

A pesar de sus enfermedades –lo que lo obligó a ausentarse de muchas sesiones– fue electo presidente del Congreso. Y fungió como tal del 30 de junio al 30 de julio de 1856.

A finales de enero de 1857 nuevamente fue electo presidente del Congreso, y el 5 de febrero se presentó inesperadamente al recinto legislativo, lo que provocó una gran ovación y ocupando la presidencia firmó la nueva Constitución diciendo: “Este es mi testamento”, y la juró solemnemente de rodillas.

Falleció en la Ciudad de México el 5 de julio de 1858. Sus restos fueron trasladados a Mixcoac para ser inhumados en el jardín de su casa. El 4 de julio de 1933 fueron solemnemente reinhumados en la Rotonda de los Hombres Ilustres de la Ciudad de México.

El 24 de marzo de 1868, su nombre se inscribió en letras doradas en el recinto de sesiones del Congreso de la Unión. Una población del estado de Jalisco lleva su nombre, al igual que una calle de Guadalajara y el edificio sede del Sistema de Enseñanza Media Superior de la Universidad de Guadalajara.

Juicios y testimonios

Cecil Alan Hutchinson citando a Pomposo Verdugo: “Cuando tengamos a un escritor de biografías como Plutarco, empezará a escribir su libro con la vida admirable de Valentín Gómez Farías y cuando en México se restablezca la calma y se mire hacia atrás, la primera crítica que hará de nuestro tiempo dirá que no supimos apreciar, ni reconocer su fuerza moral, su valor y su honestidad política”.


Luis Medina Ascensio: “Don Valentín Gómez Farías conocía y sentía las corrientes de renovación política y social que ya se habían comenzado a experimentar en Europa y los Estados Unidos. A él le urgía la necesidad de lograr para la sociedad civil de México todos los derechos que, como sociedad perfecta, puede exigir para la realización completa de su propia vida, como lo reconoce aún la sociología católica desde los tiempos de la Edad Media. En la actitud de la Iglesia y de los católicos en el México del siglo xix se descubre un apasionamiento no siempre conforme a los dictámenes de la prudencia y de la razón [...]”.


José María Luis Mora: “Valentín Gómez Farías es un hombre que cuando es comparado con las personalidades más sobresalientes del país logra atraer y sostener la atención del público. Su carácter inflexible, su estricta moral, su conducta moral, su conducta vertical y su ardiente deseo de mejorar, determinan de inmediato la opinión en que se le tiene [...] Sus principios han sido desde siempre los del progreso rápido y radical. Estos son los principios que se conforman al fuego de su imaginación y al enérgico temple de su mente. Pero entre los medios con que se cuenta para lograr estos fines, el derramamiento de sangre, siempre ha estado expulsado de su planes [...]”.

Gómez-Portugal y Solís, Juan Cayetano

Nació en San Pedro Piedragorda, poblado de la provincia de Michoacán, el 7 de julio de 1783. Fueron sus padres los señores José Pascual Gómez Portugal y Francisca Solís, originarios de Santa María de los Lagos, pero al ser nombrado su padre como mayordomo de diezmos de Piedragorda, ahí se trasladó la familia.

De nuevo la familia en Santa María de los Lagos, hizo ahí sus estudios elementales y fue acólito de la Parroquia.

En Guadalajara ingresó al Seminario Conciliar, donde cursó Latín, Filosofía y Teología; tuvo entre a sus profesores a los doctores José de Jesús Huerta y Francisco Severo Maldonado. Y entre sus condiscípulos a Juan de Dios Cañedo, Valentín Gómez Farías, Francisco Frejes y Anastasio Bustamante. En 1800 concluyó su Curso de Artes.

En la Real Universidad de Guadalajara, el 19 de noviembre de 1801, recibió el grado menor de bachiller en Artes, y en 1805 el de bachiller en Sagrada Teología. En 1816 fue designado por el obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas, en representación del Seminario Conciliar, para que pronunciara la oración fúnebre del primer rector de la Universidad, doctor José María Gómez y Villaseñor. Y lo hizo en forma tan brillante que el Claustro de Doctores le confirió por aclamación el doctorado en Teología.

De manos del obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas, recibió la ordenación sacerdotal e impartió varias cátedras en el Seminario Conciliar. En 1808 apareció en la relación de Daniel Loweree como catedrático de medianos, y fueron sus discípulos Prisciliano Sánchez y José María Gil. En 1810 atendió el curso de primero de Filosofía.

Al ausentarse el rector Juan José Cordón –español–, ante la llegada del ejército insurgente a Guadalajara, se le encomendó la atención de un grupo de seminaristas. En 1814 se tiene la certeza de que impartió el curso de Filosofía; fue maestro de Juan N. Cumplido, José Justo Corro y Pedro Espinosa, entre otros. El citado Loweree, agrega que su nombramiento como cura de Zapopan impidió el acto de Filosofía Moral y el “vejamen” que consistía en la despedida del catedrático, en el que frecuentemente echaba en cara a sus discípulos las faltas cometidas y les daba consejos.

El 8 de mayo de 1819 tomó posesión como cura de Zapopan desempeñándose como tal hasta 1830. Ya para entonces se destacaba como un orador sagrado y parlamentario “de altos vuelos”,73 según afirma José Ignacio Dávila Garibi.

En 1821 integró la Junta Consultiva y Auxiliar de Guadalajara, y en 1822 la Diputación Provincial de Jalisco. El 14 de marzo de 1823, la Diputación lo envió en unión a Prisciliano Sánchez a Puebla de los Ángeles, para que se reunieran con los demás diputados de las otras provincias del imperio, ante la crisis que provocó la proclamación del Plan de Casa Mata, y la tardanza para convocar un nuevo congreso nacional.

En 1823 fue electo diputado por Jalisco al Congreso Constituyente de 1823-1824, “El Acta Constitutiva” y la “Constitución Federal”, llevan su firma.

Se publicaron su “Discurso pronunciado, en sesión extraordinaria del 19 de mayo de 1822” en Galería de oradores de México en el siglo xix, y su “Discurso pronunciado por el señor don Juan Cayetano Gómez Portugal en la sesión de Congreso de abril de 1824”, en la citada obra. Durante las tres siguientes legislaturas fue electo diputado federal por su natal Guanajuato –de acuerdo con la nueva división territorial–. Se destacó en 1827 por su oposición a que el gobierno federal nombrara a los obispos, sin ser depositario del antiguo Patronato Indiano, lo que en su opinión provocaría un cisma. En 1830 fue electo senador por Jalisco y diputado local por Guanajuato.

A instancias del gobierno de Michoacán, fue propuesto por el presidente de la república Vicente Guerrero como obispo de Michoacán y preconizado por el papa Gregorio XVI el 21 de febrero de 1831. Recibió la consagración episcopal el 21 de agosto inmediato por el obispo Francisco Vázquez en el Templo de la Profesa de la Ciudad de México.

Sobre su toma de posesión del Obispado michoacano narra Agustín Rivera:

Al ir a recibir la diócesis, en las afueras de la vieja Valladolid, hoy Morelia, y ante la muchedumbre que se había reunido para darle la bienvenida, el Cabildo de la Catedral le entregó un báculo de oro y el Ayuntamiento otro de plata, para que apoyado en ellos penetrara a pie, bajo palio. Entonces el señor Portugal mandó que le trajeran el báculo de don Vasco de Quiroga que era de madera, y portándolo con veneración, llegó hasta la Catedral [...]74

Entre sus labores eclesiásticas destacaron el impulso dado al seminario, ya que reformó su plan de estudios. Y de 1831 a 1833 recorrió el Obispado.

Durante 1833 se dieron en México las reformas liberales, impulsadas por su otrora condiscípulo el vicepresidente Valentín Gómez Farías. El 27 de octubre se abolió la coacción civil para el pago de diezmos. Gómez-Portugal, “hombre de mente clara”75 –como lo califica Fernando Pérez–, publicó el 19 de diciembre un decreto en el cual el diezmo colectado se dividiría en cuatro partes, a saber: la primera para el Cabildo Eclesiástico, la segunda para los ancianos, viudas y huérfanos; la tercera para los párrocos y el Seminario; y la cuarta para el obispo y los gastos de la visita pastoral.

Los canónigos de la Catedral, al ver reducidos sus ingresos, se aliaron a los párrocos y pidieron al gobernador del estado que suspendiera la publicación del decreto episcopal, como en efecto se hizo. Entonces el obispo

replicó que por haber cesado la obligación civil de pagar el diezmo, se dejó a la conciencia de los feligreses; su arreglo y distribución eran funciones exclusivas de la autoridad episcopal y, por consiguiente, si no publicaba el decreto faltaría a sus deberes y contribuiría a lesionar la libertad de la Iglesia [...] A pesar de la oposición, se publicó en los primeros días de enero de 1834; pero como los enemigos de esa medida –canónigos, curas y el gobernador– podrían intentar anularla, dispuso que, si ocurría esto, los feligreses estarían liberados de la obligación de conciencia de pagar los diezmos, hasta que un Concilio Nacional, resolviera el asunto.76

Su trascendental medida sobre una más justa distribución de los diezmos fue única en el Episcopado mexicano, lo que le valió los elogios del liberal radical José Luis Mora.

El 17 de diciembre de 1833 se decretó que el gobierno federal sería el que proveería los nombramientos de canónigos y de párrocos, lo que equivalía a arrogarse los derechos del Patronato Indiano. El obispo Gómez-Portugal declaró el decreto violatorio a la autoridad episcopal, ya que el gobierno intervenía así en asuntos exclusivamente eclesiásticos.

El 22 de abril de 1834, el presidente Valentín Gómez Farías decretó que se daba a los obispos un plazo de treinta días para aplicar la ley de provisión de nombramientos eclesiásticos, bajo pena de destierro a los desobedientes. Era de esperarse que el obispo Gómez-Portugal no obedeciera tal disposición, por lo que el 12 de mayo de 1834 salió desterrado de Michoacán.

En el convento carmelita de San Joaquín de la Ciudad de México se estableció, de donde escribió al general Antonio López de Santa Anna para solicitarle el pasaporte, pero éste le contestó que aguardara, ya que eran inminentes los cambios políticos.

El 31 de junio inmediato, el presidente de la república Antonio López de Santa Anna derogó las reformas de Valentín Gómez Farías, y nombró a Gómez-Portugal como ministro de Justicia y Negocios Eclesiásticos, cargo que ejerció sin recibir sueldo alguno hasta el 25 de noviembre de 1834, cuando renunció por no transigir en algunas disposiciones gubernamentales.

En 1855 publicó una Pastoral del Obispo de Michoacán, cuyo objeto fue contestar todos los argumentos que hacían valer para atacar la justicia e independencia de la Iglesia. Al reanudar su labor pastoral en Michoacán, fundó seminarios en León y en Pátzcuaro, y estableció el Instituto de las Hermanas de la Caridad.

Otros de sus escritos publicados fueron: Enérgica y razonada protesta contra la célebre ley del 11 de enero de 1837, documento elogiado por el papa Pío IX; Protesta del Ilmo. Sr. Obispo de Michoacán contra la ley del 11 de enero de 1847; Pastoral de Michoacán (1849); Los seudoliberales, o la muerte de la República Mexicana (1851); y Pastoral del Ilmo. Sr. Dr. D. Juan Cayetano G. de Portugal, dignísimo obispo que fue de Michoacán (póstuma, 1852).

El 4 de abril de 1850 falleció en su sede episcopal, y fue inhumado en la Catedral de Morelia.

El 11 de mayo inmediato, el cardenal secretario de Estado del Vaticano, Giacomo Antonelli, le comunicaba que el papa Pío IX lo designaba cardenal, pero él ya había fallecido. Esta póstuma designación provocó expresiones de esta naturaleza:

No te envanezcas –decía el rector del Seminario de Guadalajara Pedro Romero en el informe rectoral de 1899–, oh República del Norte, de haber sido la primera del Nuevo Continente que haya dado uno de sus hijos al augusto Senado de Cardenales. El primer cardenal americano fue el obispo de Michoacán D. Juan Cayetano Portugal.77

En Pátzcuaro, Michoacán, en 1869 se le dio su nombre a una calle –Cuesta de Portugal–, por haber sido un decidido protector del Hospital de la población.

Juicios y testimonios

José Luis Mora: “La viciosa distribución del diezmo ha cesado en el Obispado de Michoacán. El ilustre prelado don Juan Cayetano Portugal, único que ha salido de las filas liberales para ocupar una silla episcopal [...] se hace notable por sus talentos e instrucción y es el único, a lo que sabemos, que haya procurado poner término a la viciosa distribución de los bienes que posee el clero”.


Guillermo Prieto: “Celebérrimo obispo de Michoacán”.


Agustín Rivera: “[…] humilde y sabio obispo […] murió cuando S. S. lo tenía in pectore para nombrarlo cardenal, en cuyo caso hubiera sido el primer cardenal de América”.


Pedro Romero: “¿No podré yo aquí recordar, con satisfacción indecible, los nombres venerables […] del ilustrísimo señor don Juan Cayetano Portugal, obispo de Michoacán, que con tanta justicia se le llamó el Ambrosio de la Iglesia mexicana […]?”.


Francisco Sosa: “El ilustrísimo doctor don Juan Cayetano Portugal, uno de los más ilustres sacerdotes mexicanos”.

Herrera y Ayón, Anacleto

Nació en Guadalajara, capital del Reino de la Nueva Galicia, el 13 de julio de 1782. Fueron sus padres los señores María Rita Antonia Ayón y Zúñiga y el hacendado Ignacio Herrera y Aguiar.
Acerca de sus estudios preparatorios, debió cursarlos como era lo habitual en el Seminario Conciliar de Guadalajara, pero ni Agustín Rivera78 ni Daniel Loweree79 mencionan en sus libros su nombre.

Con el Curso de Artes concluido, recibió el grado de bachiller y hacia 1800 ingresó a la Facultad de Medicina de la Real Universidad de Guadalajara. Al concluir los cuatro cursos en dos cátedras, sólo le faltaba sustentar un acto mayor para optar por el grado de bachiller en Medicina. Por lo que el 23 de mayo de 1805, en unión a Valentín Gómez Farías y Pedro Ramírez, solicitó licencia para sustentarlo al rector y al Claustro de la Universidad.

Pero el catedrático de Cirugía, José Ignacio Brizuela –quien sería sinodal en el examen de grado–, “[…] desconoció a los solicitantes, acusándoles de tener otra religión, de revoltosos y otras cosas por el estilo, por lo que solicitó al rector que no se les permitiera sustentar el examen”.80

Entonces Herrera, al igual que sus otros dos compañeros, convencieron al rector Manuel Esteban Gutiérrez de Hermosillo de que el doctor Brizuela, por sus convicciones religiosas, no sería imparcial al calificarlo en el examen de grado. El rector accedió, y en vez del mencionado catedrático de Cirugía se nombró sinodal al doctor Pedro Támes y Bernal.

Finalmente, el 2 de agosto de 180581 sustentó el examen y tras ser aprobado nemine discrepante, recibió el grado de bachiller en Medicina.

Luego se trasladó a la Ciudad de México, donde hizo sus prácticas profesionales y finalmente presentó exámenes para ser habilitado para el ejercicio de la medicina por el Real Tribunal del Protomedicato del Virreinato novohispano.

Por esos años, en los dominios españoles de ultramar se vivía en plena efervescencia política por la invasión francesa a la metrópoli, con la consecuente abdicación del rey Carlos IV y la ascensión al trono de su hijo Fernando VII, quien fue hecho prisionero por Napoleón y, en tanto recuperaba su libertad, se organizó la Junta de Sevilla, la cual fue reconocida por las autoridades y corporaciones de Guadalajara.

Hacia 1808 Anacleto regresó a su ciudad natal, donde ejerció su profesión en el Real Hospital de San Miguel de Belén.

La noche del 31 de marzo de 1809, el doctor Herrera, aparentemente ebrio, irrumpió en la habitación donde cenaba el cirujano mayor del Hospital de Belén, Pablo Soto, en compañía del practicante Lorenzo Sánchez, y expresó:

–Que Fernando VII se había entregado a los franceses él mismo, porque cuando se despidió de la Virgen, ya sabía que no había de volver y por eso le dejó encargada la corona.
–Que [el rey] obedecía a la Junta [de Sevilla].

Entonces don Anacleto le arguyó:

–Qué esta andaba huyendo y que Fernando VII se había dejado coger prisionero… que los gachupines eran un hato de ladrones, que nada más nos daban el pan, para que les entregaran la plata.

En ese momento de la conversación se acercó uno de los padres que desempeñaban el ministerio de capellanes en el Hospital, fray José Quiroga, atraído al percibir que hablaban a esas horas, […] en una noche que era del Viernes Santo. Al pasar lo llamó Pablo Soto, inquiriendo noticias de España, para iniciar conversación díjole:

–Mire Vm. Padre qué noticias nos trae don Anacleto […] le preguntó además directamente qué sabía de España y respondió el fraile,

–Que lo que sabía, era que habían entregado a Madrid por traición de Morla.
A continuación uno de sus interlocutores, le interrogó si España está perdida y repuso incomodado:

–Que no fueran tontos, que no era lo mismo perderse la Corte que el Reino.
Siguió altercando con [Herrera], afirmándole éste, como sucedió absolutamente verídico tal cosa:

–Y que si no creía ser cierta esta pérdida, ya lo vería él… dentro de poco… doscientos hombres armados en esta ciudad.

Oyendo lo anterior se incomodó mucho el sacerdote, y le manifestó que doscientos hombres eran cosa baladí. El facultativo avanzó más y el franciscano escuchó que don Anacleto “profirió varias expresiones tales, como que se trataba de la independencia de España y que matarían a los europeos”.

Que ahí fue donde no pudo sufrir –el sacerdote–, prorrumpiendo en las expresiones que dicta la fidelidad, la Religión y la humanidad; diciendo que qué culpa tenían los europeos y qué mérito habría para segregarse de la Europa y de la obediencia de Nuestro Soberano.

[Ante] las duras frases del médico; fray José Quiroga no supo si don Anacleto al proferirlas “sería de parto propio o porque los hubiese oído”. Cuando en el altercado dijo el Dr. Herrera a Fr. Quiroga, manifestando oposición a los europeos,

—Que los caudales, la industria y los empleos caerían en manos de los naturales y renacería este país.

Replicó el padre:

—Que se dejara de esas producciones y de esos pensamientos, que más bien tenían presagios de libertinaje, que otra cosa; porque las industrias estaban realizadas por los mismos europeos y el ser que tenemos proviene de los mismos.

Agregó el médico que tomaría la espada, sin decir si contra los franceses o contra los españoles y se “tendría por muy feliz derramando la última sangre en la defensa de su país” […] “Que vendría Napoleón que conquistaría a Veracruz y con la gente de allí a México, con la de México a Querétaro y con la de Querétaro a Guadalajara y que él se iría a una hacienda de su papá”.

En el debate llegó a expresar el Dr. Herrera que las mismas ideas que él tenía, las tenían el Señor Presidente [de la Audiencia], el Señor Oidor don Juan Hernández de Alba y don Vicente Partearroyo.82

Por supuesto que la discusión traspasó los muros hospitalarios de Belén, y Vicente Partearroyo –a quien se había implicado– fue a ver inmediatamente a Ignacio Herrera –padre de Anacleto–, para decirle que su hijo se la pasaba borracho y diciendo sandeces; comprobados los dichos de Partearroyo, don Ignacio le propinó una fuerte paliza a su hijo.

El 7 de abril de 1809, Anacleto, acusado de sedición, fue llevado a la Real Cárcel de la ciudad y compareció ante la comisión inquisitorial, declarando que “estaba preso por haber hablado contra el Rey y la Nación. Agregando que el Viernes Santo bebió siete cuartillos de mistela de ajenjo y por eso se expresó como lo hizo, sin saber lo que decía”.83

El juicio se prolongó por dos meses, y el 10 de junio el juez le dictó sentencia, considerando que, aunque alcoholizado, no estaba al grado de no saber lo que decía, sentenciándolo a cinco años de destierro a Sayula, bajo la vigilancia del subdelegado del lugar Pedro Jarero, a quien se le ordenaba que si el sentenciado se volvía a embriagar, le retirara la licencia para ejercer la medicina.

Ya en Sayula, en los últimos días de octubre de 1810, ante la inminente llegada de los insurgentes, a fin de no sujetárseles, Herrera huyó y se escondió. Al restablecerse el orden virreinal, en abril de 1811 solicitó al regente de la Audiencia Juan José Souza que le diera permiso para regresar a Guadalajara, quien pidió informes al subdelegado Jarero, el cual le escribió: “Que la conducta que observó el Dr. Anacleto Herrera, el tiempo que residió en Sayula, fue de hombre honrado, pacífico, sin nota de algún vicio, con particular aplicación a su ministerio, por lo que logró bastante estimación en aquel pueblo”.84

Así, se le concedió el permiso de regresar a su ciudad natal donde acabaría de cumplir su condena, ahora simplemente arraigado. Ya no se tiene mayor información sobre su paradero ni de sus últimos días.

Juicios y testimonios

Jaime Horta y Gabriela Guadalupe Ruiz Briseño: “Son innegables las ideas independentistas de Herrera; su resistencia y sentido crítico hacia el orden establecido en la época, incluso según algunos testimonios un rechazo hacia los peninsulares, sentimientos contrarios al orden establecido. Incluso, considerando la época, su gusto por beber, era una práctica también fuera de lugar, primero por el cargo que desempeñaba y segundo, porque para estas fechas se estaba conmemorando la semana mayor, ritual litúrgico que exigía a los creyentes, recato, temperancia y moderación”.

Huerta Leal, José de Jesús

Nació en Santa Ana Acatlán, poblado del Reino de la Nueva Galicia, el 27 de octubre en 1774. Fueron sus padres los señores José Huerta y Catalina Leal de Ayala, quienes según su Relación de Méritos eran españoles nobles descendientes de los primeros conquistadores de América. Sin embargo, el doctor Agustín Rivera en Los Anales Mexicanos. La Reforma y el Imperio, asegura que eran de raza indígena.

Muy joven ingresó al Seminario Conciliar en Guadalajara, donde fue un estudiante destacado. Cursó dos años de Latín y de Retórica, y tres de Filosofía y de Física Experimental, y ganó la distinción supra locum.

El 25 de abril de 1796 obtuvo en la Real Universidad de Guadalajara el grado de bachiller en Artes, y cursó Teología en la Universidad, durante cuatro años.

De manera simultánea a su carrera universitaria, en el seminario se le encargó la preparación de los estudiantes para sustentar los actos de Lógica; sirvió la plaza de bibliotecario y fue superintendente del mismo seminario; se acordó que vistiera el manto y beca de colegial, dotada a expensas de la propia institución; y en diciembre de 1800 el obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas le confirió la ordenación sacerdotal.

El 1° de marzo de 1801 solicitó los grados mayores universitarios; el 26 de abril, fungiendo como su padrino el rector del Seminario doctor Juan José Cordón, sustentó el acto de repetición; el 6 de mayo se le asignaron los puntos de examen, que sustentó el 7 inmediato; al día siguiente recibió el grado de licenciado en Teología; y el 18 de junio de 1802 recibió la borla doctoral.

En el Seminario Conciliar fue vicerrector de 1802 a 1804; destacado catedrático, desde el 18 de octubre de 1795 impartió interinamente la cátedra de Mínimos, y a partir del 29 de febrero de 1796, como propietario; de 1796 a 1806 impartió los cursos de Artes con gran aceptación. Entre los estudiantes que asistieron a sus cátedras estaban: Valentín Gómez Farías, Anastasio Bustamante, Juan de Dios Cañedo, Juan Cayetano Gómez-Portugal, entre otros.

El doctor Agustín Rivera testifica la veneración al viejo maestro, por sus antiguos discípulos:

Y si pasados luengos años –de que estuvieron reunidos en el Seminario, maestros y alumnos– el discípulo llegaba a ser obispo o presidente de la República, aunque el maestro fuera un viejo cura de pueblo, le daba el lado derecho y lo trataba con los antiguos respetos y cariño, y el maestro trataba al obispo y al presidente de la República con el antiguo tú. Así se vio, según sé por un testigo fidedigno, entre el ilustrísimo Portugal y su maestro el doctor Huerta, cura de Atotonilco el Alto y entre el mismo doctor Huerta y el presidente Bustamante [...]85

Se presentó como opositor a la cátedra de Prima de Teología de la Real Universidad de Guadalajara, la cual ganó. Pero él prefirió seguir la impartición de sus cátedras del seminario. Por cuatro meses fue maestro sustituto de la cátedra de Sagrada Escritura en la Real Universidad.

En noviembre de 1806, al no obtener la canonjía magistral de la Catedral, ganó en propiedad el Curato de Matehuala –en San Luis Potosí–, además fue designado vicario y juez eclesiástico. En su momento auxilió económicamente a sus fieles, construyó una fuente pública, dotó el sueldo del profesor de primeras letras y estableció la aplicación de la vacuna antiviruela.

En 1813 fue nombrado cura del Valle de Ojo Caliente –actual Estado de Zacatecas–, donde

[…] durante la epidemia de 1814, trabajó de día y de noche asistiendo a los enfermos, promovió el establecimiento de cementerios en poblaciones menores para evitar el traslado de los cadáveres apestados y evitar la propagación del contagio; se consagró a estudiar la clase de peste y rinde un informe circunstanciado de la epidemia a la Junta de Sanidad de la Intendencia, la que dispuso se obsérvese su método curativo conforme a sus observaciones.86

En 1819 fue designado cura propietario de Atotonilco el Alto, cargo que desempeñó por el resto de sus días.

Fue contrario al movimiento de la independencia, pero hacia la consumación de la misma se convirtió en un ferviente insurgente. ¿A qué se debió este cambio de actitud? Juan Bautista Iguíniz aventura la hipótesis de que fue por el asesinato de su hermano Francisco, e incriminó al intendente general José de la Cruz, en contra del cual publicó en 1821 sus Reflexiones que el Cura de Atotonilco el Alto hizo a los eclesiásticos de su jurisdicción para disipar el temor que podía inferirles la reunión de las tropas de don José de la Cruz en el pueblo de Xalostotitlán.

El 11 de mayo de 1821 fue electo diputado a las Cortes de Cádiz para el periodo de 1821-1822; sin embargo, la independencia de México dejó sin efecto su elección.

Entonces fue electo miembro de la Junta Provincial de Guadalajara, que se encargó de transformar la Intendencia de Guadalajara en el Estado Libre de Jalisco.

El 25 de marzo de 1822 predicó un sermón en la solemne bendición de las banderas del regimiento de Infantería de la Milicia Nacional Local de Guadalajara, y lo dedicó –al publicarlo– al capitán general Pedro Celestino Negrete.

En 1823 fue electo diputado por Jalisco al Congreso Nacional Constituyente, e integró la Comisión de Constitución. Propugnó por el establecimiento del federalismo, haciendo causa común con sus antiguos discípulos Valentín Gómez Farías y Juan de Dios Cañedo, y con otros elementos de ideas afines, tales como Miguel Ramos Arizpe, Crescencio Rejón y Lorenzo de Zavala.

El 24 de diciembre de 1824, en su calidad de presidente del Congreso, pronunció en la sesión de clausura un discurso en respuesta al que pronunció el presidente de la república Guadalupe Victoria. Y el “Acta Constitucional de la Federación Mexicana” y la “Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos” –la primera del país–, llevan su firma.

En abril de 1827 pronunció el elogio fúnebre del primer gobernador constitucional de Jalisco Prisciliano Sánchez, en el solemne funeral que organizó la logia masónica yorkina, en la Iglesia de Santo Domingo de Guadalajara.

Nuevamente fue electo diputado federal por Jalisco en los periodos 1827-1828 y de 1833-1834. Como presidente del Congreso, el 1° de septiembre de 1827 contestó el discurso del presidente de la república Guadalupe Victoria, en la apertura de sesiones ordinarias. Y el 2 de junio de 1833 contestó al presidente interino Valentín Gómez Farías.

En 1833 el presidente Valentín Gómez Farías, al tratar de impulsar su reforma educativa, lo nombró rector del Colegio de San Juan de Letrán; además le propuso el cargo de abad de la entonces Colegiata de Guadalupe, pero él no aceptó e igualmente rechazó la Mitra de la Diócesis de Chiapas, para la cual propuso en su lugar a un antiguo discípulo, del cual fue padrino de consagración episcopal. El 16 de septiembre del mismo 1833, pronunció el discurso oficial del aniversario de la independencia en la Alameda Central de la capital del país.

Sobre su posición ideológica, Agustín Rivera escribió:

Rarísimos eclesiásticos aceptaron las Leyes llamadas de Reforma, y uno de ellos fue José de Jesús Huerta, quien consultado por su coadjutor [auxiliar en la parroquia de Atotonilco] sobre lo que debía hacer en los juramentos, le contestó (y esta contestación se publicó en los periódicos): “Sobre adjudicaciones y denuncias, que es otro punto de los contenidos en su apreciable comunicación de la fecha referida, lo más que puedo decir a usted es que obre según lo dicte su prudencia, no dando lugar a que en la efervescencia de pasiones y de partidos se formen comentarios en que aparezca usted o esa mi parroquia aumentando el catálogo de las personas que, por ilusión, fanatismo o ambición reprueban la moderada ley de desamortización o entorpecen su ejecución [...]” También se publicó en los periódicos un artículo del doctor Huerta en que, a pesar de ser cura, escribió contra los derechos parroquiales.87

Sus últimos días los vivió en el barrio del Hospicio Cabañas en Guadalajara. Y el 6 de noviembre de 1859 murió en su pueblo natal Santa Ana Acatlán, y fue inhumado en el cementerio de los Ángeles de Guadalajara.

Juicios y testimonios

Anónimo [“Semblanzas de los miembros que han compuesto la Cámara de Diputados en el bienio de 1827 a 1828”]: “Teólogo, político a la violeta, espositor [sic] plagiario: liberal por despecho: adversario de los canónigos, por que no lo ha sido, débil e inconstante en su opiniones: fastidioso apologista de sí mismo: enemigo del que no le considera como un oráculo: autor de todo lo bueno que tiene la Constitución, y atribuidor de todo lo malo a sus compañeros de comisión”.


Armando González Escoto: “Uno de los pioneros del liberalismo mexicano fue el presbítero José Luis Mora, como lo fue en Guadalajara el presbítero Jesús Huerta, maestro del Seminario Conciliar y que influyó notoriamente en varias generaciones de liberales”.


Pedro Romero: “¿Qué honra no dieron el Illmo. Sr., el Emno. Cardenal Obispo de Michoacán, y el Presidente de la República, Bustamante, a su maestro el Dr. D. Jesús Huerta, cura de Atotonilco el Alto?”.

Iriarte y Sobrados, Agustín

Nació en la ciudad de Zacatecas, Zacatecas, en 1783. Fueron sus padres los señores María Dolores Sobrados y Bernardo de Iriarte.

En el Seminario Conciliar de Guadalajara realizó sus estudios de Latín y el Curso de Artes –Filosofía–, el cual concluyó en 1793, bajo la dirección del doctor Manuel Cerviño. Continuó su carrera eclesiástica con el estudio de la Teología, hasta recibir en 1810 la ordenación sacerdotal de manos del obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas.

En la Real Universidad de Guadalajara recibió el grado de bachiller en Artes; el 24 de junio de 1802 recibió el grado de licenciado en Filosofía; y finalmente el 11 de julio del mismo 1802 obtuvo la borla doctoral de la Facultad de Filosofía.

En el Seminario Conciliar impartió las cátedras de Retórica y Filosofía durante cinco años. Y en la Real Universidad de Guadalajara fue catedrático de Sagrada Escritura.

Fue párroco titular en los siguientes curatos: Valparaíso, Zacatecas, de 1815 a 1819; de Totatiche, Jalisco, desde 1819; y finalmente pasó al de Asientos, Aguascalientes.

Nada más por demostrar que no se encontraba empolvado en conocimientos, se opuso a la canonjía penitenciaria de la Catedral de Guadalajara, en el examen de oposición mostró un alto nivel de conocimientos en Teología, y por lo tanto ganó, pero finalmente no quiso ocupar el cargo.

Fue electo diputado a las Cortes de Cádiz, por la provincia de Zacatecas, para el periodo 1823-1824, pero el nombramiento quedó sin efecto por la independencia de México; y en 1822 fue electo al Congreso General, por su provincia natal.

De sus escritos sólo se conocen unas décimas latino-castellanas que colocó en el cementerio de su última parroquia –Asientos–, las cuales fueron rescatadas por el doctor Agustín Rivera.

En 1833 falleció en Asientos, Aguascalientes, donde fue inhumado.

Maldonado y Ocampo, Francisco Severo

Nació en Tepic, población del Reino de la Nueva Galicia, el 7 de noviembre de 1775. Fueron sus padres los señores Rafael Maldonado y María Teresa de Ocampo, un “matrimonio [muy] querido por sus coterráneos”.88 De pequeño fue traído a vivir a Guadalajara, donde recibió su instrucción elemental.

Ingresó al Seminario Conciliar, en el cual destacó como un estudiante muy brillante. En 1792 concluyó el Curso de Artes y recibió “beca distinguida” de Teología, y el Cabildo Eclesiástico le otorgó el título de “Primer colegial teólogo”. Para dar la bienvenida al nuevo obispo de Guadalajara se le designó para intervenir en un acto de estatuto, que no llegó a celebrarse por el inesperado fallecimiento del prelado Esteban Lorenzo de Tristán.

En la Real Universidad de Guadalajara cursó sus estudios profesionales. El 10 de abril de 1793 probó haber ganado dos cursos de Filosofía y uno de Retórica en el Colegio Seminario; el 6 de mayo de 1796 recibió el grado de bachiller; y el 19 de ese mismo mes y año se matriculó al primer Curso de Leyes.

El Claustro de Doctores lo designó para que el 15 de febrero de 1797 sustentara acto de Teología en la bienvenida que se le ofreció al obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas. Fue tal su éxito que se le dispensó el examen para recibir el orden del subdiaconado y se le aligeró el del presbiterado, el cual recibió en diciembre de 1799.

El 22 de marzo de 1800, siendo catedrático de Latín del Seminario, solicitó los grados mayores; el 25 de marzo atestiguaron Felipe Sierra, Hipólito Hermosillo y José María Aceves sobre su limpieza de sangre; el 13 de abril presentó acto de repetición; el 29 de mayo sustentó el acto quodlibetos; el 9 de junio se le asignaron los puntos de examen, al día siguiente presentó examen de noche triste, en el cual fue aprobado nemine discrepante; el 11 recibió el grado mayor de licenciado en Teología; y el 14 de julio de 1802, tras haber disputado la cuestión doctoral, recibió las insignias y el grado de doctor en Teología. Fue su padrino el bachiller José Manuel Ocampo, su tío y cura de Hostotipaquillo. Y al término del acto, recibió las felicitaciones de algunos capitulares del Cabildo Eclesiástico, a quienes explicó la razón de su éxito: “Mientras yo estudio, vosotros dormís y descansáis y por esa causa, el Venerable Cabildo está compuesto, como el Arca de Noé, de animales de toda especie”.89

De la Real Audiencia de Guadalajara recibió el título de abogado.

En el elenco que formó el canónigo Daniel R. Loweree, aparece como catedrático del Seminario Conciliar de 1798 a 1802, en Mínimos, y de 1802 a 1806, en Filosofía y Física. Fueron sus discípulos Valentín Gómez Farías, Anastasio Bustamante y Juan de Dios Cañedo, entre otros.

En 1804 se opuso a la canonjía magistral, y a pesar de su gran preparación no la obtuvo. Probablemente su comentario sobre el Cabildo y el Arca de Noé aún no caía en el olvido.

Ejerció como cura interino de Ixtlán, donde fundó una escuela para niños, la cual dotó de local, libros y útiles escolares. Situación que no es de extrañar, dado que opinaba que “el único pecado original del hombre es la ignorancia”.

Además realizó importantes mejoras en la casa parroquial y en el templo, lo que no le impidió continuar con sus lecturas. En 1806 se hizo cargo de la Parroquia de Mascota.

El 26 de noviembre de 1810, el doctor Maldonado se encontraba en Guadalajara –no sabemos si casual o intencionalmente– al llegar el cura Miguel Hidalgo, a quien propuso la publicación de un periódico, que se titularía El Despertador Americano, cuyo primer ejemplar –de siete– apareció el 20 de diciembre.

Al dirigirse a los “¡Nobles americanos! ¡Virtuosos criollos!”, expresaba: “Despertad al ruido de las cadenas que arrastráis ha tres siglos; abrid los ojos a vuestros verdaderos intereses, no os acobarden los sacrificios y privaciones que forzosamente acarrea toda revolución en su principio; volad al campo del honor [...]”.90

Sobre la importancia de la primera publicación insurgente, Juan Bautista Iguíniz, escribe:

El papel que desempeñó El Despertador Americano en pro de la causa independiente, fue insignificante, por no decir que casi nulo, pues aparte de que su vida fue tan efímera, su esfera de acción se redujo al lugar de su publicación, en vista de que la estricta vigilancia del gobierno español impedía su circulación fuera del recinto ocupado por los revolucionarios.91

Durante el gobierno insurgente en Guadalajara aprovechó el púlpito de las iglesias para propagar la revolución. El general Ignacio Allende, ante las ejecuciones de los españoles consentidas por el cura Miguel Hidalgo, lo consultó junto con el doctor José María Gómez y Villaseñor, sobre la licitud de envenenar al cura Hidalgo. Sobre su opinión a favor o en contra del magnicidio, las opiniones de los historiadores se dividen. Fregoso Génnis,92 con base en las obras de Pérez Verdía y de Zamacóis, afirma que se opuso.

El 17 de enero de 1811 Hidalgo fue derrotado en el Puente de Calderón y Maldonado huyó a Mascota. Pero fue denunciado a los realistas y no habiendo aceptado el indulto, fue procesado. Le confiscaron sus bienes y en especial sus “demoníacos libros” –entre los que figuraban los enciclopedistas franceses–, y fue tachado de “oprobio del sacerdocio y ejemplar de la perversidad del corazón humano”.93

De enero a abril del citado 1811 se le siguió el proceso. Al final fue indultado por el general José de la Cruz, quien en el documento absolutorio afirmaba que Maldonado “habiéndose presentado en esta ciudad luego que sus males le permitieron hacerlo, tomó a su cargo la oferta voluntaria, [de] ser el editor del Telégrafo de esta ciudad o semanario patriótico [...]”.94

En el mismo texto del indulto, afirmó que fue obligado por los rebeldes a escribir el El Despertador Americano. El indulto en realidad era un castigo humillante, más adelante afirmó: “Cuando posteriormente y gimiendo ya la provincia bajo el yugo de la conquista española, publicábamos El Telégrafo de Guadalajara, periódico cuando menos en apariencia, según lo exigía la suspicacia de los déspotas, contrariaba la opinión dominante de la nación […]”.95

El 27 de mayo de 1811 circuló el primer número de El Telégrafo de Guadalajara, dedicado al virrey Francisco Javier Venegas, en el que escribió:

Americanos: libres ya de las cadenas de la violencia que nos impuso el apóstata más rapaz y sanguinario que jamás se ha visto, puede nuestra pluma en lo sucesivo ser el órgano de la verdad, e intérprete de la justicia agraviada; ya que podemos hablaros en la efusión de nuestro corazón, y descubriros nuestros más íntimos y verdaderos sentimientos.96

El periódico circuló de la citada fecha al 24 de febrero de 1812, con un total de 82 números. Además publicó otros dos periódicos realistas: El Mentor Provisional del 18 de marzo al 5 de abril de 1813, con tres números, y El Mentor de la Nueva Galicia, con 27 números.

Sobre su doble actitud, primero de gran entusiasmo por la independencia, y luego de apoyo incondicional al régimen virreinal, el citado Iguíniz escribe:

Parece increíble que una misma pluma hubiese podido emitir conceptos tan contradictorios, más ello nos demuestra la volubilidad de los principios del escritor o su falta de carácter para exponer francamente sus ideas en el medio en que se hallaba. Además, semejante proceder, viene a justificar el dictado de ‘hombre de todas facciones’ que le aplicó el historiador Carlos María Bustamante.97

Por su parte, Alfonso Noriega asume su defensa:

¿Existe, en la actitud de Maldonado, venalidad o miedo? ¿Las furibundas diatribas en contra de Hidalgo y los insurgentes las escribió en realidad el cura jalisciense, o bien fue José de la Cruz, quien obligó a consignar tales insultos, enmendando el texto original de sus artículos? Mi opinión es favorable al hecho de que De la Cruz obligó e incluso impuso a Maldonado el texto en contra del Padre de la Independencia.98

Aparejada a su punitiva labor periodística, fungió como abogado de la Real Audiencia de Guadalajara, y más tarde fue nombrado cura de Jalostotitlán.

En 1821 fue electo diputado a las Cortes Españolas, para el periodo 1822-1823; él se preparó a conciencia para su encomienda legislativa, y escribió El Nuevo Pacto Social propuesto a la Nación Española para su discusión en las Cortes de 1822 y 1823. Dividió su tratado en una parte eclesiástica y otra civil, y

[…] fue desde el momento de su aparición una obra de grandes polémicas, tanto por el sentido populista [¿popular?] que en ella plasmaba y que atentaba contra el ya caduco sistema de explotación español, como por el cúmulo de ideas de sabios europeos que encuentran eco en los escritos del inquieto cura que las interpreta y adapta a las realidades americanas, pero ideas de difícil asimilación por la falta de antecedentes de estas nuevas corrientes del pensamiento que campeaban por Europa y como consecuencia del hermetismo y censura a que la Corona Española lo sujetó, tardía o difícilmente eran conocidas en América; por lo que el mismo Maldonado, al opinar sobre el Pacto Social afirma que es una obra difícil de digerir.99

La independencia de México, empero, dejó sin efecto su elección a las Cortes. Se manifestó con júbilo por la independencia en sus escritos, publicados en forma anónima, tales como: “Gloria a Dios en las alturas y paz al hombre en la tierra. Viva la Independencia, viva la Religión, viva la Unión más estrecha y más cordial entre los habitantes todos del Imperio Mexicano” e “Himno al Ser Supremo”.

El libertador Agustín de Iturbide lo nombró miembro de la Soberana Junta Gubernativa, en la cual tuvo una actuación destacada; emitió opiniones muy progresistas, sobre todo en materia económica y de derecho público.

En la Ciudad de México empezó a publicar un folleto-periódico que denominó: El Fanal del Imperio o Miscelánea Política. En sus siete números publicados aparecieron notables artículos, tales como la “Memoria política-instructiva” de fray Servando Teresa de Mier; “Los principios de organización social” del abate de Pradt; “El origen de la corrupción en las sociedades y medio de repararla” de Velino, entre otros.

Fue electo diputado al Primer Congreso Nacional Constituyente y se le encomendó la redacción de un proyecto de constitución, al que se dedicó con gran entusiasmo. Se dice que trabajaba dictando a la vez a tres escribientes.

El emperador Agustín I lo condecoró con la Cruz de caballero de la Orden imperial de Guadalupe.

Sin embargo, el imperio fue efímero y regresó a Guadalajara en compañía del doctor Toribio González, quien no esperó a que le aprobaran su licencia de retiro en el Congreso, y en consecuencia fueron ambos detenidos en Querétaro.

A mediados de junio de 1823 llegó a Guadalajara, y colaboró en el periódico La Estrella Polar de los amigos deseosos de la Ilustración. Y luego se unió a la defensa que hizo el licenciado José Luis Verdía de uno de los articulistas –Anastasio Cañedo–, a quien por sus críticas al clero se le intentó excomulgar.

Continuó con la publicación de El Fanal, dando a conocer ese mismo año su trascendental “Contrato deasociación para la República de los Estados Unidos delAnáhuac”, o el “Proyecto de Constitución Política de la República Mexicana”, que firmó con el seudónimo “Un Ciudadano del Estado de Jalisco”.

Por su “Contrato de Asociación”, Jesús Reyes Heroles lo clasifica como un “utopista agrario”, asevera que

pretende crear un sistema orgánico y general. Desde luego, supone la existencia de una moneda nacional y la creación de un banco nacional [...] El pensamiento de Maldonado es claro en materia agraria. Habla de la necesidad de establecer una ley agraria para dar medios de subsistir a todos los que carecen de ellos [...] El establecimiento de la ley agraria lo juzga de absoluta e indispensable necesidad “para la extirpación de la miseria”. Su proyecto implica que toda la tierra perteneciente a la nación, en los términos previstos por la organización del banco nacional [...]100

Expuso su ideario social en 448 artículos, propugnó por la libre circulación de las riquezas, y en su proyecto constitucional: “Severo Maldonado podría decirse –continúa Jesús Reyes Heroles– que rompe el concepto tradicional de una constitución –derechos individuales, organización de poderes–, en cuanto se ocupa de cuestiones económicas, como la fuente de los salarios y de los empleos [...]”.101

Otras de sus obras fueron: Dictamen imparcial sobre el modo de atajar prontamente la combustión de la patria, dirigido a las Diputaciones Provinciales, único órgano natural y legítimo de una verdadera expresión de la voluntad nacional en la violenta crisis de la disolución del Estado (1823); Análisis de Lógica; y al parecer la última fue El triunfo de la especie humana (1832), que trató sobre economía política.

Sus principales aportaciones intelectuales, siguiendo a los autores Alfonso Noriega y Gabriel Agraz, se pueden sintetizar así:

  • Eminente sociólogo que precisó con toda claridad como problema fundamental de México, la distribución de la propiedad. Se anticipó así a Arriaga, Vallarta, Cabrera, Molina Henríquez, entre otros teóricos.
  • La base del sistema que propuso fue la subdivisión de las propiedades agrícolas y el reparto agrario.
  • Intuyó el militarismo, como un nefasto factor real de poder.
  • Como sacerdote y distinguido maestro de Teología, propugnó por la separación de la Iglesia del Estado, o por lo menos de la delimitación de sus áreas de acción.
  • Propuso la desamortización de los bienes del Clero y de “las manos muertas”, a través de otra de sus grandes propuestas: el banco nacional.
  • Sugirió el establecimiento de una instancia de apelación legal, que llamaba Tribunal de la Conservación del Orden Judicial, antecedente del juicio constitucional.
  • Fue el primer mexicano “que expusiera la Economía Política como ciencia organizada y que escribiera sobre ella”.102
  • Fue el precursor indiscutible de las transformaciones de la Reforma y de la revolución de 1910.


Ya en un ambiente político más favorable a su ideario, impartió cátedra en el Instituto de Ciencias del Estado de Jalisco.

Por el excesivo uso del sentido de la vista quedó invidente, pero él siguió la lectura por sus ayudantes, y dictando sus escritos. Entre otras labores, intentó procesar las pencas de maguey para elaborar papel; y ante la escasez de grasa porcina para fabricar jabón, propuso sustituirla por el aceite de coco, y organizó una cooperativa para repartir las utilidades.

Ni siquiera al final de sus días perdió su espíritu combativo. Agustín Rivera escribió al respecto:

Me decía mi tío el doctor Sanromán que una vez él y el cura de Tepatitlán, doctor Manuel Moreno –que era candoroso– fueron a visitar al doctor Maldonado cuando ya estaba ciego, y les dijo: “Los mexicanos son ocho millones de orangutanes; el único hombre soy yo”. Los visitantes nada le respondieron y cuando estuvieron en la calle, el cura, que aunque era candoroso, era buen lógico, dijo a mi tío: “según lo dijo Maldonado, usted y yo somos orangutanes”.103

El 8 de marzo de 1832 falleció en Guadalajara; fue inhumado en el cementerio de la Parroquia de San Juan Bautista de Mexicaltzingo –hoy ya desaparecido–. En el atrio lateral de dicho templo, el 5 de junio de 2011 se develó un busto de bronce en su honor.

Juicios y testimonios

Juan Bautista Iguíniz: “El tiempo que le dejaban libre sus tareas ministeriales lo dedicaba al estudio de las ciencias sociales y políticas, en las que llegó a adquirir bastantes conocimientos, habiendo sido uno de los primeros mexicanos que las cultivaron. En su biblioteca figuraban los mejores tratados sobre esas materias, sin faltar los de los enciclopedistas, cuya lectura lo convirtieron en decidido socialista”.

José López Portillo y Rojas: “Maldonado escribió 16 años antes que Fourier publicase ‘La Falange’ y 12 antes de la aparición de ‘El Falansterio’, y sin embargo, en muchos puntos de sus ideas coinciden con las del célebre visionario francés. Maldonado escribió 19 años antes que Proudhom atacase la propiedad y casi medio siglo antes que Marx predicase el establecimiento del gobierno del proletariado. Pero la voz del jalisciense, aunque fue la de un precursor, quedó ahogada en el medio social poco instruido donde resonó. Si se hubiese elevado en el seno de cualquier nación europea, el nombre de Maldonado habría obtenido celebridad mundial”.

Paulino Machorro Narváez: “Podemos pensar si se llegó ya al caso de que los ocho millones de que hablaba él convertidos en dieciséis [hoy más de cien millones] estudien el cerebro misterioso del único hombre que decía haber en México por el año de 1830. Era, por lo menos e ironía aparte, el único que miraba el remoto porvenir”.

Mariano Otero: “Maldonado, el sublime visionario, el sabio profundo y original, defendió los conocimientos más preciosos”.

Jesús Silva Herzog: “Sus ideas económicas y sociales son en algunos aspectos sorprendentemente modernas. A nuestro parecer, nadie en México, a principios de la tercera década del siglo pasado, le aventaja en hondura y claridad de pensamiento [...] También puede clasificarse como un socialista agrario, sobre todo por su opinión de que debe abolirse el derecho de la propiedad territorial, perpetuo y hereditaria. Son verdaderamente notables en este punto, las opiniones del ilustre clérigo jalisciense”.

Mancilla y Bermúdez, José María

El historiador José Cornejo Franco lo describió como “apasionado matemático, entrometido hasta la cuadratura del círculo”,104 y de hecho fue el primer universitario novogalaico que se dedicó prácticamente de tiempo completo a cultivar el mundo de los números, por lo que se le puede considerar como el primer matemático universitario.

Nació en Zapotlán el Grande, población del Reino de la Nueva Galicia, el 19 de septiembre de 1772. Fueron sus padres los señores Juana Juliana Bermúdez de Ojeda y Antonio Mancilla.

El 30 de noviembre de 1778 ingresó como colegial de merced al Seminario Conciliar de Guadalajara, donde estudió Latín y el Curso de Artes; ganó beca de oposición y sustituyó en varias cátedras.

El 6 de mayo de 1786 fue aceptado para recibir la primera tonsura y las órdenes menores, y el 11 de agosto de 1787 se le aceptó para ascender al diaconado y al presbiterado, los cuales le confirió el obispo de Guadalajara fray Antonio Alcalde.

En la Real Universidad de Guadalajara recibió el grado de bachiller de Teología, y solicitó los grados mayores; el 2 de diciembre de 1793 el Marqués de Pánuco y rector del seminario, certificó que tenía tres años de pasante en Teología; el 4 de diciembre inmediato los presbíteros Francisco Gutiérrez y Pedro Ubiarco, junto con el bachiller José Antonio Aguirre, testificaron que le conocían desde hace varios años, que es español limpio de toda mala raza, que no lo han oído a él o a sus ascendientes decir infamias, que no ha sido penitenciado del Santo Oficio, y que posee libros propios de Teología. El 9 inmediato, en el aula mayor universitaria, sustentó el acto de repetición; pronunció una oración latina por más de una hora y, concluida ésta, contestó los argumentos de los bachilleres José María Cos, Miguel Cerviño y Felipe Murguía, y el 29 sustentó el acto quodlibetos.

El 2 de enero de 1794, celebrada la misa del Espíritu Santo, se le asignaron los puntos de examen; el 3 disertó durante hora y cuarto sobre las conclusiones que le tocaron en suerte y contestó los argumentos de los doctores José Ángel de la Sierra, Juan María Velázquez, fray Nicolás Muñoz y Francisco Esteban, fue aprobado nemine discrepante. Al día siguiente recibió el grado mayor de licenciado en Teología, y el 2 de febrero recibió las insignias doctorales y el grado de doctor en Teología, tras haber disputado la cuestión doctoral.

Aunque su formación era eminentemente teológica, el 13 de julio de 1811 propuso al Claustro de Doctores de la Universidad sustentar un acto para demostrar la cuadratura del círculo, a lo que los doctores se limitaron a darle las gracias. También hizo oposición a las cátedras de Prima y de Vísperas de Teología, y fue propuesto en tercer lugar para la primera y en segundo para la cátedra de Vísperas de Teología.

El 21 de mayo de 1795 pronunció la oración latina en los funerales del obispo de Guadalajara Esteban Lorenzo de Tristán y Esmenota.

En el Seminario Conciliar de Guadalajara: para julio de 1792 impartía el primer curso de Filosofía, en octubre de 1792 entró en propiedad de las cátedras de Filosofía Moral y Catecismo del Concilio de Trento; también impartió Historia Eclesiástica, Oratoria Sagrada y el Curso de Artes que concluyó en 1796, en el cual fue su discípulo Pedro Moreno, futuro héroe de la independencia.

Por dos años suspendió sus labores docentes para atender interinamente el Curato de Xala.

Se desempeñó además como juez examinador en cuatro concursos a la cátedra de Filosofía, en el Seminario de San José y en el Colegio de San Juan Bautista. Luego recibió la Sacristía Mayor de Ayo el Chico, la que atendió por medio de un sustituto, y así pudo continuar con sus cátedras en el Seminario.

Del 1° de marzo de 1803 al 18 de junio de 1816 fue cura de San Juan de los Lagos, y en esta última fecha pasó al curato de Santa María de los Lagos como párroco titular.

Al parecer fue en esta época cuando se dedicó apasionadamente al cultivo de las matemáticas, Agustín Rivera escribe:

No confesaba, no predicaba, no entendía de bautismos, matrimonios, ni entierros (ocupaciones que dejaba a sus ministros), ni aun decía misa; sino que todo el día y parte de la noche estaba ocupado en la resolución de problemas matemáticos. Estando el señor obispo Cabañas haciendo visita de esta parroquia [de Lagos], dijo al señor Mancilla: “Señor doctor: no quiero curas matemáticos; quiero curas que confiesen, curas que prediquen, y que se dediquen a su ministerio”. Durante la misma visita, estando otra vez el señor Cabañas sentado a la mesa acompañado por el doctor Mancilla y otros sacerdotes y seglares principales, como solían el señor obispo y el cura se cambiaban chanzas muy pesadas. El doctor Mancilla era de color muy encendido y de cabello rubio. El señor obispo le dijo: “Señor doctor: de ese pelo era Judas”; a lo que le contestó: “Ilustrísimo señor: eso no consta en el evangelio; lo que consta es que era obispo”.105

Los títulos publicados de sus trabajos sobre temas de matemáticas y de geometría fueron: “Primera carta del Doctor Mancilla sobre la cuadratura del círculo”; “Segunda carta del Doctor Mancilla sobre la cuadratura del círculo”, ambas publicadas en El Mentor de la Nueva Galicia en 1813; “La cuadratura del círculo”, “Definición del diámetro”, “Continuación de la definición del diámetro i”, “Continuación de la definición del diámetro ii”, “Rectificación de la curva circular por un cálculo numérico”; “Observaciones a la rectificación de la curva circular por un cálculo numérico”; “Rectificación de la curva circular”; “Contestación a las reflexiones del Presbítero Don Mariano Esparza sobre la definición del diámetro”; “Contestación a las objeciones del Presbítero Don Mariano Esparza sobre la cuadratura del círculo”; “Contestación a las objeciones del Presbítero Don Mariano Esparza sobre la definición del diámetro ii ”; y “Demostraciones sobre la línea diagonal hechas a las objeciones del Presbítero Don Mariano Esparza”. Estos artículos fueron publicados en El Noticioso General de la Ciudad de México, y las fechas van de 1818 a 1820.

Falleció en Lagos en 1829.

Martínez y Ramos, Juan José

Nació en Guadalajara, capital del Reino de la Nueva Galicia, el 22 de abril de 1752. Sus padres fueron el abogado y relator de la Real Audiencia José Miguel Martínez de los Ríos y la señora Juana María Ramos Jiménez. Ignacio Dávila Garibi afirma que era de familia muy ilustre; y fue primo del precursor de la independencia, Francisco Primo de Verdad y Ramos.

Debió realizar su Curso de Artes en el Seminario Conciliar de Guadalajara, y sus estudios jurídicos en la Real y Pontificia Universidad de México. Recibió su título de abogado de la Real Audiencia de Guadalajara. Los grados mayores universitarios en Cánones le fueron conferidos por la citada Universidad de México, el 25 de febrero de 1776 la licenciatura y el doctorado el 14 de abril inmediato.

Fue ordenado sacerdote por fray Antonio Alcalde, quien lo nombró su familiar, y más tarde fungió como examinador sinodal, provisor y vicario capitular del Obispado y juez de testamentos, capellanías y obras pías.

Del 25 de julio de 1785 a marzo de 1789 fue cura del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe de Guadalajara. Y en 1787 fue nombrado director del Beaterio de Santa Clara, institución de beneficencia para mujeres necesitadas de la ciudad, que mejoró notablemente. Ambas obras –el Santuario y el Beaterio– eran muy apreciadas por fray Antonio Alcalde, lo que demuestra la gran predilección y confianza que le tenía su célebre superior jerárquico.

Al Cabildo de Canónigos de la Catedral de Guadalajara ingresó el 20 de noviembre de 1790 como medio racionero; el 30 de noviembre de 1795 ganó por oposición la canonjía doctoral; el 5 de febrero de 1806 ascendió a la dignidad de tesorero; el 30 de marzo de 1820 fue nombrado chantre, y finalmente culminó su carrera capitular el 27 de mayo de 1831, como deán.

Al fundarse la Real Universidad de Guadalajara en 1792, incorporó sus grados universitarios y se integró el Claustro de Doctores.

Escribió su Relación de Méritos para concursar la canonjía doctoral, y donó el dinero para construir el altar de mármol blanco de la Catedral, dedicado al apóstol San Pedro, como actualmente lo conocemos.

En agosto de 1833 falleció víctima del cólera morbus, y fue inhumado en el Panteón de Santa Paula de Belén

Mendiola y Velarde, Mariano

Originario de la ciudad de Santiago de Querétaro, Querétaro, recibió el bautizo el 6 de marzo de 1769, de lo cual se infiere que nació una semana antes de esta fecha, pues entonces se bautizaban los niños en su primera semana de vida. Los señores Josefa Rodríguez Velarde y el licenciado Manuel Francisco de Mendiola y Múgica fueron sus padres.

En el Colegio de San Francisco Javier de su ciudad natal realizó sus estudios de Latín y de Filosofía; y el 9 de enero de 1796 se matriculó en el Real Colegio de Abogados de la Ciudad de México; ya para 1801 residía en Guadalajara.

En la Real Universidad de Guadalajara, los días 5 y 26 de noviembre de 1809, recibió los grados de licenciado y doctor en Cánones. Luego fue nombrado oidor de la Real Audiencia de Guadalajara.

En 8 de agosto de 1810 fue electo diputado a las Cortes constituyentes de la monarquía española, por su provincia de Querétaro, por lo cual viajó a Cádiz, donde el 15 de enero de 1811 se aprobaron sus poderes y de inmediato juró y tomó posesión de su curul. Se le nombró miembro de la comisión encargada de elaborar la que fue la Constitución de la Monarquía Española promulgada el 19 de marzo de 1812, y a la cual juró solemnemente.

Además integró la comisión que redactó el proyecto de decreto de la supresión del Tribunal de la Inquisición española, el cual se tituló “Dictamen presentado a las Cortes generales y extraordinarias por la comisión de Constitución con el proyecto de decreto acerca de los tribunales protectores de la religión”, el cual firmó el 13 de noviembre del citado año de 1812. También fue miembro de la comisión permanente de las Cortes.

Se conocen sus discursos antes las Cortes del 10, 14 y 15 de septiembre de 1811, debatiendo sobre los artículos constitucionales 22, 29 y 373. Así, sobre la representación novohispana en Cádiz, escribió Lorenzo de Zavala: “Los Mejías, los Alcoceres, los Duartes, los Mendiolas, y otros insignes americanos, hacían tronar las tribunas con sus voces llenas de razón, de energía y aún de amenazas”.106

Electo nuevamente diputado a las Cortes ordinarias, votó en contra de las posiciones liberales, y ni así se salvó de la malquerencia de los absolutistas.

En 1821 fue nombrado vicedirector de la Sociedad Patriótica de Guadalajara, y presidente de su sección de economía y gobierno. En 1822 fue magistrado de la Audiencia Territorial de México, y diputado a los dos primeros Congresos Nacionales de 1822 y 1823. En junio de 1822 fue presidente del Congreso Nacional.

Sobre su actuación en la política de los primeros años del México independiente, Carlos María Bustamante, su compañero como diputado constituyente, de acuerdo con su ideología contraria a la de Mendiola y con su habitual vehemencia, escribió:

Habría sido uno de los ornamentos del Congreso [de 1822] por su sabiduría, si no se hubiera vendido a Iturbide y aconsejándole para que destruyese el Congreso, siendo éste el maniquí que obró en todo lo que dijo en relación a coronarse, pues fue el comisionado que regenteó la farsa, tanto en el Congreso, como en la Catedral.107

En medio de las grandes tensiones de las sesiones del Congreso, el citado Bustamante narra sus últimas actuaciones:

Asistió Mendiola al Congreso el lunes [22 de abril de 1823], estuvo en la sesión secreta, donde dejó leer la acusación impresa y firmada por un F. Ximénez, contra los diputados serviles y principalmente contra Andrade y Valdés. Allí se afectó su ánimo de pesar, previendo que el rayo caería sobre su cabeza, se sintió atacado del insulto que antes había padecido, y a las cinco de la tarde, su mujer lo encontró tirado en el suelo, caído de la cama; el martes a la una de la tarde expiró sin confesión, aunque sí con conocimiento por el que fue absuelto sacramentalmente y ungido. Murió en tanta pobreza, que su entierro se pagó con siete pesos […]108

Falleció en la Ciudad de México el 22 de abril de 1822.

Mercado de Luna, José María Anacleto

Nació en Guadalajara, capital del Reino de la Nueva Galicia, el 13 de julio de 1781. Fueron sus padres los señores José Mercado y María Guadalupe de Luna, ambos criollos. Luis Pérez Verdía opina que su familia era “honrada y acomodada”.109 El obispo fray Antonio Alcalde le impartió el sacramento de la confirmación.

Sus abuelos paternos vivían en el poblado de San Juan Bautista del Teul, donde al parecer se dedicaban a las labores agrícolas, por lo que la familia de José María iba con cierta regularidad a visitarlos, y se le llegó a suponer como originario de dicha población, e incluso en el seminario se le tuvo como tal.

Realizó sus primeros estudios en el Colegio de San Juan Bautista. Ramiro Villaseñor, en su Bibliografía general de Jalisco, da a conocer la siguiente invitación de un acto académico:

Logicae et Metaphisicae. adsertiones. In. Reg. Guadalax. Acad. A. D. Josepho, Maria Mercado. Reg. Divi Joann. Bap. Colleg y Alumno. Divino Aspirante. Numine. Público Certamine. Defendedae. Praeisde Bacc. Joann. Joseph Moretti. Et Figueroa. In. eoden. Collegio. Philosophiae, catedrae. Moderatpre. Die. X. mensis. Junni, anno. Dni. mdccxcvi.110

Continuó sus estudios en el Seminario Conciliar de San José. El canónigo Daniel R. Loweree, en su libro El Seminario Conciliar de Guadalajara, lo incluye en la nómina de estudiantes que en 1800 concluyeron el Curso de Artes, y entre sus profesores se encontraban los doctores José María Cos, José de Jesús Huerta y Francisco Severo Maldonado.111

El 14 de noviembre de 1796 se presentó en la Real Universidad de Guadalajara para examinarse y fue aprobado para ingresar a cualquier facultad mayor. El doctor José María Covarrubias le confirió el grado de bachiller en Filosofía.

Es un tanto difícil seguir su trayectoria académica en la Real Universidad de Guadalajara, por carecer el archivo universitario de toda la documentación. Pero de acuerdo con la disponible y sin llenar los vacíos con especulaciones, el 21 de noviembre de 1796 se matriculó para el primer curso de Teología; no se han encontrado más registros de matrículas o cursos aprobados sino hasta el 21 de octubre de 1801, cuando se matriculó al primer curso de Medicina, donde fue condiscípulo de Valentín Gómez Farías.

El 4 de septiembre de 1802 probó haber ganado el primer curso de Medicina, y muy probablemente cursó el segundo. Hasta aquí se puede documentar su carrera universitaria.

Para el 8 de octubre de 1805, a propuesta del rector del Seminario José Francisco Arroyo, fue nombrado portero del Seminario por el obispo Cabañas, cargo que se otorgaba al estudiante de mayor edad, probo y honrado, como fue el caso de José María.

En las témporas de Adviento (diciembre de 1805) fue ordenado sacerdote por el obispo Juan Ruiz de Cabañas y Crespo, quien lo nombró director espiritual del Colegio Clerical, institución que tenía como finalidad la formación permanente del clero, lo cual demuestra el aprecio que se tenía por el nuevo sacerdote. Ahí impartió las cátedras de Sagrada Escritura y de Catecismo Romano, además de cumplir en el confesionario y en el púlpito.

Tras ejercer su ministerio sacerdotal tres años en el Clerical, donde no abandonó sus inquietudes intelectuales, y ante la difícil situación económica por la cual pasaba su familia, escribió a su obispo: “[…] Reducida por trastorno de fortuna a la necesidad de depender de mis arbitrios; me veo precisado a suplicar rendidamente a la piedad de V .S. Y. se digne hacerme la gracia de darme otro destino […]”.112

El obispo Cabañas atendió su petición, y lo nombró cura interino de Ahualulco, a donde partió de inmediato con su familia. Y fue tan acertada su labor al frente de la Parroquia de Ahualulco, que los vecinos del lugar le escribieron al obispo pidiéndole que fuera nombrado cura propietario, ya que “[...] en el corto tiempo que [lleva] en este ministerio ha logrado nuestra felicidad [...]”.113

Evidentemente su labor no se limitaba únicamente al campo espiritual, sino también al material. Y así en 1810 escribió al obispo informándole de las medidas que había tomado para afrontar una escasez de alimentos, a la vez que le solicitó un préstamo, gravando algún fondo piadoso.

El 16 de septiembre de 1810, Miguel Hidalgo y Costilla, un cura ilustrado de pueblo como él, inició el movimiento de independencia. El 24 de octubre, el obispo Cabañas declaró excomulgados a todos aquellos que secundaran el movimiento insurgente.

Muy complicado se le presentó su dilema moral, pues tenía que elegir entre sus ideales de libertad y justicia. O bien como sacerdote someterse al obispo, al que además en lo personal veneraba. Finalmente pudo más el patriota que el clérigo. Y así, el 2 de noviembre comunicó a su padre que había decidido adherirse al movimiento insurgente; y le escribió: “Heme cambiando en ministro de la justicia armada, después de haberlo sido de la Justicia Divina [...]”.114

Su decisión causó tal conmoción, que incluso Lucas Alamán escribió: “Mucho llamó la atención el que Mercado tomase parte en la revolución, porque gozaba de mucha reputación de virtud”.115

Al levantarse en armas lo secundó el subdelegado Juan José Zea, con quien el 13 de noviembre proclamó la independencia en Ahualulco, con una visión del movimiento muy clara: “La liberación de la Nueva España del dominio de la Corona”.116

La campaña militar del cura José María Mercado presentó los siguientes acontecimientos. Salió de Ahualulco para Etzatlán el 18 de noviembre de 1810, y comisionó al sacerdote Rafael Pérez para que ocupara Amatitán y Tequila, lo cual no pudo lograrse.

Con más de doscientos indios tomó Tepic, sin encontrar resistencia alguna, el 23 de noviembre. El 26 de ese mismo mes, con aproximadamente dos mil hombres, llegó al estratégico puerto de San Blas, donde pidió la rendición al capitán de fragata José Lavayen. En el puerto reinaba el desorden, pues el oidor Juan José Recacho daba órdenes contrarias a las del comandante militar, Lavayen. El día 30 recibió la noticia de que el cura Miguel Hidalgo lo nombraba comandante en jefe de las divisiones y tropas que a su nombre se encuentren por esos rumbos. Y por la noche de ese mismo día, el obispo Cabañas, los oidores y otros funcionarios del régimen hispano procedentes de Guadalajara, zarparon rumbo a Acapulco.

El 1° de diciembre, Mercado entró pacíficamente en el puerto de San Blas, y recibió la rendición del alférez Bocalán. En el parte que le rindió al cura Miguel Hidalgo, le expresaba: “Tengo el honor y la satisfacción de haber sitiado, rendido y tomado en nombre de V. E. S. A. la Plaza más fortalecida de toda la Nueva Galicia y acaso de toda la América defendida por más de 60 cañones y con 500 europeos resueltos a defender asta[sic] morir”.117 Entonces lanzó una proclama a los vecinos de San Blas sobre la conveniencia de la revolución. El 13 de diciembre, al llegar al puerto la fragata Princesa, la capturó con su tripulación de más de cien hombres y varias piezas de artillería. El 16 de ese mismo mes, el cura Miguel Hidalgo lo ascendió a brigadier, y ordenó al coronel Pedro López que todas las fuerzas en el territorio de San Blas quedaran a las órdenes del nuevo brigadier. El día 24 confirmó al cura Hidalgo la derrota insurgente en El Rosario, y procedente de San Blas entró de nuevo en Tepic, ya con la resolución de trasladarse a Guadalajara.

En medio de enormes dificultades para su transportación, a través del abrupto terreno conocido como Plan de Barrancas, envió a Hidalgo 43 cañones fundidos en Manila y Sevilla, que luego se utilizaron en la batalla de Puente de Calderón, y que luego requisaría Félix María Calleja.

El 20 de enero de 1811 recibió la noticia de la derrota de los insurgentes en Puente de Calderón, por lo que regresó de inmediato a San Blas. El 31, los realistas acaudillados por el cura Nicolás Santos Verdín atacaron sorpresivamente el edificio de la Contaduría, ante lo cual Mercado, para evitar ser hecho prisionero, saltó al precipicio encontrando la muerte.

Tras recuperar su cadáver al día siguiente, el cura Verdín mandó azotarlo, para finalmente darle sepultura en el atrio de la iglesia de Nuestra Señora del Rosario La Marinera. En una placa colocada en el lugar se puede leer: “En el atrio del templo fue sepultado don José María Mercado, Héroe de la Independencia, gloria de México”.

La población de Ahualulco, Jalisco, hoy lleva su nombre, el cual está inscrito en letras doradas en el salón de sesiones del Congreso del Estado de Jalisco y en el recinto del Cabildo de Guadalajara. En su ciudad natal, en Ahualulco y en San Blas, Nayarit, se encuentran sendas estatuas con su figura. Y en el antiguo Puerto de San Blas, a unos pasos del lugar de su sacrificio, se colocó un enorme busto dorado, que mira hacia el Océano Pacífico.

En el aniversario de su nacimiento, los habitantes de San Blas se trasladan a Ahualulco para rendirle homenaje. Y en reciprocidad, el día del aniversario de su fallecimiento, los de Ahualulco van a San Blas a conmemorarlo.

Juicios y testimonios

Luis Pérez Verdía: “Así brilló en ese cortísimo periodo de la Historia Patria la noble figura de Mercado, como un bólido que al caer, sólo deja en su marcha una ráfaga de luz que pronto se pierde en la inmensidad del espacio”.


Salvador Gutiérrez Contreras: “Don José María Mercado, por su carácter humanitario y valor fue un Morelos en la campaña del noroeste. Contaba veintinueve años de edad cuando abrazó la causa de la Independencia. Bien expresa el escritor Ignacio Ramírez López: ‘Fue como una epopeya gloriosa, brillante y rápida. Floración de juventud y holocausto en el Altar de la Patria’”.


Benito Vélez –cura de Tepic en 1810–: “No tenía mundo, como vulgarmente se dice; tenía mucha probidad, virtud, candor y simplicidad. En una palabra, la sencillez de la paloma, más le faltó la prudencia de la serpiente. Le hubiéramos conseguido el indulto, ahora bien ¿lo hubiera aceptado?”.

Montenegro y Arias, Juan Antonio

El 27 de noviembre de 1768, nació en Sayula, en el Reino de la Nueva Galicia. Fueron sus padres el comerciante Diego Montenegro y la señora Margarita Arias, ambos criollos de Guadalajara.

En su pueblo natal vivió sus primeros trece años, y ya en edad escolar, con el profesor Luis Ortega aprendió a leer, escribir, los rudimentos de la gramática y el catecismo del padre Jerónimo Ripalda. En 1782 se trasladó a Guadalajara para estudiar Latín, el Curso de Artes y Teología en el Seminario Conciliar de San José, beneficiado con una beca que le otorgó el obispo fray Antonio Alcalde, quien le confirió las órdenes menores y el subdiaconado en 1790.

Para especializarse en Teología, su padre lo envió a la Ciudad de México, donde ingresó el 8 de mayo de 1791 al Colegio de San Ildefonso. De 1791 a 1793 asistió a tres cursos de Cánones en la Real y Pontificia Universidad de México, donde obtuvo el grado de bachiller. Luego, ante la enfermedad de fray Antonio Alcalde, optó por trasladarse a Durango para recibir el diaconado de manos del obispo Esteban Lorenzo de Tristán.

Una vez concluidos sus estudios, solicitó al Claustro universitario y al Cabildo eclesiástico el grado de licenciado. En su examen ante cuarenta y cinco doctores defendió dos tesis del Maestro de las Sentencias de Pedro Lombardo, y una vez aprobado por mayoría, el 17 de junio de 1793 se le confirió el grado de licenciado en Teología.

A la par de sus estudios universitarios se dedicó a la lectura de las novedades bibliográficas, con la ayuda de su padrino de grado y tutor Tomás Domingo de Acha, quien era uno de los comerciantes de libros más importantes de la Nueva España. Como era de esperarse, también participaba en las reuniones en las que se comentaban los acontecimientos de la revolución francesa, y por esos días la ejecución del rey Luis XVI.

Al concluir sus estudios, dejó las instalaciones de San Ildefonso y junto con sus compañeros de estudios Manuel de Gorriño, Luis Gonzaga Sagazola y Manuel Velasco alquiló una habitación en los portales citadinos.

La tarde del 28 de septiembre en su habitación del portal de la Sangre de Cristo, ante Manuel Velasco, Montenegro expuso los detalles de una conspiración para independizar a la Nueva España del dominio real, cuyo plan consistía en

establecer una república libre, dividida en doce provincias, un congreso o asamblea compuestos de un diputado por cada una de ellas [...]; los cargos habrían de ser temporales y elegibles [...] Las razones que justifican la independencia eran, según Montenegro, que los reyes carecían de título justo para poseer esta tierra que “habían tomado por la fuerza”. “Los vasallos sólo están obligados a guardar fidelidad a los reyes, cuando estos consultan a su bien, pero que los de España sólo habían sido unos tiranos de la América, poniéndoles unas alcabalas y contribuciones cuantiosas, y extrayéndoles crecidos cabales” [...]118

Por lo tanto, consideraba la independencia como necesaria. Además sostuvo proposiciones consideradas heréticas, como la libertad religiosa, aunque el plan libertador sostenía la religión católica como única y la obediencia al papa.

El 4 de octubre, Manuel Velasco se presentó ante Juan Antonio de Ibarra, secretario del Tribunal de la Inquisición, para denunciar a Montenegro. Al día siguiente volvió a comparecer para ampliar su declaración, en la cual

dijo que sobre las costumbres del expresado Montenegro, no le ha parecido muy bueno que él mismo confiese de sí que tiene mucha inclinación a las mujeres, que es bastante libre y desenvuelto en sus conversaciones [...] Que también le ha observado el exceso a la bebida [...] aunque no lo ha visto perder el sentido [...] Que le ha visto rezar el Oficio Divino y alguna vez lo ha visto oír misa y guardar abstinencia y ayuno.119

Al cambiarse Velasco a Mixcoac, De Gorriño y Montenegro se trasladaron a una casa de la calle del Indio Triste, donde Juan Antonio recibió a su padre y a su esposa Inés Vizcaíno, con quien se había casado al enviudar, y finalmente el 7 de octubre los tres regresaron a Sayula.120

En tanto, Velasco ratificó su denuncia ante la Inquisición y declaró sobre la libertad religiosa que postulaba Montenegro y que le había hablado a solas de una conspiración contra la Corona, en la cual ya estaban comprometidos entre doscientos y trescientos conjurados.

Como era de esperarse fueron citados por la Inquisición Manuel de Gorriño y Luis Gonzaga, quienes al parecer informados previamente de la declaración de Velasco, apenas si aportaron algo. Solamente Gonzaga declaró que Montenegro leía El oráculo de los Filósofos de Voltaire y La política natural, de un autor inglés que no recordó.

El 19 de noviembre el Marqués de Castañiza, instructor del proceso en su calidad de comisario de Corte, envió el expediente al secretario de la Inquisición para que de momento lo archivara en tanto se reunían nuevas evidencias.

Se acababa de inaugurar la Real Universidad en Guadalajara, por lo que Montenegro vio la oportunidad de hacer carrera académica, y así se dio a la tarea de incorporar su grado universitario a la incipiente corporación.

El 2 de noviembre de 1793 se presentó en la Real Universidad de Guadalajara para solicitar la incorporación de su título de licenciado obtenido en la Universidad de México y aspirar al grado de doctor en Teología. El 25 de noviembre, el Claustro Universitario le contestó:

Que sin embargo de no haber todavía establecidas entre ambas Universidades [de México y de Guadalajara] una concordia”,121 concedía la incorporación sin examen y dispensa del pago de propinas, como señal de “buena disposición en que este [Claustro] se halla, como que sus individuos se reconocen hijos de aquella, manifieste la suya para proceder acordes.122

El 3 de enero de 1794 presentó su título de licenciado y al día siguiente se le incorporó el grado, prestó juramento y se le colocó en el lugar correspondiente del Claustro. Y el 27 recibió solemnemente el grado de doctor en Teología, en el Templo de Santo Tomás de la Universidad.

El empleo que desempeñó por esos días fue el de vicerrector y regente de academias del Colegio de San Juan Bautista, donde al decir de su rector Ángel de la Sierra, trabajó “tan sin premio, que aun la ración de comida no ha tomado ni toma y con tal celo y prudencia que merece no sólo mi confianza y la de los individuos de alguna representación en la casa, sino fuera de ella, la de los padres, tutores y demás personas conexas con los colegiales [...]”.123

Este elogio era parte de una petición dirigida al gobernador-intendente Jacobo de Ugarte, fechada el 7 de diciembre de 1793, para que se le pagara su sueldo por la regencia de la Academia Teológica, pero al desatenderse la petición Montenegro optó por renunciarla. También impartió gratuitamente la cátedra de Sagrada Escritura, en la Facultad de Teología de la Real Universidad de Guadalajara.

Con el rector De la Sierra llevaba una buena relación, dado que le puso a su disposición su biblioteca, y también a él le contó de la conspiración en contra de la Corona. En tanto, sus antiguos compañeros de estudios le enviaban cartas con información de los acontecimientos revolucionarios europeos más recientes.

El 12 de julio de 1794 arribó a la Nueva España el virrey Marqués de Branciforte, quien dio nuevo impulso a las pesquisas inquisitoriales, lo cual reactivó de inmediato el proceso de Montenegro. Y así, el 17 de septiembre, se ordenó que “[…] sea reducido a cárcel de este Santo Oficio en calidad de deposito la persona del licenciado don Juan Antonio Montenegro, con embargo de bienes y muy singularmente de libros y papeles [...]”.124

La orden de aprehensión la ejecutó el deán de la Catedral de Guadalajara, Salvador Antonio de Roca, “lo cual hizo con toda delicadeza y sigilo. Estando Montenegro de licencia en Sayula, el Deán le escribió diciéndole volviese a Guadalajara, para tratar de un asunto que tenía pendiente (lo que en efecto tenía), sólo para no dar pesadumbre a su anciano padre [...]”.125

El 24 de octubre se le detuvo en el Colegio de San Juan Bautista para conducirlo a la Ciudad de México y obligarlo a comparecer ante el Tribunal de la Inquisición, los días 18, 20 y 22 de noviembre. Los calificadores del proceso concluyeron que era un “hereje formal, indiferentista, tolerante, imbuido en las pestilentes máximas de la furiosa Convención francesa, sedicioso, sublevador y enemigo de las supremas potestades”.126

Al ingresar a las cárceles secretas de la Inquisición, se hizo la siguiente descripción de su persona y se enlistaron sus bienes, en la siguiente forma:

[…] Diácono, del Obispado de Guadalajara, natural del pueblo de Sayula, de edad de veinte y cinco años cumplidos; es de estatura de más de dos varas, color blanco, hoyoso de viruelas, cariaguileño, barba cerrada, cejas y pelo castaño oscuro y trae dentro y fuera de su persona un cabriolé de paño azul, chaleco de terciopelo morado oscuro, calzones de paño negro, medias de seda, charreteras de acero y zapatos y hebillas que dijo ser de oro, camisa de Bretaña, rosario, y en lugar de cruz un relicario de oro con cera, y un ligno en crucis, un relox [sic] de plata en la bolsa con cadenilla de acero, un juego de breviarios en cuatro cuerpos, con cuadernillo un manteo de paño, una sotana de seda y ceñidor de lo mismo, y cuello, sombrero de castor acanalado, una casaca de paño azul para caminar, dos chupas una de terciopelo y otra de rompecoches negras, tres pares de calzones; cinco o seis pares de medias de seda, dos pares de calcetas con las que trae puestas, un colchón, cuatro sabanas, dos almohadas con sus correspondientes fundas, una colcha de lana, dos camisas con sus pecheras, dos pares de calzones blancos, dos monteras de seda de colores, y una negra, cuatro pañuelos de colores y uno blanco, y un relox [sic] con sobre caja de plata que tiene abajo, una caja de polvos de metal, tres chalecos uno de paño de seda y dos blancos, un sombrero gacho de castor para caminar. Y que no tiene otros muebles mas que siete reales en plata [...]127

Los inquisidores estaban convencidos de que Montenegro era un conspirador peligroso, e incluso durante los interrogatorios el fiscal José de Pereda y Chávez lo amenazó con el tormento. Pero él se defendió con habilidad e inteligencia, si bien aceptaba que podía existir una conspiración, no admitió que hubiera existido.

Acabó por declarar haber dicho que no tendría inconveniente en que se estableciera una república, siempre y cuando fuera católica. Y que además se pediría al papa que se les dispensara el celibato a los clérigos.

Su abogado defensor José Antonio Tirado argumentó que el implicado sólo había vertido opiniones irreflexivas y confusas, insinuando que se habría sobredimensionado el caso. Y así los calificadores inquisitoriales consideraron que tan sólo era “levemente sospechoso” de los delitos imputados.

Finalmente, el 21 de noviembre de 1795 se le dictó sentencia, en la cual se ordenó:

Que sea reprendido severamente de sus excesos y abjure de levi la sospecha que contra él resulta, y le desterramos de la corte de Madrid y de ésta de México por tiempo de diez años, veinte leguas en contorno, y los dos primeros los cumpla recluso en el Convento de Misioneros Apostólicos de la Santa Cruz de Querétaro, donde haga unos ejercicios espirituales en los primeros cuarenta días de su reclusión.128

Tras dejar las cárceles de la Inquisición fue recluido por varias semanas en el Convento del Carmen, para luego ser trasladado a Querétaro con el fin de cumplimentar la sentencia.

Sobre el peligro que representó su rebeldía, Cardiel señala que

la condena que sufrió Montenegro muestra a las claras que el Tribunal de la Inquisición no creyó que hubiese una seria conspiración en favor de la independencia del reino [...] Bastó para disolver violentamente al grupo [conspirador] para retraer a la mayor parte de los involucrados y para que muchos reflexionaran sobre su conducta y algunos mansamente volviesen al redil.129

Hacia finales de 1797 regresó a Guadalajara. Luego gestionó la devolución de sus libros y sus otros bienes y se reintegró –con la ayuda del doctor José Ángel de la Sierra– a sus cátedras en el Colegio de San Juan Bautista, donde también impartía la cátedra de Filosofía el doctor Francisco Severo Maldonado, por lo que

es lícito suponer que Montenegro el antiguo insurgente y Maldonado se conocieron; que no obstante el retraimiento del doctor Montenegro debió contar a Maldonado sus antiguas aventuras a favor de la Independencia del país, porque ¿de qué manera ha de explicarse esa compleja personalidad de Maldonado que formalizó en ese tiempo sus ideas de independencia en favor de México? En el “Contrato de Asociación para la República de los Estados Unidos de Anáhuac”, como él llama a México, formulado en 1823, el doctor Maldonado dice que hace 30 años medita sobre esa constitución. Si se acepta éste dato, debe suponerse que desde el año 1793 trabajaba, fecha en que Montenegro empezó a enseñar en el Colegio de San Juan. Me atrevo a
suponer que esa iniciación del doctor Maldonado en favor de la Independencia, se debe a Montenegro.130

El hecho de que en sus escritos Maldonado omita toda referencia a Juan Antonio Montenegro, Cardiel lo atribuye a la fuerte censura que ejercía sobre ellos el Tribunal de la Inquisición.

En diciembre de 1801, autorizado por esta última, el obispo Juan Ruiz de Cabañas lo ordenó sacerdote, y en 1802 lo nombró capellán del Santuario de Nuestra Señora del Rosario de Talpa.

Al ser penitenciado del Santo Oficio vio truncada su carrera académica, y durante los acontecimientos de la independencia, hasta donde se sabe, se mantuvo al margen de los mismos.

Una vez consumada la independencia se manifestó a favor del sistema republicano y se opuso al Imperio de Agustín I. A finales de 1823 figuró en la lista de diputados por Guadalajara al Congreso Nacional Constituyente. Aunque sólo participó del 30 de octubre al 4 de noviembre, y aquejado por una grave enfermedad, se retiró de las sesiones del Congreso.

Según la versión de Juan Bautista Iguíniz, fue nombrado canónigo de la Catedral de Guadalajara. Aunque no aparece en el elenco que formó el secretario del Cabildo José Eucario López.131

El 9 de abril de 1833 falleció muy probablemente como víctima del cólera morbus. Sin embargo, Federico Munguía declara tener un documento firmado por Montenegro el 7 de junio de 1835, siendo la fecha en que el Tribunal Eclesiástico de la Diócesis de Guadalajara le concedió el disfrute de una capellanía, instituida en el Templo de la Tercera Orden de su pueblo natal por su tía Anna Camberos y Munguía. Y agrega el citado autor que para el 17 de marzo de 1837, ya había fallecido.132

Juicios y testimonios

José Cornejo Franco: “[…] Y no es raro que aquí, aquí en nuestra Guadalajara, en nuestro colegio de San Juan [Bautista] de los jesuitas, hubiera un colegial, Montenegro de apellido, que llegara a la audacia de afirmar: ‘pobre nación española, no tendrá remedio mientras no se decida a hacer con su Rey, lo que los franceses hicieron con el suyo’: guillotinarlo, y acabar con la monarquía. Ustedes comprenderán que cuando llega a decirse expresión tan tajante ocasiona inquietud: fue procesado, y dio a las cárceles de la Inquisición”.


José María Miquel i Vergés: “Un precursor olvidado”.


Gabriel Torres Puga: “En 1793, Montenegro no fue parte de una conspiración republicana; pero sí fue, como muchos otros jóvenes, un crítico del régimen al que no le asustaba pensar en cambios políticos profundos. De genio vivo, especulador y polemista, leyó gacetas y textos controvertidos, pretendió estar al día de los sucesos de Europa y se interesó por conocer mundo. Sin ser republicano, especuló sobre la república; sin ser conspirador, habló con desenfado sobre lo que podría ocurrir si hubiera una revolución en la Nueva España. Al final, después de su arrepentimiento, le tocó la extraña suerte de atestiguar una revolución y el surgimiento de una república”.

Moreno y González Hermosillo, Pedro

En la hacienda de la Daga, en la villa de Santa María de los Lagos del Reino de la Nueva Galicia, nació el 18 de enero de 1775. Fueron sus padres los señores Manuel Moreno Verdín y María del Rosario González Hermosillo y Márquez, “quienes por sus recursos pecuniarios y por su educación, ocupaban en aquella sociedad uno de los primeros puestos”.133

Así Pedro llegó a ocupar más adelante el importante cargo de mayordomo de la Cofradía del Santísimo Sacramento y del Rosario. Sus primeras letras las aprendió en su hacienda natal y en Santa María de los Lagos.

Luego sus padres lo enviaron a Guadalajara para realizar estudios de Latín en el Seminario Conciliar. En 1794 aparece en la nómina de estudiantes que terminaron el Curso de Artes, con la distinción de regente, otorgada al primer lugar por sus compañeros de promoción y por el catedrático del curso. Entre sus maestros, le impartió cátedra el doctor José María Cos. Debido a su fuerza física y por su carácter recio, sus compañeros le apodaban el Toro.

En la Real Universidad de Guadalajara ingresó a la Facultad de Derecho en donde, de acuerdo con los registros disponibles, realizó los siguientes estudios: el 13 de febrero de 1794 probó tener ganados dos cursos de Filosofía y otro de Retórica en el Seminario Conciliar. El 15 de febrero de 1794 se le confirió el grado de bachiller en Filosofía. El 17 de octubre de 1794 se matriculó al primer curso de Cánones; el 7 de enero de 1796 se inscribió al segundo curso de Cánones; el 8 de agosto de 1796 probó tener ganado el segundo curso de Prima de Cánones y Leyes; el 31 de octubre de 1796 se matriculó al tercer curso de Cánones; el 15 de julio de 1797 probó tener ganado su tercer curso de Cánones; el 14 de noviembre de 1797 se inscribió al cuarto curso de Cánones, y el 16 de julio de 1798 probó tener ganado su cuarto curso de Cánones, tras haber asistido por más de ocho meses a las cátedras de Cánones y Leyes.

En el mismo año de 1798 presentó solicitud al rector para sustentar el acto de grado; el 21 de abril, el Claustro aprobó su solicitud y le ordenaron que se presentara a los catedráticos de Prima de Cánones y de Leyes, para que lo examinaran; el 24 de abril se le declaró idóneo para defender el acto que pretendía; y el 27 de abril, el Claustro de Doctores le concedió el permiso para defender el acto que proponía.

Hasta aquí llegan los documentos localizados en el archivo universitario. El canónigo José Eucario López opina “que probablemente no llegó a obtener el título de abogado, pues en los libros respectivos no consta; tal vez sólo se ‘quedó con la inspección de poder optar dentro de año y medio para graduarse de abogado’ como lo dice en su declaración de 1799”.134

El 13 de marzo de 1794, en San Juan de los Lagos, solicitó el beneficio de dispensa por el parentesco que tenía en cuarto grado con María Rita de la Trinidad Pérez Ximénez, con quien contrajo matrimonio. La citada dispensa les fue concedida el 20 de marzo de 1799, por el deán de la Catedral de Guadalajara, Salvador Antonio Roca. El 1º de mayo inmediato, en la hacienda de la Cañada, jurisdicción de San Juan de los Lagos, contrajo matrimonio y ahí se estableció con su esposa.

Los primeros años del siglo xix los dedicó a su familia y a la administración de sus haciendas La Sauceda, de Matanzas de Abajo y el rancho de los Coyotes, además del comercio.

Se significó como un excelente padre y esposo, próspero hacendado y comerciante. Estaba dotado de una gran inteligencia, cultivada en las aulas del seminario y de la Universidad. Ya establecido en la jurisdicción de Santa María de los Lagos fue electo alcalde mayor de primera elección, y como tal el 17 de agosto de 1808 firmó el acta de adhesión a la monarquía y a Fernando VII, ante la invasión francesa a la metrópoli española.

Por esos años conoció al cura Miguel Hidalgo, quien cada año al frente de la peregrinación de San Felipe Torres Mochas venía a Lagos a predicar en el novenario de Nuestra Señora de las Mercedes, y luego se hospedaba en el mesón de La Merced, donde departía con sus feligreses y con los principales del pueblo.

El 16 de septiembre de 1810 inició el movimiento de la independencia, y al tenerse noticia en Lagos se incorporaron a la insurgencia su hermano Pascual y sus parientes Miguel Gómez-Portugal y Juan Pablo Anaya.

Por el momento no tomó parte en la insurgencia, y continuó con sus labores de hacendado y comerciante. El 31 de agosto de 1811, el guerrillero insurgente Albino García atacó y se apoderó de Lagos, y saqueó varios comercios, entre ellos el de Moreno.

A pesar de la afectación de sus intereses, el 13 de febrero de 1814 decidió adherirse a la insurgencia, al recibir por parte de Manuel Muñiz el nombramiento de comandante general con el grado de coronel de las provincias de Valladolid, Guanajuato, Guadalajara, Zacatecas y el Potosí. Se le encomendaba levantar a sus expensas un cuerpo militar, que se denominaría Caballería Ligera de Santa María de los Lagos.

Durante un mes se preparó sigilosamente, y el martes de Pascua –13 de abril de 1814– en su hacienda La Sauceda se levantó en armas, uniéndosele incluso su esposa Rita Pérez, a quien había dejado en entera libertad para irse con sus cuatro hijos a Lagos, o regresar a San Juan de los Lagos al lado de su madre.

En su primera acción militar al frente de poco más de cien hombres, fue derrotado en Piedras Coloradas por el comandante Santiago Galdaméz, a quien volvió a enfrentar el 13 de octubre de 1814 en la hacienda de La Jaula, pero ahora logró hacerlo huir.

El 12 de junio de 1814, en las inmediaciones de Santa María de los Lagos, en la hacienda de los Ranchos, sitió a Galdaméz; sin embargo ante la proximidad del ejército realista de Hermenegildo Revuelta, se vio obligado a huir con un mínimo de bajas.

Al inicio de 1815 lo derrotó Revuelta en La Sauceda, pero se hizo fuerte en el Zapote, e hizo retroceder a su enemigo.

El 20 de marzo, en el Ojo de Agua, nuevamente fracasaron los realistas en sus intentos por aniquilarlo, e incluso pereció Galdaméz. Fue tal el auge del movimiento guerrillero de Moreno, que los altos militares Pedro Celestino Negrete y Francisco Orrantia intentaron exterminarlo, pero fallaron en sus intentos. A principios de diciembre, los insurgentes atacaron las inmediaciones de Santa María de los Lagos.

En lo más alto de la Sierra de Comanja, en los límites de los actuales estados de Jalisco y Guanajuato, construyó el Fuerte del Sombrero como su centro de operaciones y resguardo de su familia, para de ahí salir a sus incursiones guerrilleras.

Del 20 al 26 de enero de 1816, los realistas Negrete, Revuelta y José Brilanti atacaron por primera vez el Fuerte del Sombrero, pero fueron rechazados por los insurgentes. El 14 de septiembre del mismo año, el realista Pedro Monsalve encabezó el segundo gran intento por tomar el Fuerte, pero lo derrotaron y le infringieron grandes pérdidas.

El 16 de enero de 1817, el general José de la Cruz le dirigió un oficio en el cual le ofreció el indulto, recordándole que “es imposible que haya abandonado a usted en lo absoluto la virtud, fruto de la educación que recibió, que me consta no fue para formarle traidor al rey y a su patria”.135

A lo que respondió con el rechazo del indulto y manifestándole el motivo por el cual se adhirió a la independencia:

Cuando me decidí a favor de mi patria, no fue para vengar agravios, de lo que estoy muy distante, sino para añadir mis esfuerzos a los de tantos insignes varones que, poseídos de ideas liberales, intentaron sacudir el yugo opresor que por espacio de trescientos años han sufrido los desgraciados americanos [...]136

Además se le presionó por el lado familiar. Pedro y Rita habían dejado a su pequeña hija Guadalupe en la hacienda de la Cañada Grande al cuidado del padre Ignacio Bravo, pero les fue arrebatada por Brilanti y el cura Francisco Álvarez. Al proponérsele a Pedro Moreno su rendición a cambio de la vida de su hija, respondió: “Que aun tenía cuatro hijos de quienes podían apoderarse, pues estaba dispuesto a sacrificarlos todos en aras de la patria”.137

Y por si fuera poco, del 1º al 10 de marzo se atacó y se puso cerco al Fuerte de San Miguel de la Frontera o de la Mesa de los Caballos. Al final de la incursión, su hijo José Luis Esteban de tan sólo catorce años y su hermano Juan de Dios, murieron heroicamente en el combate.

El 26 de marzo y dos o tres meses más tarde, recibió cartas de los coroneles Mariano Reynoso y Cristóbal Ordóñez con el mismo fin de disuadirlo de sus ideales, y con análogas respuestas expuso sus ideas políticas, refutándolos punto por punto.

El Gobierno Provisional Mexicano presidido por la Junta de Jaujilla lo nombró comandante general interino de la Provincia del Potosí el 31 de marzo, y el 10 de mayo adquirió la titularidad, y fue ascendido de brigadier a mariscal de campo.

El 24 de junio del citado 1817, recibió jubilosamente al joven navarro Javier Mina en el Fuerte del Sombrero, quien traía 320 soldados, varios de ellos europeos. El 28 de junio, Mina y Moreno en San Juan de los Llanos con tan solo 380 insurgentes derrotaron a los realistas, quienes eran 600, además murieron los coroneles realistas Ordóñez y Castañón. Y en la Hacienda del Marqués del Jaral del Berrio, se apoderaron de 140,000 pesos oro.

El 9 de julio regresaron al Fuerte del Sombrero, donde los esperaban el canónigo José de San Martín y el padre José Antonio Torres, enviados por el Gobierno Provisional. Entonces acordaron que Mina reconocía la suprema autoridad de la Junta de Jaujilla, a la vez ésta lo nombraba comandante en jefe de todas las partidas militares que operaban en el Bajío y las zonas aledañas. A pesar de sus incuestionables méritos, Pedro Moreno quedó subordinado a Mina, expresando su beneplácito con humildad y desinterés por todo cargo jerárquico.

El 27 de julio, Mina y Moreno intentaron sorprender a Pedro Celestino Negrete en Silao. Pero fueron rechazados, retornando al Fuerte del Sombrero. Para el 31 del mismo mes inició el gran asedio y sitio al Fuerte del Sombrero, defendido por 650 insurgentes que enfrentaron al mariscal Pascual Liñán, al frente de 617 realistas. Militarmente no lograron rendirlos, pero se terminó el agua y el 20 de agosto tuvieron que romper el sitio con graves pérdidas, y la brutal represión para los que no lograron huir.

Un día antes, Pedro Moreno logró evadirse al saltar a una barranca, ahí permaneció durante tres días, enfermo y hambriento. Finalmente lo encontró un vaquero, quien lo llevo al rancho del Chamuscado, donde sus hermanas y amigos lo ayudaron a recuperarse.

En aquella madrugada del 20 de agosto, su esposa Rita y sus cuatro hijos pequeños, fueron hechos prisioneros y después conducidos a pie hasta la cárcel de León. En tanto, los más de doscientos heridos y prisioneros fueron obligados a destruir el Fuerte y luego se les fusiló. Pero ni eso quebrantó la voluntad de Pedro Moreno, y el 11 de septiembre en una carta dirigida a su esposa, nuevamente rechazó el indulto a pesar de que se lo pedía la misma doña Rita.

Una vez restablecido, el 29 de septiembre cerca de Silao se encontró nuevamente con Mina, y continuaron guerreando contra los realistas, aunque sin mayor éxito. El 10 de octubre, el realista Francisco de Orrantia los derrotó en la hacienda de La Caja.

El 26 de octubre, Mina, Moreno y los hermanos Ortiz –conocidos como Los Pachones – atacaron sin éxito la ciudad de Guanajuato. En la huida, Francisco Ortiz incendió el tiro de la mina de La Valenciana. Ante tanta desorganización, Mina decidió dispersar a su gente, y sólo se quedó con unos cuantos soldados, entre ellos Pedro Moreno, con quienes se dirigió a la hacienda de La Tlachiquera, en la Sierra de Guanajuato.

En La Tlachiquera fueron recibidos hospitalariamente por Manuel Herrera, pero para no comprometerlo decidieron adentrarse hasta el rancho del Venadito, donde durmieron en unas trojes, y hasta ahí fueron sorprendidos por el realista Orrantia.

Era la mañana del 27 de octubre de 1817, Pedro se despertó de un salto y sin tiempo para vestirse el uniforme y calzar las botas, cogió la espada y huyó hacia unas peñas cercanas, en compañía de su asistente Mauricio, quien fue a buscar los caballos, en tanto él aguardaba:

Pasa un minuto –narra Mariano Azuela–. Pasan cinco. Luego se oye el rumor de gente que se acerca. Don Pedro retrocede entre dos rocas, de donde puede observar sin ser visto. Son realistas y vienen en línea recta […]

Ya se acercan, y ahora reconoce a Mauricio su asistente, con cara desencajada y ojos como de muerto, señalando con su temblorosa mano el escondite.

[…] Comprende que llegó su hora y da dos pasos al frente. Los que ambicionaban la gloria de cogerlo vivo se encuentran con una hoja de acero resplandeciente al sol, que comienza a dorar las peñas.

Todo fue como un relámpago: una nube roja que le fulgura los ojos, que es ocaso y aurora.138

Se le hirió varias veces y finalmente recibió un balazo en la cabeza, la cual le cercenaron para ser exhibida durante tres meses a la entrada de Lagos, luego se depositó en la Iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes. En cuanto al tronco y a las extremidades fueron inhumados por su hermano Pascual, en la antigua capilla de la hacienda de La Tlachiquera, y más tarde fueron llevados a la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México para ser depositados en el Altar de los Reyes, en compañía de los demás restos óseos de los héroes de la independencia el 17 de septiembre de 1823; finalmente, en 1925 pasaron a la Columna de la Independencia.

El 19 de julio de 1823, el Congreso de la Unión lo declaró benemérito de la patria en grado heroico. El 11 de abril de 1929, el Congreso del Estado de Jalisco dispuso que Lagos llevara su nombre, además de una calle del centro de Guadalajara y del Cuartel Colorado, y en la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres se le dedicó una estatua, al igual que a su esposa.

En la segunda década del siglo xx, la antigua hacienda de La Tlachiquera –en el actual municipio de León, Guanajuato– recibió en su honor el nombre de
Nuevo Valle de Moreno, y en Lagos de Moreno se le honra con dos monumentos, uno en el lugar donde estuvo su cabeza decapitada, y otro en la calzada que lleva su nombre.

Juicios y testimonios

Agustín Rivera tras describir sus cualidades físicas, enuncia sus “Cualidades intelectuales: excelente talento y principios fijos. Cualidades morales: patriotismo en grado heroico; gran valor militar; gran valor moral y constancia hasta la muerte en la ejecución de sus principios”.


Ernesto de la Torre Villar: “La justicia exige que el héroe insurgente don Pedro Moreno, soldado valerosísimo y hombre culto, inteligente y patriota en grado sumo, tenga la gloria que se merece, y el amor y la gratitud de que es acreedor, entre los mártires de la libertad y los más nobles hijos de la patria mexicana”.


Jaime Olveda: “Jalisco ve en Moreno al más puro y brillante de sus insurgentes, porque su movimiento sólo estuvo inspirado en el ideal de la libertad, porque ante todo, antepuso a la Independencia como fundamento”.

Múzquiz y Arrieta, Melchor

Nació el 6 de abril de 1788 en el presidio de Santa Rosa, poblado de la Provincia de Coahuila. Fueron sus padres los señores Juana Francisca de Arrieta y el teniente Blas María Eca y Múzquiz. Lucas Alamán escribe que su familia era distinguida.

Aunque su biógrafo Francisco Sosa afirma que realizó sus estudios medios en el Colegio de San Ildefonso de la Ciudad de México, para luego seguir una carrera literaria, pero que el inicio de la guerra de independencia se lo impidió, más bien se puede conjeturar que llegó a Guadalajara a principios del siglo xix, y que se matriculó en el Seminario Conciliar de San José, y concluyó su Curso de Artes en 1806, bajo la dirección del doctor Juan José Jiménez de Castro.139

El 16 de julio de 1806 recibió en la Real Universidad de Guadalajara el grado de bachiller, el cual le fue conferido por el doctor Pedro Vélez. El 16 de diciembre de 1806 se matriculó al primer curso de Leyes de la Real Universidad de Guadalajara. Y no hay otros registros en los archivos que permitan precisar el momento en que dejó sus estudios universitarios, los cuales hizo sin recibir los grados mayores.

En la insurgencia militó desde los primeros movimientos de la guerra, al combatir a los realistas en las provincias de Michoacán y Veracruz.

En noviembre de 1812, por sus méritos militares recibió el grado de teniente de la Primera Compañía del Regimiento de Infantería, por el presidente de la Suprema Junta Gubernativa de América, licenciado Ignacio López Rayón.

En noviembre de 1813, Ramón López Rayón le encomendó la infantería para resistir a las fuerzas realistas en Zacapu, pero se vio obligado a retirarse al rancho de El Caurio, por el escaso número de soldados.

El 9 de marzo de 1815, el teniente coronel Agustín de Iturbide en el parte rendido desde Maravatío al virrey Félix María Calleja, le informaba que por Tajimaroa se habían reunido varios jefes insurgentes, entre ellos Múzquiz, al frente de una fuerza de 400 hombres.

Para 1816, ya con el grado de coronel, se encontraba en la provincia de Veracruz, y actuaba desde el fuerte de Monteblanco, situado en las inmediaciones de Córdoba desde el cual en unión al francés Joan Mauri y comandando a unos trescientos soldados, hostilizaban a Orizaba y obstaculizaban el tránsito al puerto de Veracruz. El 1° de noviembre fueron atacados por mil infantes y doscientos soldados de caballería, al mando del marqués Donallo. Ante lo cual el 7 del citado mes y año se vio obligado a rendir el fuerte, no sin antes haber negociado una honrosa capitulación.

De Orizaba fue conducido prisionero a Puebla de los Ángeles, donde fue puesto en la cárcel pública. Sufrió una gran miseria y malos tratos, perdiendo por completo el sentido del oído.

Poco antes de la proclamación del Plan de Iguala en 1821, fue indultado. Pero él se negó a prometer que no volvería a tomar las armas por la independencia. Se unió al movimiento Trigarante, y al consumarse la independencia recibió todo género de consideraciones del libertador Agustín de Iturbide.

Fue electo diputado al Primer Congreso Nacional, tanto por su natal Coahuila, como por México, pero por razones de residencia prefirió representar a México.

Muy pronto empezó a liderar la tendencia republicana del Congreso, llamando tirano al rey Fernando VII, y se opuso a que el Congreso adoptara el Plan de Iguala, pues éste debería quedar en libertad, para decidir la forma de gobierno que más le conviniera a la incipiente nación.

En abril de 1822, ante las presiones del general Dávila para que Iturbide fuera proclamado emperador de México,

el diputado Múzquiz […] refiriendo sus acciones en la insurrección, propuso se le declarase [a Iturbide] traidor: muchos diputados se pusieron en pie en apoyo de la proposición que hubiera sido aprobada, si [José María] Fagoaga, subiendo a la tribuna, no se hubiese opuesto, manifestando los males que iban a resultar de aquella precipitada resolución [...]140

Cuando la proclamación imperial de Iturbide era prácticamente un hecho consumado, aún insistió en que se esperara el voto de las provincias, pero ya sus esfuerzos resultaron en vano.

De 1824 a 1826 fue gobernador del Estado de México, con carácter de provisional; de 1826 a 1827 fue gobernador constitucional y en 1830 fue interino.

Afiliado a la logia masónica escocesa, en diciembre de 1828, tras el Motín de la Acordada que daba el control del país a los yorkinos, se levantó en armas, pero fue derrotado.

Del 14 de agosto al 27 de diciembre de 1832 fue presidente de la república con carácter de interino. Su gestión –dada la crisis financiera– fue sumamente difícil, y se vio obligado a la acuñación de monedas de cobre.

El 15 de diciembre renunció a la presidencia, pero no le fue aceptada la renuncia sino hasta el 27 del citado mes de diciembre, día en que la capital del país se pronunció a favor de Manuel Gómez Pedraza, a quien apoyaba el general Antonio López de Santa Anna.

El 5 de febrero de 1833 fue degradado militarmente y se retiró a la vida privada.

En 1835 influyó para que el Congreso del Estado de México se pronunciara por la república centralista. En 1836 fue presidente del Supremo Poder Conservador, y en 1840 fue nuevamente miembro del mismo.

En la Ciudad de México falleció el 14 de diciembre de 1844, y fue inhumado en el cementerio del Convento de San Andrés:

Murió tan pobre como había vivido, no obstante el haber manejado caudales de consideración en los puestos sobresalientes que ocupó, y fue muy sentido por las gentes honradas de todas las clases de la sociedad. Su pérdida fue llorada por los viejos insurgentes que habían quedado; por los republicanos que sintieron su falta de uno de los fundadores de ese sistema; todos los que apreciaban la dignidad y la independencia nacional, extrañaban a su mejor modelo, en circunstancias en que las virtudes y la rectitud en las ideas eran tan necesarias a los funcionarios públicos para levantar el desprestigiado imperio de las leyes.141

Por decreto, a su pueblo natal se le dio el nombre de Ciudad Melchor Múzquiz, el cual también debería colocarse en el salón de sesiones del Congreso de la Unión. En 1823 fue declarado benemérito de la patria, en grado heroico.

Juicios y testimonios

Un biógrafo citado por Francisco Sosa: “Las principales cualidades que marcaron el carácter de Múzquiz fueron: la honradez, la firmeza en sus propósitos, dirigidos siempre por sana intención, y la tendencia a atesorar en las cajas nacionales; cuando fue gobernador del Estado de México, dejó novecientos mil pesos en caja; y tanto guardaba, que fue preciso apuntalar la pieza del repleto tesoro; es de notar que al morir, encomendó su familia a la Providencia, pues la dejó en tal pobreza, que la señora viuda tuvo que establecer una amiga; su justificación le hizo rechazar alguna vez la banda de general, dando por razón que no era acreedor a ella por falta de méritos; y cuando se le pedía la hoja de servicios, contestaba que la tenía en los que había prestado a la independencia y al bienestar de la patria. Los destierros, los sufrimientos, nada le importaban cuando conocía que el deber le exigía sacrificarse, y después de dar una enérgica respuesta a alguna proposición del partido contrario dominante, llegaba a su casa, y con mucha calma, antes de que tuviera indicaciones seguras, disponía el arreglo de su equipaje para el viaje que suponía le iban a mandar que hiciera; pero la rectitud de sus intenciones le atraía consideraciones aún de sus mismos enemigos”.


J. Jesús Gómez Fregoso: “Si a Maximiliano Robespierre le dieron el título del Incorruptible, con mucha mayor razón habría que darle este título a nuestro Melchor Múzquiz […] En cierta ocasión, ya retirado, lo encontró Santa Anna y reprendió porque traía el uniforme militar en muy mal estado, y el incorrupto e incorruptible le respondió que no tenía dinero para mandarlo remendar. Murió en la mayor indigencia y su viuda tuvo que ingeniar mucho para poder subsistir, cosa que no creo que ocurra con ninguna viuda de cualquiera de nuestros presidentes de los xx, xxi y futuros”.


Francisco Sosa: “Modelo acabado, perfecto del mandatario probo, del ciudadano de honradez inquebrantable y de patriotismo jamás desmentido”.

Pacheco Mendioroz, José Ramón

Nació en Guadalajara, capital de la Intendencia del mismo nombre, el 4 de agosto de 1801. Fue hijo de los señores Agustina Mendioroz y del teniente coronel Francisco Xavier Pacheco de Villegas.

Realizó sus estudios de Latín y el Curso de Artes, en el Seminario Conciliar de su ciudad natal, el cual concluyó en 1814, bajo la dirección del doctor Juan Cayetano Gómez de Portugal.

En la Facultad de Derecho de la Real Universidad de Guadalajara cursó sus estudios profesionales, y el 17 de noviembre de 1820 recibió su título de abogado.

Ejerció su profesión, y empezó a desempeñar encomiendas gubernamentales. Así, en 1823 fue electo regidor del Ayuntamiento de Guadalajara, y como tal, fue uno de los autores de la primera nomenclatura oficial de la ciudad, cuyo plano se mandó imprimir a Filadelfia, Estados Unidos.

En 1824 fue nombrado secretario de la Junta Auxiliar del Gobierno del Estado de Jalisco; en 1824 se le designó asesor de la capital estatal; en 1826 se trasladó a Hermosillo, donde fue magistrado del Supremo Tribunal del Estado de Sonora; de 1827 a 1828 fue diputado federal del Congreso de la Unión, en sustitución de Juan Nepomuceno Cumplido, quien había ocupado la gubernatura del estado; y como diputado, votó a favor de la expulsión de los españoles del territorio nacional.

En 1829 regresó a Guadalajara, y ocupó las cátedras de Historia de México, Economía Política y Estadística en el Instituto de Ciencias del Estado.

En 1831 se le nombró cónsul de México en Burdeos, Francia, por lo que pasó a residir a Europa, donde visitó varios países. A su regreso a México, de 1841 a 1843, fue diputado federal; del 27 de agosto de 1846 al 7 de julio de 1847, fue ministro de Justicia en el gabinete del general Mariano Salas; y del 7 de julio al 16 de septiembre de 1847, fue ministro de Relaciones Exteriores, en el gobierno del general Antonio López de Santa Anna, en plena invasión norteamericana, le correspondió nombrar la comisión negociadora del Tratado Guadalupe-Hidalgo, con el agente Nicolás Trist.

Del 1° de mayo de 1848 al 14 de diciembre de 1849 fue diputado federal por Jalisco; y volvió a ser diputado, durante 1853; además se desempeñó como asesor de la Suprema Corte de Justicia, y regresó como titular del Ministerio de Relaciones Exteriores y del Ministerio de Fomento.

Hacia finales del citado año de 1853, fue designado embajador de México ante Francia, por lo que nuevamente residió en Europa; en 1855 concluyó su misión diplomática, y el emperador Napoleón III le entregó la Gran Cruz de la Legión Extranjera para el general Antonio López de Santa Anna, al mismo tiempo que le insinuó la intervención francesa en México. Todavía se quedó en París para ejercer el periodismo, hasta que en 1856 regresó a México.

En la capital de la república, a partir de 1859 fue ministro de la Suprema Corte de Justicia; durante la Guerra de Reforma, reconoció el gobierno republicano de Benito Juárez, quien lo comisionó ante el Reino Unido para reanudar las relaciones diplomáticas.

El 8 de agosto de 1862 fue nombrado agente confidencial de México ante el gobierno imperial de Napoleón III, con el fin de evitar la intervención militar. En su camino hacia Europa, el 11 de noviembre del citado año de 1862, desde Nueva York, escribió una carta al ministro de Negocios Extranjeros de Francia, Eduardo Drouyn, protestando por la intervención; permaneció en su misión hasta 1863.

Escribió y publicó los siguientes artículos, ensayos y libros: “Representación de la Junta de Gobierno sobre mejoras de cárceles del día 24 de diciembre último” (1824); “Tratado de la cría de gusanos de seda” del Conde Dandolo –traducción del italiano al francés– (1830); Cuestión a día, o nuestros males y sus remedios (1834); Exposición sumaria del sistema frenológico del doctor Gall (1835); “Una revolución en la República de Argentina” (1835); “Grandes descubrimientos astronómicos, hechos últimamente en el Cabo de Buena Esperanza por John Herschell” (1835); “El testamento del difunto” (1839); “Testamento del año de 1839” (1840); “Apéndice al testamento del año de 1839” (1840); “Testamento del difunto año de 1840” (1841); “Oración cívica pronunciada en la Cámara de Diputados de México” (1841); “Exposición del ex ministro de Relaciones con motivo de la comunicación oficial, que acerca de las conferencias tenidas en agosto y septiembre con el comisionado de los Estados Unidos dirigió el Sr. Diputado D. Mariano Otero al Excmo. Sr. Gobernador de Jalisco” (1847); “Confesión y testamento del año de 1847” (1848); “Réplica a la defensa que el Ex ministro de Relaciones…, ha publicado a favor de la política del Gobierno del Gral. Santa Anna, por lo relativo a las negociaciones diplomáticas de la Casa de Alfaro” (1848); “Descripción de la solemnidad fúnebre con que se honraron las cenizas del Héroe de Iguala, don Agustín de Iturbide, en octubre de 1838” (1849); “Cuestión de México. Cartas al Ministro de Negocios Extranjeros de Napoleón III…” (1863); entre otros.

Fue miembro de la Sociedad de Geografía y Estadística de México, a partir de 1859; de las Reales Academias de Historia y de la Lengua Española; de la Sociedad Francesa de Estadística Universal; de la Sociedad de Frenología de París, quien le otorgó una medalla de honor; de la Sociedad Anónima de la Abadía; y del Colegio Nacional de Abogados.

En la Ciudad de México falleció el 18 de abril de 1865. Una calle de Guadalajara lleva su nombre.

Juicios y testimonios

Guillermo Prieto: “De estatura regular, airoso de cuerpo, de cabello rubio y de ojos chispeantes de malicia y chiste. Vestía correctamente y sus modelos eran de apuesta cortesía, andaba ligero y reía oportuno y su conversación era deslumbrante y valiosa. Era afecto a la buena mesa y a la música”.


Agustín Rivera: “Gran político, diplomático y escritor público”.


Ramiro Villaseñor y Villaseñor: “De ideas conservadoras en general prestó sus servicios a México en las situaciones más difíciles, en la intervención americana y posteriormente en la intervención francesa, por eso tuve la satisfacción de ponerle a una avenida el nombre de D. José Ramón Pacheco que desgraciadamente el gobernador Medina Ascensio la cerró con un multifamiliar”.

Pérez y Leal, José Ignacio

Nació en Guadalajara, capital de la Intendencia del mismo nombre, en 1774. Fueron sus padres los señores María Luisa Leal y José Narciso Pérez y Díaz Calleras, quien fuera secretario del obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas.

Ingresó al Seminario Conciliar de San José de Guadalajara, donde estudió Latín y el Curso de Artes, que concluyó en 1794, durante el cual fue compañero de estudios de los insurgentes Pedro Moreno y Melchor Múzquiz. Al concluir sus estudios de Teología recibió en las témporas de Adviento (diciembre de 1798) la ordenación sacerdotal de manos del obispo Cabañas.

En la Real Universidad de Guadalajara cursó la carrera en ambos Derechos –Civil y Canónico– y el 13 de julio de 1800 recibió el grado de licenciado en Derecho. El 10 de agosto inmediato se le otorgó el doctorado en Cánones.142

Para 1820 llevaba 17 años de ministerio como cura-párroco sucesivamente en las parroquias de Zapotitlán, Zapotlán de los Tecuejes –actualmente Zapotlanejo–, y en la del Real de San Matías de Sierra de Pinos, Zacatecas, y se presentó para obtener por oposición una canonjía catedralicia, por la que escribió su Relación de Méritos.

El 15 de enero de 1811 llegó el cura Miguel Hidalgo con el ejército insurgente al territorio de la Parroquia de Zapotlanejo. Jesús Sánchez Carrillo afirma que el cura Pérez y Leal los recibió con un Te Deum y los hospedó en el curato, y que concluida la batalla de Puente de Calderón y acontecida la muerte de Manuel Flon, conde de la Cadena, ofició el funeral y levantó el acta de defunción.143 Por su parte, Gabriel Agraz afirma que “esta aseveración, es totalmente falsa, sencillamente porque no hay ningún documento que lo avale, ya que el acta [de defunción] a que se refiere [Sánchez Carrillo] no existe”.144

Sobre su actitud frente a los acontecimientos del 17 de enero de 1811, informó al gobernador de la Mitra de Guadalajara, José María Gómez y Villaseñor, que tratando de evitar el bochorno de que lo juzgaran como insurgente y ante la devastación que según las versiones insurgentes venía sembrando el general Félix María Calleja, huyó de su curato, pero que luego

[…] tuve la satisfacción de cumplimentar al día siguiente al señor General en las inmediaciones de mi feligresía, quien posteriormente se sirvió encargarme la solicitud e incendio de los cadáveres que quedaron en el campo de batalla y otras comisiones que desempeñé a su satisfacción, y la primera verifiqué poniéndome al frente de doscientos hombres con peligro de contagio que era forzoso por su corrupción […]145

Tras los acontecimientos de la independencia continuó de párroco de Zapotlanejo hasta el 19 de abril de 1836, fecha en que tomó posesión de la Parroquia de Aguascalientes, la cual había ganado por oposición y que administró hasta su muerte, acaecida el 8 de febrero de 1853.

Ramos Arizpe, José Miguel

Nació en San Nicolás de la Capellanía, poblado de la Provincia de Coahuila o Nueva Extremadura, el 15 de febrero de 1775. Fueron sus padres los señores Juan Ignacio Ramos de Arreola y María Lucila de Arizpe.

Inició su instrucción elemental en Saltillo, y luego ingresó al Seminario Diocesano de Monterrey donde fue colegial fundador, ahí estudió Latín y el Curso de Artes.

Se trasladó a Guadalajara para ingresar a la Real Universidad, el 9 de marzo de 1799, al matricularse al primer curso de Cánones por orden verbal y dispensa de trámites del rector José María Gómez y Villaseñor, lo cual hace evidente que llegó con una especial recomendación.

De acuerdo con los registros universitarios disponibles, el 23 de diciembre de 1799 probó tener ganado el primer curso de Cánones; el mismo día se matriculó al segundo curso, el cual probó haberlo ganado el 3 de agosto de 1800; el 11 de octubre probó tener ganados dos cursos de Filosofía y otro de Retórica, por lo que estuvo apto para recibir el grado menor de bachiller; el 18 de octubre se matriculó al tercer curso, el cual probó haberlo ganado el 30 de junio de 1801; y el 18 de octubre se matriculó al cuarto curso, el cual probó haberlo ganado el 19 de junio de 1802.

Concluidos sus estudios universitarios, partió a la Ciudad de México, donde el 9 de enero de 1803 el obispo de Monterrey Primo Feliciano Marín de Porras lo ordenó sacerdote.

En Monterrey, entre 1803 y 1804 ocupó los cargos de examinador sinodal, promotor fiscal de la Curia, defensor de obras pías; juez de testamentos, capellanías y obras pías, provisor, vicario general y catedrático de Derecho Canónico y Civil, en el Seminario Diocesano.

Al parecer cayó de la gracia del obispo y fue enviado como cura de la Villa de Santa María de Aguayo, ahí aprovechó el tiempo libre en el estudio.

A finales de 1807 regresó a Guadalajara para graduarse en la Real Universidad. El 29 de noviembre recibió el grado de licenciado en Sagrados Cánones; el 1° de enero de 1808 disputó la cuestión doctoral y se le otorgó el grado de doctor en la misma Facultad.

El 15 de febrero inmediato recibió la Parroquia del Real de Borbón. El 4 de agosto de 1810, en la Ciudad de México presentó examen ante el Colegio de Abogados, y recibió el título de abogado de la Real Audiencia de la Nueva España.

El 1° de septiembre de 1810 fue electo diputado por la provincia de Coahuila a las Cortes de Cádiz.

En febrero de 1811 llegó a Cádiz, y el 22 de marzo tomó posesión de su curul. En cuanto a su actuación legislativa:

Desempeñó brillantemente su oficio de diputado, siempre pugnando por los derechos de América; este celo y actividad –dice Alessio Robles– hicieron que al faltar algunos de su colegas, por muerte, ausencia o enfermedad, le dejaron encomendadas las representaciones de sus respectivas provincias; tal fue el caso de Puerto Rico, de Caracas, de las Provincias Interas de Occidente y de las Californias.146

El 1° de noviembre presentó ante las Cortes la Memoria que el doctor D. Miguel Ramos de Arispe [sic], cura de Borbón, y diputado en las presentes Cortes Generales Extraordinarias de España por la Provincia de Coahuila, una de las cuatro internas del Oriente en el Reino de México, presenta a El Augusto Congreso sobre el estado natural, político y civil de su dicha provincia, y las de el Nuevo Reyno de León, Nuevo Santander, y los Texas, con exposición de los defectos del sistema general y particular de sus gobiernos, y de las reformas, y nuevos establecimientos que necesitan para su prosperidad. En dicha texto se lamentó del poco interés y del abandono en que estaban estos territorios. Se pronunciaba ya por el sistema federal y dedicó un capítulo a la educación pública, sobre lo que escribió: “Es uno de los primeros deberes de todo gobierno ilustrado, y sólo los déspotas y tiranos sostienen la ignorancia de los pueblos para más facilmente abusar de sus derechos”.147

Enseguida describió la situación del sistema educativo en los territorios mencionados, y se lamentó: “¡Desgraciada juventud Americana! ¿Es posible que se intente deprimir las más bellas disposiciones de la naturaleza y mantener al hombre en una brutal ignorancia para más facilmente esclavizarlo?”.148

La memoria prácticamente fue aprobada en su totalidad. En tanto, el rey Fernando VII, por medio del canónigo Blas Ostolaza, le ofreció el Obispado de Puebla de los Ángeles, a cuyo ofrecimiento respondió: “Yo no he salido de mi tierra a mendigar favores del despotismo; la misión que se me confió es de honor y no de granjería”.149

Por su enérgica actitud, fue a dar a la prisión en Madrid el 10 de mayo de 1814. Se le acusó de incitar la insurreción en los reinos de ultramar, y durante diecisiete meses fue privado de toda comunicación.

El 17 de diciembre de 1815 se le desterró a Valencia, con reclusión en la Cartuja de Aracristi por cuatro años, al término de los cuales su custodio, el general Elio, consultó si quedaba en libertad. A lo que el rey contestó que no se le liberara, hasta que demostrara un cambio de actitud. Con estoicismo sufrió la condena y rechazó la oportunidad de fugarse.

Con la sublevación liberal del coronel Rafael del Riego en 1820, el pueblo valenciano lo liberó. E incluso contuvo la indignación popular, que pretendía ejecutar a su carcelero Elio.

Se reintegró a las Cortes y por sus servicios y sufrimientos fue agraciado con el nombramiento de canónigo chantre de la Catedral de Puebla, y tomó posesión de su canonjía mediante apoderado, el 22 de agosto del citado año de 1820.

En unión a José María Couto, el 25 de junio de 1821 propuso la pacificación de la Nueva España, la Nueva Galicia, Yucatán y las Provincias Internas de Oriente y Occidente y de las Californias, mediante concesiones de autonomía.

Al proclamarse el Plan de Iguala, mediante el cual se pretendía establecer una monarquía en México con un principe español, la diputación novohispana ante las Cortes preparó un documento para ser leído en ellas, expresando su apoyo al Plan Trigarante. Después de haberlo firmado, en un descuido un diputado arrancó su firma, lo cual enojó a Ramos Arizpe, quien desde la tribuna de las Cortes expresó: “Mi firma reemplaza la que ha sido arrancada, y si yo no firmé fue porque en mi opinión de ningún modo conviene en México una monarquía, y mucho menos regenteada por un miembro de la familia de Borbón”.150

Afiliado a la masonería, maniobró para que fuera designado virrey de la Nueva España don Juan O’Donojú, su amigo y compañero y de la misma tendencia liberal, lo cual facilitaría –como en efecto sucedió– la independencia de México.

Emprendió su regreso a México tras una breve estancia en Francia, donde desautorizó al Marqués de Tenebrón para apoderarse de territorio mexicano, ya que dicho Marqués se ostentaba como heredero de Moctezuma.

El 31 de diciembre de 1821, arribó a Tampico después de una década de ausencia. Y el 24 de febrero de 1822 asistió a la apertura del Primer Congreso Nacional, maniobrando para que fracasara el imperio de Iturbide.

Fue electo diputado por Coahuila al Congreso Nacional Constituyente, que sesionó del 7 de noviembre de 1823 al 24 de diciembre de 1824.

Se convirtió en el artífice del Congreso, ante el cual presentó los dos documentos fundamentales: “El Acta Constitutiva de la Federación”, el 31 de enero de 1824; y la “Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos”, por los cuales es considerado el “Padre del Federalismo Mexicano”.

Al referirse a su actuación legislativa, fray Servando Teresa de Mier no dejó lugar a dudas sobre su posición federalista, sobre el “Acta Constitutiva de la Federación”, expresó: “Fue la obra diabólica del Chato” –el sobrenombre de Ramos Arizpe–. En tanto Lucas Alamán, consideró que

[…] el Acta Constitutiva superaba la Constitución del 4 de octubre de 1824 por su brevedad y buena redacción. Miguel Ramos Arizpe […], autor del proyecto de esa Constitución, logró sintetizar la Constitución de Filadelfia (con sus antecedentes del derecho consuetudinario inglés y las cartas de las colonias angloamericanas) y la Constitución española de Cádiz (por su tradición del derecho público español y algunos elementos de la Revolución Francesa). Tomó de la española la forma y el estilo oratorio, de la norteamericana el federalismo.151

En cuanto a su posicionamiento político, Juan Bautista Iguíniz afirma que

fue uno de los más activos instrumentos del embajador norteamericano Poinsett, en la fundación de las logias yorkinas [...] Más al convencerse de las miras disolventes de dichas sociedades se alarmó, y queriendo contrarrestrar su influjo sobre el gobierno, formó con ayuda de varios liberales un tercer partido político, que llamó de los imparciales.152

El 1º de junio de 1825 fue nombrado oficial mayor de la Secretaría de Justicia y Negocios Eclesiásticos; el 30 de noviembre inmediato asumió la titularidad de dicha Secretaría, la cual ejerció hasta el 7 de marzo de 1828. Sus principales acciones fueron la organización de los tribunales federales de la Suprema Corte, y de los juzgados de circuito y de distrito. Además se le consideró el principal promotor de la expulsión de los españoles peninsulares en 1828, y finalmente se vio obligado a renunciar por sus diferencias con los masones yorkinos.

En 1830 se le nombró ministro plenipotenciario de México, para arreglar las relaciones diplomáticas con Chile, país al que viajó. El 7 de marzo de 1831 concluyó satisfactoriamente su misión al firmarse el “Tratado de amistad, comercio y navegación entre las Repúblicas de México y Chile, por don Miguel Ramos Arizpe, en su carácter de vicepresidente de la República Mexicana y don Joaquín Campino, vicepresidente de la República de Chile”.

En 1831 ascendió a canónigo deán de la Catedral de Puebla. El 26 de diciembre del citado año de 1831, el presidente de la república Manuel Gómez Pedraza lo designó nuevamente ministro de Justicia y Negocios Eclesiásticos, cargo que ocupó hasta el 13 de septiembre de 1833.

Preocupado como siempre por su tierra de origen, el 24 de enero y el 7 de mayo de 1833 respectivamente, envió 133 y107 pobladores de origen mexicano a Texas; y el 23 de abril del citado año, firmó la iniciativa para secularizar las misiones de California.

Enfermo y decepcionado por el rumbo de los acontecimientos, se retiró a ejercer sus funciones catedralicias a Puebla de los Ángeles, desde donde presenció impotente la separación de Texas.

El 5 de noviembre de 1841 fue nombrado miembro del Consejo de Gobierno por la Junta Departamental de Coahuila. Y en 1842 fue electo diputado al nuevo Congreso Constituyente por Coahuila, sin embargo por enfermedad no pudo asistir a las sesiones.

Tras sufrir un ataque de apoplegía que lo dejó semiparalítico y agonizante durante diecisiete días, la gangrena lo llevó a la muerte, la cual ocurrió el 28 de abril de 1843 en Puebla de los Ángeles, y fue sepultado en la Catedral.

Además de la citada memoria que presentó ante las Cortes de Cádiz, escribió y publicó: Demostraciones de fidelidad y amor hacia nuestro augusto y muy amado soberano el Señor Don Fernando VII de Borbón, y de unión cordial con la antigua España, verificadas en el Real de Borbón de la colonia del Nuevo Santander en Nueva España (1809); Algunos diputados de América que se hallan en Madrid, han presentado al Rey la exposición siguiente. Suplemento de la Miscelánea de Comercio, Arte y Literatura del lunes 10 de abril de 1820 (1820); Carta escrita a un americano sobre la forma de gobierno que para hacer practicable la constitución y las leyes conviene establecer en Nueva España atendida su actual situación (1821); Papel que la diputación mexicana dirige al Excelentísimo Señor Secretario de Estado y del Despacho de Guerra (1821); Representación hecha al Rey por los Diputados de Nueva España (1821); Exposición hecha a las cortes mexicanas (1822); Idea General sobre la conducta politica de Don Miguel Ramos de Arizpe, natural de la Provincia de Coahuila, como diputado que ha sido por esta provincia en las Cortes generales y extraordinarias y en las ordinarias de la Monarquía española desde el año de 1810 hasta el de 1821 (1822); Acta Constitucional presentada al Soberano Congreso Constituyente por su Comisión el día 20 de noviembre de 1823 (1823); Proyecto de ley para designar por primera vez los electores que han de nombrar los legisladores de los Estados, y el tiempo, lugar y modo de verificarse las elecciones (1823); Constitución Federativa de los Estados Unidos Mexicanos (1824); Constitución Federativa de los Estados Unidos Mexicanos. Segunda parte (1824); Dictamen de la Comisión de Constitución, sobre el carácter en que debe quedar el Tribunal nombrado hasta hoy de Minería (1824); Dictamen. Sobre el lugar de la residencia de los Supremos Poderes de la Federación Mexicana, presentado al Soberano Congreso de la misma por la comisión especial encargada de este asunto (1824); y memorias del Ministerio de Justicia y Negocios Eclesiásticos de 1826, 1827, 1828 y 1833.

El 20 de febrero de 1847 fue declarado benemérito de la patria por el Congreso de la Unión, y se decretó que su nombre se inscribiera con letras doradas en el salón de sesiones de los diputados. El 13 de mayo de 1850, el gobierno de Coahuila impuso el nombre de Villa de Ramos Arizpe a su pueblo natal. El 29 de abril de 1897 se develó una estatua en su honor en el Paseo de la Reforma en la capital del país; el 29 de junio de 1974, sus restos fueron trasladados de la Catedral de Puebla a la Rotonda de los Hombres Ilustres de la Ciudad de México. Y con motivo del bicentario de la Constitución de la Monarquía en 2012, en Cádiz se develó un busto en su honor.

Juicios y testimonios

Lucas Alamán: “Aunque clérigo y doctor en Teología, nada parecía Arizpe menos que eclesiástico; solía decir de sí mismo, culpando el carácter remiso y frío de sus paisanos, que él no era mexicano sino comanche y aún por este nombre se le conocía en las Cortes, y en verdad había en todo él cierto aire de estos salvajes del norte, que tienen en su fisonomía una mezcla de candidez y de malicia, de energía y de suspicacia [...] Hombre todo de acción, hablaba poco en público, y esto con descuido por frases interrumpidas y casi sin hilación en las ideas. Su influjo y poder en un congreso consistía en su relaciones y manejos privados [...]”


Manuel Gómez Pedraza: “En medio del poder y de la reputación prestigiosa que gozaba ese nombre virtuoso, satisfacía sus necesidades con treinta reales al día. Yo lo he visto, sentado en una mala silla, rodeado de títulos y potentados, comer un frugal almuerzo en platos de loza ordinaria. Yo lo he visto salir de Madrid para Francia con un peso fuerte en el bolsillo por único caudal; y el que se hallaba reducido a tal extremidad era el mismo hombre por cuya dirección y mano se había gastado para procurar la emancipación de las Américas ¡Más de setecientos mil pesos!”.


Francisco Sosa: “Fue, como dice uno de sus biógrafos, de esos talentos que aparecen de cuando en cuando como apóstoles del progreso [...] Mártir de su idea sufrió las decepciones de la Iglesia, la presión del despotismo, el destierro de los tiranos, las calumnnias de los envidiosos y finalmente, las amarguras y penalidades de una existencia consagrada enteramente al servicio de su patria”.

Sánchez y Castellanos Reza, José Domingo

Nació en la hacienda de Santa Rosa, partido de Monte Escobedo, Zacatecas, el 5 de agosto de 1779. Sus padres fueron los señores Antonio Sánchez Murguía y María Castellanos.

En el Seminario Conciliar de Guadalajara estudió Latín y realizó el Curso de Artes, el cual concluyó en 1798 bajo la conducción del doctor Manuel Cerviño. En la misma institución fue bibliotecario y catedrático de Gramática y Filosofía.

Se matriculó en la Facultad de Derecho de la Real Universidad de Guadalajara, donde recibió el 13 de julio de 1806 el grado de licenciado en Cánones; y el 22 de octubre de 1809, se le confirió la borla doctoral. De la Real Audiencia de Guadalajara, obtuvo el título de abogado.

El 22 de septiembre de 1805 fue ordenado sacerdote por el obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas, a quien auxilió como familiar. Luego se desempeñó como jefe del archivo eclesiástico, notario y gobernador de la Mitra.

El 30 de marzo de 1815 ingresó al Cabildo Eclesiástico como medio racionero; el 20 de abril de 1820 ascendió a racionero; el 27 de mayo de 1831 a canónigo de gracia; el 16 de abril de 1837 a arcediano; y finalmente el 16 de enero de 1841 a deán de la Catedral.

En 1820 pronunció y publicó el “Elogio fúnebre del muy excelso y poderoso señor don Carlos III Rey de España y de las Américas que en sus solemnes exequias, celebradas en la Santa Iglesia Catedral de Guadalajara pronunció el 15 de enero de 1820”.

Fue electo diputado por Guadalajara a las Cortes de España de 1820-1821, por lo que viajó a Europa. Y al consumarse la independencia, el emperador Agustín I lo condecoró con la Cruz de caballero supernumerario de la Orden de Guadalupe.

En 1825 pronunció y publicó el Elogio fúnebre del Excelentísimo e Ilustrísimo Señor Doctor Don Juan Cruz Ruiz de Cabañas y Crespo dignísimo obispo de ésta Diócesis que en sus solemnes exequias celebradas en esta Santa Iglesia Catedral pronunció el día 20 de mayo de 1825.

En 1832 el Gobierno del Estado de Jalisco, tomando en consideración sus amplios conocimientos jurídicos y su gran experiencia en los asuntos públicos, en unión a los abogados José Luis Verdía, José Antonio Romero, Crispiniano del Castillo y Jesús Camarena, se le comisionó para redactar el proyecto de código civil, el cual se publicó.

En 1833 fue electo diputado al Congreso del Estado de Jalisco, en 1834 fue miembro de la Junta Departamental; y en 1836 se rehusó a ocupar el Ministerio de Justicia y Negocios Eclesiásticos, que le ofreció el presidente de la república, José Justo Corro.

El 30 de octubre de 1841 publicó la Circular ordenando a los eclesiásticos el juramento de las Bases de Tacubaya adoptadas el 28 de septiembre de 1841, por las cuales al desconocerse la Constitución de “Las Siete Leyes”, se convocaba a un nuevo congreso constituyente.

El 30 de enero de 1843 el papa Gregorio XVI lo preconizó obispo titular de Macra, nombramiento que finalmente no aceptó. En 1844 el gobierno de Jalisco lo nombró catedrático benemérito del Colegio de San Juan Bautista.

Juan Bautista Iguíniz afirma que

fue un escritor elegante y un latinista consumado […] Su pasión predominante fue el estudio, al grado de que ya en su ancianidad recibió lecciones de lengua inglesa del sabio carmelita fray Manuel de San Juan Crisóstomo Nájera, y sus virtudes características fueron la modestia y la caridad, habiendo dejado al Hospicio de pobres heredero de sus bienes, consistentes en fincas, alhajas y numerario por valor de 31,799 pesos y 7 y medio reales.153

El 8 de abril de 1845 falleció en Guadalajara. Sus restos mortales fueron inhumados en el camarín de la Iglesia del Colegio Apostólico de Nuestra Señora de Zapopan.

Támez y Jurado, Pedro

Nació en Guadalajara, capital de la Intendencia del mismo nombre, a principios del siglo xix. Fue hijo del médico y catedrático de la Real Universidad de Guadalajara, Pedro Támez y Bernal.

Ingresó al Seminario Conciliar, donde estudió Latín y realizó el Curso de Artes, bajo la conducción del doctor José Domingo Cumplido. Fueron sus compañeros de estudios José Luis Verdía y Manuel López Cotilla, entre otros.

En la Real Universidad de Guadalajara, el 31 de mayo de 1817 recibió el grado de bachiller en Artes y se matriculó en la Facultad de Medicina. El 4 de septiembre de 1817 probó haber ganado el primer curso de Medicina; el 31 de agosto de 1818, el segundo; el 24 de julio de 1819, el tercero; y finalmente el 27 de junio de 1820, el cuarto.

En los archivos universitarios no hay mención de la obtención de sus grados mayores. Mariano Otero en la necrología que le dedicó, escribe que en 1821 realizaba sus prácticas profesionales en el Hospital de San Andrés de la Ciudad de México, las cuales dejó para enrolarse en el Ejército Trigarante. El 27 de septiembre regresó a la capital ya consumada la independencia, y concluyó su formación profesional.

Sobre su experiencia en la insurgencia, el citado Mariano Otero escribió:

Se le oía recordar frecuentemente aquella época de su vida, y entonces el hombre, en quien la revolución había producido tantos desengaños y arrancado tantas ilusiones, recobraba el entusiasmo y la esperanza de aquella época venturosa; refería con los encantos de su brillante imaginación, los pormenores de la marcha del Ejército Trigarante […] La memoria del general Iturbide fue siempre un objeto de culto para su alma ardiente.154

Nuevamente instalado en su ciudad natal, ejerció con gran acierto su profesión médica. En 1824 integró la Junta de Sanidad de la ciudad, y se le comisionó para estudiar una epidemia de fiebre que afectaba el poblado de San Juan de Ocotán.

Fue electo diputado a la i Legislatura de Jalisco en 1825; de la ii en 1827, de la iii en 1829, y de la iv en 1830. El 4 de enero de 1826, como miembro de la comisión legislativa que decidió la clausura de la Universidad de Guadalajara, votó en ese sentido, con el fin de secundar las reformas que impulsaba el gobernador del estado Prisciliano Sánchez, a cuya muerte “nadie –escribe Otero– disputó a Támez el primer lugar”,155 y “encabezó –anota Jesús Reyes Heroles– moralmente a los liberales jaliscienses”.156

En 1833 publicó el periódico El Termómetro de la Revolución. Juan Bautista Iguíniz, al comentar esta publicación, señala a Támez como de ideología yorkina y de la logia “Federación”.157

El 1° de marzo de 1833 tomó posesión como gobernador constitucional del estado de Jalisco. Durante su gestión afrontó los estragos que causó la epidemia del cólera morbus, que victimó tan sólo en Guadalajara a más de tres mil personas. Al secundar las reformas liberales del vicepresidente de la república Valentín Gómez Farías, promulgó la “Ley de desamortización de bienes de manos muertas”, y esto lo llevó a enfrentar la oposición de la Iglesia:

El señor Támez comprendió la impopularidad de la desamortización, e inició el 13 de junio la derogación del decreto número 525, más la Legislatura se negó a tomar [en] consideración la iniciativa por lo cual el gobernador, viendo la imposibilidad de marchar con la Legislatura tan jacobina en medio de circunstancias tan difíciles, hizo la dimisión de su alto cargo.158

La renuncia le fue aceptada 16 de junio de 1834, y se retiró a la vida privada: “[…] El gobernador caído y casi proscrito comenzó a figurar como el primer médico de la capital y conservó esa superioridad indisputada hasta el día de su muerte”.159

En el Instituto del Estado impartió cátedras de Medicina, y en 1838 integró el cuerpo de redactores de los Anales de la Sociedad Médica de Emulación de Guadalajara.

Electo senador por Jalisco, falleció el 4 de noviembre de 1846 en Guadalajara, y fue inhumado en el Panteón de Santa Paula de Belén.

Vázquez Borrego, José María

Nació en el Real de Fresnillo, Zacatecas, en 1776.

En el Seminario Conciliar de Guadalajara cursó Latín e ingresó al Curso de Artes, el cual concluyó –según Loweree– en 1794;160 o bien –según Rivera– lo terminó en 1798, bajo la conducción del canónigo Manuel Cerviño.161 Luego accedió a los cursos de Teología. El 14 de enero de 1794 recibió la prima tonsura y las órdenes menores, y el subdiaconado al día siguiente; el 18 de mayo de 1799 fue ordenado diácono y el 10 de noviembre del mismo año recibió la ordenación sacerdotal de manos del obispo de Guadalajara, Juan Cruz Ruiz de Cabañas.

En la Real Universidad de Guadalajara recibió el grado de licenciado en Teología el 27 de febrero de 1803, y el 11 de abril inmediato se le confirió la borla doctoral.

Fue nombrado catedrático del Seminario de Guadalajara. Al respecto, Eucario López escribió:

Fue de la generación de los doctores Arroyo, Maldonado, Huertas, etc., a quienes había precedido el doctor Cos, intelectuales eclesiásticos que desde sus cátedras en el Seminario fueron nutriendo su criterio con las de entonces lecturas avanzadas, y al dar principio la gesta revolucionaria se dispersaron por distintos curatos de la Diócesis y fueron diseminando sus ideas.162

El citado autor afirma que durante la guerra de independencia “fomentó los anhelos libertarios del pueblo y ayudó a los insurrectos en lo que pudo”.163

Por oposición, en 1819 obtuvo en propiedad el curato de Tepic, y ese mismo año fue electo diputado suplente a las Cortes de la monarquía española, para el periodo 1820-1821.

El 19 de junio de 1821 llegó a Tepic la comunicación oficial por la cual se anunciaba la consumación de la independencia, bajo las bases del Plan de las Tres Garantías. De inmediato se reunieron el Ayuntamiento, las autoridades eclesiásticas y el vecindario para acordar la fecha y las solemnidades para celebrar el acontecimiento, avisándole al comandante militar Gonzalo Ulloa, quien respondió que la tropa se negaba a jurar la independencia y que saldría de la población. Por lo que el Ayuntamiento publicó cartelones informando que se suspendía la jura de la independencia, por la resistencia de la tropa.

Entonces los militares se presentaron ante el cura Vázquez Borrego para que mediara ante las autoridades civiles, logrando finalmente la jura de la independencia por el comandante Ulloa y sus subordinados. El 22 de julio Vázquez Borrego ofició en Tepic el solemne Te Deum de la jura de la proclamación de la independencia de México.

Al ser informadas las autoridades de Guadalajara de la resistencia de la tropa a jurar la independencia, se envió a Tepic al capitán Mariano Laris con doscientos soldados de caballería, para someter a los insubordinados.

Una vez en Tepic, el capitán Laris pidió al cura Vázquez Borrego una relación pormenorizada de lo acontecido, quien lo hizo por escrito y satisfechas las autoridades, concluyó la expedición punitiva sin mayores consecuencias.

El 21 de septiembre de 1826 rubricó y envió al vicario capitular del Obispado de Guadalajara, doctor Toribio González, su relación de hechos de los acontecimientos “que hubo desde el Grito de Dolores hasta octubre del año de 1819 que vine a este Curato [de Tepic], pues de las siguientes hasta hoy, he sido testigo ocular”.164

En Tepic, falleció –según Juan Bautista Iguíniz– a mediados de 1833, aunque Manuel Olimón da noticia de su sucesor en la parroquia hasta 1836.

Velázquez y Delgado, Juan Marí

Nació en San Andrés del Artillero, jurisdicción de la Villa de Jerez –en el actual estado de Zacatecas–, en 1758. Fueron sus padres los señores Teresa Félix Delgado y Jacinto Velázquez.

En 1761 ingresó al Colegio de San Juan Bautista de los jesuitas, ahí estudió Gramática, Retórica, Filosofía y parte de los estudios de Teología, pero se vio obligado a suspenderlos al ser suprimida la Compañía de Jesús, con la consecuente clausura del Colegio.

Entonces continuó la carrera eclesiástica en el Real Colegio Seminario de San José, donde obtuvo grandes éxitos literarios en los actos de estatuto.

En 1769 se estableció en la Ciudad de México para ingresar al Colegio de San Ildefonso, donde había obtenido por oposición una beca real para estudiar la carrera de Derecho –Canónico y Civil– y sostuvo varios actos públicos, que resultaron espléndidos.

El 17 de junio de 1778 obtuvo en propiedad las cátedras de Latín y Filosofía del Colegio de San Ildefonso, donde también fue maestro de aposentos, presidente de academias, profesor sustituto en varias clases y catedrático propietario de Derecho Canónico. Finalmente la Real Audiencia de México le otorgó su título de abogado.

En la Real y Pontificia Universidad de México, el 13 de junio y el 13 de agosto de 1777 respectivamente, recibió los grados de licenciado y doctor en Teología.

En el Arzobispado de México presentó examen por oposición para obtener varios curatos, finalmente se le asignó el de Culhuacán, ubicado en las inmediaciones de la sede arzobispal.

A su regreso a Guadalajara fue nombrado rector del Seminario Conciliar de San José, cargo que ejerció desde el 17 de julio de 1792 a 1800.

Al fundarse la Real Universidad de Guadalajara en 1791, obtuvo por oposición la cátedra de Prima de Leyes, convirtiéndose en el catedrático fundador de la Facultad de Derecho, y sirvió su cátedra hasta su jubilación.

En la Real Universidad de Guadalajara, el 19 de noviembre de 1793, obtuvo el grado de licenciado en Leyes; el 29 del mismo mes y año, incorporó sus grados de licenciado y doctor en Teología; y finalmente el 25 de enero de 1794, recibió la borla doctoral en Derecho.

En la Universidad participó muy activamente en las sesiones de los Claustros, y en varias ocasiones fue electo consiliario por su Facultad.

Sobre su nivel académico y su rectitud de vida, testimonió uno de sus contemporáneos:

El Dr. Velázquez –dice Oseres– fue sin duda de los alumnos más beneméritos del Seminario de San Ildefonso; excelente latino, que se comparaba al Dr. Zambrano; pero sobre todo, de una pureza de costumbres, de exactitud en el cumplimiento de sus obligaciones y de virtudes muy cristianas, que competían con sus letras. De sus rentas apenas tomaba lo muy preciso para su frugal manutención; lo demás lo daba de limosna a los pobres; y así cerró los ojos en la mejor opinión de piedad […] a los setenta de edad.165

Escribió: Relación de los méritos y ejercicios literarios del doctor don Juan María Velázquez y Delgado (1795); Relación de los méritos y ejercicios literarios del doctor don Juan María Velázquez y Delgado (1798); y Nómina de los alumnos del Seminario Conciliar del Sr. Sn. Jph. de esta Ciudad remitido en diez y seis de Febrero de mil y ochocientos al Ilmo. Sr. Dr. Dn. Juan Cruz Ruiz Cavañas [sic] dignísimo Obispo de esta Diócesis del Consejo de S. M. por el Dr. Don… actual Rector de dicho Seminario (1912).

Falleció en Guadalajara en 1828.

Vélez y Zúñiga, Pedro

Nació en Villanueva, Zacatecas, en 1787. Fue hijo de los señores María Isabel Zúñiga y Pedro Vélez, miembro del primer Ayuntamiento de su pueblo natal.

Realizó sus estudios elementales en el Colegio de San Luis Gonzaga de la ciudad de Zacatecas, para luego trasladarse a Guadalajara donde ingresó al Seminario Conciliar.

Cursó los Derechos Civil y Canónico en la Real Universidad de Guadalajara, y obtuvo los grados de licenciado y de doctor en Filosofía el 13 de marzo de 1803 y el 9 de febrero de 1804, respectivamente.

Al concluir su carrera, recibió de la Real Audiencia su título de abogado. Y en la Real Universidad de Guadalajara se le confirieron los grados de licenciado y doctor en Cánones el 29 de abril y el 3 de junio de 1810, sucesivamente. Y finalmente los de licenciado y doctor en Derecho Civil, el 24 de agosto de 1817 y el 9 del mismo mes de 1818, respectivamente.

El 5 de junio de 1816, el Claustro Pleno de la Real Universidad de Guadalajara le dio posesión como primer catedrático de Instituta de Leyes, y apoderado de la misma Universidad.

Desempeñó las siguientes responsabilidades: síndico 2º del Ayuntamiento de Guadalajara, aprobado por el cura Miguel Hidalgo en 1811; asesor del general José de la Cruz; regidor del Ayuntamiento de Guadalajara, electo en 1821; vocal secretario de la Diputación Provincial, en 1822; y diputado en el Congreso Constituyente del Estado de Jalisco en 1823 y 1824, habiendo firmado la primera Constitución Política de Jalisco, en su calidad de presidente del Congreso.

Se trasladó a la Ciudad de México donde se matriculó en el Colegio Nacional de Abogados. El 24 de enero de 1828 se convirtió en el segundo presidente de la Suprema Corte de la Justicia de la Nación, y fungió como tal hasta 1830.

Ante el pronunciamiento del Plan de Jalapa, en su calidad de presidente de la Suprema Corte de Justicia, ocupó la presidencia de la república del 23 al 31 de diciembre de 1829, y entregó el poder al general Anastasio Bustamante.

En 1830 escribió Observaciones sobre el acuerdo de la Cámara de Senadores del Congreso de la Unión, relativo a la testamentaría de la señora doña María Teresa Castañiza de Basoco.

Fue electo senador de la república por Zacatecas; y del 22 de febrero de 1842 al 17 de julio de 1843 fue ministro de Justicia y Negocios Eclesiásticos. Luego continuó como ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, fue nuevamente su presidente en 1844, y por tercera ocasión de enero a abril de 1846.

En la capital del país falleció el 5 de agosto de 1848; fue inhumado en el Cementerio de San Fernando de la Ciudad de México.

Juicios y testimonios

Lucas Alamán: “Vélez, abogado de mucha instrucción, era lento e indeciso para el despacho de los negocios administrativos”.


Ricardo Heredia Álvarez: “El licenciado Vélez era, según dicen, perito en la chicana [...] llegó a ser jurista eminente”.


Juan Bautista Iguíniz: “Jurisconsulto prestigiado por su saber, honorabilísimo en el ejercicio de su profesión y digno como funcionario público”.

Vizcarra y del Castillo, José Apolinario

Nació en la hacienda de San Nicolás de Pánuco, en la jurisdicción de San Sebastián –actual estado de Sinaloa–, el 9 de febrero de 1755. Fueron sus padres los señores María Josefa del Castillo y Pesquera, y Francisco Xavier Vizcarra, marqués de Pánuco, título nobiliario que heredó a la muerte de su progenitor.

Ingresó al Real Colegio Seminario de San José de Guadalajara, donde estudió Latín, el Curso de Artes, Ciencias y finalmente Teología.

Ordenado diácono partió a la capital virreinal, donde el 18 y el 26 de diciembre de 1776 recibió los grados de licenciado y doctor en Teología, respectivamente, en la Real y Pontificia Universidad de México.

A su regreso a Guadalajara fue ordenado sacerdote por el obispo fray Antonio Alcalde. Fue examinador sinodal de los Obispados de Guadalajara y de Sonora; de 1781 a 1792 ocupó la rectoría del Seminario de Guadalajara. Acerca de su actuación en la rectoría, el canónigo Benjamín Ruelas escribió: “Honor grandísimo y muy merecido para el rector de noble prosapia, Marqués de Pánuco, D. Apolinar Vizcarra, quien […] trató de formar y formó con sus finos modales y las constituciones primitivas, al respetable clero de fines del siglo xviii”.166

En el Cabildo de la Catedral de Guadalajara, en 1778 y en 1791 respectivamente, se opuso a las canonjías lectoral y magistral; ingresó al coro catedralicio el 8 de julio de 1790 como medio racionero, y el 30 de noviembre de 1795 ascendió a prebendado.

Al fundarse la Real Universidad de Guadalajara ganó por oposición la cátedra de Prima de Teología, y como tal le correspondió en primer lugar prestar el juramento de estatuto en la ceremonia de inauguración el 3 de noviembre de 1792; incorporó sus grados académicos a la naciente Universidad, y le correspondió por antigüedad el quinto lugar. Atendió con gran acierto su cátedra, hasta su fallecimiento.

Escribió: Relación de los méritos y ejercicios literarios del doctor don Joseph Apolinario de Vizcarra, Marqués de Pánuco, Prebendado de la Santa Iglesia de Guadalajara, Provincia de la Nueva Galicia, y Rector del Real Seminario de San Joseph de aquella ciudad (1791); y Oratio in funere Illm. D. D. Fr. Antonii de Alcalde Episcopi Guadalaxariani habita in templo primario Guadalaxarae. Quinto idus Novembris Ann. mdccxcii. A Josepho Appolinari De Vizcarra, Marchione De Panuco, Eiusdem Ecclesiae Praebendato, atque in Reg. Scientiarum omnium schola primariae sacrae Theologiae Cathedrale Moderatore (1793). Dado que este sermón se publicó en el primer libro impreso en Guadalajara, titulado Elogios Fúnebres, se convirtió en el primer autor publicado en la capital novogalaica; su traducción al español la hizo el futuro obispo de Tehuantepec y de Zacatecas, Ignacio Plascencia, y apareció en el Diario de Jalisco, el 8 de agosto de 1892.

Cuando tenía tan sólo 41 años de vida, falleció en Guadalajara, y fue inhumado el 29 de enero de 1796.


Referencias
  1. Heriberto Moreno García, En favor del campo. Gaspar de Jovellanos, Manuel Abad y Queipo, Antonio de San Miguel y otros, México, sep, 1986, p. 25. ↩︎

  2. Ibid., pp. 26-27. ↩︎

  3. Luis Medina Ascensio, “La Iglesia ante la Emancipación en la Nueva España”, Historia general de la Iglesia en América Latina, México, Paulinas, 1984, tomo v, p. 176. ↩︎

  4. Mariano Cuevas, Historia de la Nación Mexicana, México, Porrúa, 1986, p. 406. ↩︎

  5. Lafaye, op. cit., p. 185. ↩︎

  6. Joaquín García Icazbalceta, Opúsculos y biografías, México, unam, 1973, p. 195. ↩︎

  7. Libro de gobierno de Sayula, núm. 4, 1838, p. 11, cit. por Federico Munguía Cárdenas, Próceres y personajes ilustres de Sayula, Zapopan, El Colegio de Jalisco, 2012, p. 50. ↩︎

  8. Agustín Rivera y Sanromán, Los hijos de Jalisco, Guadalajara, Ed. Presidencia Municipal de Guadalajara, 1970, p. 15. ↩︎

  9. Ibid., pp. 15-16. ↩︎

  10. Ibid., p. 16. ↩︎

  11. Ibid., p. 63. ↩︎

  12. Miquel i Vergés, op. cit., p. 81. ↩︎

  13. Alberto Santoscoy, “El doctor don José María Bucheli. Canonista”, Obras completas, Guadalajara, Unidad Editorial del Gobierno del Estado de Jalisco, 1984, tomo ii, p. 28. ↩︎

  14. Socorro Bonilla Rocha, Anastasio Bustamante, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1987, p. 32. ↩︎

  15. Ibid., pp. 32-34. ↩︎

  16. Raúl López Almaraz, Epopeyas médicas de Guadalajara en el siglo xix. Guadalajara, Unidad Editorial del Gobierno del Estado de Jalisco, 1986, p. 69. ↩︎

  17. Idem↩︎

  18. Ibid., pp. 70-71. ↩︎

  19. Ibid., p. 143. ↩︎

  20. Francisco Sosa, Mexicanos distinguidos, México, Porrúa, 1985, p. 122. ↩︎

  21. Ramiro Villaseñor y Villaseñor, Los primeros federalistas de Jalisco 1821-1834, Guadalajara, Unidad Editorial del Gobierno del Estado de Jalisco, 1981, p. 36. ↩︎

  22. Idem↩︎

  23. Alberto Santoscoy. D. Juan de Dios Cañedo. Insigne orador y diplomático en Obras completas, tomo II, Guadalajara, Ed. Unidad Editorial del Gobierno del Estado de Jalisco, 1986, p. 51. ↩︎

  24. Ibid., p. 56. ↩︎

  25. Joaquín Romo de Vivar y Torres, Guadalajara. Apuntes históricos, biográficos, estadísticos y descriptivos de la capital del Estado de Jalisco, según obra publicada por su autor en 1888, Guadalajara, Banco Industrial de Jalisco, 1964, p. 49. ↩︎

  26. Idem↩︎

  27. Ricardo Heredia Álvarez, Anécdotas presidenciales de México, México, Época, 1974, pp. 62-63. ↩︎

  28. Romo, op. cit., p. 50. ↩︎

  29. José Cornejo Franco, “El doctor Cos”, Obras completas, Guadalajara, Unidad Editorial del Gobierno del Estado de Jalisco, 1985, tomo ii, p. 88. ↩︎

  30. Ibid., p. 89. ↩︎

  31. Arturo Corzo Gamboa, José María Cos, Toluca, Gobierno del Estado de México, 1987, p. 39. ↩︎

  32. Ibid., p. 30. ↩︎

  33. Ibid., p. 29. ↩︎

  34. Cornejo Franco, “El doctor Cos…”, p. 90. ↩︎

  35. Corzo, op. cit., p. 35. ↩︎

  36. Ibid., p. 42. ↩︎

  37. Armando Fuentes Aguirre, “De rodillas y llorando. La otra historia de México”, El Informador, Guadalajara, s.f. ↩︎

  38. Cornejo Franco, “El doctor Cos…”, p. 91. ↩︎

  39. Corzo, op. cit., p. 68. ↩︎

  40. Cornejo Franco, “El doctor Cos…”, loc. cit. ↩︎

  41. Agustín Rivera y Sanromán, Los Anales mexicanos. La Reforma y el Segundo Imperio, México, unam, 1994, p. 42. ↩︎

  42. Victoriano Salado Álvarez. “¡Un canónigo Cumplido!”, El Informador, Guadalajara, 16 de septiembre de 1990, sección literaria de Pedro Lomelí Rodríguez, p. 1. ↩︎

  43. Idem. ↩︎

  44. Idem. ↩︎

  45. José María Murià et al. Historia de Jalisco, tomo iii, Guadalajara, Unidad Editorial del Gobierno del Estado de Jalisco, 1982, p. 66. ↩︎

  46. Ramiro Villaseñor y Villaseñor, Las calles históricas de Guadalajara, Guadalajara, Unidad Editorial del Gobierno del Estado de Jalisco, 1986, tomo i, p. 374. ↩︎

  47. Raúl Cardiel Reyes, La primera conspiración por la Independencia de México, México, sep 80, fce, 1982, pp.45-51. ↩︎

  48. Jesús Montilla, El doctor Gorriño y Arduengo. Su proyecto para la primera Constitución Potosina 1825, San Luis Potosí, Casa de la Cultura, Conaculta de San Luis Potosí, 1990, p. lxix↩︎

  49. Por lo que se puede inferir que nació unos días antes, dado que la norma canónica exigía a los padres bautizar a los recién nacidos dentro de la primera semana de vida del infante. ↩︎

  50. Iguíniz, Catálogo biobibliográfico de los doctores…, pp. 266-267. ↩︎

  51. Lucas Alamán, Historia de México desde los primeros movimientos que prepararon la Independencia en el año de 1808 hasta la época presente, México, Instituto Cultural Helénico, fce, 1985, tomo ii, p. 90. ↩︎

  52. Alberto Santoscoy, “El canónigo doctor don Francisco Lorenzo de Velasco”, Obras completas, Guadalajara, Unidad Editorial del Gobierno del Estado de Jalisco, 1986, tomo ii, p. 334. ↩︎

  53. Así se lee en la portada de la publicación de su “Sermón que en el cumple años del serenísimo señor don Miguel Hidalgo y Costilla, primer Héroe de la Patria dixo [sic] el Sr. Dr. D. Francisco Lorenzo de Velasco, del gremio y claustro de la Universidad de Alcalá de Henares […]” reproducida en Moisés Guzmán Pérez, La Suprema Junta Nacional Americana y la Independencia, Morelia, Secretaría de Cultura del Gobierno del Estado de Michoacán, Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Michoacana de San Nicolás Hidalgo, 2011, p. 248. ↩︎

  54. Alejandro Villaseñor y Villaseñor, Biografías de los héroes y caudillos de la Independencia, tomo ii. México, Jus, 1962, p. 268. ↩︎

  55. Ibid., p. 269. ↩︎

  56. Alamán, Historia de México desde los primeros movimientos…, p. 554. ↩︎

  57. Idem↩︎

  58. Ibid., p. 555. ↩︎

  59. Ibid., p. 563. ↩︎

  60. Alejandro Villaseñor y Villaseñor, op. cit., p. 271. ↩︎

  61. Ibid., pp. 272-273. ↩︎

  62. Alamán, Historia de México desde los primeros movimientos…, tomo iv, p. 433. ↩︎

  63. Idem, loc. cit↩︎

  64. Santoscoy, op. cit., p. 375. ↩︎

  65. Ibid., loc. cit. ↩︎

  66. José de Jesús Jiménez López, “Datos para la Historia de la Iglesia de Guadalajara”, El Informador, Guadalajara, 20 de mayo de 1984, Suplemento Cultural, p. 11. ↩︎

  67. Iguíniz, El periodismo en Guadalajara…, p. 44. ↩︎

  68. Murià et al., Historia de Jalisco…, tomo iii, p. 264. ↩︎

  69. José Beiza Patiño, “Pedro Espinosa y Dávalos: un obispo combativo”, El Informador, Guadalajara, 10 de enero de 1988, Suplemento Cultural, p. 6. ↩︎

  70. Carmen Castañeda, “La carrera de un estudiante de Medicina: el caso de Valentín Gómez Farías”, Memorias del Ayuntamiento, Guadalajara, Ayuntamiento de Guadalajara 1986-1988, tomo iii, p. 14. ↩︎

  71. C. A. Hutchinson, Valentín Gómez Farías. La vida de un republicano, Guadalajara, Unidad Editorial del Gobierno del Estado de Jalisco, 1983, p. 14. ↩︎

  72. Castañeda, “La carrera de un estudiante…”, p. 22. ↩︎

  73. Dávila Garibi, op. cit., p. 559. ↩︎

  74. Alfonso de Alba, El Alcalde de Lagos y otras consejas, Guadalajara, Imprejal, 2009, p. 147. ↩︎

  75. Fernando Pérez Memen, El Episcopado y la Independencia de México (1810-1836), México, Jus, 1977, p. 301. ↩︎

  76. Ibid., p. 302. ↩︎

  77. Loweree, op. cit., p. 214. ↩︎

  78. Rivera y Sanromán, Los hijos de Jalisco↩︎

  79. Loweree, op. cit↩︎

  80. Jaime Horta Rojas y Gabriela Guadalupe Ruiz Briseño, “Anacleto Herrera, un galeno sedicioso de la tranquilidad pública”, Actores, escenarios y práctica social de la Independencia de México. Testimonios desde Jalisco, Hugo Torres Salazar (coord.), Guadalajara, Amate, 2010, p. 119. ↩︎

  81. Ibid., p. 102. ↩︎

  82. Rubén Villaseñor Bordes, “Renglones sobre la Independencia de la Nueva Galicia”, Estudios Históricos, Guadalajara, núm. 38, III época, diciembre de 1986, pp. 207-209. ↩︎

  83. Ibid., p. 210. ↩︎

  84. Ibid., p. 211. ↩︎

  85. Citado por el doctor Pedro Romero en el informe rectoral del Seminario de Guadalajara del año 1899. Loweree, op. cit., p. 216. ↩︎

  86. Juan Bautista Iguíniz, “El doctor don José de Jesús Huerta”, Anuario de la Comisión Diocesana de Historia del Arzobispado de Guadalajara. México, Jus, 1968, p. 160. ↩︎

  87. Rivera y Sanromán, Los Anales mexicanos…, pp. 23-24. ↩︎

  88. Carlos Fregoso Génnis, Francisco Severo Maldonado, Guadalajara, Unidad Editorial del Gobierno del Estado de Jalisco, 1984, p. 13. ↩︎

  89. Ibid., p. 16. ↩︎

  90. El Despertador Americano…, p. 4. ↩︎

  91. Iguíniz, “Los periódicos de Guadalajara, México, en la Época Colonial”, Disquisiciones bibliográficas…, p. 100. ↩︎

  92. Fregoso, op. cit., p. 24. ↩︎

  93. Ibid., p. 25. ↩︎

  94. Ibid., loc. cit. ↩︎

  95. Ibid., p. 26. ↩︎

  96. Iguíniz, “Los periódicos en Guadalajara…”, p. 102. ↩︎

  97. Ibid., p. 103. ↩︎

  98. Alfonso Noriega, Francisco Severo Maldonado. El Precursor, México, unam, 1980, p. 22. ↩︎

  99. Fregoso, op. cit., p. 61. ↩︎

  100. Jesús Reyes Heroles, El liberalismo mexicano, México, fce, 1982, tomo iii, pp. 550-551. ↩︎

  101. Ibid., p. 552. ↩︎

  102. Agraz, Esencias de Jalisco…, p. 62. ↩︎

  103. Rivera y Sanromán, Los hijos de Jalisco…, p. 63. ↩︎

  104. José Cornejo Franco, Relación de méritos y servicios en Anuario de la Comisión Diocesana de Historia del Arzobispado de Guadalajara, Guadalajara, Jus, 1968, p. 229. ↩︎

  105. Idem↩︎

  106. Lorenzo de Zavala, Ensayo histórico de las revoluciones de México desde 1808 hasta 1830, México, Instituto Cultural Helénico, fce, 1985, p. 49. ↩︎

  107. Iguíniz, Catálogo biobibliográfico de los doctores…, p. 211. ↩︎

  108. Ibid., p. 212. ↩︎

  109. Luis Pérez Verdía, Apuntes históricos sobre la guerra de Independencia en Jalisco, Guadalajara, Instituto Tecnológico de la Universidad de Guadalajara, 1953, p. 40. ↩︎

  110. Villaseñor y Villaseñor, Bibliografía general de Jalisco, tomo G-I, p. 199. ↩︎

  111. Loweree, op. cit., p. 42. ↩︎

  112. Juan López Jiménez, Summa tapatía. José María Mercado, insurgente tapatío, Guadalajara, Ayuntamiento de Guadalajara, 1973, pp. 105-106. ↩︎

  113. Ibid., p. 107. ↩︎

  114. Ibid., p. 132. ↩︎

  115. Alamán, op. cit., p. 11. ↩︎

  116. López Jiménez, op. cit., p. 133. ↩︎

  117. Salvador Gutiérrez Contreras, José María Mercado. Héroe de nuestra Independencia, Guadalajara, Unidad Editorial del Gobierno del Estado de Jalisco, 1985, p. 74. ↩︎

  118. Cardiel, op. cit., pp. 41-42. ↩︎

  119. Ibid., p. 142. ↩︎

  120. Gabriel Torres Puga, Juan Antonio Montenegro. Un joven eclesiástico en la Inquisición, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 2009, p. 29. ↩︎

  121. “Incorporación del Lic. Don Juan Antonio Montenegro y su documentación”, arug, legajo núm. 365. ↩︎

  122. arug, loc. cit. ↩︎

  123. Oficio del doctor José Ángel de la Sierra, arug, 7 de diciembre de 1793. ↩︎

  124. Cardiel, op. cit., p. 48. ↩︎

  125. Ibid., pp. 56-57. ↩︎

  126. Torres Puga, op. cit., p. 45. ↩︎

  127. Cardiel, op. cit., pp. 147-148. ↩︎

  128. Torres Puga, op. cit., p. 64. ↩︎

  129. Cardiel, op. cit., p. 69. ↩︎

  130. Ibid., p. 105. ↩︎

  131. José Eucario López, “El Cabildo de Guadalajara…”, pp. 175-218. ↩︎

  132. Munguía, Próceres y personajes ilustres…, p. 47. ↩︎

  133. Pérez Verdía, Apuntes históricos sobre la guerra…, p. 133. ↩︎

  134. José Eucario López, Documentos referentes al insurgente Pedro Moreno, Guadalajara, Comisión Diocesana de Historia del Arzobispado de Guadalajara, 1967, p. 11. ↩︎

  135. Mariano Azuela, Dos biografías. Pedro Moreno. Francisco I. Madero. México, Asociación Nacional de Libreros, 1985, p. 63. ↩︎

  136. Ibid., p. 64. ↩︎

  137. Pérez Verdía, Apuntes históricos de la guerra…, p. 139. ↩︎

  138. Azuela, op. cit., pp. 107-108. ↩︎

  139. Loweree, op. cit., p. 55. ↩︎

  140. Alamán, Historia de México..., pp. 535-536. ↩︎

  141. Sosa, op. cit., p. 425. ↩︎

  142. Juan B. Iguíniz afirma que se graduó en Teología. Catálogo biobibliográfico…, p. 234. En cambio Carmen Castañeda, a partir de las “Relaciones de méritos” localizadas en el Archivo General de Indias en la sección Audiencia de Guadalajara, expediente núm. 538, afirma que se graduó en Cánones, en su artículo “El Dr. José Ignacio Pérez, párroco de Zapotlanejo quien certificó la muerte del realista Manuel Flon”, Salvador Gutiérrez Contreras et al., La guerra de Independencia en Jalisco, Guadalajara, Unidad Editorial del Gobierno del Estado de Jalisco, Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística de Jalisco, 1986, p. 183. ↩︎

  143. Jesús Sánchez Carrillo, La batalla de Puente de Calderón, s.p.i, Castañeda, “Apéndice. El Dr. José Ignacio Pérez…”, pp. 133-183. ↩︎

  144. Gabriel Agraz, “No hubo tal hallazgo: el acta de defunción del Conde de la Cadena”, Estudios históricos, Guadalajara, núms. 72-73, iv época, septiembre-diciembre de 1998, p. 1959. ↩︎

  145. “El Párroco de Zapotlán, José Ignacio Pérez, pide a don José María Gómez y Villaseñor, Gobernador de la Mitra de Guadalajara, que no le asigne a un ministro que considera indeseado. De paso habla de su colaboración con el realista Félix María Calleja”, Jaime Olveda, Documentos sobre la insurgencia. Diócesis de Guadalajara. Guadalajara, Secretaría de Cultura del Gobierno del Estado de Jalisco, 2009, pp. 95-96. ↩︎

  146. Luis Malpica de la Madrid, La Independencia de México y la Revolución Mexicana a través de sus principales documentos constitucionales, textos políticos y tratados internacionales (1810-1985), México, Limusa, 1985, tomo i, p. 768. ↩︎

  147. Miguel Ramos Arizpe, Memoria. Estudio introductorio de W. Michael Mathes, Guadadalajara, Ayuntamiento de Guadalajara, 1991, pp. 18-19. ↩︎

  148. Ibid., p. 19. ↩︎

  149. Malpica, op. cit., p. 768. ↩︎

  150. Ibid., pp. 769-770. ↩︎

  151. Ernesto de la Torre Villar et al., Historia documental de México, México, unam, 1974, tomo ii, p. 180. ↩︎

  152. Iguíniz, Catálogo biobliográfico de los doctores…, p. 239. ↩︎

  153. Ibid., p. 285. ↩︎

  154. Otero, op. cit., pp. 479-480. ↩︎

  155. Ibid., p. 480. ↩︎

  156. Ibid., p. 477. ↩︎

  157. Iguíniz, El periodismo en Guadalajara…, tomo i, p. 47. ↩︎

  158. Villaseñor y Villaseñor, Los primeros federalistas de Jalisco…, p. 114. ↩︎

  159. Otero, op. cit., p. 481. ↩︎

  160. Loweree, op. cit., p. 35. ↩︎

  161. Rivera y Sanromán, Los hijos de Jalisco, p. 18. ↩︎

  162. Eucario López, “Noticias de la Guerra de Independencia”, Estudios Históricos, Guadalajara, núm. 10, III época, junio de 1979, p. 27. ↩︎

  163. Ibid., loc. cit↩︎

  164. Ibid., p. 28. ↩︎

  165. Iguíniz, Catálogo biobibliográfico de los licenciados…, pp. 303- 304. ↩︎

  166. Benjamín Ruelas y Sánchez, “ccl Aniversario de la fundación del Seminario Conciliar de Guadalajara”, Apóstol, Guadalajara, Seminario de Guadalajara, núm. 5, 1947, p. 44. ↩︎